En Ucrania, quienes no quieren ir al frente, quienes siguen creyendo en las negociaciones y quienes critican al gobierno de Zelensky no pueden manifestarse públicamente por temor a ser acusados de traidores o prorrusos.
–Yo no quiero combatir. Están enviando a los soldados a una muerte casi segura porque tienen muchos menos medios que los rusos. Además, no creo que ni Zelensky, Europa o Estados Unidos hayan negociado lo suficiente para intentar frenar esta guerra. Pero, claro, ni se puede decir públicamente eso ni tenemos forma de huir.
El joven ha de preservar su anonimato. Por decir cosas como esta puede ser acusado de desertor, de colaborar con Rusia, de traidor, de espía. Y terminar siendo condenado a más de diez años de prisión. Dimitry, un pseudónimo para protegerle, ya ni siquiera se atreve a hablar sobre estas cuestiones por mensajería con sus amigos. El día antes, uno de ellos que tomaba fotos en una calle de Dnipro con el móvil, fue seguido hasta su casa por dos hombres de los ‘Servicios secretos’, como se refieren a estos oficiales de paisano todo el mundo en el oblast de Dnipropetrovsk, vecino de la región del Donbás. Una vez allí, le revisaron su ordenador, los discos duros, el móvil, su contenido en las redes sociales; le preguntaron por qué hacía fotos, si trabajaba para los rusos. También es habitual que en los check points que hay por todas las calles y carreteras del país, sus guardianes pidan a los ocupantes de los vehículos que muestren la carpeta de fotografías de los móviles si consideran que hay algo sospechoso en ellos.
-Dicen que esta guerra es entre el autoritarismo y la democracia, pero todo este control no parece muy democrático, ¿no? –dice Dimitry, tan nervioso por si alguien nos observa como aliviado por poder compartir su amargura por una guerra que, para él, comenzó en 2014.
La región de Dnipropetrovsk es un centro económico e industrial de Ucrania. Aquí nació el presidente Zelensky, en concreto, en Krivói Rog, un pueblo que sigue viviendo de la industria gracias a la permanencia de ArcelorMittal, la metalúrgica más importante –y contaminante del mundo– que solo en esta población emplea a más de 20.000 personas. La capital, Dnipro, sigue siendo uno de los corazones empresariales de Ucrania, aunque muy debilitado desde las protestas de Maidán en 2014.
En el grupo de amigos y familiares de Dimitry, aquellas movilizaciones contra el presidente Viktor Yanukóvich, que rehusó firmar en el último momento el acuerdo de asociación con la Unión Europea, no generaron simpatías. Lo veían como algo ajeno, propio de la gente de la capital. En cambio, celebraron el convenio que su Gobierno suscribió con Putin para abaratar el precio del gas. Confiaban en que ese ahorro beneficiaría a la industria y, por tanto, a sus trabajadores.
Pero entonces, la revuelta triunfó, Yanukóvich se exilió en Moscú, el Kremlin se anexionó Crimea y comenzó la guerra del Donbás. “Hasta entonces, Rusia importaba el 70% de la producción de nuestras fábricas. Muchas tuvieron que cerrar, nuestros padres y amigos tuvieron que emigrar a Polonia para trabajar en la construcción por sueldos miserables y perdieron el orgullo que había de que en todos los países de la antigua Unión Soviética se encontraba nuestro caucho”, explica un apesadumbrado Dimitry, a quien tienen consternado los relatos de los refugiados que llegan a su ciudad procedentes de Mariupol o Járkov.
“Muchos no estábamos a favor de la guerra en el Donbás. Muchas personas de allí se sienten rusas. Nosotros mismos tenemos muchos familiares en Rusia. Y no nos pareció bien que les agrediesen. Y tampoco eso lo podíamos decir públicamente porque se consideraba una traición y ser prorrusos. Pero luego empezaron a llegar los soldados muertos y heridos. Entonces, mucha gente cambió de mentalidad y empezaron a sentirse más ucranianos y nacionalistas ”, añade.
“Esta guerra ha aumentado el sentimiento antirruso incluso entre quienes hablan ruso, son de otras etnias o tenían una identidad local más marcada como los de Odesa, que ahora se sienten más ucranianos que de Odesa. Putin ha sido el mejor creador de una identidad nacional ucraniana. Ha conseguido, según las encuestas, que el 97% de los ucranianos reconozcan a Zelensky como el presidente nacional”, opina Bohdan Chuma, hispanista profesor de la Universidad Católica de Lviv.
“Nuestros familiares en Rusia nos mandaban dinero para ayudarnos. Ahora, cuando les contamos que su Ejército nos ha bombardeado no entienden qué está pasando, pero no se pueden quejar”, explica la propietaria de un comercio que hay junto a la fábrica y la guardería que fueron bombardeadas por el Ejército ruso a finales de febrero. Pero ella también prefiere preservar su anonimato. Tiene miedo de que sus palabras puedan ser malinterpretadas y los ‘Servicios secretos’ la acusen de traidora. O que esta periodista sea una espía rusa. O que pase algo con sus declaraciones que ella no logre entender, pero que termine perjudicándola a ella o a su familia. Hay una permanente prevención ante un posible espionaje en esta región del país.
A nuestro alrededor, una decena de viviendas permanecen con los ventanales destrozados por las detonaciones. El alcalde de la ciudad anunció, días después, que habían sido totalmente reparadas por el consistorio. Los vecinos cuentan que ningún operario municipal ha hecho acto de presencia y que han sido ellos mismos los que colocaron los plásticos porque no tienen recursos para repararlas. “Me sorprende comprobar cómo nos mienten. Yo había dado por sentado que era verdad lo que habían dicho en los medios de comunicación locales”, me dice un joven que me acompaña.
Varios hombres relatan de manera resumida, y sin apenas desacelerar el paso, que cuando escucharon las bombas salieron corriendo a refugiarse en la parada de metro más cercana porque no tienen sótanos. “Para qué vamos a huir a otra ciudad si no parece que haya un lugar seguro en Ucrania”, dice una mujer que arrastra a una niña de la mano. Los edificios afectados por las detonaciones fueron construidos en la época soviética para los trabajadores de la planta metalúrgica que sigue funcionando hasta hoy, aunque ya de manera muy limitada. Ahora, son las viviendas de familias empobrecidas por la desindustrialización. Nieva. Y las calles aparecen tan vacías y las viviendas tan deterioradas que más que una guerra pareciera que nos encontramos en el escenario de un desastre nuclear.
“Voy a decirle a mis amigos que se vengan a Dnipro. No es normal que aquí estén los restaurantes abiertos, que no haya ley seca y que parezca que no hay una guerra”, dice Lenor, el conductor que acompaña a esta periodista, cuando cruzamos el centro de la ciudad, llena de comercios y restaurantes a rebosar. Por esta zona, la mayoría de los coches son todoterrenos relucientes de alta gama; por barrios periféricos como el que fue atacado por el Ejército ruso, los automóviles suelen tener más de veinte años de antigüedad, y muchos hombres se trasladan en bicicleta.
Desde que comenzase la guerra del Donbás con Rusia en 2014, la desigualdad ha crecido visiblemente en Dnipro. Las familias afectadas por la desindustrialización han perdido calidad de vida, a la vez que surgía una nueva burguesía vinculada al comercio con los países de la Unión Europea. Además, esta ciudad de casi un millón de habitantes cuenta con una importante comunidad judía dedicada fundamentalmente al comercio internacional. Tal es su importancia que en Dnipro se ha asentado el rumor de que si Rusia no ha vuelto a atacar esta urbe es porque Putin así lo acordó al principio de la invasión con el presidente israelí, Isaac Herzog.
El 30 de marzo por la noche, cuando esta periodista se encontraba en la ciudad, un depósito militar de combustible situado en la periferia fue incendiado por los bombardeos rusos. Diez días después, el 10 de abril, su aeropuerto quedaría totalmente destruido, según anunció el gobernador de la región de Dnipropetrovsk, Valentin Reznichenko, en su canal de Telegram. El hecho de que los ataques sigan sin afectar a las zonas ricas de la ciudad alienta la rumorología.
“Sabemos que esta guerra no tiene nada que ver con nosotros. Están mandando a matarse a soldados rusos y ucranianos en nombre de los intereses de una minoría. Desde 2014, hemos visto cómo nuestro bienestar es lo de menos. Y ahora, a quienes intentan evitar ir al Ejército, les castigan”, explica consternado Dimitry.
Según su testimonio, en los barrios populares de Dnipro es habitual ver a grupos de hombres vestidos de paisano con otros de uniforme militar comprobando que los varones de entre 18 y 60 años empadronados en las viviendas permanecen en ellas. Si no los encuentran, les dejan un documento llamándoles a personarse inmediatamente en los cuarteles más cercanos. “No aceptan más voluntarios para ingresar en el Ejército porque sobran. Pero si creen que estás intentando evitarlo, te castigan obligándote a ir al frente”, explica Dimitry, a quien le desvela la idea de terminar teniendo que empuñar un arma.
Mencionar la figura del desertor provoca caras de desprecio en la mayoría de las conversaciones mantenidas por esta periodista en el país atacado. Incluso hay quien niega la posibilidad de que un hombre ucraniano pueda querer evadirse del honor de defender a su pueblo luchando en las filas de su Ejército. Pero según Dimitry, entre sus amigos –jóvenes con formación universitaria de clase trabajadora– son una mayoría los que no quieren ir al frente. Según un reportaje de Israel Merino, quienes han conseguido cruzar a países como Polonia para evitarlo se enfrentan a los insultos y el repudio por parte de otros refugiados.
“Si pudiera, me iría a otro país donde realmente hubiera democracia y pudiera decir todas estas cosas sin temor a acabar preso por desleal. Amo mi país y me duele muchísimo todo lo que nos está haciendo Rusia. Pero no se va a solucionar mediante las armas”, concluye antes de despedirse.
Minutos después, esta periodista acude a la sede de Interpipe Steel, una gigantesca metalúrgica que ha sobrevivido a la ruptura de relaciones comerciales con Rusia gracias a la exportación a países europeos de su acero. Quiero pedir una entrevista con algunos de sus portavoces y nadie contesta a los teléfonos de su departamento de prensa. “No estamos dando entrevistas desde que comenzó la guerra”, explica el recepcionista. Y continúa: “Todo eso lo llevan ya los Servicios Secretos”. Se ahorra añadir que le pregunte a ellos.
Fuente: https://www.lamarea.com/2022/04/13/la-otra-ucrania-i-quienes-temen-ser-acusados-de-pro-rusia/