En el paisaje político francés se desarrolla peligrosamente la tesis de la existencia de un «racismo antiblancos» en la sociedad francesa. Según esta tesis, existiría un racismo de los «negros», de los «árabes» e incluso de los «musulmanes» cuyas víctimas serían los «blancos», los «cristianos» y los «judíos». Este «racismo» se plantea como equivalente a […]
En el paisaje político francés se desarrolla peligrosamente la tesis de la existencia de un «racismo antiblancos» en la sociedad francesa. Según esta tesis, existiría un racismo de los «negros», de los «árabes» e incluso de los «musulmanes» cuyas víctimas serían los «blancos», los «cristianos» y los «judíos». Este «racismo» se plantea como equivalente a las demás formas de racismo, es decir, que procede de las mismas causas, funciona según las mismas lógicas y tiene los mismos efectos. Esta tesis, que hasta ahora estaba confinada en la extrema derecha, la ha retomado ahora la derecha (las «galletas de chocolate» de Jean-François Copé[1]) y también una parte del movimiento antirracista [como da testimonio el último congreso del MRAP (Movimiento en contra del Racismo y por la Amistad entre los Pueblos), que retoma esta expresión y la reivindica], y unos discursos que pretenden ser eruditos y analizan este «racismo» como forma contemporánea del antisemitismo y como característica de los barrios populares que se habrían vuelto unos «territorios comunitarizados». Por último, recientemente el juez de instrucción me confirmó que me estaba investigando, lo mismo que a Saïdou de ZEP[2], por «racismo antiblancos» a consecuencia de una denuncia de AGRIF[3] que está estudiando a consecuencia de un proceso entablado por la misma AGRIF contra Houria Bouteldja[4]. Para entender los retos que supone este nuevo discurso ideológico convienen volver a situarlo tanto en su contexto para entender la función social que cumple como en los episodios del pasado que estuvieron señalados por la tesis del racismo antiblancos para comprender su significación política.
Tener en cuenta el contexto global
En nuestra opinión, la tesis del racismo antiblancos es el fruto de varias décadas de construcción social, política y mediática del islam y de los musulmanes como religión y población peligrosas para la República, la identidad nacional, la emancipación femenina, etc. Esta construcción de un «enemigo interno», que es anterior a los atentados del 11 de septiembre, se aceleró después de este drama debido a su consolidación por medio de una operación doble: por una parte, la teorización estadounidense del «choque de civilizaciones» y, por otra, su importación/afrancesamiento por Nicholas Sarkozy. También hay que constatar un empeoramiento de la situación desde hace algunas semanas. Basta con releer los periódicos de estos últimos meses para comprender y medir la degradación cualitativa de la situación en Francia con las cuestiones relativas al islam. Se pueden recordar algunos hechos que todo el mundo conoce pero que en conjunto nos indican que no estamos ante unos elementos sin importancia o unas manipulaciones de algunos grupos de extrema derecha. Por el hecho de hacer ramadán se consideró que unos animadores ponían en peligro a los jóvenes a los que vigilaban y se les suspendió de empleo. Recordemos la cantinela sobre las galletas de chocolate que los niños musulmanes habían robado a sus compañeros en el patio durante el ramadán, no olvidemos tampoco las declaraciones de Caroline Fourest, que propone para luchar contra el terrorismo prohibir la circulación de libros religiosos, para evitar todo proselitismo en las cárceles, propuesta cuyo objetivo más directo son los imanes y el Corán y que, de hecho, fusiona el Corán y terrorismo… Antes se había lanzado la idea de que una «tata» que lleva velo transmite ideas peligrosas a los niños[5]. Finalmente, se prohibieron las manifestaciones contra las caricaturas sin que, a la inversa, se prohibieran las manifestaciones de los grupos fascistas. Los procesos actuales contra Houria, Saïdou y yo mismo no son sino el resultado de un proceso que se puso en marcha hace mucho tiempo.
Todos estos hechos se desarrollan en un contexto mundial caracterizado por una crisis estructural de gran envergadura. Hay que remontarse hasta la década de 1920 para conocer una situación similar y todos los analistas, y los primeros concernidos (aquellos que hoy llevan la batuta en el mundo, los famosos mercados), nos indican una regresión social y económica sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Y para mantener sus beneficios, tienen que imponer una regresión social inédita hasta ahora. La crisis de la llamada «deuda soberana» anuncia una austeridad o un rigor que también va a caer sobre los ciudadanos.
El contexto mundial también es el de la multiplicación de las guerras de injerencia. Basta con mirar a Siria (antes a Irak o a Afganistán), mañana a Irán, para comprender que, si se les deja hacer, la lucha encarnizada por el reparto del mundo en la cual cada uno de los imperialistas despliega unas estrategias aisladas o coaligadas para volver a definir el mapa del mundo, no hará sino volverse más feroz. Entre todas estas estrategias la de Estados Unidos tiene por objetivo volver a trazar el mapa de Oriente Próximo, es decir, volver a trazar las modalidades de control y de dominio de los recursos estratégicos que siguen representando el petróleo y el gas. Para lograr sus objetivos se necesitan unas guerras, hay que hacer caer unos regímenes, hay que promover a unos amigos y ponerlos a la cabeza de los Estado que habrán destruido. Ante la voluntad de las potencias imperialistas de volver a trazar el mapa del mundo en su propio beneficio existen unas resistencias objetivas, unas resistencias con las que tienen que terminar cueste lo que cueste, ya sea en América Latina, en Irán, en Irak… y ello independientemente del análisis y de la valoración que se pueda hacer de los jefes de Estados de estos países.
En este contexto general se manifiesta una apremiante necesidad ideológica: los imperialistas, solo pueden conseguir sus fines si logran construir un miedo, un miedo como cemento de una unificación nacional. Este es en particular el caso de Francia, cuyo imperialismo está en regresión. Imperialismo hoy de segunda categoría, quiere reconquistar de manera agresiva su lugar y para ello necesita unificadores. Esta necesidad es esencial y si no llegara a imponerla, saldrían al primer plano divergencias de intereses y aparecerían así los verdaderos debates, los que por una parte tratan de las clases sociales y por otro del racismo sistémico y estructural, y, por último, sobre la cuestión del sexismo y de la desigualdad entre hombres y mujeres. El medio más eficaz para evitar estos debates es trasladarlos a otra parte recurriendo a la fabricación de un unificador nacional.
Este unificador nacional necesita una figura. Por consiguiente, hay que producir una figura del miedo en un mundo en el que ya no existen las figuras utilizadas en el pasado: como ha desaparecido la del rojo como enemigo principal hay que producir otra… Y desde hace dos décadas se asiste progresivamente a la construcción de una figura del miedo que permite unificar para poder agredir. Unificar aquí para poder agredir allá. La figura que se ha elegido como figura del miedo es el musulmán, y esta figura no tiene nada de aleatorio ni debe nada al azar. Hicieron un craso error de análisis quienes creyeron que asistíamos a una irrupción momentánea de islamofobia, quienes creyeron que este fenómeno estaba localizado en un espacio político extremadamente minoritario.
La pesada herencia de la colonización
¿Por qué elegir al musulmán como figura del miedo?, preguntarán ustedes. Pues bien, simplemente porque existía, porque sigue existiendo en los «inconscientes colectivos» de las herencias que nunca se erradicaron, en particular las herencias de la colonización que, no lo olvidemos, forjaron una imagen del islam y una imagen del musulmán que en aquel momento permitían justificar las conquistas coloniales. Los «inconscientes colectivos» funcionan como los inconscientes individuales. No se agotan por sí mismos únicamente bajo el efecto del tiempo, solo se agotan al cabo de un periodo de tiempo extremadamente largo, mucho después de que desaparezcan las condiciones materiales que les dieron origen. Es lo que Marx pone de relieve en su 18 Brumario precisando que » la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos «[6]. Este peso del pasado es válido tanto para las tradiciones progresistas como para las reaccionarias. Con mayor motivo, estas imágenes surgidas del pasado se mantienen cuando las bases materiales no han desaparecido completamente, como es el caso con el colonialismo, que ha cedido la plaza al neocolonialismo bajo la presión del combate de los pueblos.
Las herencias de imágenes del negro, del árabe y del musulmán surgidos de la colonización solo desaparecerán con un retroceso de la relación de dominación, por una parte, y la existencia de un antídoto en términos de educación antirracista y anticolonial, por otra, lo que nunca se ha hecho en Francia donde se acusa a la simple exigencia de reconocimiento de las masacres coloniales de ser una petición de arrepentimiento. Sin estas dos condiciones estas herencias reaccionarias pueden dormir durante un periodo de tiempo y despertarse en otro gracias a un acontecimiento, al establecimiento de una manipulación, y mantengo que hay islamofobia en los inconscientes colectivos surgidos de la colonización y que esta islamofobia solo podrá desaparecer de estos inconscientes a partir del momento en que se haya tratado la cuestión colonial en todas sus dimensiones.
Por consiguiente, no es casual que ya en la época colonial Frantz Fanon aborde la cuestión del racismo antiblancos. Sitúa la emergencia de esta tesis en una secuencia histórica precisa: aquella en la que los dominados salen del silencio y exigen igualdad de formas diversas. La toma de palabra de los colonizados o de los negros estadounidenses es lo que hace que » de forma bastante inesperada el grupo racista denuncie la aparición de un racismo de los hombres oprimidos «[7]. De manera significativa este análisis del racismo antiblancos está presente en un texto que insiste en el carácter sistémico del racismo: » Lógicamente no es posible someter a unos hombres sin inferiorizarlos por completo. Y el racismo solo es la explicación emocional, afectiva, a veces intelectual de esta inferiorización «[8]. Es decir, que el antídoto del racismo no puede ser la moral o la tolerancia, sino la igualdad de derechos y condiciones, tanto en Francia como en el mundo. En inciso, me permitiría recordar que ¡el discurso de los hombres oprimidos a los que habría que defender apareció en buena parte en el momento en el que las mujeres presentaban sus reivindicaciones! Por volver más directamente al tema, es evidente que el discurso no aparece mientras no se necesite recurrir al racismo antiblancos. Se produce una especie de dialéctica: el racismo antiblancos aparece cuando se rompe el silencio, cuando emerge una reivindicación, cuando en las actitudes cotidianas o en la vida diaria uno se da cuenta de que el pequeño Mohamed o la pequeña Fátima se niegan a ocupar el lugar que se les había asignado. Y aunque no tengan la fuerza de poder transformar la realidad, no se callan. Esta dimensión es esencial en la emergencia de la construcción del racismo antiblancos. Y también, sería interesante observar en las asociaciones que se declaran antirracistas al tiempo que defienden un racismo antiblancos si no es en el momento en que empiezan a tener militantes surgidos de la inmigración y militantes que no se callan cuando aparece la noción de racismo antiblancos.
Tampoco es casual que el movimiento negro de Estados Unidos en general y Malcolm X en particular hayan sido tachados de «racistas antiblancos». Malcolm respondió a estas acusaciones: » La prensa ha proyectado deliberada y hábilmente una imagen de mí como la de un racista, un supremacista y un extremista […]. En primer lugar, no soy racista. Estoy en contra de toda forma de racismo y de segregación, de toda forma de discriminación «[9]. Por lo que se refiere a las reacciones de los negros estadounidenses que se caracterizaron como violentas o antiblancas, Malcolm recuerda: » Ustedes tratan de encerrarlo en un gueto y de convertirlo en la víctima de todo tipo de condiciones injustas imaginables. Luego, cuando explota, ¡quieren que explote de forma educada! Quieren que explote según las reglas establecidas por alguien […]. Esto no quiere decir que sea inteligente. Pero quién ha oído hablar ya de una explosión sociológica hecha inteligente y educadamente «[10] 8. Malcom habla aquí de los altercados en Nueva York en reacción a las condiciones que padecían los negros estadounidenses, pero la situación es exactamente la misma para los actos individuales que son calificados de «racistas antiblancos». Malcolm distingue lo que tiene que ver con lo que él llama «la estructura del poder», es decir, el racismo sistémico y las discriminaciones institucionales, y las reacciones individuales o colectivas a esta opresión que pueden no ser «inteligentes» y/o «educadas». Otra secuencia histórica de aparición de la tesis del «antirracismo blanco» fue el movimiento contra el CPE [Contrato de Primer Empleo] y la decisión de los jóvenes proletarios de los barrios populares de expresarse. El peligro de una convergencia entre estos dos segmentos de la juventud hizo emerger el discurso sobre el racismo antiblancos. Y lo mismo ocurrió durante la gran huelga de LKP, donde el cuestionamiento de los Békés[11] se asimiló a un racismo antiblancos. Estos ejemplos bastan para poner de relieve que la tesis del racismo antiblancos emerge en cada secuencia histórica en la que los dominados se niegan a callarse. En Francia apareció en el último periodo, cuando los primeros concernidos empezaron a decir no, a rechazar su papel de dominados, en el momento en el que empezaron a hablar ahí donde estaban silenciosos, empezaron a reivindicar ahí donde se les consideraba únicamente como reservas de votos. Si el contexto internacional visibiliza una primera función del racismo antiblancos (producir un unificador nacional que oculte los verdaderos problemas económicos y sociales), tener en cuenta los momentos históricos de la aparición de esta tesis pone de relieve otra función: contener la revuelta de los dominados poniéndolos a la defensiva, es decir, volver a imponer el silencio sobre la dominación. El objetivo del racismo antiblancos es volver a difundir este silencio, volver a imponer por medio del miedo y de la conminación, la vuelta al silencio de las personas que han tomado la palabra. De hecho, se trata de aislar las revueltas y las futuras reivindicaciones. Es una máquina formidable para hacer presión mañana sobre cualquier movimiento contestatario que parta de las poblaciones surgidas de la inmigración. Así, ya no se analizará una revuelta como el resultado de la opresión vivida, sino como el resultado de una crisis identitaria que lleva al racismo antiblancos. Mañana se podrá analizar una huelga en una empresa que emplee a una mayoría de asalariados de aspecto musulmán (hoy hay «musulmanes de aspecto») como una maquinación antinacional, incluso antiblanca. Ya ocurrió en el pasado con Mauroy[12].
La tesis del racismo antiblancos
En el artículo de Fanon antes citado el autor insiste en la verdadera naturaleza del racismo que impide cualquier comparación con el famoso «racismo antiblancos». Para el autor, el racismo es una producción y una necesidad del sistema colonial. Es consustancial a la colonización. Lo mismo ocurre hoy en día: la tesis del racismo antiblancos emerge para ocultar el racismo real, que es un racismo sistémico, institucional, apoyado por el sistema social estatal. Y se ha hecho emerger el racismo antiblancos para ocultar esta dimensión que pone en tela de juicio el conjunto del sistema social. Afirmar la existencia de un racismo antiblancos hoy es hacer una analogía entre dos realidades que no son comparables en absoluto: por un lado, unos hechos individuales y aislados (en nuestros barrios se puede encontrar a un Mohamed que, hastiado, va a llamar a alguien «asqueroso blanco»); por otro, unos hechos sistémicos compactos, que se encuentran en el funcionamiento del mercado laboral, en las leyes de la República (¿qué es más sistémico que tener unos empleos reservados a los nacionales en la función pública, que poder ejercer o no el derecho al voto?). Poner al mismo nivel estos dos fenómenos, uno que tiene una dimensión individual y otro una dimensión sistémica, es llevar a las personas a posicionarse y a juzgar a partir de una experiencia muy pequeña («¡Sí, he oído a Mohamed insultar a un blanco!») y no a partir de una comprensión política del estado en el que se encuentra nuestra sociedad. Es particularmente grave el hecho de que una asociación antirracista o supuestos intelectuales o investigadores participen en la difusión de esta analogía. Eso quiere decir que la ponzoña está más extendida de lo que se quiere admitir y que actúa más allá de los círculos en los que normalmente se piensa.
No se trata de negar la realidad. Efectivamente, existe una degradación de las relaciones sociales en los barrios populares bajo el efecto de la pauperización y de la precarización generalizadas, a las que se añade la discriminación racista sistémica en el caso de ser una persona surgida de la inmigración. Por supuesto, una de las formas de esta degradación es la existencia de insultos como «galo», «asqueroso francés» o «asqueroso blanco», etc. Pero, ¿se puede concluir de ello que existe un racismo antiblancos? Hacerlo sería olvidar que el racismo como ideología siempre es el reflejo de una base material de dominación. En otras palabras, el racismo se ejerce sobre unas «minorías» para justificar las dominaciones que les afectan. Por supuesto, cuando hablamos de minoría es respecto a la relación con el poder de decisión económica, política, mediática, etc., y no solo desde un punto de vista cuantitativo. Por lo tanto, ¿dónde está en Francia el poder de los «negros», de los «árabes» y de los «musulmanes»? ¿Cuál es la dominación que tendrían que legitimar?
En otras palabras, el racismo es un sistema que tiene una dirección: desde el dominante hacia el dominado, de quien tiene poder hacia el excluido del poder, etc. Por supuesto, como en todas las dominaciones se desarrollan los efectos bumerán. Algunos de estos efectos son políticos y se traducen en acciones para acabar con el sistema de dominación, y otros son individuales y reactivos, y se contentan con invertir el orden de peyoración. Es lo que Malcolm X quiere decir cuando hablaba de «no inteligencia». De hecho, estas reacciones individuales se mueven en el discurso radicalizado producido por el racismo sistémico contentándose con invertir el orden. Además, por esa razón son incapaces de transformar la realidad que sigue estando marcada por el racismo sistémico, institucional y estatal. La confusión entre estos efectos bumerán y las causas reales, es decir, el racismo sistémico, es un disparate que consiste en eludir la base material de las ideologías y, por consiguiente, en despolitizar la cuestión para hacerla bascular hacia el campo abstracto de la moral. La inflación de significados que conoce el término «racismo» da testimonio de esta despolitización: unos dirigentes de derecha hablan de «racismo antirricos».
Nos encontramos, pues, ante un fenómeno que permite invalidar a la parte de la sociedad que padece la opresión más fuerte y que, en consecuencia, puede dar lugar a que aparezcan revueltas, reivindicaciones, luchas que entonces se podrán invalidar. Este es todo el sentido de la represión de las denuncias cuyo objetivo son los individuos más comprometidos en la toma de conciencia y las luchas. Con ello no estoy diciendo que a la AGRIF se le haya dado la orden de poner una denuncia. No hace falta. Los discursos gubernamentales simplemente hacen pasar el mensaje de que en adelante se autoriza a ir más lejos y a partir de entonces unos grupos pequeños pueden actuar porque de hecho hay autorización.
Lecciones que hay que sacar de los recientes acontecimientos
En este sentido y aunque no haya una relación directa, quiero llamar la atención sobre lo poco que hemos reaccionado colectivamente acerca de lo ocurrido en Marsella con gente romaní a pesar de que hemos asistido realmente al inicio de un pogromo. Los medios de difusión han exhibido a madres de familia magrebíes para mostrar que los propios magrebíes están contra la población romaní. Al hacerlo se nos está acostumbrando a que ya no sea necesario argumentar o explicar los motivos de las represiones. Desde el momento en que estas conciernen a determinadas poblaciones, la explicación está dada, se ha encontrado la excusa. En definitiva, se nos acostumbra a una banalización de la ley de excepción, del tratamiento de excepción. Y paralelamente, en lo que concierne a Mohamed o a Fátima se podría hacer lo mismo, porque sin lugar a dudas en su caso se considerará que detrás está el islamismo. Y además el objetivo de estos ataques es probarnos, saber si somos capaces de reaccionar, de construir respuestas. Cuando la estratagema que utiliza parece tener éxito, nuestras reacciones no están a la altura. Finalmente, añadiría para terminar cuatro elementos que me parece importante extraer de este contexto global. En primer lugar, no hay que contentarse con defenderse, lo peor es que estemos esperando constantemente ataques antes de poder reaccionar. Segundo, se ha planteado la cuestión de pasar a la ofensiva teniendo en cuenta al mismo tiempo los propios límites de nuestros barrios y de nuestras organizaciones, que siguen estando dispersas, ancladas en las esferas locales, incapaces de unirse aunque sea puntualmente en el preciso momento en que se necesitarían estrategias colectivas. En tercer lugar, no debemos limitarnos a lo jurídico aunque haya que invertir en esta esfera, porque lo jurídico nos confina a la defensiva. La verdadera cuestión es saber cómo seremos capaces de responder políticamente. Último punto a modo de conclusión: organizarse, organizarse y organizarse. Lejos de ser un leitmotiv, sigue siendo una necesidad imperiosa.
Fuente: Les Figures de la Domination (http://www.lesfiguresdeladomination.org/).
15 de mayo de 2013
[Traducido del francés para Boltxe kolektiboa por Beatriz Morales Bastos.]
Este texto se publicó inicialmente en http://www.reperes-antiracistes.org/. Y.M & A.V recogieron la intervención en París el 13 de octubre de 2012. Los epígrafes y las notas son de la redacción del blog. El autor ha revisado y completado el texto y las notas.
[1] Jean-François Copé, entonces secretario general de UMP, declaró en 2012: «Hay barrios en los que puedo comprender la exasperación de algunos de nuestros compatriotas, padres o madres de familia que vuelven del trabajo por la noche y se enteran de que a su hijo le han quitado la galleta de chocolate unos gamberros que le dicen que tienen hambre porque durante el día no comen durante el Ramadán. En Francia hay familias que viven en silencio su sufrimiento y a las que nadie habla más que estigmatizándolas y llamándolas de todo hasta el punto de que se ven obligadas a bajar la cabeza e irse lo más lejos posible a pesar de ser ciudadanos de la República francesa». (N. de la t.)
[2] ZEP: Zona de Expresión Popular, grupo de rap francés.
[3] Alianza General contra el Racismo y por el Respeto de la Identidad Francesa y Cristiana, fundada en 1984 en la esfera de influencia del tradicionalismo católico y cuyo presidente, Bernard Anthony, es exeuroparlamentario del Frente Nacional.
[4] Portavoz del PIR (Partido de los Indígenas de la República) denunciado por la AGRIF por haber utilizado la expresión » souchiens » [véase más abajo]. El juicio en Toulouse concluyó desestimando la denuncia. Durante el juicio de apelación, que se celebró el pasado 15 de octubre, la fiscalía de Toulouse (que está bajo la autoridad del ministro de Justicia) pidió la condena de Houria Bouteldja, un giro radical del ministerio público que en primera instancia había solicitado la absolución [» souchiens » es un neologismo irónico inventado por el PIR sobre el sustantivo » souche «, «origen» en francés, para designar a los » franceses de origen » blancos, de cultura cristiana. [N. de la t.]
[5] Las nuevas dragonadas (http://www.matxingunea.org/media/html/christine_delphy_nuevas_dragonadas.html).
[6] Karl Marx: Le 18 Brumaire de Louis Napoléon Bonaparte (1869), Paris, Gallimard, 1994, p. 176. En internet: http://www.matxingunea.org/dokumentua/el-dieciocho-brumario-de-luis-bonaparte/
[7] Frantz Fanon: «Racisme et Culture» (1956), en Pour la Révolution Africaine, París, La découverte, 2001, p. 44. [Traducción al castellano de Demetrio Aguilera Malta, Por la revolución africana, México, Fondo de Cultura Económica, 1965. N. de la t.]
[8] Idem, p. 47.
[9] Malcolm X: Entrevista de Young Socialist del 18 de enero de 1965, Malcom X parle aux jeunes, New York, Pathfinder, 2002, pp. 135-136.
[10] Malcom X; «Agir contre l’oppresseur commun», Malcom X parle aux jeunes, op.cit. , p. 62.
[11] Se refiere a la huelga general que tuvo lugar en la isla de Guadalupe que se inició el 20 de enero de 2009. Estuvo dirigida por una amplia coalición de sindicatos, la Lyannaj kont pwofitasyon (LKP), que significa en criollo «defiéndete contra la explotación». Esta huelga se extendió a otra isla, a Martinica, y más tarde a otra, la Reunión. Esta huelga general duró 44 días. En esta huelga se denunció el poder de los bekés, que son los descendientes de los primeros colonos que llegaron a estas islas y fueron los que se apoderaron de las tierras, constituyendo la casta de los grandes terratenientes. Actualmente son una minoría racsta que continúa con un sistema colonial disfrazado y tiene el monopolio de la economía de las Antillas, colonias francesas (oficialmente, departamentos franceses). [Nota de la t.]
[12] Durante las huelgas de los obreros inmigrantes de Talbot Poissy en 1984 el entonces primer ministro socialista Pierre Mauroy las trató de «ajenas a las realidades económicas y sociales de Francia», mientras que el entonces ministro del Interior, Gaston Deferre, les atribuyó los calificativos de «integristas» y de «chiíes». Véanse extractos del documental Douce France, la saga des beurs de Mogniss Abdallah http://www.youtube.com/watch?v=UpxJrxqe4y0. Véase también el artículo de Claude Chetcuti y Nicolas Hatzfeld: L’administration du travail et les conflits collectifs: Citroën et Talbot, p. 31 (travail-emploi. gouv.fr/IMG/pdf/ChetcutiHatzfeld.pdf).