No pocas «sagradas palabras» están contenidas en las mejores constituciones republicanas. Ninguna de ellas ha sido jamás aplicada en serio. Pero algunas han sido, en la práctica política de los estados, completamente vueltas del revés por las acciones de gobierno y por las leyes ordinarias (por ejemplo, por nuestras leyes sobre «seguridad»), si bien aún […]
No pocas «sagradas palabras» están contenidas en las mejores constituciones republicanas. Ninguna de ellas ha sido jamás aplicada en serio. Pero algunas han sido, en la práctica política de los estados, completamente vueltas del revés por las acciones de gobierno y por las leyes ordinarias (por ejemplo, por nuestras leyes sobre «seguridad»), si bien aún no han sido abrogadas formalmente mediante los prescriptivos procedimientos de revisión. En la Constitución italiana se proscribe el fascismo. Pero no también, explícitamente, el racismo. Porque los constituyentes consideraban, erróneamente, que el fascismo podía revivir sin cambios y el racismo no. Ocurre justamente lo contrario: el fascismo cambia de apariencia e instrumentos (monopolio mediático en lugar de porra) pero el racismo es «sempiterno», es el «árabe fénix» de todos los tiempos. Por ello la condena del racismo, actualmente redivivo, está inscrita en algunas de las nuevas constituciones latinoamericanas. Véase por ejemplo la de la República ecuatoriana. Transcribo el artículo 40: «Ningún ser humano será considerado ilegal por su condición de emigrante». El artículo 41: «No se aplicarán sanciones penales por entradas o permanencias (en nuestro país) en condiciones de irregularidad». El artículo 66: «Las personas extranjeras residentes en Ecuador tendrán derecho de voto si han residido el país durante un mínimo de cinco años». El artículo 66: Las personas extranjeras no podrán ser expulsadas a países en los cuales su vida, su libertad, su seguridad y su integridad se encuentren en peligro». El artículo 416: la república «repudia el racismo, la xenofobia y cualquier forma de discriminación. Propugna el principio de una ciudadanía universal, del derecho a la libertad de movimiento para todos los habitantes del planeta».
Cada uno de estos artículos puede ser encontrado, pero perfectamente vuelto del revés, en nuestra tristemente célebre ley 94, en nuestros, en nuestras «expulsiones» hacia un país «peligroso» para las personas como lo es Libia, a cuya pena de muerte han sido condenados setenta y tres eritreos tras la tragedia de la balsa neumática averiada durante largas semanas en el Mare Nostrum. Los constituyentes italianos de 1948 no podían prever en qué abismo podía llegar a precipitarse la patria de César Beccaria. No al mejor jefe de gobierno que jamás haya tenido Italia, metido hasta el cuello en todos los demás chanchullos) sino al peor ministro del Interior ¿se nos permitirá preguntarle qué piensa de aquellos artículos ecuatorianos? ¿Y de qué superior «civilización» puede alardear su Padania en relación con un país que, siempre según su constitución, ha prohibido (y ha puesto a continuación en práctica aquella norma) la presencia de bases militares extranjeras en su territorio? Pero a nuestro ministro le gustan las bases estadounidenses en Vicenza. No le gustan los extracomunitarios y los meridionales en Padania.
He hablado de las virtudes humanísticas y universalistas ensalzadas por una constitución latinoamericana. Puedo, en consecuencia, expresar una cierta crítica a los gobiernos progresistas de aquel subcontinente. Tengo la impresión, por haberme llegado noticia de un discurso de Evo Morales en España y por haber asistido a un encuentro de ecuatorianos en el Centro de congresos de Roma, convocado por embajadores y cónsules de aquel país, tengo la impresión, repito, de que aquellos gobiernos y diplomacias se inclinan a favor de (ilusorios) acuerdos «bilaterales» con cada uno de los países europeos y no tienen suficiente confianza en la lucha unitaria de los emigrantes, sea cual sea su procedencia. Y que estos países no estarán quizá ampliamente presentes en la gran manifestación antirracista del próximo 17 de octubre en Roma. Una discutible diplomacia les induce a decir que España es más acogedora que otros países europeos y, quizá, a tratar con Italia como si tuviese, en comparación con otros países, una mayor disponibilidad al diálogo.
No ven, estos gobiernos, que la división horizontal de los trabajadores, de los italianos respecto de los extranjeros, de algunos extranjeros que creen, ilusos, poder estar un peldaño por encima de otros extranjeros, es un método antiguo y probado de todos los «potentes», al igual que de nuestros padanos prepotentes. Requeriré en consecuencia de los ciudadanos de los países latinoamericanos progresistas que participen en masa, con los senegaleses, los marroquíes, los meridionales, y los orientales, en el gran cortejo pacífico del sábado en Roma, formado por emigrantes e italianos, por sindicatos y por partidos no homologados, contra el racismo y contra todas las discriminaciones, en nombre de los derechos universales y de los constitucionales y con la consigna de la unidad de todos los trabajadores, contra cualquier división que los castiga y ofende a todos
Por otra parte, el slogan que sobresalía en los folletos distribuidos en el Centro de Congresos y sobre la pantalla mural del documental informativo era «todos somos emigrantes» (1)1.
Yo habría querido añadir: es cierto, incluso las gentes itálicas han sido emigrantes, pero una parte hoy olvida su propio pasado o disculpa su propia mala conciencia colonialista culpabilizando, en cambio, a los eritreos, entregados a la muerte en el mar de Sicilia. Volvámonos hacia la sabiduría confuciana, que amonesta: «estudiando lo antiguo, se conoce lo nuevo». Pero, hablando con franqueza, debemos también hacer constar que echamos en falta aquel coro de vibrantes protestas que era de esperar, contra el gobierno italiano por parte de los embajadores de muchos países agredidos por nuestras bravuconadas racistas. Nadie pague la mordida a la mafia, que los honrados se rebelen y se unan en la rebelión
Annamaria Rivera, estudiosa apasionada de las emigraciones infelices y del racismo feroz, ha escrito que manifestarse por la libertad de imprenta y de información, para tener eficacia y poder contribuir a hacer caer este gobierno como consecuencia del furor del pueblo (no por conjuras palaciegas) debería ser concebido como el primer movimiento de un crescendo general que culminase (tras la huelga de la Fiom y de otras categorías de trabajadores y estudiantes) en la manifestación antirracista del 17 de octubre. En efecto, solo el antirracismo golpea en el corazón esta política del gobierno y por consiguiente, resume en sí misma la defensa del trabajo en general y la defensa de la libertad de información o de opinión, de la oposición no domesticada o no excluida por las líneas rojas o los cortafuegos del veto. Si tenemos dudas sobre ello, que se discuta públicamente, con la participación de los ilustres juristas que han expresado ya la plena solidaridad razonada y argumentada a la manifestación. Estos han identificado en la ley 94 un ejemplo flagrante de violación de derechos humanos universales, de principios sancionados por la Carta de Naciones Unidas y por nuestra constitución, una violación manifiesta, señalada incluso por diversos Tribunales de nuestro país
Entre las absurdidades enumeradas por el emigrante que presentaba la iniciativa a los periodistas italianos, están las condiciones en las que se encuentran muchos emigrantes a los que la crisis que nos embarga o el término de sus contratos somete al desempleo y a la búsqueda de un nuevo trabajo, tras una docena de años de permanencia y de actividad laboral ininterrumpida en Italia. Estos se convierten de improviso en clandestinos y, dado que una parte no despreciable de la opinión pública italiana identifica clandestinos y criminales, estos desgraciados son considerados delincuentes (y, si además, son musulmanes, potenciales terroristas). Si, cosa por completo absurda, fuesen verdaderamente criminales, el delito más grave, el de incitación a delinquir, ¿acaso no le sería imputable esto a nuestro gobierno que, con sus leyes liberticidas y con su cómplice solidaridad para con un sistema económico productor de crisis y de desempleo, obliga a convertirse en clandestinos a aquellos trabajadores extranjeros explotados durante decenios en provecho de las tasas de beneficio, e incluso de nuestro bienestar occidental, y con ellos hace convertirse en clandestinos, y, según un cierto, difuso, sentido común, en potenciales delincuentes también a sus hijos recién nacidos?
En la conferencia de prensa del 23 de septiembre estaba presente radio Vaticano pero no el Corriere Della Sera ni Reppublica, periódico batallador, este último, que evidentemente no se percata del vínculo existente que hace inseparables la libertad de imprenta y la libertad de trabajar o de buscar trabajo cuando se ha perdido, la libertad religiosa, de opción cultural, sexual, etc, pero sobre todo, la libertad de vivir y no morir ahogados en el Mediterráneo , la libertad respecto de los campos de concentración libios, lugares sin tutela , o de los así denominados Cie italianos, cárceles basadas en la doctrina Bush: ninguna vigilancia por parte de jueces togados, ninguna asistencia por parte de abogados dignos de confianza.
NOTA T.: (1) En castellano en el original.
Giuseppe Prestipino es un reconocido filósofo marxista italiano, veterano militante del extinguido PCI.
Traducción para www.sinpermiso.info : Joaquín Miras
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2832
Il Manifesto, 12 octubre 2009