Dicen no entender nada. Una parte de la juventud francesa, es definida por la sociedad «adulta» como «inmigrantes de tercera generación», expresión intrínsecamente racista puesto que son ciudadanía nacida y con nacionalidad francesa, tan franceses como la propia república. Pero se les denomina y trata como extraños, enemigos e incendiarios, para dejar claro que no […]
Dicen no entender nada. Una parte de la juventud francesa, es definida por la sociedad «adulta» como «inmigrantes de tercera generación», expresión intrínsecamente racista puesto que son ciudadanía nacida y con nacionalidad francesa, tan franceses como la propia república. Pero se les denomina y trata como extraños, enemigos e incendiarios, para dejar claro que no son la juventud francesa sino los «moros desteñidos y desarraigados», los hijos de una Francia bastarda, cuyos padres biológicos, por cierto, fueron y son quienes levantan materialmente la economía del país como peones industriales, trabajadores de la construcción, jornaleros agrícolas o empleadas de limpieza y hogar. Son una juventud a la que entre muchas otras cosas se le ha negado la identidad como franceses, otorgándole una identidad desviada, deteriorada y dejándole siempre claro que no tiene el pedigrí que tienen los caniches de las madame francesas, que son ciudadanía de segundo orden, y que independientemente de lo que hagan llevarán por siempre la etiqueta de inmigrantes, esa que les cuelgan la mayoría de la sociedad francesa que lleva menos tiempo que sus familias en el país y que se han dedicado a enriquecerse gracias a su trabajo, cuando no gracias a la privación de su derecho al trabajo. Los padres de la patria, quienes han vendido el discurso de la igualdad, libertad y fraternidad construida en base a un proceso progresivo e ininterrumpido de incremento de la desigualdad y la xenofobia, al desmantelamiento de las políticas de protección social y de la instalación del neoliberalismo en el paísŠ dicen no entender nada. Y en medio de su patética confusión, culpabilizan a las madres y padres de esos desarraigados sociales sin trabajo, sin expectativas de futuro, sin espíritu patriótico, por no haberles educado correctamente, e incluso por el hecho de haberles engendrado en una época de desarrollo económico, puesto que tuvieron demasiada descendencia para lo que las sociedades post-industriales requieren desde un punto de vista productivo, y hoy les convierte en una generación desperdiciada y condenada a la exclusión social. Frente al conflicto social, frente a la falta de reconocimiento del abandono que sufre la juventud marginada en el país, independientemente de su confesión religiosa o de su aconfesionalidad, o de cuando llegaron sus padres o abuelos, la reacción es culpabilizar y criminalizar a las víctimas y a sus familias y acabar con el problema a cañonazos, a golpe de porras, detenciones y mano dura, puesto que el problema ya no se define como la expresión de un grave error cometido olvidándose de las necesidades y demandas de esa parte tan importante de la juventud. Por el contrario se define como un problema de vandalismo, obcecación, delincuencia, etcétera, que siendo fruto de la desesperación, de la rabia, del sentimiento de impotencia se considera más bien como resultado de la incapacidad de integración social de los propios autores de estas reacciones y, que, por tanto, han de ser reprendidos, detenidos y paralizados para que se calmen esas manifesta- ciones de violencia y sigan acumulándose en ellos la frustración y el sentimiento de ser considerados como inferiores, como parias. Ya pueden ir tomando nota los responsables (por llamarles de alguna forma) del abandono de las políticas sociales juveniles en los países de Europa y del Mundo, puesto que la marginación encubierta en las sociedades es la que provoca las «maras» en Guate- mala o las revueltas en Francia y, estas, no son sino la punta del iceberg de lo que se nos avecina cuando condenamos a las personas, en este caso jóvenes, a una vida en la que no tienen nada que perder, porque nada han recibido de la sociedad adulta más que desprecio y olvido. Esperemos, al menos, que esta juventud que se asocia y organiza para protestar no esté manipulada por la misma sociedad adultocrática, por esas oscuras y poderosas manos que pretenden potenciar la discriminación y el racismo en la sociedad e impulsar políticas de control social y de privación de libertades y derechos conquistados, utilizándoles como chivos expiatorios y haciendo que sus protestas sirvan para hundirles aún más en la miseria. –