Durante la reciente presentación del nuevo Consejo Directivo de la recién recuperada empresa Yacimientos Petrolíferos Fiscales de Argentina (YPF), la Presidente Cristina Fernández enfrentó lo que se conoce como un «momento políticamente incómodo». De súbito se percató que entre los 17 miembros de este consejo que estaba por juramentar no había ninguna mujer. Cómo toda […]
Durante la reciente presentación del nuevo Consejo Directivo de la recién recuperada empresa Yacimientos Petrolíferos Fiscales de Argentina (YPF), la Presidente Cristina Fernández enfrentó lo que se conoce como un «momento políticamente incómodo». De súbito se percató que entre los 17 miembros de este consejo que estaba por juramentar no había ninguna mujer. Cómo toda una experimentada política, lejos de reconocer este error y/o comprometerse a rectificarse, tuvo la ocurrencia de justificar esta situación alegando que la industria petrolera es una cuestión de hombres.
Sus palabras fueron las siguientes: «En el directorio [de YPF] no hemos colocado a ninguna mujer, ahora que me doy cuenta….. , con todo respeto para todo el mundo , el petróleo es más de hombres .. a decir verdad. Hay que conocer un campo petrolero, estar en un campo petrolero, con esas temperaturas, hoy había temperaturas de 15 grados bajo cero. Es una tarea muy fuerte, difícil, por eso son tan duros… en general son duros todos en tareas extractivas, como los mineros, por el frío, por el viento». Por supuesto, a la presidenta argentina se le pasó un pequeño detalle: los miembros del Consejo Directivo de YPF no tienen que trabajar en los campos petroleros sino en oficinas cómodas y convenientemente climatizadas.
¿Un lapsus de la Presidenta argentina? Para quienes conocen el estilo de gobernar de este icono de la izquierda latinoamericana, estas declaraciones lejos de sorprender, tan solo reafirman la línea no feminista de su agenda de gobierno. Para comenzar, en su Gabinete de 22 puestos, apenas hay cuatro mujeres (una de las cuales es su cuñada Alicia Kirchner) y además gobierna actualmente con el apoyo de la Conferencia Episcopal de Argentina, gracias a sus declaraciones públicas y contundentes en contra de todas las formas de interrupción legal del embarazo.
Mujeres presidentas de gobiernos de derecha no actúan de forma muy diferente a como lo hace Cristina Fernández en cuanto al avance de la igualdad de género. Tomemos el caso de Laura Chinchilla, Presidenta de Costa Rica. En su gabinete de 23 miembros, solo 6 son mujeres, y entre sus principales planes para el fortalecimiento de las políticas públicas de Costa Rica se encuentra la negociación de un concordato con el Vaticano, para hacer más directa y fluida la relación entre la iglesia y el Estado en asuntos de políticas públicas, incluyendo las políticas de salud sexual y reproductiva de las mujeres costarricenses.
Por su parte, Angela Merkel, la primera mujer Canciller de Alemania, es una declarada anti-feminista. Cuando fue Ministra de la Mujer se pronunció contra la libre regulación del aborto y contra el establecimiento de cuotas femeninas para ocupar cargos directivos. Como Canciller no ha impulsado ni ha apoyado directamente ni una tan sola medida a favor de la igualdad sustantiva entre hombres y mujeres, y ha optado por políticas más conservadoras de apoyo a la mujer y a la maternidad/paternidad el aumento del subsidio económico para madres/padres que se dediquen al cuidado exclusivo de sus hijos/as en casa hasta los tres años de edad, en detrimento de los recursos destinados a las guarderías públicas, lo cual inevitablemente incidirá en una menor participación económica de las mujeres.
¿Significan estos ejemplos que las mujeres no pueden hacer la diferencia en la presidencia de un país? Por supuesto que no, las mujeres pueden hacer una diferencia en el poder político y existen muchos casos que lo evidencian.
Michelle Bachelet gobernó con el primer gabinete paritario de América Latina (10 hombres y 10 mujeres) y entre sus principales logros se encuentra haber impulsado una política estatal para la igualdad de género, que hizo que Chile avanzara en el Índice Global de Igualdad de Género de la posición 78 en 2006 a la posición 48 en 2010, es decir, 30 puestos en solo cuatro años.
Dilma Rousseff lo está tratando de hacer en Brasil. Aunque debe reconocerse que su gobierno está muy lejos de ser un gobierno paritario (solo hay 9 mujeres entre sus 37 ministros), ella ha declarado que el siglo XXI será el siglo de las mujeres en Brasil, y para comenzar a construirlo, ha nombrado como nueva Ministra de la Mujer a Eleonora Menicucci, una feminista de firmes convicciones, que no tiene problemas en declararse públicamente bisexual y de reconocer que tuvo que practicarse un aborto en dos ocasiones. La nueva ministra (que cuenta con el apoyo incondicional de la Presidenta) ha afirmado que el aborto es un problema de salud pública, que luchará porque en Brasil no se retroceda en materia de legislación sobre interrupción de embarazos (los grupos fundamentalistas quieres penalizar todas las formas de aborto, incluyendo el aborto terapéutico) y porque las políticas de la mujer lleguen a todas las mujeres brasileñas, no solo a las mujeres madres y heterosexuales.
¿Qué se puede concluir de lo anterior? Al menos tres cosas.
En primer lugar, una mujer en la presidencia o en cualquier instancia de poder no es necesariamente sinónimo de avances para las mujeres. Una mujer con poder puede poner ese poder en función del avance de otras mujeres o puede no hacerlo. Por ejemplo, es conocida la anécdota que protagonizó la Doctora María Isabel Rodríguez como parte de la comisión creada en marzo de 2009 por el entonces Presidente Electo Mauricio Funes para conformar su primer Gabinete del Cambio, y quién al ser cuestionada por la prensa del porque habían tan pocas mujeres en el mismo se limitó a decir que: «no había suficiente oferta de perfiles femeninos calificado para ocupar puestos en el gabinete». Dando a entender que en cambio, todos los hombres que entraron a formar parte de ese gabinete eran hombres con los perfiles profesionales, académicos y personales idóneos para los puestos, lo cual la realidad se ha encargado de desmentir.
Pero también una mujer en el poder, puede usar ese poder para promover retrocesos en la legislación y/o en las políticas para la igualdad de género, e incluso puede usar ese poder para ejercer violencia contra otras mujeres, sean o no sus adversarias políticas. ¿Cuántas mujeres diputadas de la actual Asamblea Legislativa de El Salvador apoyan (o se oponen) a la ratificación del Protocolo Facultativo de la CEDAW o apoyan sin reservas a cualquier mujer que sea víctimas de acoso sexual, laboral y/o político en el seno de sus partidos o del parlamento?
En segundo lugar, la sociedad salvadoreña necesita con urgencia a una mujer en la Presidencia de la República y un gabinete de gobierno paritario. Esto es importante para comenzar a desmontar en el imaginario colectivo salvadoreño la percepción acerca de que «el poder es cosa de hombres» y/o la creencia generalizada que «las mujeres tienen menos capacidad para la política que los hombres». Estos mitos solo podrán derribarse cuando más mujeres se desempeñen en cargos políticos del más alto nivel y le demuestren a la sociedad, en especial a las niñas y a las adolescentes, que el rol de las mujeres en la sociedad va más allá de ser princesas, reinas del hogar o heroínas de telenovela.
Y esto nos lleva a la tercera cuestión: es necesario que la mujer en la Presidencia (y las mujeres que la acompañen en un Gabinete de Gobierno paritario) tenga conciencia feminista. Tener conciencia feminista significa sobre todo, tener conciencia de ser parte de la mitad de la humanidad que históricamente ha sufrido discriminación y violencia machista, tanto en el espacio privado como en el espacio público. Esta conciencia implica, tener claridad de las causas estructurales e institucionales de la desigualdad y de la violencia de género, que determinan que ésta discriminación y la conciencia de que esta violencia y esta discriminación no desaparecerán por la simple voluntad o deseo de las mujeres afectadas de dejar de ser víctimas, sino que tienen que superarse usando el poder del Estado y de las políticas activas a favor de la igualdad
Sin embargo, tener una conciencia feminista no basta, es necesario actuar de forma coherente y consistente en base a esa conciencia, para evitar caer en contradicciones entre lo que se piensa sobre la igualdad de género y lo que se hace en materia de políticas públicas. ¿Una mujer como Ana Vilma de Escobar tendría esa coherencia? ¿Qué haría sobre el tema de los derechos humanos y laborales de las trabajadoras de las maquilas o de los clusters textiles? ¿Los defendería a toda costa (como lo hizo Victoria Marina de Avilés cuando era Ministra de Trabajo) u optaría por aprovechar su poder para imponer una mayor flexibilización y precariedad laboral de las mujeres para atraer más inversión extranjera directa en ese sector?. ¿Y qué se puede decir de las dirigentes feministas que se mencionan como opciones para una candidatura feminista a la Presidencia y que han sido cómplices por acción o por omisión de graves atropellos contra los derechos humanos y laborales de muchas mujeres salvadoreñas, que han sido despedidas o acosadas laboralmente por funcionarias y funcionarios de su partido político y/o de la organización social en la que militan, simplemente por no ser de «su confianza».
Para concluir estas reflexiones, me permito retomar las palabras de la Doctora Bárbara Stiegler (Fundación Friedrich Ebert, 2009) en su disertación sobre Género en el Poder: «El género en el poder no es neutral en términos de impacto, aunque el impacto político no puede inferirse directamente del sexo al que pertenezcan las mujeres o los hombres en el poder. Una política de género progresista no es un programa genético, más bien requiere el cumplimiento de algunas condiciones para que ésta sea puesta en práctica. No obstante, siempre existe un efecto simbólico de una mujer en el poder, ya que los estereotipos de género siguen teniendo un amplio alcance». Esperemos que la simbología y la práctica de la igualdad de género puedan conjugarse en una próxima candidatura presidencial femenina en El Salvador en el año 2014.
Julia Evelyn Martínez es economista feminista, profesora de la escuela de economía de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» (UCA) de El Salvador.
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