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Reino Unido: La guerra global contra las libertades civiles

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Dos proyectos legislativos, que se han puesto de actualidad como consecuencia de las actuaciones del Parlamento británico, sirven para ilustrar cómo se está aprovechando la guerra contra el terror para desmantelar todas aquellas libertades fundamentales que suponíamos ya seguras. Ambos criminalizan la libre expresión de ideas y ninguno resulta adecuado para hacer frente de forma eficaz al problema que pretenden combatir. Son tácticas oportunistas, características de un gobierno cuyas bravatas moralistas van en proporción inversa con la moralidad de su conducta.

Como consecuencia de las bombas que estallaron el 7 de julio en Londres, el gobierno laborista introdujo otro proyecto de ley anti-terrorista (el tercero en cinco años). Tan extremadas eran sus estipulaciones que incluso el habitualmente complaciente banco de miembros parlamentarios laboristas se rebeló. La propuesta que permitía a la policía detener, sin acusación alguna, a sospechosos de terrorismo hasta un máximo de 90 días pudo ser derrotada, aunque la medida de compromiso a la que se llegó permite 28 días de detención, lo que aún representa el doble del límite actual.

El proyecto contiene una cláusula insidiosa, incluso una vez enmendado, que crea un nuevo delito por «alentar el terrorismo» que prohibirá cualquier declaración que glorifique al terrorismo. Discursos, libros, películas, DVDs, CDs, páginas de internet, «las imágenes, así como las palabras, todo estará sujeto a la nueva prohibición», que se aplicará a «cualquier glorificación de actos terroristas específicos o actos de terrorismo en general, tanto si ocurrieron en el pasado o tuvieran lugar en el futuro, en cualquier época, y tanto si la glorificación era o no intencional o inadvertida. Aquellos que publiquen o repartan declaraciones ofensivas serán tan culpables como quienes las elaboran».

Dada la turbia definición que el gobierno hace del término terrorismo (el uso o amenaza de violencia con el propósito de propagar una causa política, religiosa o ideológica, ya sea en el Reino Unido o en el extranjero), la gama de manifestaciones que podrían en teoría verse afectadas por la nueva ley es alarmante: El apoyo verbal a la resistencia iraquí o a la intifada palestina; cualquier relato encomiando la campaña de bombardeos sionistas contra los británicos en la década de 1940; la defensa que Nelson Mandela hizo ante el tribunal sobre su derecho a utilizar la violencia contra el régimen del apartheid en la década de 1960; Un póster de Malcolm X con su eslogan «por cualquier medio necesario»; una camiseta con el Che Guevara; las celebraciones del centenario del nacimiento en 2007 de Ghagar Singh (el héroe nacional indio colgado por «terrorista» por los británicos); cualquier película, canción u obra de ficción que ofrezca un retrato compasivo de un kamikaze.

En realidad, los objetivos más probables de esa legislación son los extremistas musulmanes, los predicadores del odio que los medios británicos han puesto de relieve. La retórica desplegada por esas personas es repugnante, pero tienen los mismos derechos a recibir protección que otros discursos ofensivos, irresponsables o estúpidos. Si la ley es aprobada y los clérigos que alaban a los kamikazes son encarcelados, los musulmanes preguntarán con toda razón por qué no se acusa de la misma forman a aquéllos que «animan o glorifican el asesinato de sus correligionarios en Iraq y Palestina».

La nueva cláusula no va a añadir nada útil al arsenal con que ya cuenta la policía. La incitación al terrorismo es ya considerada un delito (incitación, que no glorificación, es un concepto legal que ya está consolidado y relativamente bien definido). En efecto, es probable que la ley no sirva más que para alentar a los extremistas, que podrán presentarse a sí mismos como mártires del doble rasero de Occidente. El gobierno conoce bien todo esto pero le trae sin cuidado. Están dispuestos a todo con tal de negar o ignorar la conexión entre la participación británica en la guerra de Iraq y la elección de Londres como objetivo. Al igual que se deduce claramente de las declaraciones hechas por quienes pusieron las bombas y la gente de su entorno, que lo que les impelió a llevar a cabo el asesinato masivo no fueron los sermones escuchados en una mequita sino lo que estaban viendo por televisión que sucedía.

Mientras el gobierno quita con una mano, ofrece algo con la otra, o eso le gustaría creer a la comunidad musulmana. En un intento de parar la hemorragia de votantes musulmanes distanciados por la guerra y los ataques contra las libertades civiles, el Nuevo Laborismo está apoyando, al mismo tiempo que su paquete anti-terrorista, un proyecto de ley que prohíba «la incitación al odio religioso». Con este propósito, se constituirá en delito pronunciar o publicar «declaraciones amenazantes, abusivas o insultantes (en cualquier medio de comunicación)» que pueda incitar al odio religioso. El delito se considerará cometido con independencia de la intención del presunto autor con tal que pueda demostrarse que el odio religioso se habría probablemente fomentado en cualquier circunstancia.

Aunque nadie tiene derecho a amenazar o maltratar a individuos a causa de su afiliación religiosa, la gente tiene derecho a criticar, incluso a burlarse y a insultar en todos y cada uno de los sistemas de creencias. La proposición de ley falla al hacer esa distinción esencial. Bajo sus disposiciones, será posible presentar una demanda acusando de forma inquietante a una gran variedad de libros o películas desde La edad de la razón de Tom Paine hasta La vida de Brian de Monty Phiton, los Versos satánicos de Salman Rushdie o la Biblia o incluso el Corán, ya que ambos contienen denuncias sobre los no creyentes. Los autoproclamados guardianes de la ortodoxia en cualquier fe podrían usar la legislación para acosar a los disidentes dentro de sus propias comunidades. Y no es difícil ver que podría utilizarse contra los críticos con Israel, que son acusados rutinariamente de fomentar el anti-semitismo.

Nadie debería subestimar el odio, violencia e injusticia vertidos contra los musulmanes en el Reino Unido. Están sometidos a ataques verbales y físicos. Sus mezquitas son destrozadas. Son acosados por la policía. Miembros de su comunidad son buscados, arrestados o detenidos de forma arbitraria. Su religión está siendo distorsionada y envilecida, no sólo por el ala derechista de la prensa que está contra los inmigrantes, sino también en órganos liberales. Toda la población musulmana está siendo habitualmente juzgada y considerada culpable antes de que se pruebe su inocencia; una y otra vez se pide a los musulmanes que manifiesten su voluntad de integrarse y su compromiso con los valores «británicos».

No es sorprendente, por tanto, que muchos componentes de la comunidad musulmana hayan dado la bienvenida al proyecto de ley del gobierno sobre el odio religioso. Sin embargo, eso no mitigará en nada su angustia. No logrará frenar a los entes más poderosos, que son quienes fomentan la islamofobia: el estado y los medios de comunicantes dominantes. No aumentará la seguridad de nadie ante los ataques de los intolerantes. Existe ya suficiente legislación en los textos jurídicos para permitir a la policía actuar contra cualquiera que amenace o acose a individuos por el único hecho de pertenecer a la fe musulmana o que ataque a los musulmanes como grupo. Lo que ha desaparecido en la mayoría de los casos es la voluntad de actuar bajo las premisas de la ley. Y lo que realmente se necesita para establecer la igualdad legal entre creyentes y no creyentes de cualquier signo es la abolición de las leyes sobre la blasfemia que protegen sólo al cristianismo – y la separación [del Estado] de la Iglesia de Inglaterra.

Esos proyectos de ley utilizan el pretexto de los traumas reales como consecuencia de los ataques terroristas y el odio religioso para restringir la libertad de opinión que hace que el gobierno se sienta de forma evidente tan molesto. No son más que intentos para controlar las apariencias, estratagemas mediante las cuales Blair y su gabinete tratan de evadir responsabilidades por la violencia y la intolerancia engendradas por sus propias políticas.

Mike Marqusee es el autor de «Wicked Messenger: Dylan in the 1960s y Redemption Song: Muhammed Ali and the Sixties». Puede contactarse con él a través de su página en internet: www.mikemarqusee.com

Texto original en inglés:

http://www.counterpunch.org/marqusee12192005.html