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Reino Unido: la revuelta lógica

Fuentes: Rebelión

Nous massacrerons les révoltes logiques (Machacaremos las revueltas lógicas) (Arthur Rimbaud) 1. La imaginación, sostenía Spinoza, funciona como un conjunto de conclusiones separado de sus premisas. De modo exquisítamente imaginario, esto es ideológico, es como se nos han presentado en los medios de comunicación las poco sorprendentes revueltas acontecidas estos últimos días en Inglaterra. Si […]

Nous massacrerons les révoltes logiques (Machacaremos las revueltas lógicas)

(Arthur Rimbaud)

1. La imaginación, sostenía Spinoza, funciona como un conjunto de conclusiones separado de sus premisas. De modo exquisítamente imaginario, esto es ideológico, es como se nos han presentado en los medios de comunicación las poco sorprendentes revueltas acontecidas estos últimos días en Inglaterra. Si se intentaban seguir los acontecimientos a través de las cadenas de televisión, la necia pregunta que más se oía era » ¿qué se siente ahora en Londres?». La respuesta lógica era «temor e inquietud», pero, en ningún caso se preguntaban los «periodistas» qué estaba pasando y por qué. Con esa lógica implacable que comparte la geometría con la imaginación y el delirio ideológico, se asociaban las imágenes de los jóvenes saqueadores encapuchados negros y blanco con las de viejos temores a las clases peligrosas, aquella hidra de muchas cabezas magistralmente descrita en el libro de Peter Linebaugh y Marcus Rediker. Los pobres eran así el fondo oscuro y necesario de una sociedad que se presenta como libre y próspera. Ese fondo oscuro empezó a moverse bajo los pies de la gente biempensante y a perturbar su equilibrio. Lo que ocurría sólo podía atribuirse a la falta de integración de las distintas comunidades «de color» y a otros exotismos en los que se reproponía como explicación de los acontecimientos la figura del temible Calibán shakespeariano, aunque este nuevo Calibán, en muchos de los individuos que lo encarnaban era «de color»….»blanco» y había participado en las revueltas estudiantiles masivas contra el saqueo de la educación pública acometido por el gobierno de Cameron. Para Cameron y las distintas derechas británicas o extranjeras, se trata de «crime», de delincuencia que hay que combatir con los medios más rigurosos, llenando aún más esos auténticos dispositivos del nuevo apartheid que son las cárceles. Sin embargo, la ola de saqueos y de enfrentamientos con la policía de los últimos días no es sino el revés de la violencia estructural que produce a la vez la pobreza y la «peligrosidad» de los pobres.

2. El Reino Unido fue, con el Chile de Pinochet y los Estados Unidos de Ronald Reagan uno de los primeros países en emprender la contrarrevolución neoliberal. Lo hicieron, como se sabe, desplegando formas más o menos aparatosas de violencia estatal contra los trabajadores y sus derechos. La más espectacular y sanguinaria fue, sin duda, la protagonizada por Augusto Pinochet Ugarte en Chile, que se saldó con miles de personas asesinadas por el ejército y la policía y centenares de miles de exilados. El mejor símbolo de la fraternidad entre los distintos procesos neoliberales, fue el «emocionante» encuentro entre Margaret Thatcher y Augusto Pinochet en Surrey en torno a una taza de té que selló definitivamente su amistad en tiempos difíciles para el anciano general. Las demás contrarrevoluciones neoliberales no fueron tampoco suaves: recuérdese la actuación paramilitar de la policia británica en el conflicto de los mineros o las brutales intervenciones de los distintos Estados del centro y de la periferia imperiales contra los derechos de los sindicatos y de los trabajadores en general. Los episodios iniciales de violencia que fundaron el orden actual formaban parte de una estrategia coherente de limitación -cuando no liquidación- de la democracia en unos países capitalistas donde las conquistas sociales del movimiento obrero -unidas a la nueva fuerza de los países del tercr mundo- ponían en peligro la tasa de ganancia del capital. Esta estrategia se describía en el famoso texto de la Comisión Trilateral elocuentemente titulado «La crisis de la democracia», donde Samuel Huntington -el mismo del «Choque de Civilizaciones»- sostenía que «El funcionamiento eficaz de un sistema político democrático requiere una determinada medida de apatía y de no participación por parte de ciertos individuos y grupos«. Sabemos de qué modo se obtuvo esa «apatía» y esa «no participación» en Chile y en el resto de América Latina. En los Estados Unidos, el Reino Unido y los demás países del centro capitalista, los medios fueron algo más sutiles, pero el resultado fue el mismo.

3. Desde los años 70, la historia del neoliberalismo ha seguido siendo la de la exclusión sistemática de las clases populares de toda decisión política efectiva. Es correlativamente la historia de la «crisis de la izquierda», debilitada por su incapacidad de mediación efectiva en favor de los intereses de los trabajadores en el nuevo marco social y económico postfordista. Esa exclusión cobró las dos formas descritas y preconizadas por Huntington: la apatía y la marginación. La apatía afectó sobre todo a las «clases medias» que dejaron de identificarse con las conquistas sociales de postguerra y -como les urgían a hacerlo los ideólogos neoliberales- situaron el centro de la «democracia» en el mercado. Para los demás grupos, se pusieron en marcha medidas de exclusión. Estas afectaron preferentemente a los jóvenes hijos de obreros cuyas perspectivas profesionales se hacían cada vez más precarias y a los inmigrantes cuyas posibilidades de «ascenso social» mediante el trabajo en las sociedades de acogida quedaron liquidadas por la supresión de las distintas medidas de protección social y de inserción y la introducción de la coacción al trabajo (workfare).

La combinación de estas políticas logró el objetivo de rebajar de manera efectiva el valor de la fuerza de trabajo aumentando la oferta de esta mercancía a unos precios de mercado cada vez más bajos y dividir a las clases trabajadoras entre los apáticos y los marginados. Los apáticos fueron representados por una izquierda «socialdemócrata» y «eurocomunista» y unos sindicatos que se convirtieron en pilares del nuevo régimen. Los marginados fueron objeto de medidas de exclusión y control cada vez más rigurosas. En una sociedad como la británica, pero también en otros países europeos como Francia, los marginados se identificaron en gran medida con los inmigrantes. Estas personas, procedentes de las antiguas colonias, han venido siendo objeto desde el bloqueo de su «ascenso social» en los años 70, de una auténtica política de marginación colonial en el interior de las propias metrópolis: concentración en guetos o ciudades dormitorio, control policial permanente, humillaciones racistas permanentes por parte del Estado etc. La divisoria entre trabajadores organizados, representados, con contratos estables y los cada vez más numerosos trabajadores precarios se articuló así con una frontera racial cuya gestión se basa en la rica experiencia de control y represión de los «indígenas» adquirida en ultramar por las viejas potencias europeas. Africanos, indios, antillanos y demás grupos de inmigrantes de las colonias obtenían así en la metrópoli un trato semejante al que tuvieran sus padres en los países colonizados. El espacio colonial se había trasladado con ellos a la metrópoli y englobaba ahora a una capa creciente de precarios «blancos». Como afirmaba en la BBC un popular y algo reaccionario historiador británico «los blancos se han vuelto negros».

4. La «paz» neoliberal logró, a pesar de todo, mantenerse gracias a la sustitución parcial del Estado del bienestar gestionado por el gasto público por una forma supletoria del Estado del bienestar representada por la renta financiera y el crédito fácil. El sector «apático», junto con el conjunto de las «clases medias» fue inicialmente el principal beneficiario de estas medidas, aunque, en cierto modo estas, a través de los «créditos basura» acabaron extendiéndose a los sectores más insolventes de la población. Experimentamos hoy la quiebra del sistema financiero causada por esta sustitución del gasto público por el crédito. Hoy día, ni los marginados ni los apáticos pueden contar con la renta financiera y aún menos con el gasto público para obtener condiciones de vida decentes: desde el punto de vista de la gestión de los equilibrios y consensos sociales, el capitalismo ha entrado en un callejón sin salida. Tanto en Inglaterra como en el resto de Europa y del mundo, el capitalismo ya no puede proponer a las clases populares un sistema de protección social y de bienestar; sólo les puede imponer por la violencia un trabajo precario en condiciones cada vez más degradadas. La respuesta pacífica del 15M y las respuestas violentas de Grecia o de los muchachos de Tottenham frente al saqueo capitalista son un mismo proceso en coyunturas políticas diferentes. Un grupo de jóvenes «antisistema» franceses, el colectivo Invisible escribió hace unos años un libro proféticamente titulado «La insurrección que llega«; hoy, la insurrección ya ha llegado y vive entre nosotros.  

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.