Traducido del francés para Rebelión por Caty R.
La «fortaleza Europa» está amenazada por la llegada de los «bárbaros», los refugiados que llegan de Oriente Próximo, y ha delegado en los «salvajes» países de su periferia, Rumanía, Bulgaria, Serbia, Croacia y Hungría, la tarea de defender sus fronteras. La lógica profunda de Schengen es la de esta muralla.
Recientemente los medios de comunicación rumanos han contado la anécdota según la cual dos emigrantes que pasaron de Serbia a Rumanía rompieron a llorar al darse cuenta de que no estaban en Hungría, sino que solo habían llegado a Rumanía. Para ellos eso era peor que quedarse en Serbia, porque debían pedir asilo en Rumanía, país no miembro del espacio Schengen, lo que reduciría considerablemente su libertad de circulación en Europa. Esta anécdota ha dañado profundamente los sentimientos patrióticos y ha suscitado la incredulidad de los medios de comunicación rumanos. Se percibe también un punto de envidia hacia Hungría, convertida en un destino más atractivo que nuestro país.
El hecho de que Rumanía no forme parte del espacio Schengen la ha alejado de la ola de refugiados que buscan asilo en Europa. Sin embargo es precisamente ahí donde reposa el dilema implícito que coloca al Gobierno rumano entre las llamas y las brasas. La UE intenta encontrar un mecanismo para imponer a todos los Estados miembros una cuota de acogida de refugiados que los reparta más o menos equitativamente en la Unión y el Gobierno rumano tiene la intención de utilizar esta situación para que le admitan antes en el espacio Schengen.
Porque si Rumanía entrase en el espacio Schengen se convertiría en un país de tránsito al nivel de Hungría. Sin embargo, al igual que en Hungría, nadie en Rumanía quiere a esos refugiados. El presidente y el vicepresidente rumanos han anunciado claramente que no podrían aceptar más de 1.750 refugiados y que cualquier paso ilegal de la frontera hacia los países del Schengen sería severamente castigado. Esta posición restrictiva se encuentra en la población: la mayoría de los rumanos consideran indeseables a los refugiados e incluso piensan que son una seria amenaza que conviene alejar. Todo esto en un país de donde han salido, por razones económicas, al menos cuatro millones de personas en los últimos 20 años.
Los bárbaros y los salvajes en las fronteras de la fortaleza
En la serie de cursos «Hay que defender la sociedad», impartidos por Michel Foucault en el Collège de France en 1975-76, que no han perdido vigencia, el filósofo establecía la distinción entre bárbaros y salvajes. Los bárbaros siempre se definen en función de su relación con la civilización. No se les puede domesticar ni integrar y siempre representan una amenaza. Conviene mantenerlos al otro lado de la frontera, porque si la cruzan invadirán el país y destruirán su civilización. El estado natural de las relaciones con los bárbaros es la guerra. Los salvajes simplemente son personas atrasadas, lo que solo es una fase de su evolución. Es posible disciplinarlos, amaestrarlos, educarlos y así guiarlos a la civilización. Incluso eso es lo que define a la civilización: la capacidad de amaestrar, educar e integrar a los salvajes. Los salvajes, por supuesto, permanecerán siempre en la posición de personas civilizadas inferiores, pero se les da la posibilidad de pertenecer, aunque sea de forma marginal, al mundo civilizado.
Esta distinción entre «bárbaros» y «salvajes» describe de maravilla la actitud actual de Occidente hacia los refugiados que llegan del mundo musulmán y de los países de la periferia de Europa, del este y del sur. En una retórica encendida y terrorífica, los refugiados son bárbaros a las puertas de la civilización europea y su objetivo es destruir y someter. Los países de la periferia europea son salvajes a los que conviene civilizar antes de concederles el estatuto de miembros de pleno derecho del mundo civilizado. Esto es así en particular para Rumanía y Bulgaria, así como para Croacia y Serbia.
«La fortaleza Europa reprende a los «salvajes» que no hacen bien su trabajo, a saber, mantener a los «bárbaros» lejos de sus fronteras». Según esta lógica, a pesar de sus métodos brutales y fascistas, la reacción húngara a la crisis no tiene nada de irracional ni de extrema. Responde perfectamente a las leyes y valores de la UE: guardar las fronteras a cualquier precio y mantener a la población indeseable a distancia. El Gobierno de Viktor Orbánno no deja de acusar a Serbia, y ahora a Rumanía, de permitir a los refugiados pasar con toda seguridad. Esa es su justificación para construir una barrera en la frontera, medida que ha calificado de «recuperación del control». Cuando los salvajes no hacen bien su trabajo, los miembros del mundo civilizado deben intervenir.
Schengen, un muro
El espacio Schengen funciona de manera semejante, aunque menos trágicamente y a otro nivel, para los habitantes de la Europa del este y el sur: como un muro. Aunque el sistema facilita la libre circulación de las personas dentro de sus fronteras, su objetivo más amplio es limitar la entrada y la libre circulación en Europa de las personas cuyos países no son miembros del espacio Schengen. Mantiene fuera de las fronteras a los países no miembros de la UE, es una estructura dual que establece una frontera entre las comunidades totalmente civilizadas y las que todavía no han llegado a ese nivel.
Ahí está todo el problema de la candidatura rumana al espacio Schengen. En el plano formal, Rumanía cumple todas las condiciones para ser miembro de Schengen, pero su candidatura se ha rechazado por razones políticas. Algunos Estados miembros, en particular Alemania, Francia y Holanda, se oponen a la integración de Rumanía y Bulgaria en el espacio Schengen por razones que no tienen nada que ver con las condiciones exigidas para dicha integración. Ya en 2010 la comisión Europea concluyó que Rumanía cumplía todas las obligaciones que le permitían convertirse en miembro de pleno derecho del espacio Schengen. Sin embargo finalmente le negaron ese estatuto hasta que resolviese sus problemas de corrupción y su sistema judicial funcionase totalmente según las reglas. No se trata de negar los problemas de corrupción de Rumanía, pero la retórica anticorrupción siempre se utiliza para disciplinar a estos países y garantizar su sumisión a la UE.
«La corrupción no tiene nada que ver con Schengen. Si así fuese, a Italia o Luxemburgo se les debería haber expulsado hace mucho tiempo de este régimen aduanero». La razón por la que se rechaza el acceso de Rumanía al espacio Schengen está relacionada con la lógica mencionada. Aunque en la práctica Rumanía disfruta de todos los derechos de Schengen, aparte del control de identidad en las fronteras, la UE teme un flujo incontrolado de gitanos de Rumanía y de ciudadanos de Moldavia, que no es miembro de la UE. Rumanía tiene el estatuto de país fronterizo de la UE y como tal tiene el deber de guardar las fronteras exteriores de la fortaleza. Y se espera que cumpla su papel de perro guardián. Hay que precisar que la seguridad de las fronteras orientales durante la fase de adhesión fue financiada por EADS (European Aeronotic Defence and Space Company), es decir, el grupo Airbus, la mayor multinacional de la aeronáutica europea y una de las mayores productoras de armas y de material espacial y militar. Como era de esperar, actualmente se está llevando a cabo una investigación sobre asuntos de corrupción durante el establecimiento de la seguridad de la frontera. La empresa ha sido acusada de sobornar a políticos locales.
El temor a un flujo incontrolable de rumanos y moldavos no es un argumento racional para mantener a este país fuera de Schengen. Numerosos analistas estiman que el acceso rumano estrictamente no cambiará nada y que simplemente habrá que repartir de otra forma la policía en las fronteras. La prohibición a Rumanía de entrar en el espacio Schengen funciona como una última palanca de control, una forma de recordarle que realmente no pertenece a Europa, pero dicha prohibición carece de fundamentos concretos, en cualquier caso los emigrantes prefieren a los países miembros del espacio Schengen.
¿El final del sistema fronterizo único?
Un chiste rumano afirma que cuando por fin sea miembro del espacio Schengen Rumanía dejará de existir. Estas últimas semanas, ese chiste parece más realista que nunca. Mientras los políticos rumanos intentan utilizar la crisis de los refugiados para forzar a la UE a aceptar a Rumanía en Schengen, sus reglas se hunden en toda Europa. De Hungría a Dinamarca, la libre circulación se ha sustituido por barreras, controles en las fronteras y en los campos de refugiados. Incluso Alemania, en general la primera que defiende la libre circulación de los bienes y personas en la UE, lo que contribuye a su superioridad económica, ha cerrado sus fronteras ante la afluencia de refugiados, y eso concierne a los países miembros de la UE y de Schengen. Todos los que están fuera de las nuevas reglas alemanas deben demostrar que cumplen las condiciones de libre circulación en la UE. Las reglas de Schengen se limitan por todas partes con el pretexto de una situación extraordinaria. Nuestra nueva realidad son los controles reforzados, los registros en las fronteras y el despliegue de policías y militares. Europa está sitiada y otra vez es necesario «proteger a la sociedad».
¿Qué queda de los objetivos iniciales del espacio Schengen? Continúa funcionando como un filtro para lo que el filósofo húngaro Gáspár Miklós Tamás denominaba «inmigración competitiva». Schengen sigue siendo una herramienta de selección entre la emigración económica «deseable» (la emigración de una mano de obra barata del este europeo que permite mantener a la baja el precio del trabajo) y la «indeseable», es decir, un gran número de personas en busca de ayuda y protección y por eso mismo excluidas de los criterios habituales de selección de mano de obra emigrante. El temor a las reacciones extremistas en Europa hacia los refugiados se basa en un racismo europeo inherente. Hay que añadir el miedo a que los nuevos emigrantes representen una amenaza económica, que vengan a tomar los empleos mal pagados habitualmente ocupados por los europeos del este. La lucha de clases se oculta siempre en todas partes.
«La hospitalidad rumana»
Ahí reside toda la ironía del acogimiento preparado por los rumanos a los refugiados que acogieron a cambio del acceso a Schengen. Se exigirá a los refugiados (llegando a obligarlos si es necesario) a servir de mano de obra barata para cubrir sus gastos de alojamiento y alimentación. En ese sentido, la hospitalidad rumana es prácticamente indisociable del trabajo forzoso.
Una película de la «Nueva Ola Rumana», rodada mucho antes de la crisis, describe de maravilla esta situación. Un vigilante nocturno en una pequeña ciudad rumana en la frontera con Hungría cae por casualidad sobre un refugiado kurdo que había cruzado la frontera con Serbia. El refugiado suplica que le ayude a entrar ilegalmente en Hungría para llegar más fácilmente a Alemania, donde podrá reunirse con su familia. El vigilante acepta de mala gana después de ver el fajo de billetes que el kurdo le ofrece a cambio del pasaje. Los preparativos del viaje llevan cierto tiempo, mientras tanto el vigilante explota al kurdo, que realiza para él diversos trabajos domésticos a cambio de alojamiento y escondite. Cuando por fin se aproxima el día del viaje, la película da a entender que el kurdo se liberará de su esclavitud. Solo falta una escena que ahora nos resulta fácil imaginar: el horror del refugiado cuando cruza la frontera y se da cuenta de que no está en Hungría, sino en Rumanía.
Traducido al francés por Chloé Billon