Desde hace varios días en las principales ciudades de Rumanía, numerosos ciudadanos han salido a protestar y decir que no pueden más. El estoicismo que tiende a habitar el corazón del rumano, como aceptación de un lógos universal, que se instala en el escepticismo de la población rumana. Sin embargo, en los últimos días, miles […]
Desde hace varios días en las principales ciudades de Rumanía, numerosos ciudadanos han salido a protestar y decir que no pueden más. El estoicismo que tiende a habitar el corazón del rumano, como aceptación de un lógos universal, que se instala en el escepticismo de la población rumana. Sin embargo, en los últimos días, miles de hombres, pensionistas y estudiantes, profesores y alumnos, han salido a las calles, exigiendo la dimisión del actual presidente Traian Băsescu y las consecuentes elecciones anticipadas. El estoicismo parece haberse ido de Rumanía y una ciudadanía activa llena las calles reclamando una nueva libertad.
Las manifestaciones comenzaron el jueves en respaldo al subsecretario de salud, Raed Arafat. El doctor rumano de origen palestino que ha mantenido un expediente brillante, se veía obligado a decir adiós a su cargo, al criticar el borrador de proyecto de ley de reforma de sanidad propuesta por el gobierno, que aboga por favorecer la privatización. Cuando el 06 de enero el Dr. Raed Arafat dijo en una entrevista que la nueva ley iba a destruir el sistema de salud. Basescu, un político poco dado a soportar las críticas, prefirió cortarle la cabeza… sin embargo esta vez, la guillotina no estaba tan afilada como él creía.
En la política, las reglas del juego parecen muy claras. La economía manda y el político obedece. La primera ficha de dominó es la crisis. La segunda, las medidas que ante eso el FMI aconseja encarecidamente a tomar, cuchillo en mano, a los países de la Unión Europea. Huelga decir que los más pobres, serán los más aconsejados. La última ficha de este juego es la población. La ciudadanía paga los platos rotos y así el sistema puede mantenerse. Sin embargo, parece ser que la ésta ficha se resiste a caer por momentos. El partido de tinte conservador que preside Traian Basescu (Partido Democrático Liberal) junto a su Primer Ministro Emil Boc, ha ido realizando una serie de recortes a la población, colmando el vaso el mes pasado, cuando ante la petición de mayores ajustes por parte del FMI, el Presidente del país anunció que el presupuesto estatal no podía hacerse cargo de los gastos de la seguridad social. Se anunció así un nuevo «tijeretazo» en el arrugado papel de la sociedad. Las protestas, movilizaciones y el malestar evidente de la sociedad, hicieron que el viernes 13 de enero, el presidente se viera obligado a anunciar la retirada del proyecto. Sin embargo numerosos rumanos continuaron sus protestas hasta el domingo 22 de enero exigiendo un cambio en el liderazgo del país. Las protestas llevadas a cabo en la capital, se han concentrado en la plaza de la Universidad, en el corazón de la ciudad. Desde hacía más de veinte años que la mítica plaza no había conocido movimientos de rebeldia tan importantes como los que vividos estos días. El sábado, los manifestantes ocuparon la avenida, lo que provocó la intervención de la policía, que culminó con la evacuación de la plaza a medianoche.
Lejos quedaban las palabras del actual Jefe del Estado, cuando en las últimas elecciones, haciendo alarde de su pretendido carisma, proclamaba la crisis económica y la amenaza del desempleo como único rival y aventuraba que si la crisis profundizaba con el consecuente incremento del desempleo, no dudaría en renunciar a presentarse a la reelección. La crisis aumentó, acompañado del desempleo y Basescu ganó las elecciones. Las palabras quedan recogidas en los medios de comunicación y por tanto, olvidadas de un día otro. Sin embargo, a veces las hemerotecas pueden servir para darnos toda una lección de demagogia política.
El domingo la violencia fue más intensa, sobre todo entre la Universidad y la plaza de la Unión, donde algunos manifestantes lanzaron piedras, petardos y otros objetos contundentes a la policía, se dañaron diversos bienes públicos y se rompieron algunos escaparates. La policía intervino de manera contundente con gases lacrimógenos, porras y cañones de agua. El lunes, bajo nuevos gritos de «abajo el dictador, abajo Basescu» la violencia se incrementó, con 59 manifestantes y diez gendarmes heridos. El 19 de enero aproximadamente seiscientas personas se han reunido en la plaza de la Universidad, mientras que unos siete mil (según diversos medios de comunicación) se han concentrado en el Arco de Triunfo participando del mitin del USL (Unión Social Liberal, una alianza de lo más «estrambótica» en términos ideológicos, entre los otros dos partidos mayoritarios, el partido social demócrata PSL, el partido de centro derecha de cuño liberal PNL y el partido conservador PC).
Cabe preguntarse por la movilización realizada y la situación que azota al país. Es más que evidente que algunos ciudadanos de Rumanía parecen haberse rebelado ante las normas del juego impuestas por la nueva idiosincrasia, cansados de políticas de ajustes y demás eufemismos, que en el fondo suponen recortes, recortes y más recortes. Ahora un incremento en el impuesto de matriculación, mañana una nuevo recorte salarial a los funcionarios, pasado… un país arruinado. Una de las medidas polémicas que ya provocó en su momento cierta movilización había sido llevada meses antes, con la pérdida de la asignación social a los antiguos revolucionarios. Cabe detenerse en la situación de Rumanía para ahondar más en su problemática idiosincrasia y el cansancio de su población. Tras 1989 y el final del comunismo, Rumania se ha ido construyendo conforme a las normas del capitalismo más atroz. Ya en 1990, todo ciudadano había pasado de tener un solo canal en la tele, a 40 canales. Si antes solo algunos privilegiados podían masticar chicles traídos de Serbia, se imponía un solo tipo de cigarro o el plátano se cotizaba como fruta exótica, ahora las marcas competían por un país que abría sus puertas al mercado, sin un Estado que la protegiera.
A día de hoy, Rumanía es un país donde un médico residente cobra 200 euros cuando empieza a trabajar en Rumanía (con 50 euros como «bonos» para comprar comida) y un profesor de secundaria lo mismo. Livia Fortan, por ejemplo, dejó de su trabajo de profesora de español en el Liceo Cervantes de Bucarest (el colegio de primaria y secundaria Bilingüe de Bucarest más antiguo y prestigioso de Rumanía) porque cobraba una cantidad irrisoria. Ahora no trabaja en su profesión pero cobra lo suficiente para llevar una vida digna. «La vocación desgraciadamente, no te llena el estomago». Por su parte Dumitru Musat, es uno de tantos médicos que dejó su país para poder trabajar en España. «Cogí a mi mujer y a mis dos hijos y vine para aquí. No quería hacerlo, pero en Rumanía no podíamos vivir».
El gobierno lanzó una guerra contra la ciudadanía, bajo la excusa de los requisitos exigidos por el FMI y la UE. Nadie sabe qué hacer con el dinero del FMI y la UE. En 1989, tras el final de Ceausescu, Rumania no tenía deuda externa, ahora ttiene una deuda externa pública y privada de casi 100 millones de euros, en comparación con un PIB de 120 millones de euros. El dinero prestado por el FMI no han mejorado la situación de la población y la ciudadanía considera que ha sido utilizado para incrementar el beneficio de los bancos extranjeros que han especulado con una en su hambre de bienestar, durante los años de auge económico. Al mismo tiempo, la aumentado la economía sumergida, estimada en más de 30 millones de euros y Rumania se ha constituido como el país que ganado el desgraciado título de ser el último país en infraestructuras europeas, apenas con 300 kilómetros de carreteras.
A pesar de eso, la mayoría de la población rumana no es la que está en las plazas de Rumanía. El escepticismo y el pesimismo sean un valor a añadir a la bandera tricolor rumana. Un país en el que los profesores, como los médicos «huyen» a otros países o simplemente renuncian a su profesión y mientras la sociedad rumana va acentuando su bipolarización entre ricos y pobres, al rumano medio «le duele Rumanía». Probablemente, si el lector preguntara a un rumano que trabaja en España dónde le gustaría vivir, le respondería que en Rumanía, si allí pudiera encontrar un trabajo que le permitiera vivir.
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