El rechazo francés al proyecto de constitución europea no ha sido una sorpresa para nadie ni abre tampoco la profunda crisis o el caos que arguyeron los defensores del SI. Los partidarios del NO cuentan en sus filas con los grupos mas dispares, pero igual ocurre con el SI. Y las razones que les asisten […]
El rechazo francés al proyecto de constitución europea no ha sido una sorpresa para nadie ni abre tampoco la profunda crisis o el caos que arguyeron los defensores del SI.
Los partidarios del NO cuentan en sus filas con los grupos mas dispares, pero igual ocurre con el SI. Y las razones que les asisten son igualmente diversas.
Jean Marie Le Pen, líder de la ultraderecha francesa intenta endilgarse el triunfo en solitario, pero es claro que su aporte es menor frente a una masa mayoritaria de socialistas, comunistas y grupos alternativos y opuestos a la globalización y al neo liberalismo.
Los argumentos del SI han sido defendidos desde la dirección de los grandes partidos y desde la misma oficina del presidente de la república. Todos los medios han sido utilizados, acallando un No que crecía por momentos, mientras con medios mucho más modestos los opositores al proyecto de constitución europea han logrado concitar el apoyo mayoritario de los jóvenes, las fuerzas sindicales y las disidencias de los partidos.
La vinculación inevitable entre este proyecto constitucional y la desastrosa administración de la derecha francesa en el poder no debe adjudicarse a la torpeza del presidente y sus ministros. Entre otras razones porque esa vinculación no es fruto del azar o de voluntad particular alguna. Obedece a la misma lógica de los acontecimientos y así ha sabido leerlo la ciudadanía gala: el espíritu del proyecto de constitución europea es el mismo que inspira la política neoliberal de Jacques Chirac. Los argumentos de quienes se le oponen enfatizan precisamente en ello señalando cómo los derechos de las mayorías consagrados en el proyecto no pasan de ser formulaciones retóricas que cualquiera suscribiría mientras los derechos del capital se convierten en precisas disposiciones que aseguran a los patrones seguir adelantando el lento pero inexorable desmantelamiento de un Estado del Bienestar que la mayoría desea conservar.
En la decisión mayoritaria de los franceses debe haber pesado mucho el temor de que tal constitución europea no haría otra cosa que dar un cheque en blanco para que a nivel continental se profundizaran las medidas impopulares que ya adelanta su propio gobierno.
La tan temida «crisis» no tendrá lugar, ni el caos apocalíptico anunciado por los defensores del SI va a ocurrir. Con su aire clerical y reposado, Pedro Solbes, ministro de economía de España y anterior responsable de las políticas económicas de la UE sostiene que en realidad la derrota del SI no va a traer molestias mayores. La burocracia de Bruselas seguirá funcionando como si nada hubiese ocurrido y con las normas actuales (Acuerdo de Niza) Europa continuará dando pasos hacia su «modernización» (es decir, hacia lo que muchos entienden como una «americanización» del capitalismo europeo).
Pero, si la realidad indica que aún sin la tal constitución el desmantelamiento del Estado del Bienestar seguirá su curso tratando de imitar el modelo de capitalismo estadounidense ¿por qué motivo tanto empeño y tanto riesgo por parte de los promotores del proyecto constitucional sometido a referendo? La única explicación posible sugiere que quienes están empeñados en «modernizar» así a Europa necesitan legitimar el proyecto. Sobre todo porque el debilitamiento del Estado del Bienestar ya ha desatado una dura oposición por todo el continente, ha llevado los partidos tradicionales a crisis muy profundas con perdida masiva de afiliados, divisiones internas y disminución de su capacidad real de convocatoria, ha despertado fuerzas de la derecha agazapada que vuelven por sus fueros (movimientos racistas, xenófobos o abiertamente neonazis), ha dado pábulo para el renacer de partidos comunistas (Francia, Portugal y Alemania, por ejemplo) y movimientos sociales contestatarios, no menos que de grupos de izquierda que abogan por una lucha social extraparlamentaria pero pacífica. La llamada crisis de la democracia representativa se manifiesta además en un alejamiento paulatino de la política, con una abstención preocupante que crece y que solo se ve rota en ocasiones como ésta cuando precisamente se trata de rechazar un proyecto que se entiende como neoliberal y antisocial, o como ocurrió anteriormente cuando se tenía que cerrar el paso a Le Pen (aunque demasiados eligieron tapándose las narices mientras depositaban su voto por la única alternativa viable: Jacques Chirac!).
Lo que se ha deteriorado ayer en Francia ha sido entonces la legitimidad de un proyecto constitucional ya de por si poco legítimo y no la idea misma de Europa, en manera alguna. Un suceso que va en la misma dirección que otro, ocurrido días antes en Alemania: la derrota electoral de Schröder en Wesfalia/Renania. Un varapalo que expresa el rechazo a la agenda de reformas del canciller. En Alemania, al igual que en Francia, las filas del socialismo se dividen y en las bases se acrecienta un sentimiento de frustración y rabia. No resulta entonces extraño que se empiece a hablar de abiertas divisiones y de la aparición de nuevos partidos que recojan las abandonadas banderas de la izquierda. Tampoco es por azar que los comunistas franceses salgan fortalecidos ni que en Alemania avance el PDS (el partido del socialismo democrático) heredero del Partido comunista de la RDA, a punto de convertirse en una fuerza decisiva en determinadas votaciones. El mismo Oscar Lafontaine, anterior ministro de Shröder y referente inevitable en el SPD ya ha anunciado que si el partido sigue por el rumbo de las «reformas» y no retoma su ideario socialista, él se retira y ofrece trabajar con los antiguos comunistas para la formación de una nueva fuerza política. A tal punto han llegado las cosas que se habla de rehacer la Gran Coalición entre el SPD y la CDU/CSU para «salvar a Alemania» como ocurrió hace años. Entonces, esa gran coalición expresaba el acuerdo entre el capital y el trabajo -el capitalismo renano- en su forma de Estado del Bienestar. ¿Qué expresaría ahora la alianza entre socialdemócratas y democristianos?
No habrá caos por el NO francés. Eso es seguro. Pero si habrá crecientes dificultades para legitimar una constitución que pone el carácter social y solidario del proyecto europeo en una segunda y muy rebajada línea mientras coloca el mayor énfasis en asegurar los beneficios del capital, seguramente inspirándose en el argumento falaz según el cual «si las cosas van bien para los capitalistas irán bien para todos».
En efecto, las políticas de Chicac y de Schröder han debilitado la capacidad de negociación de los asalariados y han disminuido su participación porcentual en la renta nacional mientras los beneficios de las empresas son más altos que nunca y los ingresos de los altos ejecutivos suben escandalosamente; Los derechos adquiridos por los trabajadores mediante el seguro de desempleo se reducen drásticamente al punto de confundirse muchas veces con medidas de simple beneficencia, mientras se rebajan los impuestos a los empresarios; Un líder sindical alemán decía (palabra más, palabra menos): «… si compro un kilo de margarina tengo que pagar 16% de iva; en cambio si negocio millones de euros en la bolsa, no pago un penique en impuestos»; Las empresas se ven favorecidas por millonarias ayudas del gobierno (unos fondos públicos a los que contribuyen siempre y de forma mayoritaria los asalariados) pero se «deslocalizan» en cuanto encuentran mano de obra más barata al este de Europa o en el Tercer Mundo, dejando su secuela de desempleo en el país.
A Schröder los trabajadores del mayor fortín de la socialdemocracia en Alemania le han dicho No. Y es bien probable que si el canciller alemán hubiese sometido el proyecto constitucional a referendo, los resultados hubiesen sido muy similares a los de Francia. Por otro lado, si Chirac, en lugar de someter el proyecto de constitución a referendo lo lleva al parlamento galo, el Si hubiese obtenido un 90% o más como ha ocurrido recientemente en Italia y Alemania.
Mejor la ha ido a Rodríguez Zapatero que ha conseguido un referendo aprobatorio, eso sí, con una muy baja participación ciudadana y en una atmósfera en donde el debate ha sido reemplazado por una propaganda oficial centrada en la exageración de las supuestas bondades del proyecto, la minimización de todos sus defectos y el mismo tono apocalíptico que anunciaba el fin de la civilización si la ciudadanía no acudía en masa a dar su apoyo al proyecto constitucional.
El proceso de «americanización» de Europa continuará con o sin constitución, eso es seguro. Pero el intento de darle legitimidad mediante una ley fundamental ha sufrido un golpe muy importante. Por supuesto, no todas las fuerzas que se oponen a este proyecto constitucional lo hacen por los mismos motivos progresistas que preponderan claramente en Francia. Pero para quienes desean construir una Europa diferente, sustentada en un Estado del Bienestar que mejore lo presente, las batallas de Francia y de Renania/Wesfalia constituyen dos hitos decisivos. Siempre es reconfortante constatar que quedan muchas personas que saben decir no cuando se precisa.