Las teorías económicas sobre los salarios han variado en el tiempo. En los orígenes del capitalismo Adam Smith, David Ricardo o Thomas Malthus lo asociaron simplemente al nivel medio necesario para la subsistencia del trabajador y su familia. J. B. Say consideraba a los salarios como remuneración debida a uno de los “factores de la producción”, pues las rentas correspondían a los terratenientes y las ganancias a los capitalistas.
Para Alfred Marshall el salario se determina por la “productividad marginal del trabajo”; mientras que para Gary Becker y Jacob Mincer depende del nivel de educación, capacitación y experiencia del trabajador, fruto de la inversión en “capital humano”. En contraste, George Akerlof y Joseph Stiglitz sostienen que las empresas pueden pagar salarios superiores al de mercado, para retener trabajadores, motivarlos y reducir la rotación, además de que un salario más alto aumenta la productividad. Pero, entre otros, John R. Commons está claro que los salarios no se determinan por el mercado, sino por un conjunto de factores como la acción sindical, los convenios colectivos, la cultura social, pues el salario está sujeto a las relaciones de poder.
Pero estas distintas versiones económicas, basadas en formulaciones teóricas a partir de los países con capitalismo avanzado, están lejos de las realidades de América Latina, con países en diversos niveles de capitalismo dependiente, con predominio de economías primario exportadoras, extendida población desocupada y subocupada, pobreza extrema y hegemonía de empresarios oligopólicos con cultura oligárquica, que concentran la riqueza al punto de convertir a la región en la más inequitativa del mundo. Por eso, desde los pioneros estructuralistas como Raúl Prebisch, Celso Furtado o Aníbal Pinto, los salarios bajos no son resultado del mercado sino de las estructuras de la desigualdad y la dependencia. En consecuencia, subir salarios estimula la demanda interna, promueve el desarrollo y mejora la distribución de los ingresos.
De igual manera, para diversos investigadores marxistas latinoamericanos clásicos, como Theotonio dos Santos, Ruy Mauro Marini, Ernesto Laclau o Aníbal Quijano, los bajos salarios reflejan una condición estructural del capitalismo dependiente, porque los trabajadores incluso reciben salarios por debajo del valor de su fuerza de trabajo, reproduciendo así la superexplotación laboral. Además, diversas instituciones internacionales como OIT, PNUD y sobre todo la CEPAL, entienden al salario como parte del derecho al trabajo decente y, por tanto, admiten un salario mínimo fruto de la negociación colectiva y la protección social del Estado, a fin de reducir la pobreza, de modo que no se busca solo eficiencia y productividad económica sino equidad con bienestar. La CEPAL y la OIT promueven “salarios sostenibles”.
Con la difusión del neoliberalismo en América Latina y de sus teóricos (Milton Friedman, entre los renombrados) a partir de los años 80 y 90, entró en acción el recetario del FMI, Banco Mundial y el “Consenso de Washington”. Renació la idea de que el salario cubre el “precio del trabajo” y, en forma correspondiente, debía regirse por el mercado, con lo cual despegaron la flexibilización laboral, la búsqueda empresarial por reducir “costos salariales”, y el objetivo de aumentar la “competitividad” y atraer inversiones. Dando un paso adelante, en el presente, el auge del libertarianismo anarcocapitalista entre economistas y empresarios, ha retomado las ideas fundadoras de autores como Murray Rothbard, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, para quienes el salario es el “precio del trabajo”, determinado exclusivamente por la libertad del mercado, en el que actúan la oferta y la demanda, de modo que toda intervención externa, como la del Estado o los sindicatos, distorsiona un mecanismo de “equilibrio natural”.
Hoy la fórmula que se ha consagrado es sostener que el salario debe nacer de las empresas, en función de la “productividad” y sin intervención del Estado. Las consecuencias económicas y sociales de esta perversa concepción se observan, con diversos grados, en los distintos países latinoamericanos que han aplicado estos supuestos mecanismos “técnicos”: aumenta la informalidad, crecen las brechas salariales, la pobreza se extiende, la riqueza aumenta y se reconcentra en los poderosos grupos económicos. En definitiva, en la región el neoliberalismo y ahora el libertarianismo anarcocapitalista, desconocen el derecho social y la trayectoria histórica de los derechos laborales, en los cuales ha quedado en claro que la subida de salarios no depende de las condiciones del mercado.
Por otro lado, Karl Marx (1818-1883) inauguró una compleja teoría sobre el salario y demostró dos asuntos fundidos como polos del mismo imán: el trabajo en el capitalismo pasa a ser una “mercancía”; mientras el salario solo paga la “fuerza de trabajo”, medida por el conjunto de bienes básicos para la supervivencia, pero no el “trabajo” realizado por los proletarios, esto es el conjunto de bienes creados y que llevan un “plusvalor” del cual se apropia el capitalista. De otra parte, en 1880 Karl Marx fue invitado a redactar el programa de la Federación del Partido de los Trabajadores Socialistas de Francia y los pormenores de esa participación los proporcionó Friedrich Engels: el propio Marx redactó los considerandos subrayando que “el obrero es libre sólo cuando es propietario de sus medios de trabajo”. Al discutirse los contenidos Marx se opuso, en forma insistente y tenaz, al punto 3 del programa que proponía un “salario mínimo”, pues consideraba que “esa estupidez del salario mínimo”, en medio de las leyes económicas, llevaría a un solo resultado: “el mínimo garantizado se convertiría en el máximo”. Estos episodios y el programa aludido están ampliamente desarrollados en el libro de Marcello Musto: Karl Marx 1881-1883. El último viaje del Moro.
Viéndolo a la distancia, Marx tuvo cierta razón. Y Ecuador ofrece el mejor ejemplo: el salario mínimo es de US$ 470 al mes, el cuarto más alto en América Latina. El empresariado considera que es “demasiado alto” pese a que el país está dolarizado y la canasta básica familiar asciende a US$ 819.77 dólares (septiembre/2025: https://t.ly/6F0IE). Proponen bajar los salarios o congelarlos varios años. Además, son muchos los que hacen alarde de que están pagando el salario “mínimo”, como dice la ley, y no suben un dólar más a sus trabajadores. También son muchos los que pagan menos. El salario, argumentan sus economistas, debe sujetarse al mercado y a la productividad. Como se ve, predomina la ignorancia sobre los salarios en América Latina y los fundamentos no solo económicos sino sociales e históricos para buscar en la región la “justicia social”, un concepto condenado por el presidente argentino Javier Milei.
El salario en América Latina es un componente para el sostenimiento de la vida de los trabajadores, un instrumento de redistribución de la riqueza, una herramienta para la justicia social y un elemento económico de dinamización de la economía, que acelera el progreso y promueve el desarrollo. No está sujeto a supuestas leyes del mercado. No solo es un ingreso para la vida digna, sino un derecho consagrado históricamente.
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