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Sarkozy, fin de reinado

Fuentes: Sin Permiso

,En medio de una crisis económica mayor, la más grave desde hace siete décadas, la derecha conservadora francesa se hunde en una profunda crisis política, social y moral. Las consecuencias de esta crisis son todavía difíciles de discernir, y más aun de preveer. Pero es muy probable que selle la suerte del efímero «reinado» de […]

,En medio de una crisis económica mayor, la más grave desde hace siete décadas, la derecha conservadora francesa se hunde en una profunda crisis política, social y moral. Las consecuencias de esta crisis son todavía difíciles de discernir, y más aun de preveer. Pero es muy probable que selle la suerte del efímero «reinado» de Nicolas Sarkozy.

El bloque hegemónico que llevó a Sarkozy a la presidencia en 2007, le acompaña actualmente en la caída estrepitosa de su prestigio. El presidente que pretendió ejercer su mandato como un «monarca republicano» termina con un rechazo inigualado por ningún presidente en la V República. Nadie cayó tan bajo ni tan rápidamente. Las encuestas más recientes le conceden apenas un 22 % de opiniones favorables. Sus tentativas de sacar brillo a sus blasones, erigiéndose en «caudillo militar» – reincorporación de Francia a la estructura militar de la OTAN, participación en la guerra de Afganistán, iniciativa de intervención bélica en Libia, etc. – no pueden hacer olvidar la nefasta política económica de su gobierno. Como resulta también difícil obviar el apoyo, la amistad y los negocios con las dictaduras árabes derrocadas recientemente por las sublevaciones populares. Ni tampoco la vieja tradición francesa de sostener las dictaduras del ex-imperio colonial. Cuando esta gente habla, pues, de «democracia» o de «derechos humanos», poco hay que lamentar y menos que llorar: solo queda reírse. Pocas veces en la historia europea, el cinismo, la arrogancia y el desprecio han asumido formas tan grotescas.

Se acumulan las promesas incumplidas, las mentiras y los escándalos de todo tipo (cinco o seis ministros o altos funcionarios obligados a dimitir y encausados por la justicia). Un tufillo de corrupción impregna a la derecha conservadora. Así, golpeado por los affaires, el «círculo cercano» del presidente se ha restringido al máximo. No se trata de un asunto de «competencias», sino de procesos penales en curso. Los secuaces que quedan no son precisamente los mejores, ni siquiera los más «honorables». Son más bien los cómplices de la deriva, en sus aspectos más negativos, de la República. No es casual que el partido gubernamental -la UMP- se vea atravesado por conflictos, disputas y divergencias sin precedentes. Así como algunos saltan del barco que se hunde, la «lepenización» de un sector se asume cada vez más sin tapujo alguno. A tal punto, que un núcleo «duro» de la UMP, con el nombre de «Derecha popular» (60 diputados) defiende posiciones políticas, fronterizas y/o inspiradas por el FN de Marine Le Pen, la nueva jefa del partido de extrema derecha. Huele a podrido en este fin de «reinado» de Sarkozy.

El desmantelamiento del Estado Social de Bienestar fue – y sigue siendo – el objetivo principal del sarkozismo. Inspirado en la ideología neoliberal de la fetichización del mercado, en detrimento de la igualdad y la justicia social, sus consecuencias se tradujeron en una verdadera catástrofe. Apenas tras cuatro años de gestión, amplios sectores de la población soportan diariamente el peso de las (contra)reformas que destruyeron (y destruyen) las conquistas de varias generaciones. El deterioro del nivel de vida, el aumento de las desigualdades y la pobreza, el desempleo de masas (la tasa oficial es 9,3 %, pero la real es más probable que ronde el 15 %, o sea, 5 millones de parados), son algunos de sus resultados. Estos datos no son consecuencia de una crisis ineluctable y exógena, pues la economía no funciona, como es sabido, obedeciendo a leyes naturales, eternas e inmutables. Es el producto de una estrategia económica que privilegia la acumulación de beneficios y la reproducción del sistema a costa del bienestar social. Las decisiones se toman a favor o en contra de un sector de la sociedad.

Derechas e izquierdas

Esa es la línea divisoria precisamente entre la izquierda y la derecha, que no son lo mismo, aunque a veces coincidan. Hay una frontera política e ideológica, al menos desde la Gran Revolución Francesa, que delimitó y separó la Montaña de la Gironda, o a Robespierre de Dantón. Esa distinción persiste, bajo otras formas adecuadas a los tiempos. Es aquella que separa a los que se ponen al servicio de los opresores de los que, por el contrario, se colocan del lado de los oprimidos, en sus antípodas.

El actual gobierno francés funciona en beneficio de las clases propietarias, de los opresores, en detrimento de las clases populares. Esa es la esencia del «sarkozismo». Con una diferencia que no deja de tener importancia. Si la vieja burguesía mantenía un cierto decoro, al menos en las apariencias, Sarkozy y su gente aparecen abiertamente como los servidores de los «ricos». Lo proclaman, lo muestran, rompen aquel «discreto encanto», falso por cierto, pero mistificador. Aparecen como una banda de aventureros, con alguna rara excepción. Esa es la derecha que hay que derrotar, en las calles y en las urnas.

Algunos sectores de la burguesía perciben que Francia (y Europa) está siendo conducida a un callejón sin salida. Al menos, sin salida a corto plazo. Que la explotación tiene sus límites y, desde abajo, se acumula la indignación que puede convertirse en revuelta, como en Grecia, España o Portugal. Resurge entonces el temor secular a las «clases peligrosas», ese espectro que planea en este país de revoluciones y contrarrevoluciones. Sarkozy agita ese temor, lo atiza, divide la sociedad entre «ganadores» y «perdedores» (los primeros son siempre aquellos que se enriquecen). Lo concentra en su odio visceral a Mayo 68 que, en su imaginario enajenado, funciona como una plaga a exterminar, un peligro siempre presente.

Sin embargo, sería injusto atribuir sólo a Sarkozy y a la derecha conservadora la totalidad del fracaso. La responsabilidad de la izquierda (otrora) reformista no es menor. Desde 1983, apenas dos años después de la victoria de François Mitterrand, la izquierda socialista se fue integrando en el sistema y sus instituciones. Se aprobaron leyes progresistas como la abolición de la pena de muerte, la generalización de la protección a la salud pública, el derecho a la jubilación a los 60 años, la baja de la TVA y muchas otras medidas en el mismo sentido. Durante la gestión de Lionel Jospin, como primer ministro de Jacques Chirac, se introdujeron las «35 horas» (iniciativa de Martine Aubry), el plan Empleo-Jóvenes, se legalizó la igualdad de sexos fuera del contrato matrimonial (PACS), etc. Todo ello es cierto y forma parte de un balance positivo. Pero al mismo tiempo, bajo la gestión de Jospin tuvo lugar una ola de privatizaciones sin precedentes: France Telecom, Thomson Multimedia, Air France, Aeroespacial Matra, así como el sector bancario y otros.

La dinámica que condujo a la actual situación fue compartida, al menos desde el fin de la Unión de la Izquierda (PS-PCF) en 1983. La gran esperanza de 1981 – quizá también una gran ilusión – dejó paso al «realismo», o sea, a la claudicación política. Las «101» proposiciones programáticas, cuyo eje ideológico y propagandístico eran «cambiar la vida» y la «ruptura» con el capitalismo, fueron siendo paulatinamente abandonadas. La socialdemocracia entró en la era del social-liberalismo rápidamente, curso que se acentuó en los años a seguir. Las elecciones presidenciales en 2002 dieron la sorpresa de la eliminación, en el primer turno, de la candidatura de Jospin. A la sorpresa le siguió un pánico generalizado. En el segundo turno quedaron enfrentados Chirac con Jean-Marie Le Pen. El pánico precipitó a toda la izquierda, con alguna rara excepción, a votar por Chirac, que obtuvo el 82 % de los votos.

¿A dónde va la izquierda?

El programa del PS es actualmente un proyecto social-liberal funcional al capitalismo.

¿Acaso no fueron todos, con sus diversos matices, artífices de todos los tratados europeos, desde el de Maastricht hasta el de Lisboa? ¿Quién se opuso a la construcción de una Europa neoliberal, ese Gran Mercado actualmente en bancarrota ? ¿Quién alertó que el pequeño grupo de Bruselas, monopolizando el Euro-moneda-única, terminaría por dictar la política económica, en detrimento de la soberanía nacional y de la soberanía popular, sustento de los principios republicanos y democráticos? ¿Quién denunció que una Europa sin timón político, sin unidad política, sin extensión de la democracia y la participación popular, quedaba en manos de las élites que controlan el capital financiero? Fueron pocos, muy pocos, los dirigentes y organizaciones que lo hicieron.

La nueva Gran Depresión en curso desde 2007-2008 , la mayor crisis económica y financiera mundial desde los años treinta del siglo pasado, – ha hecho evidente que el barco de la Euro-Europa se hunde. Los manotazos de ahogado de Sarkozy, tratando de evitar la debacle de Grecia (cuya responsabilidad recae sobre el capital financiero) son patéticos frente a una Alemania que tiene en sus manos el timón. La Unión Europea, que fue presentada como un gigante, aparece con sus pies de barro, frágiles y al desnudo. Y Grecia está próxima, pues la crisis que asola a España, Portugal e Italia (tercera economía de la zona euro) está también golpeando la puerta de Francia. «Socorro», grita el bombero pirómano. ¿Alguien le prestará atención que no sea para vituperarlo? Los males son visibles. El problema, como siempre, es la alternativa. En este fin de reino de Sarkozy, la debilidad y/o la ausencia de una alternativa creíble puede también tener consecuencias desastrosas. No sabemos, ni podemos prevenir su curso. Pero la historia enseña que si bien no hay crisis sin salida, ésta no siempre suele tomar el mejor de los caminos.

Cuando en 2005 una mayoría abrumadora dijo «No» al proyecto de constitución europea neoliberal, las élites gobernantes hicieron tabula rasa de la voluntad popular. Lo impusieron, apoyándose en maniobras y el control de su mayoría parlamentaria. También con la complicidad del Partido Socialista, principal fuerza de la oposición. Fue una verdadera estafa política y moral. Una mayoría de la dirección socialista se pronunció por el «Sí», a excepción de la minoría alrededor de Laurent Fabius, Jean-Luc Melanchon, Henri Emmanuelli y algunos otros. Así, un grupo minoritario se impuso a la voluntad de millones. Solo el PCF y la izquierda radical (LCR, LO), vale recordar, se pronunciaron claramente contra la Europa neo-liberal. En ese «No» se produjo una confluencia con el estado de animo profundo de las masas populares. Se dejó pasar entonces, probablemente, una oportunidad de oro para construir un gran frente de izquierda, una auténtica «izquierda a la izquierda» del PS, reagrupando las diversas corrientes que continúan proclamándose republicanas, anticapitalistas y socialistas. Porqué no se hizo, es otra cuestión.

Terminar con Sarkozy : una prioridad

La derecha se derrumba, pero resulta difícil vislumbrar una alternativa no sólo posible, sino realmente válida. La única fuerza importante de oposición al gobierno es el PS. Este se organiza con la perspectiva de ganar las elecciones presidenciales en abril 2012. Sus resultados electorales le permiten presentarse como el principal partido de oposición al «sarkozismo» y una eventual alternativa de cambio político. El hecho que el PS gane sistemáticamente las elecciones regionales, departamentales y cantonales, se refuerza con la reciente derrota de la derecha en las elecciones al Senado. En efecto, el Senado, esa institución arcaica y conservadora, cuyo origen se remonta a la Constitución termidoriana de 1795, ha pasado bajo control de una mayoría de izquierda, hecho inédito desde 1958. Su importancia, entre otras, reside en una manifestación síntomática del descontento de los electores, en particular de los representantes de las municipalides. La presidencia, segunda figura institucional de la V República, fue para el senador socialista Jean-Pierre Bel.

Las elecciones primarias para elegir el candidato socialista a las presidenciales de 2012 tuvieron lugar en este contexto. Quizá convenga recordar que se produjeron después que el «gran favorito» – , Dominique Strauss-Kahn, – fuera descalificado a causa de su escabrosa conducta en el hotel Sofitel de Nueva York. Eliminado así el que parecía el candidato «natural» para ganar las presidenciales, las primarias constituyeron un proceso excepcional. Seis candidatos se postularon : François Hollande, Martine Aubry, Ségolène Royal, Arnaud Montebourg, Manuel Valls y Jean-Michel Baylet (este último senador por el pequeño partido radical socialista, o sea, ni siquiera miembro del PS). En dos domingos consecutivos (el 9 y el 16 de octubre) una cantidad considerable de electores se movilizó para votar (más de 2,5 millones la primera vuelta, 3 millones la segunda). Todos los electores de izquierda podían participar. Las condiciones eran figurar en las listas electorales, firmar una adhesión a los «valores de la izquierda» y pagar un euro como contribución al gasto de escrutinio. El 6,5 % del cuerpo electoral francés expresó en esos dos días su preferencia.

El resultado es conocido. En el enfrentamiento final entre F. Hollande y M. Aubry, el primero resultó ganador (56,6 % contra 43,4 % de su rival). En el primer turno, A. Montebourg sorprendió (17,22 %) dejando muy atrás a S. Royal (6,81 %) y a M.Valls (5,64) y confirmó el ínfimo peso de J.-M. Baynet (0,65 %). Cualquiera que sea la valoración que se haga de estas primarias, los datos son significativos. En primer lugar, por la importancia de la participación, tanto en la elección misma como los millones de personas que siguieron los debates a través de la televisión y otros medios. Puede decirse que se produjo el despertar de un nuevo interés por la política. Eso es saludable. En cuanto a los debates en sí mismos, no pasaron de intercambios sin substancia. Ninguno de los pretendientes se pronunció abiertamente contra la Europa neo-liberal ni propuso un esbozo de alternativa al sistema. La palabra «socialismo» estuvo completamente ausente.

Sin embargo, el hecho fundamental fue la participación de esos millones de electores del «pueblo de izquierda». No se movilizaron para apoyar al PS, ni mucho menos al social-liberalismo. Aprovecharon la ocasión, como se dice, para hacer sonar las campanas, por un lado contra el gobierno, pero también probablemente como exigencia al PS. Que la derecha tuviera que salir apresuradamente a polemizar, luego de haber intentado minimizar y descalificar las primarias, lo indica claramente.

Las organizaciones de la izquierda al PS – el Frente de Izquierda (PCF, Partido de Izquierda y otras) – presentan a Jean-Luc Mélanchon como su candidato. Por ahora su movilización pasa casi desapercibida, aunque representa una posibilidad real, aunque sin mayores ilusiones, de presentar al electorado posiciones avanzadas que vayan más lejos que el híbrido proyecto esbozado por el PS. Sin una fuerza política y social importante a la izquierda del PS que cuestione el sistema, que afirme la ruptura con la Europa neo-liberal y sus secuelas, que se pronuncie claramente por un cambio radical, que restablezca la democracia cada vez más restringida, no habrá solución alguna.

Verdes, Ecologistas y el NPA siguen a la deriva. El NPA, en particular, perdió gran parte de su capital político encerrándose en una posición sectaria opuesta a toda política unitaria. La atracción que pudo tener en el momento de su fundación, lamentablemente se ha dilapidado. El daltonismo que impide diferenciar los colores y sus matices , y en política la identificación Derecha=PS, los ha conducido a un callejón quizá sin salida. La hemorragia permanente de su base y de cuadros militantes no augura un avenir prometedor.

El clima social es propicio para terminar con Sarkozy. Es una prioridad insoslayable, una cuestión de salud pública. El hecho paradójico que la movilización sindical y de masas no cobre fuerza, no es sorprendente. Durante años hubo huelgas, manifestaciones masivas, expresiones de todo tipo de resistencia y rechazo a la derecha conservadora. Las últimas fueron las grandes luchas, en 2010, contra la reforma del sistema de pensiones. Entre 8 y 10 millones de personas se movilizaron a lo largo del año. Las organizaciones sindicales mostraron una poderosa capacidad de movilización, muy superior a sus menguadas fuerzas. Existen y la gente responde cuando se identifica con la protesta. Pero la reforma pasó, aprobada por la mayoría parlamentaria en manos de la derecha. Lo mismo ocurrió con la ley universitaria en 2009, a pesar del rechazo total de estudiantes y profesores y el paro prácticamente de todas las universidades. Sin embargo, la ley se impuso y se aplica.

No es de extrañar, por lo tanto, que por ahora las clases populares de Francia estén a la expectativa, como inertes ante tantos golpes recibidos, a diferencia de lo que sucede en Grecia, España, Portugal o Italia. Pero no hay que confundir esta inercia aparente con resignación. La indignación también se esta generalizando en Francia. Puede transformarse en rabia y rebelión cuando menos se espere. Pero por ahora, lo que esta al orden del día es destronar a Sarkozy y pasar la aspiradora a la derecha conservadora. Es posible que este efímero «reinado» de Sarkozy termine en el oprobio, condenado como el más conservador y el peor gobierno que tuvo Francia desde 1945. La única garantía es la movilización generalizada en todos los sectores y bajo todas formas, en las calles y en las urnas. – París, 29 de octubre 2011.

Hugo Moreno, profesor de Ciencia Política en la universidad parisina de Saint Dennis, es miembro del Comité de Redacción de SinPermiso