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Cronopiando

Si llega tarde…

Fuentes: Rebelión

Sucesos como el protagonizado en estos días por un senador italiano confirman hasta qué punto la puntualidad, que todos celebramos como virtud, en ocasiones también puede ser considerada una perniciosa conducta. Gustavo Selva, senador italiano de la Alianza Nacional, dado que no llegaba a tiempo a un canal de televisión para una entrevista por lo […]

Sucesos como el protagonizado en estos días por un senador italiano confirman hasta qué punto la puntualidad, que todos celebramos como virtud, en ocasiones también puede ser considerada una perniciosa conducta.

Gustavo Selva, senador italiano de la Alianza Nacional, dado que no llegaba a tiempo a un canal de televisión para una entrevista por lo congestionadas que se encontraban las calles de Roma, fingió sentirse repentinamente enfermo y que una ambulancia pública lo trasladara de urgencia al… canal televisivo. Todo ello cuando, precisamente, el país vive inmerso en una polémica por el dinero que se llevan los políticos y los privilegios de que gozan, lo que a la supuesta iniquidad anterior sumaba el agravante de la inoportunidad.

Naturalmente, a tan escrupuloso amigo de la puntualidad, le han llovido las más acerbas críticas. Si Livia Turco, ministra de Sanidad, definía el hecho como «irresponsable e indigno» y los de la federalista Liga Norte lo tildaban de «gesto desconsiderado», aún más lejos han ido los parlamentarios de la coalición de centroizquierda La Unión al calificarlo de «incalificable». Calificaciones al margen, toda Italia ha tenido a bien dedicar un pensamiento al senador o a su augusta familia.

Y, sin embargo, nadie se ha molestado en ponderar en el honorable senador, que más que italiano merecería ser inglés, ese desenfrenado frenesí por la puntualidad, esa pasión por la honra de sus compromisos así sean con el tiempo, que le han llevado, incluso, a padecer un espasmo coronario en plena calle y posponer su recuperación para después de la entrevista.

No creo que sea necesario establecer comparaciones sobre cómo habría procedido un senador de otras latitudes en parecida tesitura, ni su derecho a no excusarse por no haber llamado por teléfono advirtiendo el atraso, lo que sería obvio cuando llegara si es que lo hacía, y ninguna importancia tendría de no hacerlo.

Al honorable senador Selva no le arredró el tráfico de Roma, ni las calles cerradas por la visita de Bush, y consciente de la importancia de responder a los compromisos que se adquieren y del valor de honrar la palabra empeñada, en lugar de pretextar un tapón o un control policial, como hubiera hecho cualquiera, tiró de su imaginación… y del erario público.

Aprovechando una repentina crisis respiratoria aguda, montó su urgencia en una ambulancia y, ululando su alarma por toda la ciudad, logró llegar a tiempo de emitir su opinión en el canal.

Y lejos de esconder su odisea como si fuera delito, la contó sin vergüenza ni rubor ante las cámaras, con todo lujo de detalles, todavía indignado por las vicisitudes que había tenido que pasar debido al caos en que se había convertido Roma y que lo habían obligado, incluso, a tener que pedir… una ambulancia. Se dice que hasta el camillero le permitió hacer sonar la sirena durante el trayecto.

Después se refirió al tema de moda en los medios de comunicación: los supuestos privilegios de la clase política y los altos funcionarios, para negar falacias semejantes y poner de manifiesto la puntualidad y rigor con que políticos como él aplican medidas y gastos, y aportan, sobre todo, ejemplos.

Tal vez sin proponérselo, el senador italiano también ha sentado un feliz precedente para todas las urgencias que en Italia o en el mundo corran el riesgo de no llegar a tiempo a sus citas: llamar a una ambulancia, eso sí…pública.