El llamado proceso de construcción europea está en crisis. En el diagnóstico, coincidimos todos; no así en las causas. Mientras algunos defienden que la razón del estancamiento actual hay que buscarla en el rechazo de Francia y Holanda al Tratado por el que se establece una constitución para Europa, para ELA, el no de estos […]
El llamado proceso de construcción europea está en crisis. En el diagnóstico, coincidimos todos; no así en las causas. Mientras algunos defienden que la razón del estancamiento actual hay que buscarla en el rechazo de Francia y Holanda al Tratado por el que se establece una constitución para Europa, para ELA, el no de estos países al Tratado, nuestro propio no, no es la razón de la crisis, sino su resultado.
La crisis de la UE, larvada durante años, es fruto de la orientación neoliberal del proceso de construcción europea, de la primacía del mercado sobre todas las cosas. El modelo social europeo ha sido el primer objetivo de esta ofensiva, y la clase trabajadora, la primera víctima.
Desmantelando el Estado de bienestar
Europa representaba, en el mundo, un ideal de desarrollo y progreso. Su modelo económico, a diferencia del capitalismo estadounidense, tenía una dimensión social. Sobre ese modelo se fundamentó el «Estado de bienestar», que se desarrolló a partir de la II Guerra Mundial.
Sin embargo, la irrupción, allá por los setenta, del pensamiento neoliberal, que consideraba como una carga intolerable el compromiso social del estado de bienestar, marca definitivamente el rumbo de la construcción europea.
Esta orientación se manifiesta en el Tratado de Maastricht, que dirige la acción pública a reducir la inflación, la deuda pública y la inestabilidad monetaria, mientras deja de lado parámetros como el empleo, la protección social o la fiscalidad. Luego, los criterios de Maastricht son asumidos y confirmados por el Pacto de Estabilidad. Más adelante, los acuerdos resultantes de las cumbres de Lisboa (2000), Barcelona (2002) y, más recientemente, el propio Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, ratifican el dominio del pensamiento y las recetas neoliberales. Es la política que impulsan la Comisión europea, el Consejo o Banco Central: primacía del libre mercado y la competitividad sobre el bienestar de la mayoría de la gente.
Mayor desigualdad
En otro plano, el avance del compromiso neoliberal de los estados de la Unión Europea va parejo al retroceso de su capacidad de acción política: reducción de los ingresos fiscales y su progresividad, recorte del gasto público, privatización de los servicios, desregulación y precarización de las relaciones laborales… Hay que señalar que nuestras instituciones más cercanas (diputaciones, y gobiernos de Iruñea y Gasteiz), son secuaces destacados de este compromiso neoliberal.
Asistimos, mientras tanto, al crecimiento espectacular de las rentas del capital y al estancamiento, cuando no retroceso, de los salarios, con su corolario de aumento de las desigualdades sociales.
La ofensiva contra el llamado modelo social europeo no amaina. Los casos más recientes (Directiva de Servicios o Directiva Bolkestein, el Reglamento Reach, o la revisión pendiente de la Directiva de tiempo de trabajo) ratifican el predominio de los intereses económicos de las empresas transnacionales, sobre los aspectos de carácter social, laboral o medioambiental.
El último episodio de esta larga lista lo constituye el «Libro Verde sobre la modernización del derecho laboral», presentado recientemente por la Comisión Europea. Su objetivo: la adaptación de la legislación laboral a las nuevas necesidades del mercado mediante la «conciliación de una creciente flexibilidad con la necesidad de ofrecer a todos un máximo de seguridad». Lo han llamado «flexiseguridad».
La iniciativa de la Comisión es, como poco, una ironía. En Euskal Herria tenemos sobredosis de flexibilidad: nuestra tasa de temporalidad supera el 29% y duplica la media europea; de seguridad andamos mucho peor ya que, a la precariedad en el trabajo se añade la manifiestamente insuficiente cobertura social.
El del «libro Verde» no es un planteamiento nuevo. Ya en la cumbre de Lisboa del año 2000 se hablaba de flexibilidad laboral, línea que se profundiza en la cumbre de Barcelona del 2002, en la que se señala la necesidad de «seguir prestando especial atención a la reformas de empleo y del mercado laboral»; a los sindicatos se len encomienda negociar con la patronal «la adaptabilidad de las empresas en aspectos tales como la negociación colectiva, moderación salarial, mejora de productividad, formación permanente, nuevas tecnologías y organización flexible del trabajo».
Crisis de un modelo
La crisis del proceso de construcción europea no admite dudas. En cuanto a sus causas, pienso que la principal es la orientación neoliberal de las políticas de la Unión. La cuestión prioritaria no es, por tanto, la de cómo reflotar el proyecto de Tratado, encallado en Francia y Holanda, sino la de cómo abordar, y corregir, las causas de fondo de la crisis: el carácter antidemocrático, neoliberal y antisocial del proyecto.
Es hora, por tanto, de que las políticas de la Unión Europea tengan una orientación social y democrática: recuperar el objetivo del «estado de bienestar», democratizar y acercar a la gente el funcionamiento de las instituciones, y tomar en consideración las realidades y las aspiraciones de los pueblos. Lo digo desde la convicción de que la construcción europea es hoy más necesaria que nunca: sólo esta Europa evitará ser arrastrada por la corriente de la globalización neoliberal y podrá proponer un modelo alternativo, acorde con las necesidades y aspiraciones de trabajadoras y trabajadores, y de la mayoría de la gente. –
Laura González de Txabarri es Responsable del Departamento Internacional del sindicato ELA