Hace rato vemos cómo la discusión alrededor del desarrollo de un modelo socio-económico y de un proyecto de país abarcador, que tome en consideración los sufrimientos de las masas en Puerto Rico y que esté cimentado en nuestra realidad particular y en relación a la de otros pueblos, brilla por su ausencia en el discurso […]
Hace rato vemos cómo la discusión alrededor del desarrollo de un modelo socio-económico y de un proyecto de país abarcador, que tome en consideración los sufrimientos de las masas en Puerto Rico y que esté cimentado en nuestra realidad particular y en relación a la de otros pueblos, brilla por su ausencia en el discurso político prevaleciente. Lo que sí está presente es un gobierno que continúa reduciendo presupuestos y recursos al sistema universitario público, institución que provee varios de los elementos necesarios para la constitución de una alternativa ante el desmoronamiento social.
El anuncio de la permutación de varias cuerdas de terreno de la Universidad de Puerto Rico con la aprobación de la ley 807 es sólo un paso más en un largo proceso de desmantelación. Sin embargo, cabe notar que esa ley va más allá de la universidad como tal ya que, como bien señalara John Fernández Van Cleve, esos terrenos eran utilizados para investigar maneras de afrontar una de las importantes dimensiones de la crisis mundial: la crisis alimentaria («El Fantasma de la Crisis Alimentaria», El Nuevo Día, 30 de junio del 2011). Y esto es en cuanto a lo que se considera «conocimiento científico» con relación a las ciencias naturales. A las ciencias sociales le va peor.
Hace unos años atrás la Revista de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico publicó un artículo titulado «¿Están irrelevantes las Ciencias Sociales?» (2007: 14-39) que trataba la relación entre el acervo intelectual desarrollado en la universidad y el curso de acción de los gobiernos del país. Su autor, el profesor Héctor Meléndez, indagaba sobre la desconexión que había entre la producción y desarrollo de conocimiento en las ciencias sociales y el trato gubernamental que se le daba a los asuntos sociales. Específicamente, Meléndez se preguntaba «si hoy existe verdadera solidaridad, de forma orgánica, entre esta producción de conocimiento y la vida social en general; si estas contribuciones universitarias están en la mente y la acción de la sociedad en general porque aportan al mejoramiento de la vida práctica, productiva, política o psicológica, y por tanto circulen a lo largo del tejido social». Concluía con un «no parece».
Para Meléndez en las universidades de investigación se da una gran contradicción entre la «lealtad hacia las compañías para las cuales se realiza investigaciones, que es donde está el dinero, versus servicio a la sociedad». Este reconocimiento de las tensiones que sufren las diversas disciplinas dentro de la universidad moderna es uno que el periodo neoliberal parece haber acentuado más que nunca.
La ciencia social de la economía es una que encaja de diversas maneras en la problemática que Meléndez plantea. Por ejemplo, cuando leemos o escuchamos a personas con grados en economía dando sus «análisis de expertos» tanto en Puerto Rico como en el resto del mundo, sabemos que en muchas ocasiones el dinero es el que manda (el reciente documental Inside Job contribuye a desnudar la supuesta cientificidad de una disciplina donde en realidad muchas de las publicaciones académicas son hechas como favores pagados para sustentar acciones que van en detrimento del bien social).
De manera más general, la disciplina económica, desde el triunfo de la economía política asociada con David Ricardo a comienzos del siglo 19, ha buscado defender y racionalizar el sistema de libre empresa «en lo que puede ser considerado como uno de los monumentos más impresionantes de pura ideología jamás construidos» (Rajani, Kanth, 1982). Aún su versión «progresista»-entiéndase keynesianismo- trabaja en nombre del capital. Utiliza el control, la regulación y el gasto como muletas para ayudar al capital cuando se sobre-extiende en su irracionalidad. Busca reavivar unas dinámicas inherentemente inestables que tienen como propiedad genética el tratar de remover obstáculos- entiéndase los mismos controles y regulaciones- en su búsqueda de más y más ganancias. En este caso particular, no nos pondríamos tristes si no existe la solidaridad entre la producción universitaria y la vida social. Como es bien sabido, en la universidad hay conocimientos y hay conocimientos.
Sin embargo queda claro que hay muchas contribuciones concretas desarrolladas en el seno de la universidad que proveen algunas de las piezas claves en la construcción de un nuevo andamiaje social-económico para el país y que han tenido como destino el olvido gracias a esa desconexión que subraya Meléndez. Por ejemplo, en el año 1993 la Editorial Cultural sacó al mercado un libro titulado «Nuevo Modelo Económico para Puerto Rico» escrito por el economista y catedrático de la UPR, René Marqués Velasco. En el mismo, el autor hace un trabajo comprensivo que busca identificar el potencial real de la isla en términos de una producción sustentable de bienes y servicios.
En el libro de Marqués hay cálculos relacionados con la extensión y calidad de terrenos para desarrollar una industria agrícola que contribuya a sustituir importaciones. Hay cálculos concernientes a recursos como el agua, y su fuente que es la lluvia, con miras a controlar la cantidad de agua que se pierde por la evapotranspiración para ser asignada a diversas ramas del plan agrícola propuesto. También hay secciones dedicadas a la industria manufacturera, al reciclaje y a las fuentes de crédito e incentivos. En fin, Marqués proveyó un modelo que, si bien no especifica relaciones sociales, nos brinda un marco general para el desarrollo de los distintos sectores que servirían de zapata para trascender el modelo obsoleto – al menos desde el punto de vista económico enfocado en crecimiento- que sufrimos hace casi cuatro décadas.
¿Y qué pasó con el libro? Aparte de algunas reseñas en revistas académicas y una que otra presentación, el libro, como muchos otros trabajos relevantes desarrollados en la Universidad, pasó al olvido. La evidencia más clara es que la agricultura ha sido un sector desatendido, y más ahora cuando la moda es hablar de la industria del conocimiento, industria que ha desplazado a la manufactura, de la misma manera que la manufactura desplazó a la agricultura. Como nos dice Meléndez, «cuestión importante es el grado de éxito que tenga la estrategia capitalista de economía del conocimiento, pues la misma es una máscara que simula desarrollo, sólida cultura productiva, primermundismo. Ofrece a Puerto Rico como una flamante mercancía en venta mientras se agudiza la crisis social» (Meléndez, 2007: 34).
No creemos que los aires de la crisis alimentaria o de la crisis general obliguen a éste u otros gobiernos a re-enfocar su visión, y mucho menos, a tomar acción. Lo vemos con el trato que se le ha dado al asunto del estatus, con la falta de propuestas comprensivas en cuanto a la economía, y también lo vemos en el lucro que derivan los políticos del saqueo del país, donde ya no importa si se pierden las próximas elecciones- lo importante para ellos es saquear lo más que se pueda mientras se esté en el poder ante una sociedad que se deshace. Es por eso que la lucha por sacarlos y por transformar el gobierno debe estar acompañada simultáneamente por el desarrollo de un polo alternativo e independiente que no dependa del paternalismo gubernamental.
El reconocimiento del abismo «entre sociedad y pensamiento sobre la sociedad» que nos plantea Meléndez (ibid: 33) es real, y se vuelve más real si nos limitamos a la política pública del gobierno como articulación de esa relación entre la sociedad y los que teorizan sobre ella. Decimos esto porque, si bien hay mucho conocimiento producido en la UPR orientado a remediar malestares a favor de las masas, existe una desconexión general entre los investigadores y el país que lleva a que no se trabajen las formas de lograr esos cambios bien intencionados, formas que deben existir en frentes de la lucha social que van más allá del partidismo tradicional y las elecciones. En otras palabras, es un conocimiento incompleto.
Si combinamos lo anterior con el reconocimiento de que el gobierno no sólo no hace nada por traer la Universidad a las necesidades del país, sino que, en el mejor de los casos, la pone al servicio de los intereses de los empresarios locales, queda clara la urgencia de rescatar y transformar la universidad dentro de la lucha más amplia de transformar y rescatar la sociedad. Eso sí, estamos seguros que, al igual que sucede con muchos otros tipos de conocimiento, el requerido para esta encomienda es uno que en gran parte es desarrollado fuera de las verjas de la Universidad.
Ian J. Seda Irizarry es estudiante graduado e instructor en el Departamento de Economía de la Universidad de Massachusetts y miembro de http://losexpatriados.blogspot.com/
Fuente: http://www.claridadpuertorico.com/content.html?news=43099D1209D7DD3A941EA91A7E4D052F