En Francia hay 750 zonas urbanas donde reinan la pobreza y la inseguridad. En ellas viven cinco millones de habitantes, la mayoría de los cuales no pueden votar. De las periferias de París, los motines de los enfurecidos jóvenes marginados se han ido extendiendo hasta alcanzar casi todas las grandes aglomeraciones de Francia. ¿Por qué […]
han ido extendiendo hasta alcanzar casi todas las grandes aglomeraciones de Francia. ¿Por qué tanta violencia en un país que parecía proponer al resto de Europa un modelo de integración para los inmigrantes y un ejemplo de tratamiento social de la pobreza? Sin duda porque los Gobiernos sucesivos no han querido ver la gravedad de los problemas de todo tipo -económicos, culturales, religiosos, sociales, étnicos- que se han ido acumulando, como en una olla a presión, en esos suburbios basura
cada vez más abandonados por los poderes públicos.
Zonas sensibles
Existen en Francia unas 750 zonas urbanas consideradas como sensibles, donde habita una población sobre todo de origen inmigrante y donde reinan la pobreza y la inseguridad. Barriadas muy degradadas, edificadas en la década de 1960, y en las que unos cinco millones de habitantes -de los 61 millones que tiene Francia- sobreviven en edificios de más de 9 plantas, calificados de ejemplo letal de barraquismo vertical.
Las clases medias han ido abandonando estos suburbios y ahí, como en nuevos guetos, se han concentrado las minorías étnicas visibles, o sea, la población magrebí y subsahariana. Y como los inmigrantes extracomunitarios no pueden votar si no adquieren la nacionalidad francesa, todas estas barriadas han sido olvidadas por los ediles locales, ya que no representan ninguna rentabilidad electoral. En muchas de ellas no queda ninguna representación del Estado. Los servicios públicos o semipúblicos -correos, comisarías, hospitales, colegios, cajas de ahorros, líneas de autobuses…- se han ido retirando como consecuencia de la política neoliberal de reducir los presupuestos públicos y el número de funcionarios. A menudo, muchos comercios privados -bares, supermercados, farmacias- han hecho lo mismo como consecuencia de la subida de la inseguridad.
Discriminación territorial
Y los honestos vecinos de esos suburbios, que ya debían soportar el racismo, tuvieron además que enfrentar la «discriminación de territorio». Si confesaban, respondiendo a una demanda laboral, que vivían en uno de esos barrios, no obtenían el puesto.
De tal manera que esos territorios se constituyeron poco a poco en «zonas sin ley», donde para sobrevivir muchos jóvenes en paro se dedicaron a la pequeña delincuencia, a la reventa de objetos robados, o al tráfico de drogas… Y en vivero ideal para grupos islamistas radicales que aquí reclutan voluntarios para distintos frentes -Afganistán, Cachemira, Chechenia, Irak-… Las autoridades, aunque no lo admitan, han preferido con cinismo cerrar los ojos durante años apostando que esta economía del delito mantendría la calma. En lugar de emprender una política de reconquista pacífica y social, el ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, decidió apostar por la represión, con la esperanza de seducir a los electores de la extrema derecha racista y xenófoba. Calificó, sin distinción, a los habitantes de esas barriadas de hampa bruta y declaró que iba a limpiar todo eso con «ácido puro». Grave error, que ha provocado esta primera rebelión nacional de los jóvenes pobres, marginados y discriminados. Lo cual recuerda las explosiones nihilistas de los barrios negros de Estados Unidos en los años 60 -en particular la de Watts, en Los Ángeles en agosto de 1965-. Como allí, en Francia estos motines sólo desaparecerán cuando el Gobierno lance por fin un verdadero plan Marshall para los suburbios.