Traducido para Rebelión por Marwan Perez.
Traducido para Rebelión por Marwan Perez.
Sin un final previsible a la vista, el bloqueo de Israel a Gaza no solo contraviene el derecho internacional, sino que además ha estado bajo el radar de las Naciones Unidas y los grupos de derechos humanos durante más de una década.
Israel dejó de renovar los visados de trabajo para el personal internacional de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, obligándoles a abandonar el país.
A Saeb Erekat, el histórico líder palestino que participó en los Acuerdos de Paz de Oslo, lo ingresaron el pasado domingo en el Hospital Hadassah Ein Karem de Jerusalén tras complicarse su infección por coronavirus. A sus 65 años y con un trasplante de pulmón, había motivos para pensar que su contagio –él mismo lo anunció el 9 de octubre, días después de haberse reunido con el presidente Abu Mazen, quien ha dado negativo en las pruebas por COVID-19– se complicara: su estado, según ha declarado su hija Dalal a la agencia oficial palestina Wafa, es crítico dado que ha contraído una neumonía que ha empeorado notablemente su salud.
Yitzhak Rabin nunca se convirtió en un pacificador, mantuvo su actitud de «guerrero» de recurrir abiertamente a la matanza masiva de civiles para cumplir sus objetivos políticos a lo largo de toda su carrera.
Israel ha contrarrestado su fracaso en ganarse a los estados europeos impulsando un cortejo por las naciones africanas, con más de un pequeño éxito. La afinidad natural de los gobiernos africanos con Palestina, basada en una historia compartida de colonización, ha experimentado una importante erosión en la medida que el estado sionista ha explotado los imperativos del desarrollo mediante incentivos militares y dependencia económica. Ramzy Baroud explica el aumento de la influencia de Israel en el continente africano.