Traducido por Juan Carlos Postigo Ríos
La frase es de esas que te hacen dar un bote en la silla: «Ya hubo una vez en la que cierto señor al principio parecía democrático y luego hizo lo que hizo». Palabras (y música) de Silvio Berlusconi, que establece otro récord: es el primer líder mundial que en la posguerra atribuye una licencia de democracia nada más y menos que a Hitler, quizás apunte al Guinness de los records. Con decenas de portavoces, seguidores fanáticos y camareros, Silvio Berlusconi ha sido en seguida protegido por un tupido velo de palabras.
Tan solo quería entrar en polémica con el presidente de Irán, no lo ha hecho adrede, no es malo, lo diseñan así, y todas las tonterías que se escuchan alrededor de las pintorescas exhibiciones del capo del governo. Pero las palabras permanecen, y aunque también los sabios saben que Hitler no fue democrático ni siquiera en la guardería, ni siquiera durante un momento de distracción, ni siquiera durante un nanosegundo y mucho menos «al principio», la última opinión pone su pequeño ladrillito en la construcción de la Historia revisada y corregida. Diréis: ¡se necesita algo más para el revisionismo histórico!, y de hecho hay mucho más. Hace apenas una semana, como quien dice, el mismo Berlusconi, a la pregunta: «¿Usted es antifascista?», respondió con un seco «Yo pienso en trabajar», una frase que dice mucho. Ahí está el ministro de Defensa con sus referencias a las elecciones de los republicanos de Salò. Ahí está el claro análisis histórico del alcalde de Roma, para quien el fascismo no era nada malo antes de distraerse por un momento y sancionar las leyes raciales (¡ups! se le escapó). Resumiendo, a Alemanno no le disgustaba para nada, el Puzzone (Apestoso), al menos «al principio». Exactamente, eso que dice Berlusconi del Führer, aquél famoso demócrata (al principio). Somos garantistas, no somos de los que piensan que tres indicios constituyen una prueba, pero no quisiéramos llegar al punto de que 50 indicios levantan un campo de exterminio. Y las señales son realmente tantas, demasiadas, para no alarmar a cualquier demócrata italiano. Las increíbles opiniones de Dell´Ultri sobre los libros de historia en las escuelas, que serán reescritos porque hay demasiada Resistenza. Los manifiestos en Roma con el mensaje «me da igual». El cruzado Borghezio en versión neonazi en Colonia. La señora Santanché, que implora la entrada en Forza Italia después de haberse referido al Ventennio. Los numerosos diputados abiertamente fascistas electos con las listas del PdL (Partito delle Libertà). Podría continuar con mucho más. No hay día en que la crónica no ofrezca las gestas de algún osado que lleva su ladrillito a la cantera del revisionismo. Manuela Clerici, de An (Alianza Nazionale), presidenta de Viareggio Versilia Congressi Spa, quiere retirar del palacio las lápidas conmemorativas de la masacre de Sant´Anna di Stazzema, además de intentarlo con sus propias manos después de que se negaran los dependientes. Otra crónica: el 20 de septiembre se celebra la Brecha de Porta Pia, y bien, uno piensa: decidme algo laico. Y sin embargo uno se encuentra en presencia de un conmovido recuerdo de los soldados papales que heroicamente defendían el Estado Pontificio. ¿Entonces, cuántos indicios se necesitan para constituir una prueba?. Es bastante evidente que en su sustancia ideológica, el aire cultural en que navega y prospera la derecha italiana vive con fastidio ciertas evidencias históricas. Piensa, y lo dice, que aquel cruel periodo de violencia e injusticia que fue el fascismo no es desechable del todo. ¿Por qué tanto rencor? A parte de las ganas de revancha de los perdedores, además, hay una cierta urgencia por revalorizar aquellos métodos: hombre fuerte, decisión, el duce siempre tiene razón, saludo al duce (los delantales, los izamientos de la bandera, ¿para cuándo los littoriali? (juegos culturales), ¿y el imperio?), un atractivo irresistible. En fin, un mediático igual al que se ve todas las noches en los telediarios Mediaset y en la propaganda gubernamental, unas ganas desenfrenadas de «hombre de la providencia», la tentación de ver en el equilibrio de los poderes de una democracia no una conquista, sino un molesto obstáculo. No es antifascista, pero piensa en trabajar. ¡Bravo!. Total, si los trenes no llegan a su hora, por no decir de los aviones, es culpa de los sindicatos. Nostalgia canalla.
Fuente: http://www.ilmanifesto.it/Quotidiano-archivio/23-Settembre-2008/art3.html