Escuchas telefónicas, imputaciones de corrupción, abucheos en actos multitudinarios, filtraciones periodísticas provenientes de los dirigentes del propio partido, divisiones internas en las votaciones en el Parlamento. Después del coletazo provocado por el ascenso del Frente Nacional de Marine Le Pen en las elecciones europeas de mayo último, el sistema político francés parece no hacer pie […]
Escuchas telefónicas, imputaciones de corrupción, abucheos en actos multitudinarios, filtraciones periodísticas provenientes de los dirigentes del propio partido, divisiones internas en las votaciones en el Parlamento. Después del coletazo provocado por el ascenso del Frente Nacional de Marine Le Pen en las elecciones europeas de mayo último, el sistema político francés parece no hacer pie y se agudiza la crisis de representatividad.
Mientras el ex presidente Nicolas Sarkozy pierde popularidad por denuncias de tráfico de influencias y financiamiento ilegal de sus campañas electorales, el actual mandatario François Hollande insiste en llevar a la práctica sus resistidas reformas y profundiza la caída de la imagen de su gestión.
El foco hoy parece estar puesto en Sarkozy. Muchos esperaban la confirmación (o no) de su regreso a la vida política activa, cuya decisión iba a ser anunciada a fines del verano europeo. Pero los contraataques contra su eventual retorno no tardaron en llegar. El 1º de julio, el ex presidente fue detenido durante 15 horas para declarar por los presuntos delitos de tráfico de influencias y violación del secreto de instrucción. El día anterior habían pasado por una circunstancia similar su abogado Thierry Herzog y dos jueces del Tribunal Supremo.
Si bien llueven denuncias sobre Sarkozy desde su salida del poder, la causa que lo llevó -de forma temporaria pero sorpresiva- a la comisaría está ligada a la investigación por la supuesta financiación ilegal de su campaña electoral en 2007, por medio de las contribuciones del ese momento presidente libio Muammar Gaddafi.
Los escándalos judiciales no terminaron allí para el líder conservador. Dos semanas más tarde, el diario Le Monde difundió una serie de escuchas telefónicas ordenadas por la justicia que complican aún más la situación de Sarkozy. Las llamadas entre el ex mandatario y su abogado revelan la intención de ascender al magistrado Gilbert Azibert al cargo que aspiraba en Mónaco, a cambio de filtraciones sobre las instrucciones que pesan sobre Sarkozy. Son conversaciones realizadas desde el teléfono que habitualmente utilizaba, pero también desde otro que compró luego con seudónimo. «Llámale y dile que me ocuparé porque voy a Mónaco y veré al príncipe», prometía Sarkozy en uno de los diálogos. El ex jefe de Estado, Herzog y Azibert están imputados.
La orilla que se abisma
Los escándalos comenzaron a mellar la imagen de Sarkozy. Los sondeos dan cuenta de que su popularidad cayó siete puntos en el último mes. Una encuesta del semanario Le Point revela que el ex jefe de Estado entre 2007 y 2012 suma el apoyo del 33% de los franceses, lo que representa su nivel mínimo desde su derrota electoral contra Hollande y una baja de trece puntos entre mayo y julio.
Otro sondeo, realizado por la consultora BVA, indica que casi dos tercios de los franceses no quieren que Sarkozy se presente a la elección presidencial de 2017, aunque la mayoría estima (70%) que igualmente será candidato. De todos modos, un dato clave es que el 62% de los simpatizantes de derecha tienen una imagen favorable del esposo de Carla Bruni y esa tendencia trepa al 78% entre los simpatizantes de la UMP, el partido que fundó en 2002 junto a Alain Juppé.
No es extraño, entonces, que muchos miren puertas adentro de esa fuerza conservadora para explicar el derrotero de Sarkozy. Luego de la dimisión de Jean-François Copé en junio, el partido quedó en manos de un triunvirato de peso hasta que en octubre o noviembre un congreso interno designe al nuevo titular. Con equipos individuales y poca comunicación interna, tres ex ministros gobiernan la UMP: Alain Juppé, François Fillon y Jean-Pierre Raffarin. Los principales analistas políticos franceses dan cuenta de las guerras cruzadas entre los líderes conservadores, la unión transitoria que articularon para provocar el declive de Copé y la poco disimulada felicidad ante las complicaciones de Sarkozy, el principal rival interno.
Así y todo, el socialismo tiene poco para festejar. Sarkozy aún se encuentra por arriba de Hollande, quien subió dos puntos en el último mes para alcanzar el 20%. Pero son cifras muy preocupantes para el PS. El director de estudios políticos de BVA, Eric Bonnet, explicó que los exiguos índices de popularidad de Hollande radican en el aumento de las tasas de desocupación y en el posicionamiento «socialdemócrata» o «social-liberal» del mandatario. «Aunque los franceses no detestan a Hollande, parece que no lo consideran a la altura de su función», sostiene Bonnet. Sin embargo, el presidente dejó en claro que no habrá cambio de rumbo, pese a las críticas de los sindicatos y del ala izquierda del PS a su plan de rebajas de impuestos a las empresas y de congelamiento de las pensiones. «Haré las reformas hasta el último minuto de mi presidencia», insistió.
Fuente original: http://www.revistadebate.com.ar/?p=6551