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Un hipócrita y cínico acuerdo de paz y el megapacto de armamento Ucrania-EE.UU

Ucrania, el mercado de la muerte

Fuentes: Rebelión

Según el Financial Times, en la última cumbre Trump, líderes europeos y Zelenski, Ucrania se ha comprometido a comprar armas estadounidenses por 100.000 millones de dólares, financiadas por Europa, como contrapartida para obtener garantías de seguridad de EE.UU. tras una eventual tregua con Rusia. Además, se prevé un acuerdo paralelo de 50.000 millones para producir drones en colaboración con empresas ucranianas.

En la oscura genealogía del capitalismo, la guerra no ha sido jamás una aberración, sino su más fiel compañera. El reciente acuerdo revelado por Financial Times —que compromete a Ucrania a comprar armas estadounidenses por valor de 100.000 millones de dólares financiadas por Europa, a cambio de garantías de seguridad— no es una anomalía geopolítica, sino la expresión terminal de una lógica que ha recorrido siglos: la guerra como motor de acumulación capitalista.

La mutación del capital: de la fábrica al campo de batalla

Desde los días de la acumulación originaria —cuando el capitalismo se gestó en la sangre de las colonias y el tráfico de esclavos— hasta la era de los drones y los misiles teledirigidos, la guerra ha sido el laboratorio más rentable de la innovación capitalista. El acuerdo Ucrania-EE.UU. no hace sino actualizar esta ancestral relación: Europa financia, Ucrania consume, EE.UU. produce. Un trípode perfecto donde el sacrificio humano se convierte en variable contable.

La «garantía de seguridad» prometida por Washington no es un acto de generosidad geopolítica, sino la firma de un pagaré a futuro. Como en los viejos tiempos de las concesiones coloniales, se exige un tributo: 100.000 millones en armamento, más otros 50.000 en la producción conjunta de drones. El lenguaje técnico de las «cooperaciones estratégicas» no puede ocultar lo que es, en esencia, un saqueo institucionalizado.

Europa: el banquero de la catástrofe

El papel de Europa en este pacto revela su degradación de supuesto actor geopolítico a mero gestor financiero del apocalipsis. Al asumir el costo de este arsenal letal, los gobiernos europeos no solo abdican de su soberanía estratégica —volviendo a depender del complejo militar-industrial estadounidense— sino que convierten a sus ciudadanos en contribuyentes involuntarios de una guerra ajena.

Esta dinámica recuerda peligrosamente los créditos forzados de las guerras napoleónicas o las reparaciones que sangraron a Alemania tras la Primera Guerra Mundial. La diferencia es que ahora el saqueo no llega tras la derrota, sino que se negocia mientras los cadáveres aún calientan en los campos de batalla.

La nueva morfología del imperialismo

Lo más perturbador del acuerdo es su naturaleza posmoderna. No se trata de conquistar territorios, sino de colonizar la capacidad de autodeterminación. Ucrania obtiene «seguridad» a cambio de convertirse en cliente cautivo del complejo militar-industrial estadounidense. Un protectorado con factura.

Los 50.000 millones adicionales para la producción de drones con empresas ucranias representan la última mutación del imperialismo: la subcontratación de la muerte. Ya no basta con vender armas; ahora se exige que las élites locales participen en su manufactura, creando una clase colaboracionista tecnocrática con intereses directos en la perpetuación del conflicto.

El ciclo infernal: de la paz negociada a la guerra permanente

El cinismo más descarnado del acuerdo es que se presenta como paso hacia la «paz». Pero ¿cómo puede haber paz cuando la solución a un conflicto armado es más armamento? Esta es la paradoja capitalista del siglo XXI: la guerra como negocio que debe mantenerse en un punto óptimo —ni tan intensa que acabe rápido, ni tan débil que no sea lucrativa.

Los drones que se producirán con esta inversión no están destinados a la defensa, sino a la guerra prolongada. Cada misil fabricado es un incentivo para encontrar nuevos blancos, cada sistema de defensa una justificación para nuevas amenazas. El capitalismo ha perfeccionado la guerra hasta convertirla en un perpetuum mobile de beneficios.

El disfraz ideológico

El discurso oficial habla de “apoyo a la soberanía ucraniana” y de “defensa de la democracia”. Pero en la práctica, lo que se produce es una transferencia de riqueza pública europea al complejo militar-industrial estadounidense, bajo el ropaje de solidaridad.

Continuidad histórica

Este acuerdo no es una excepción, sino la repetición de un patrón histórico, En la Primera Guerra Mundial, EE. UU. se enriqueció vendiendo armas a los aliados antes de entrar formalmente al conflicto. En la Segunda Guerra Mundial, el Lend-Lease Act (Ley de Préstamo y Arriendo) fue un mecanismo similar: EE. UU. entregaba armamento a sus aliados, asegurando su dependencia y acumulando poder económico. Hoy, en Ucrania, el mecanismo se perfecciona: Europa ya no solo recibe armas, sino que financia su propia subordinación.

La necropolítica del siglo XXI

El acuerdo Ucrania-EE.UU. no es un episodio aislado, sino el capítulo más reciente en la larga historia de la necropolítica capitalista —esa forma de gobierno que calcula el valor de la vida humana en términos de productividad bélica. Mientras los políticos hablan de «valores democráticos» y «seguridad colectiva», los números revelan la verdad: 100.000 millones de razones para que la guerra nunca termine.

Esta operación no apunta a la paz, sino a la institucionalización del negocio de la guerra. Es la prueba más clara de que el capitalismo, lejos de buscar el fin del conflicto, lo reproduce como condición de su supervivencia.

Esto confirma que las supuestas “cumbres de paz” y los discursos sobre derechos humanos son solo la máscara de un sistema donde la guerra es mercancía. No se trata de ayudar a Ucrania, sino de:

-Consolidar a EE. UU. como potencia armamentista hegemónica.

-Mantener a Europa en posición de dependencia estructural.

-Transformar a Ucrania en un mercado cautivo, atado a una deuda de guerra que hipotecará su futuro por generaciones.

En la filogenia del capitalismo, la guerra no es una enfermedad, sino su estado natural. Y mientras esta lógica siga siendo el ADN de nuestras relaciones internacionales, todos —ucranios, europeos, estadounidenses— seguirán siendo, en última instancia, rehenes de un sistema que necesita de la muerte para seguir vivo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.