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Ucrania, el sistema-mundo y la geopolítica de la post guerra fría

Fuentes: Rebelión

La crisis por la que atraviesa Ucrania desde diciembre de 2013 no constituye un punto más en el desarrollo de las múltiples contradicciones de este país durante la post guerra fría. El análisis de importantes procesos sistémicos de esta formación y de los rasgos constitutivos de la estatalidad ucraniana muestran la tendencia hacia el quiebre […]

La crisis por la que atraviesa Ucrania desde diciembre de 2013 no constituye un punto más en el desarrollo de las múltiples contradicciones de este país durante la post guerra fría. El análisis de importantes procesos sistémicos de esta formación y de los rasgos constitutivos de la estatalidad ucraniana muestran la tendencia hacia el quiebre difícilmente reversible de su vitalidad. Para Ucrania, los acontecimientos actuales cierran el ciclo iniciado con la desaparición del Comunismo Histórico1 (Fursov, 2007, 2008, 2010), caracterizado por la involución (Burawoy, 2003: 33), sin precedentes, en las estructuras económicas, sociales y políticas de los países ex soviéticos.

Para comprender el origen, sentido y alcance de la actual crisis, ya sistémica, por la que atraviesa Ucrania, y ponderar adecuadamente el rol de las diferentes mediaciones coyunturales, es necesario reproducir el análisis desde los macro procesos que, en última instancia, han dominado y delimitado el desarrollo de la formación ucraniana. En primer lugar, su inserción en el sistema-mundo capitalista tras el colapso de la URSS; en segundo, el régimen político imperante y, por último, el peso del marco geopolítico en el cual este país quedó atrapado desde 1991.

I.

Las últimas décadas del siglo XX estuvieron marcadas por la convergencia del derrumbe del Comunismo Histórico y la entrada del ciclo de acumulación «americano» en su fase financiera, tras el agotamiento de las potencialidades de la reproducción ampliada en los marcos productivos del fordismo. Desde principio de los años setenta, el capitalismo occidental comenzó a sentir el agotamiento del largo crecimiento post bélico. Esta crisis de sobre acumulación y rentabilidad se expresó en una disminución del crecimiento económico y de la tasa de ganancia, así como en una prolongada estanflación, lo cual se vio potenciado aún más por la crisis del petróleo de 1973-1974, en la medida en que los capitales de la periferia petrolera, debido a sus deformaciones estructurales y su carácter dependiente, fluyeron masivamente hacia las estructuras financieras estadounidenses.

Esto, sumado al crecimiento del desbalance entre la capacidad de consumo y la de producción en EE.UU, al crecimiento vertiginoso de su deuda y al abandono del patrón oro por parte de este país en 1971, sentaron las bases para la implementación del proyecto neoliberal. Para el logro de estos objetivos se requería la realización de un conjunto de profundas transformaciones en el sistema capitalista mundial. Ciertamente, el proyecto neoliberal, como mecanismo de regulación del proceso de acumulación a escala global, contenía cuatro macro procesos estrechamente vinculados. En su gran mayoría y en su esencia, cada una de ellos encontraba en la URSS y en el Bloque Oriental una inaceptable barrera de contención.

Estos eran, en primer lugar, la supresión de los «privilegios» que la clase trabajadora había conquistado en el período post bélico; en segundo, un ensanchamiento del sistema-mundo capitalista, mediante la inclusión de nuevas formaciones sociales de la periferia, muchas de ellos no capitalistas, en su lógica de funcionamiento y mediando la desindustrialización en el propio seno de las formaciones del centro; en tercer lugar, la implementación de un grupo de transformaciones políticas, sociales y especialmente económicas, tanto a escala nacional como global, con el fin de garantizar la libre movilidad de los factores de la producción y en cuarto, la aplicación extrema del «gendarmismo» estadounidense, por el cual este país debía fungir como el garante político-militar de los intereses del «centro», lo cual implicaba, por la propia lógica del sistema, la ausencia de límites al control en esos ámbitos.

Asociado a lo anterior, a lo interno de la URSS también se gestaron las condiciones para el fin de la «desconexión» post bélica y la reinserción en el sistema-mundo capitalista durante la década del setenta, mediante el importante aumento de la importación, de la exportación de hidrocarburos y la asunción de deudas con las estructuras financieras occidentales. En este sentido fueron determinantes el agotamiento del estatismo industrialista (desarrollo extensivo), las influencias exógenas (segunda «guerra fría») y sobre todo, la fragmentación e intereses de la nomenclatura, en especial de aquella vinculada a las ramas exportadoras. Esta reinserción soviética en el sistema-mundo fue una compleja tendencia, más acentuada en lo económico y de gestación más lenta en lo político, que encontró en el derrumbe de la URSS y en el paracapitalismo2 post soviético su prolongación, sino inevitable, al menos lógica y en correspondencia con el carácter de los procesos internos.

La desaparición de la URSS permitió ver las múltiples convergencias entre las determinantes internas y externas del cambio de régimen. Al margen de la condicionante geopolítica, que se visibilizó como el foco principal de los intereses occidentales, el Bloque Oriental debía adecuarse e insertarse en la lógica de la acumulación global, en esencia, mediante el típico diseño depredador de las periferias: liberalización de los factores productivos, potenciación de la explotación de los recursos de mayor rentabilidad en cada caso (mano de obra en el este europeo y recursos naturales en las repúblicas ex soviéticas) y la erosión de todos los factores que hubieran podido tributar al fortalecimiento sistémico de estas formaciones.

Tomando en consideración los rasgos estructurales avanzados de las formaciones del Comunismo Histórico, como los altos niveles de industrialización, urbanización, de la política social, el desarrollo cultural humano y la preparación técnico-profesional y científica, esto implicaba la implementación de un proceso de desposesión (Harvey, 2004, 2005, 2007) sin precedentes en el siglo XX, tanto por su magnitud como por sus características ontológicas. La inserción de nuevas formaciones en el sistema-mundo capitalista (salvo las contadas excepciones de corrimiento hacia el «centro» del sistema), en sus diferentes momentos, ha tenido lugar desde la preeminencia en esas formaciones de modos de producción distintos, más atrasados que el capitalismo. A diferencia, la gran involución en Europa Oriental lo ha sido, sobre todo, en el sentido de la destrucción y sustitución premeditada del estatismo industrialista por un capitalismo periférico y dependiente. El primero constituía un sistema de relaciones sociales de mayor desarrollo histórico, tanto en su materialidad como en sus fundamentos ético-políticos.

En Ucrania, estos procesos, entre tantos impactos destructivos, catalizaron la periferización de la estructura económica que ya se gestaba hacía décadas (Comité estatal de estadísticas de la URSS, 1991: 320)3. En el contexto de la desregulación interna y la extrema debilidad del mando político central, de la desbocada vocación de enriquecimiento de la burocracia y otros agentes económicos portadores del cambio, del estancamiento tecnológico y la limitada competitividad de la industria ucraniana y la aplicación de una política económica y social insuperablemente neoliberal (bajo la dirección directa de «consultores» occidentales), esta apertura a los mercados externos no podía menos que conllevar a una drástica «adecuación» de la estructura económica y social del país. La desindustrialización y la descapitalización de la economía fueron los instrumentos más importantes para este «ajuste», conllevando, por el encadenamiento de sus efectos, a una reestructuración sistémica de todo el tejido social.

Relativo a la producción, la disminución del PIB durante 1990-1999 fue de 59% y en 2012 este apenas se correspondía con el 70% del nivel de 1990. Si en 1970 Ucrania se ubicaba en el décimo lugar mundial por el PIB (por delante de China), en 2013 ocupó el lugar 53 por el valor nominal y el 42 según la paridad de poder adquisitivo (CIA, 2013). El país continúa explotando, en esencia, la infraestructura productiva soviética, aún en los sectores más «conectados» a los mercados globales, de mayor rentabilidad y mayor aporte al PIB. El promedio del desgaste de los fondos productivos a nivel nacional oscila entre el 60 y 70%, incluyendo el sector metalúrgico (65%) y el químico (70%) (Vadrzha, 2011).

Asimismo, durante las dos décadas de «activismo» en los mercados externos, ha sido marcada la tendencia hacia la primarización de su estructura económica. Entre 1990 y 2012 el peso de la producción de maquinarias disminuyó del 31% al 12% del total de la producción industrial, mientras que el de los metales ferrosos aumentó del 11% al 27% (Gazeta.zn, 2010). Esto ha tenido un claro reflejo en la estructura sectorial de las exportaciones. En 2013 la exportación agrícola, de metales y minerales se correspondió con el 60.3% del total. Si se agregan los productos de la química, los portadores energéticos, los derivados de metales no ferrosos y de la madera, la exportación de productos primarios o derivados con poca o muy poca elaboración supero el 83% del total (Gazeta.zn, 2010).

Igualmente, el aporte de la producción manufacturera al valor agregado de la economía entre 1991 y 2012 disminuyó del 42% al 23%, al tiempo que el de los servicios aumentó del 28% al 66% (Colectivo de autores, 2013: 59). Esta brusca tercerización también es típica de las formaciones periféricas, en las cuales la deformación de la economía y la ausencia de mecanismos de reproducción autocentrada orientan el capital hacia la explotación de los bienes primarios disponibles que gozan de mayor demanda externa y hacia la esfera de los servicios, en muchas ocasiones asociada a dichas rubros de exportación (Amín, 1975).

Una de las consecuencias más directas de la adecuación de la estructura económica ucraniana a la lógica de la periferización ha sido el estancamiento definitivo de la esfera científico-tecnológica. Como resultado de las limitaciones inherentes al estatismo industrialista soviético, la URSS no logró desarrollar ni implementar las tecnologías del quinto paradigma tecnológico (informática y comunicaciones, automática avanzada, genética y farmacología) que fueron revolucionarias durante la década del setenta del pasado siglo y condicionaron los ritmos de desarrollo y competitividad de países y regiones en la división global del trabajo. El cambio de régimen y la involución sistémica en las repúblicas soviéticas perpetuó su atraso tecnológico, cuya magnitudha crecido de manera exponencial durante las dos décadas transcurridas.

En estos momentos, la esfera tecno-productiva ucraniana está dominada en un 95% y a partes iguales por el tipo de producción y de tecnologías del tercer y el cuarto paradigmas tecnológicos, con una tendencia a la disminución del cuarto a favor del tercero (producción de acero, carbón, generación electro energética y aplicación industrial de la química inorgánica), que alcanzó su pico en la década del cincuenta del pasado siglo. Las perspectivas en este sentido no son halagüeñas en lo absoluto, si se toma en consideración que las tecnologías y producciones identificadas con estos paradigmas han sido el destino del 90% de las inversiones en innovación y, más alarmante aún, que el 75% de las inversiones en general se destinan al tercer paradigma tecnológico, el 20% al cuarto paradigma, tan solo el 4.5% al quinto y ninguno al sexto. Como resultado, entre 2003 y 2008 la exportación de bienes de alta tecnología disminuyó del 4.3% al 1.8% del total de las exportaciones (Panchenko, 2009).

Como se puede ver, el bloqueo al desarrollo provocado por el cambio de régimen en Ucrania y sus «ajustes» en las diferentes esferas de la reproducción social, no solo suprimieron toda posibilidad de competir en los mercados de alta tecnología, dominados por las tecnologías del quinto y el sexto paradigmas y que determinaránla vitalidad y funcionalidad de las formaciones estatales en las próximas décadas. Ha conllevado, inclusive, a una tendencia involutiva en la infraestructura tecno-productiva del país, comprometiendo la capacidad de reproducir sus condiciones materiales de sobrevivencia.

Otro de los pilares de la «transición» ucraniana ha sido la descapitalización de la economía. La relación del valor acumulado de los fondos productivos con el PIB en Ucrania en el año 2000 fue del 300%, mientras que para 2010 había disminuido hasta el 236%, mostrando una curva decreciente en extremo alarmante. En Alemania y Francia, por ejemplo, en 2010 este valor fue del 325% y 410% respectivamente, brecha que se antoja mayor si se toma en consideración las notables diferencias de los respectivos PIB (Colectivo de autores, 2013).

En este sentido, llaman la atención los muy bajos niveles de inversión tanto interna como extranjera. El monto de la inversión per cápita en Ucrania, durante el período 2002-2012 fue once veces menor que el de la UE y dos y media y tres veces menor que el de China y Rusia, respectivamente. La comparación con Rusia es la más ilustrativa, si se toma en consideración que el nivel de inversión en este país es muy bajo según el criterio unánime de los especialistas.

Por su parte, el acumulado de la inversión extranjera directa desde 1991 hasta enero de 2014 fue tan solo de 58 mil millones de dólares, de los cuales el 36% provinieron de Chipre e Islas Vírgenes Británicas, paraísos fiscales por excelencia de los capitales post soviéticos (Agencia Unian, 2014). Estos recursos reproducen el ciclo economía domestica – paraíso fiscal buscando la evasión de las cargas tributarias nacionales mediante múltiples fórmulas ilícitas. En cualquier caso, no se deben considerar como inversiones proveniente del exterior. Si se excluyen (y contabilizando la inversión de países como Suiza o Reino Unido, hacia donde también fluyen muchos capitales que evaden las regulaciones ucranianas) el stock acumulado de inversión proveniente del exterior durante más de 20 años ha sido de 36.5 mil millones de dólares, o un insignificante promedio de 1.5 mil millones anuales.

La fuga de capitales, uno de los rasgos inconfundibles de la dependencia periférica, completa el sistema de mecanismos de descapitalización de la economía ucraniana. Según el estudio realizado por la organización Tax Justice Network, Ucrania se ubica en el noveno lugar entre los países que más capitales han «exportado» hacia los paraísos fiscales, lista liderada por China y Rusia (Taxjustice, 2012). Según este estudio, la fuga de capitales de la Ucrania post soviética ha sido de 165 mil millones de dólares, aunque estos datos pudieran ser conservadores, si se toma en consideración que, según estadísticas oficiales ucranianas, tan solo entre 2010 y 2011 este indicador alcanzo los 56 mil millones de dólares (SEEU, 2013: 345). Aún así, el contraste de la cifra que propone Tax Justice Network es elocuente: es mayor que el PIB del 2011, que el presupuesto de 2012 y la deuda externa del país de enero de 2014. Además, la fuga anual desde 1991 equivaldría a 8 mil millones de dólares, muy superior al promedio anual de la inversión extranjera en Ucrania (1.5 miles de millones de dólares).

La desindustrialización y descapitalización han ido de la mano de otros procesos conexos, todos dialécticamente interrelacionados y constitutivos de la dependencia externa. Entre ellos se destaca la exportación de mano de obra ucraniana-cerca de un tercio de la población laboralmente activa – (Dergachiov, 2011)4, el muy bajo aporte de la remuneración salarial al PIB, el carácter en extremo limitado del mercado interno, los altos niveles de endeudamiento externo (140 mil millones de dólares en 2013 o el 80% del PIB, habiendo sido el cuarto deudor del FMI en 2010), la reproducción de una corrupción sistémica que atraviesa todo el tejido socio-económico (en 2012 ocupaba el lugar 134 entre los países de mayor contención de la corrupción, según la organización Transparency International, «superada» en Europa solo por la burocracia rusa ) y el crónico desbalance del comercio exterior.

En relación con este último, en 2013 el saldo comercial negativo ucraniano fue del 8% (Colectivo de autores, 2013). Esta es una limitación extendida de aquellas economías periféricas que no gozan de las «bondades» del factor energético. Esto explica porqué, siendo muy similares las estructuras económicas de Ucrania y Rusia, durante la última década la segunda ha gozado de un sólido superávit comercial. La diferencia entre ambos países es, en esencia, cuantitativa, resultado de las diferencias de los precios entre los hidrocarburos y otras materias primas como los metales, que han constituido el principal rubro exportador de Ucrania y del peso hipertrofiado de los hidrocarburos en la economía rusa (SEEU, 2011, 2013)5. Sin embargo, también han influido otros factores, como las distintas políticas arancelarias, mucho menos protectoras en el caso ucraniano (Colectivo de autores, 2013)6.

Durante los últimos años ha crecido paulatinamente el peso de las exportaciones de productos agrícolas ucranianos, equiparándose durante 2012 y 2013 con los metales como los principales rubros exportadores. Esta tendencia ha estado determinada por las diferentes trayectorias de los precios de estos bienes en los mercados externos y se engarza orgánicamente con el ciclo interno de explotación de los recursos en Ucrania. Según estudios del economista ucraniano Aleksei Komarov, el pico de máxima explotación del carbón, el petróleo y los metales en este país tuvo lugar durante la década del setenta del pasado siglo, como resultado de la gran demanda interna en la URSS. Con posterioridad, las curvas han sido sostenidamente descendentes. En el caso de la explotación de la tierra, este pico no ha sido alcanzado aún (Komarov, 2013).

Esta convergencia de factores se acompaña del interés de actores inter (tras) nacionales, como la UE y sobre todo China. Con este último se firmaron importantes acuerdos de compraventa y explotación de tierras, muchas de las cuales todavía se encuentran en régimen de propiedad estatal (Romanenko, 2013). De esta manera, con mucha seguridad la actividad agropecuaria será cada vez más el área (una de los pocas) de mayor «conexión» con las fuerzas económicas del capitalismo global. El escenario más probable será la latifundización del campo y la desvalorización de la producción agrícola, en la medida en que disminuirá el peso de los productos elaborados bajo los influjos de la competencia europea y aumentará el de las materias primas (granos).

Estos mecanismos económicos de la desposesión y la dependencia en Ucrania han tenido su más brutal reflejo en la esfera social. La estructura económica decadente y periférica ha moldeado una estructuración y estratificación social similar, marcada por la devaluación de la riqueza social acumulada durante el periodo soviético, la reproducción de niveles de vida inferiores a la media global y una acentuada desigualdad social.

El PIB per cápita ucraniano fue en 2013 de 3500 dólares, ocupando el lugar 115 a nivel global, decenas de veces inferior al de la media de los países desarrollados, tres veces y medio menor que el de Rusia y por debajo de diez países africanos (CTH, 2013). Ucrania ocupó en 2013 el lugar 78 en la lista del Índice de Desarrollo Humano, posición que hubiera podido ser inferior aún de no ser por la remanencia de infraestructuras sociales vinculadas a la salud pública y la educación heredadas de la URSS, pero que poco tienen que ver con las políticas que en esas esferas ha llevado a cabo el país en las últimas dos décadas.

Los niveles de pobreza, aunque han tendido a disminuir, son muy altos: en 2012, por debajo de ese umbral vivía el 21.4% de la población, según los datos estadísticos oficiales, que tradicionalmente tienden a ser modificados según criterios de conveniencia gubernamental. El salario medio, por su parte, en 2012 fue de 213 dólares mensuales, más de dos veces inferior al de Rusia (512 dólares). Los ucranianos que pueden adquirir bienes de larga duración, pero de uso muy extendido hace décadas, como refrigeradores y televisores, en 2012 eran solamente el 4.9% de la población y el por ciento que no puede adquirir los productos alimenticios básicos, creció en los últimos años del 13.7% al 17.5%. Estos datos ubican a Ucrania por debajo de la mayoría de los países ex soviéticos. En este mismo sentido, una familia ucraniana destina el 52% de sus gastos a la compra de alimentos, siendo el indicador más alto de toda Europa y el Espacio Postsoviético -Moldova, 41%, Belarús, 39%, Rusia, 29%-, (Colectivo de autores, 2013).

Finalmente, se pueden adicionar otros datos comparativos que ubican a Ucrania lejos de la media mundial en importantes indicadores sociales. En 2012 ocupaba el primer lugar global por los desechos nucleares per cápita dentro del país y el primero en Europa por el ritmo de crecimiento de enfermos de SIDA entre la población adulta, el quinto lugar mundial por el consumo de alcohol per cápita (16.5 litros) y el décimo (entre 217 países) por la cantidad de reclusos por 100 mil habitantes (Uainfo, 2012).

Como se puede inferir, gran parte de la población ucraniana reproduce un régimen de vida de sobrevivencia, siendo estos datos en extremos elocuentes como expresión social de la destrucción de las condiciones de reproducción material y espiritual en la formación social ucraniana.

Más aún, uno de los saldos de los «ajustes» sistémicos y estructurales en los países del Espacio postsoviético, sobre todo en Ucrania y Rusia, que al momento del derrumbe habían alcanzado mayor desarrollo, fue una gran crisis demográfica que hizo disminuir la población en millones de habitantes; particularmente en el caso ucraniano la merma fue de 6 595 000 entre el 1 de enero de 1993 y el 1 de enero de 2014 (SEEU, 2011, 2013; Naidenov, 2013).La disminución de la cantidad de habitantes, en sobre posición histórica, retrotrajo al país a la población existente en ese territorio en 1965, lo cual se corresponde con las «adecuaciones temporales» que tuvieron lugar en la esfera de la producción, en donde la involución hizo retrotraer algunos sectores a niveles previos a la década del cincuenta del siglo XX.

«Crisis demográfica» es una formulación menos incisiva para denominar lo que ha sido realmente un sistemático genocidio (Glaziev, 1999: 148; Batchikov, et al. 2003: 310) de los pueblos constitutivos del Comunismo Histórico, en especial de aquellos que, como Ucrania, se insertaron de la forma menos favorable en los marcos del capitalismo global. A diferencia de Rusia (que logró en 2011 superar la población de 1991), en Ucrania todos los años comprendidos entre 1994 y 2014 se han saldado con datos negativos, tendencia que deberá mantenerse durante los próximos años. La supresión física de las poblaciones ha sido el resultado final y más lamentable del impacto de los «ajustes» económicos sobre los seres humanos y no ha sido solamente un efecto colateral del cambio de régimen: ha constituido un objetivo en sí mismo del capitalismo global en su fase de expansión neoliberal, como condición para la redistribución de los recursos a favor de la acumulación global7.

II.

Los efectos del cambio de régimen han sido más fuertes en aquellos países en donde, como en Ucrania, la dimensión ideo-política asumió las formas más destructivas posibles, agudizando aún más las tendencias críticas en el plano económico y el social, inherentes a la involución periférica.

El desarrollo de los sistemas políticos de los países ex soviéticos estuvo condicionado por la forma en que tuvo lugar el derrumbe, los niveles previos de cohesión entre las élites, la existencia de mecanismos regionales (republicanos) y locales de autorregulación y los grados de fortaleza e independencia relativa de los actores políticos en relación con los grupos de poder económicos. Como resultado, se pueden distinguir dos grandes líneas de desarrollo en estos países: aquella donde ha prevalecido un centro político fuerte (Belarús, Asia Central, Azerbaiyán y la Rusia putiniana), de vocación autoritaria y centralizada y, aquella donde esto no se logró (Ucrania, Moldova, Kirguistán, la Rusia yeltseniana).

Las repúblicas eslavas (Ucrania, Rusia, Belarús) carecían de muchos de los factores de cohesión inter élites que si condicionaron la estructuración de los sistemas políticos en Asia Central y el Cáucaso. Como resultado, tras el caos y la desregulación propia del cambio de régimen, la instancia política quedó mucho más expuesta a la presión de la estructura económica, en especial a los grupos de poder financiero y los asociados a la exportación de recursos naturales. La emergencia de una fuerte élite compradora, empotrada en la explotación de los recursos metalúrgicos y mineros del oriente del país, «conectada» y sujeta a la dinámica del capitalismo global, fue un factor que definió negativamente el desarrollo político en Ucrania y Rusia, que hasta la emergencia de putinismo mostraron trayectorias similares. Esto, sumado a otros factores, limitó la capacidad de dominio del centro político ucraniano y ha conllevado a su creciente y sostenido debilitamiento.

Esta gran tendencia ha tenido diferentes condicionantes en la dinámica interna del país. El más importante de todos, ha sido, sin dudas, el desarrollo también creciente y sostenido de un régimen político oligárquico que «supera» y opera de manera distinta a las redes clientelares típicas de las periferias. Son muchos los factores que ilustran el ascendente de la oligarquía ucraniana postsoviética y explican su dominio sobre la instancia política. Ucrania es, entre los países de economía mediana o grande, el de mayor nivel de oligarquización: los capitales de los 100 ucranianos más adinerados se correspondieron en 2013 con el 36% del PIB, resultados superiores a los de Rusia, (20%), y muy superiores a los de Estados Unidos (7.9%), China (3.8%) y la media mundial (2.5%), (Forbes, 2013).

Este ascendente económico se ha expresado en un sólido control de la oligarquía ucraniana sobre los principales órganos y procesos políticos. Cuentan con «fracciones personales» dentro de la Rada y se reparten en cuotas no siempre alícuotas el control de los ministerios y otras instituciones del gobierno y el Estado. Más aún, el carácter oligárquico del régimen queda expuesto con total transparencia si se analiza la actividad directamente política de representantes del mundo empresarial. Los casos más llamativos han sido los de Pavel Lazarenko y Yulia Timoshenko, quienes fungieron como Jefes de Gobierno y el de Piotr Poroshenko, invariablemente entre los quince más adinerados del país. Este último, contradiciendo principios elementales de la «ética» política liberal, fue electo Presidente en los comicios del 25 de mayo de 2014 y previamente se había desempeñado en diferentes cargos de primer nivel.

Esta ha sido una tendencia constante y adquirió niveles insuperables durante el inconcluso período presidencial de Victor Yanukovich. Durante 2010-2012 Valeri Joroshkovskii ocupó el cargo de Secretario del Consejo de Seguridad y vice presidente del gobierno, Yuri Boiko el de ministro de energía y vicepresidente del gobierno, Andrei Kliuev el de primer vicepresidente del gobierno, Boris Kolesnikov y Sergei Tigipko fungieron también como vice presidentes del gobierno y Sergei Levochkin ocupó hasta 2014 el muy influyente cargo de jefe de la administración presidencial. Muchos de ellos son oligarcas de peso en el país, mientras que otros han fungido, sobre todo, como portavoces de las cuatro figuras de mayor ascendente: Rinat Ajmetov, Dmitri Firtash, VictorPinchuk e Igor Kolomoiskii.

La forma en que se ha intentado contener la crisis socio-política actual también ilustra con claridad la esencia oligárquica del régimen político ucraniano y la crisis sistémica y funcional por que atraviesa. Una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue la de nombrar a Igor Kolomioiski y Sergei Taruta, connotados oligarcas, como gobernadores de Dniepropetrovsk y Donetsk, dos de los centros industriales más importantes del país.

Por otra parte, uno de los saldos más destructivos de la oligarquización ucraniana durante la presidencia de Yanukovich, fue la conversión de la presidencia en una instancia oligárquica más. Para el segundo mandato de Leonid Kuchma (1999-2004) esta se había consolidado como un factor de equilibrio relativo entre los diferentes grupos de poder económico, emulando, solo en apariencia, algunas tendencias de la Rusia putiniana. Durante el mandato de su sucesor, Víctor Yuschenko (2005-2010), la presidencia quedó debilitada por las reformas constitucionales que otorgaron mayores prerrogativas al Primer Ministro y por la desastrosa gestión de Yuschenko. Este, sin embargo y a pesar de la retórica en apariencia contraria al discurso de los grandes centros oligárquicos del oriente (Donetsk, Dniepropetrovsk y Jarkov), llevó a cabo una política en todos los órdenes alineada a los intereses de estos grupos, mantuvo la relativa equidistancia entre ellos y la presidencia y reprodujo el carácter instrumental de esta última.

Según la «hoja de ruta» de la oligarquía ucraniana, en especial de las fracciones de Donetsk (Rinat Ajmetov) y el Dimitri Firtash, Yanukovich (2010-2014) debía alinear el discurso y la praxis a los intereses de la élite económica del oriente del país, de la cual Yanukovich había sido fiel servidor en los diferentes periodos de su carrera política8. Sin embargo, el ex Presidente y su entorno se enfrascaron en el objetivo de crear un centro oligárquico más, estructurado en torno a los activos productivos y financieros de su familia y allegados, atentando directamente contra los intereses del gran capital ucraniano. El relativo fortalecimiento de la institucionalidad estatal, fue, más que todo, un instrumento para el logro de este fin.

El saldo más importante de esta «rebeldía» de Yanukovich (que incluyó también su negativa de firmar el Acuerdo de Libre Comercio con la UE) fue el activo apoyo de la oligarquía a los planes desestabilizadores en Kiev y otras regiones del occidente ucraniano, que fueron uno de los factores desencadenantes de la aguda crisis por la que atraviesa este país desde diciembre de 2013. La oligarquía ucraniana, con el objetivo de preservar la preeminencia de sus intereses corporativos, «devoró» los restos de una instancia política que, aunque hacía aguas, había sido, sistémicamente, el garante mayor de su reproducción como «sujetos» del capitalismo global.

Por su parte, otros importantes factores acompañan a la oligarquización del régimen y el dominio de la estructura económica como condicionantes del debilitamiento de la instancia política ucraniana y explican, además, la bifurcación en el desarrollo de los sistemas políticos ucraniano y ruso. Ciertamente, si bien durante la década del noventa el desarrollo de los sistemas políticos de estos países fue relativamente similar (oligarquización), reflejo de las condiciones históricas de los primeros años del post derrumbe, la emergencia del putinismo hizo modificar, entre otras, la tendencia a la desarticulación total del centro político ruso, siendo esta la principal prioridad de Putin durante su primer mandato. En el caso de Ucrania, como se vio, este punto de inflexión no tuvo lugar.

En primer lugar, para 1999, la degradación sistémica en Rusia había «evolucionado» con mucha más fuerza, poniendo en riesgo la reproducción de la estatalidad y, por consiguiente, de la propia oligarquía rusa. Esto generó un importante nivel de compromiso reformista entre los grupos de poder económico y condicionó el ascenso de Putin y la vuelta a un relativo dominio de la instancia política sobre la económica9.

En segundo lugar, las estructuras de fuerza en Rusia heredaron de la URSS una base y estructuración mucho más sólidas, manteniendo, además, mayores niveles de independencia relativa y cohesión corporativa que sus pares ucranianos, lo cual le permitió desempeñar el papel central en la emergencia y consolidación del putinismo. En tercer lugar, el flujo de recursos financieros durante los dos primeros mandatos putinianos le confirió a su gestión niveles de legitimidad y márgenes de maniobra, tanto a lo interno como en la arena internacional, incomparablemente mayores que los que haya tenido cualquier político ucraniano en las últimas dos décadas.

En cuarto lugar, en la Ucrania postsoviética, Kiev nunca logró constituir un centro político-administrativo similar a Moscú, aglutinador, representativo de la estatalidad y con ascendente financiero, político y cultural sobre el resto de los centros regionales (Donetsk, Dniepropetrovsk, Járkov, Odesa, Lvov) y los respectivos enclaves oligárquicos. Esto es parte constitutiva de un tópico mayor, que ha sido una de las mayores limitaciones de la estatalidad ucraniana: la atomización socio-política del espacio, que ha sido resultado de desarrollos idiosincrásicos y etno-culturales notablemente encontrados entre diferentes regiones y zonas del país y exacerbadas por la «feudalización» oligárquica y el creciente debilitamiento del centro político.

III.

Las limitaciones sistémicas analizadas (involución periférica y tendencia al debilitamiento del centro político) se han visto potenciadas por el marco geopolítico en que Ucrania ha tenido que operar durante el período postsoviético. Este escenario ha estado condicionado, a su vez, por las transformaciones, ya analizadas, en la lógica y dinámica del sistema-mundo capitalista y por los efectos del derrumbe del Comunismo Histórico sobre la correlación de fuerzas en Europa y el Espacio Postsoviético.

En términos geopolíticos, el saldo principal del colapso de la URSS fue una sustancial modificación de la correlación de fuerza a nivel global y particularmente en Eurasia, a favor de las fuerzas políticas y económicas del capitalismo global, del «gendarmismo estadounidense» y en detrimento de Rusia. En este contexto y sobre todo durante el putinismo, el Espacio Postsoviético ha constituido uno de los principales centros de confrontación geopolítica, protagonizada por estos actores (en su dimensión tanto nacional como trasnacional-corporativa) y en menor medida por otros como China, Turquía e Irán.

Por su parte, los impactos de la financiarización del ciclo «americano» de acumulación y el globalismo neoliberal sobre las formaciones estatales han sido diversos. En el plano de las potencialidades y proyecciones externas de los Estados (dependiendo de los niveles de periferización) la tendencia más determinante ha sido la limitación del rango de soberanía y su absorción funcional por parte de los centros integracionistas y de gravitación geopolítica, liderados por los países-centros de la acumulación global. Estos definen la forma en que los países más dependientes quedan integrados en su órbita.

En relación con las antiguas formaciones del Comunismo Histórico y tras los efectos del derrumbe, Rusia solo logró recuperar algunas posiciones con la emergencia del putinismo, abriéndose así una considerable brecha para la influencia en el área de las potencias del centro capitalista. Como resultado, estás formaciones quedaron sujetas a la fuerza de tracción de UE (en la mayoría de los países del Este mediante la formalización de su membresía en la Unión) Estados Unidos o de Rusia. A mayor cercanía e imbricación y mayor fortaleza del centro en cuestión (sobre todo la UE), mayor también ha sido el poder de absorción sobre los países gravitantes.

En el caso de las repúblicas ex soviéticas, en virtud de la debilidad relativa de Rusia como centro de gravitación geopolítica y sobre todo integracionista y de la distancia, también relativa, con UE, Estados Unidos y China, muchas han pretendido aplicar una estrategia exterior de geometría variable y equidistante, intentando obtener beneficios de los vínculos con todas las potencias y explotar las diferencias entre estas.

La situación de Ucrania, sin embargo, desbordo estos marcos, complejos per se. Es cierto que su estrategia externa, al margen del discurso abiertamente «pro europeo», ha reproducido el clásico formato de «colaboración» sin compromisos excluyentes con UE-Estados Unidos y con Rusia. Sin embargo, como reconocen desde hace décadas muchos expertos, entre ellos importante ideólogos tanto del «gendarmismo estadounidense» como del capitalismo trasnacional (Brzezinski, 1998: 229; Friedman, 2010: 336), este país ocupa un lugar privilegiado, como ningún otro, en diferentes frentes estratégicos rusos, fungiendo como gran perímetro deseguridad.

Tomando en consideración las tendencias del sistema-mundo contemporáneo y las transformaciones que tendrán lugar a raíz de la consolidación del nuevo modelo de acumulación (post «americano», ¿asiático?, ¿multipolar?) y de las limitaciones rusas para competir en el ámbito productivo, tecnológico y financiero, sin un control activo sobre Ucrania, en el mediano-largo plazo Rusia quedaría en extremo vulnerable y con pocas posibilidades de reproducir su estatalidad y sus actuales marcos territoriales.

La inclusión de Ucrania (en cualquiera de los formas de división territorial-administrativa, unitaria o federalizada) es condición para el éxito del proyecto de integración euroasiático, que es asumido por las autoridadesrusas como la única posibilidad de no sucumbir ante los efectos destructivos de la financiarización neoliberal. En el contexto de las serias limitaciones de la estructura económica rusa, este es un mecanismo de reproducción de su modelo económico extensivo. Por otra parte y, siendo esta quizás su trascendencia mayor para Rusia, constituye un espacio vital de contención contra las imperecederas pretensiones expansivas de la OTAN, que tienen como fin último la anulación de Rusia como sujeto de la política internacional.De aquí se desprende la importancia de Ucrania para el bloque euro-americano: contener, influir, debilitar a Rusia. Un actor totalmente marginal en la división global del trabajo, un paria del capitalismo global se torna protagonista (instrumental) principal de la puja geopolítica entre Estados Unidos, UE y Rusia.

Las condicionantes de esta centralidad ucraniana se han visto potenciadas durante los últimos años por importantes tendencias negativas tanto para Estados Unidos-UE como para Rusia. En el primer caso, las limitaciones del modelo de acumulación vigente han devenido en un debilitamiento del centro capitalista y del potencial hegemónico estadounidense, sobre todo en materia económica. Esto se ha acompañado, dialécticamente, del fortalecimiento de las posiciones de los llamados actores emergentes, que si bien han sido producto de la evolución de la economía-mundo hacia el paradigma transnacional y un nuevo ciclo de acumulación, no es un resultado deseado por la estatalidad de los centros de la acumulación global.

Rusia, por su parte, atraviesa una crisis interna en todos los ámbitos. A las limitaciones sistémicas vinculadas a su involución periférica, se le yuxtaponen los efectos coyunturales de la inconclusa crisis global. Las serias limitaciones, cada vez mayores, para reproducir el modelo económico extensivo, extractivo y depredador, constituyen el telón de fondo sobre el cual se explayan serias dificultades para lograr, al menos, un mínimo crecimiento económico y de la producción industrial y, particularmente desde las elecciones parlamentarias de 2011, contener los efectos de la ruptura del consenso putiniano a nivel social y del carácter monolítico del sistema político10. El saldo general es un estrechamiento de los márgenes de maniobra de Vladimir Putin y su entorno a lo interno de Rusia, dificultades cada vez mayores para reproducir la gobernabilidad, niveles aceptables de consenso y los mecanismos para la descongestión de la tensión social. Pero, sobre todo, el entendimiento, estéril, del papel que en este sentido desempeñan las grandes limitaciones sistémicas, inherentes a la involución periférica, que pesan sobre el país y cuya reversión no constituye un objetivo de la élite rusa.

Ante esta suma de dificultades, que dejan al descubierto serias brechas para la reproducción del sistema, la élite política rusa ha puesto en marcha una estrategia general de» defensa y contención». Este se ha expresado, a nivel interno, en una agresiva política de control social, mediante actos normativos y/o administrativos «reguladores» de la conducta social (flujo de la información, la libertad de expresión y las manifestaciones de las minorías sexuales, entre otros), así como una política penal que ha expandido el ámbito de la tipificación y el alcance de la interpretación del derecho. A nivel externo y en el mismo sentido, durante el segundo mandato de Putin ha sido marcada la tendencia al aumento de la confrontación con las potencias centrales, en especial con Estados Unidos.

La crisis ucraniana y la anexión de Crimea fue el colofón de un proceso precedido desde 2012 por la negativa de Putin de acudir a la Cumbre del G-8 en Camp David, la promulgación de la Ley de «Dima Yakovlev»11, el otorgamiento de asilo político a Edward Snowden y la activa postura en contra de la agresión militar contra Siria. Esto se ha visto acompañado, a lo interno, de un fuerte discurso nacional-patriotero y antiestadounidense y un considerable aumento del gasto militar, como mecanismos de control y «cohesión» interna y mensaje de contención a los actores externos. Procesos similares han sido relativamente comunes en determinadas fases de desarrollo de las formaciones semiperiféricas (subimperiales), sobre todo durante sus crisis sistémicas. El factor político-militar es determinante en estas formaciones, como resultado de las limitaciones estructurales de sus economías. Es justamente la existencia de un centro político fuerte y su capacidad para reproducir la gobernabilidad a nivel interno y controlar los espacios geopolíticos bajo su «mando», lo que más las distingue de las formaciones periféricas.

Esta es una de las razones por las cuales la oligarquía ucraniana ha evitado por todos los medios formalizar la inclusión del país en el Espacio Económico Unificado12, proyecto integrador liderado por Rusia que, según la mayoría de los expertos, es la opción más beneficiosa para la economía ucraniana, si se toma en cuenta, además, que hubiera venido acompañado de medidas «políticas» vitales para este país, como la disminución del precio del gas. En esta vocación anti rusa han sido determinantes el temor del gran capital ucraniano de ser absorbido por sus pares rusos, (incluyendo el capital estatal) inconmensurablemente más fuertes, así como la agresividad en las proyecciones expansivas de estos últimos, que le han permitido dominar ramas íntegras de la industria ucraniana y hacerse de un nicho importante en el sector financiero de este país. En 2013, el valor acumulado de los capitales de los diez primeros oligarcas ucranianos fue de 32 mil millones de dólares, mientras que el de sus pares rusos fue cinco veces mayor, superando los 150 mil millones de dólares. La diferencia es aún mayor, si se toma en consideración el capital estatal ruso, sobre todo el bancario, cuya capitalización es decenas de veces superior a las de las principales entidades bancarias ucranianas.

Además y no menos importante, en sus lazos con las estructuras financieras occidentales se deja ver una vez más la matriz compradora de la oligarquía ucraniana. Es en el «centro» del sistema-mundo donde la élite económica de este país se legitima, resguarda sus capitales y ubica la sede legal de muchas de sus compañías, además de constituir el mercado europeo uno de los destinos principales de sus exportaciones.

Tanto Rusia como el bloque euro americano atraviesan fases críticas en su desarrollo. Como resultado, cada uno, desde sus potencialidades y necesidades y por métodos distintos, ha aumentado su activismo externo buscando reposicionarse en los marcos de un sistema-mundo en metamorfosis. De esta manera, la escalada de la tensión entre estos dos polos de la geopolítica es un resultado lógico, emergiendo Ucrania como el centro de operaciones y el eslabón más débil.

La fuerza de la financiarización globalizada y sus contradicciones internas, han obligado a Rusia a acelerar la integración regional, ejerciendo, durante los últimos años y hasta el momento previo al inicio de la crisis política en Ucrania, fuertes presiones sobre la dirección de este país. Esto se acompañó, por su parte, de una no siempre consistente, pero activa política europea para la firma con Ucrania de un acuerdo de libre comercio, buscando la clarificación de la apuesta geopolítica de este país y el debilitamiento estratégico de Rusia.

Aquí, sin embargo, cabe distinguir el alcance para Ucrania de los intereses y proyectos de ambos polos. La estrategia de la UE no incluye la integración económica, sino, quizás la más depredadora de las formas de «inclusión» en la órbita de un centro de acumulación-integración-gravitación geopolítica: la liberalización del comercio. Para la UE y en especial para Estados Unidos, en última instancia priman los objetivos geopolíticos. En el caso de Rusia, se ha perfilado con claridad un concepto integral de absorción estratégica, inclusivo de la integración socio-económica y el control geopolítico.

De esta manera, la política ucraniana de compromisos no excluyentes con UE-Estados Unidos y Rusia ha llegado a su fin. El alineamiento es inevitable, aunque se expresará de formas distintas y complejas en dependencia del escenario que se imponga como resultado de la crisis: fragmentación del país, federalización o mantenimiento del formato estatal unitario. El detonante formal de la actual crisis fue, justamente, la inminencia de la firma del acuerdo de libre comercio entre Ucrania y la fuerte presión que ejerció Rusia para impedirlo.

El alineamiento geopolítico de Ucrania era y es inevitable, al menos en el marco de una estatalidad unitaria. Sin embargo, en contradicción solo aparente, esto es cada vez más un objetivo imposible. La ruptura ideo-política entre diferentes regiones del país, exacerbada al extremo con la actual y genocida guerra civil, el rechazo radical de la influencia rusa o euro americana (en dependencia de la regiones) y el carácter irreversible de la presión de los centros de gravitación geopolítica (en especial de Rusia), prácticamente anulan toda posibilidad de una asociación geopolítica a favor de uno de los bloques, que sea a su vez efectiva y vinculante para los diferentes centros de poder en Ucrania.

Aunque no se excluye la fragmentación, el escenario federalizado – que formó parte de la agenda rusa desde el inicio de la confrontación -, pudiera constituir la opción de compromiso ante la crítica situación actual, quedando excluida ya la reproducción del estatus quo unitario. La fragmentación, el más «noble» de los escenarios, es al mismo tiempo el que mayores complejidades augura, en la medida en que obligaría a conciliar el mayor número de variables.

En cualquier caso, a pesar de los impactos negativos que ha tenido sobre la economía europea y de Rusia, el período de confrontación militar en Ucrania se extenderá aún más, propulsado por la estrategia belicista de EE.UU. y de la dirigencia ucraniana, que prolongan el estado de guerra en Donetsk y Lugansk. A pesar de los dos acuerdos de alto al fuego firmados en Minsk, la política «real» ha ido contracorriente con el cumplimiento de estos objetivos, en especial por parte de la dirigencia ucraniana.

La táctica estadounidense es constitutiva de la estrategia de caotización global que emana de su matriz gendármica, además de constituir un efectivo mecanismo de desestabilización contra Rusia. Este viene a complementar la guerra económica que ha afectado la economía rusa durante el 2014.

Las autoridades ucranianas, por su parte, reproducen el marco de la confrontación y exacerban el uso de la figuración enemiga, buscando extender la endeble legitimidad interna y evadir la responsabilidad por la paupérrima situación socio-económica. Sin embargo, la explosión interna – tanto económica como política – es cuestión de tiempo, y solo el recurso al nacional-chovinismo más primitivo ha podido aparcar sus manifestaciones más destructivas.

El marco geopolítico cada vez más constreñido y hostil ha asestado un golpe terminal a la estatalidad ucraniana, en la medida en que ha multiplicado exponencialmente el impacto de sus grandes contradicciones sistémicas. La disfuncionalidad socio-económica, la debilidad de la instancia política central, la ruptura aún mayor de los lazos nacional-identitarios y la incapacidad de Kiev de restablecer el control sobre las regiones del oriente del país, contradicen los más elementales rasgos de la estatalidad: la soberanía del poder político y laterritorialidad. Los contextos interno y externo no auguran posibilidades a la reversión de estas grandes tendencias, que según las premisas de este estudio, definen las características y vitalidad de Ucrania como Estado-nación y sujeto (objeto) de las relaciones internacionales y del capitalismo global.

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Notas

1 Categoría introducida por el historiador ruso Andrei Fursov, para denominar a la experiencia de las formaciones estatistas y autoproclamadas socialistas del Este Europeo y la URSS.

2 Forma de denominar al desarrollo de tipo capitalista en las formaciones periféricas, atrofiado y dependiente, lo que los distingue del capitalismo de los países del centro capitalista o llamados desarrollados.

3 El 70% de la exportación ucraniana de 1990 estaba compuesta por productos primarios o derivados de poco valor agregado.

4 Ucrania es uno de los líderes globales en esta materia. Entre 5 y 6.5 millones de ucranianos, según distintas fuentes, trabajan fuera de las fronteras de su país, 2 millones de los cuales lo hacen en Rusia.

5 La exportación de gas y petróleo han «aportado» durante los últimos años más del 70% del las exportaciones y el 50% de los ingresos del presupuesto.

6 En 2011, la media de los aranceles a la importación en Rusia fue del 9.4%, mientras que en Ucrania, tan solo del 4.5%.

7 Esto ha quedado plasmado explícitamente en distintos documentos programáticos del Club de Roma y en declaraciones de importantes portavoces de la derecha trasnacional.

8 Había fungido con anterioridad como Presidente de la Administración Regional de Donetsk, Primer Ministro y Diputado de la Rada.

9 Por supuesto, sin vulnerar el carácter determinante de la estructura económico sobre el resto de las instancias sociales.

10 Se refiere, entre otros procesos, a las protestas sociales que tuvieron lugar entre fines de 2011 y los primeros meses de 2012 y el activismo político de actores de la oposición «no sistémica», que conllevó a la pérdida de posiciones del Partido Rusia Unida y obligó a la dirección del país a realizar cambios liberalizadores en el sistema político.

11 Ley mediante la cual se prohíbe la adopción de menores de edad de nacionalidad rusa en territorio estadounidense.

12 Esta es la segunda fase del proceso de integración euroasiático, que en un primer momento se denominó Unión Aduanera. En 2015 deberá quedar constituida la Unión Euroasiática como su tercera y última fase.

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