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Ucrania, entre el proyecto trasatlántico y el euroasiático

Fuentes: Rebelión

La guerra en Ucrania pone en discusión, en el complejo mundo que nos toca, la posible extensión de la OTAN, el rol de Europa con Alemania a la cabeza, y la disputa de Occidente con Rusia.

Se define la extensión de la OTAN en Europa, que esta vez se encuentra con las líneas rojas establecidas por Putin. Antes, el vacío de poder luego de la caída del mundo soviético fue ocupado en Europa del Este con un acercamiento a Occidente, la Unión  Europea y la OTAN. Ucrania señala el límite de esa expansión.

La guerra en Ucrania también evidencia las limitaciones de Europa, principalmente de Alemania, en la construcción de un bloque de poder independiente de EE.UU. Es que la posibilidad de un eje Alemania-Rusia, y la unidad euroasiática, deben ser impedidos de llevarse a cabo por parte de la OTAN.

Si Europa pierde hasta la decisión de comprar gas a Rusia, en Ucrania, además de más pérdida de territorio, se desdibuja la idea de un país anclado en el proyecto de la Unión Europea transformándose en un país occidental, y por supuesto, miembro de la OTAN.

Rusia militarmente logra resistir la retirada de Ucrania de su espacio de influencia, manda una señal al mundo de que su seguridad justifica hasta el uso de bombas atómicas, pero tampoco puede cerrar a Ucrania políticamente en su principal espacio civilizatorio, junto con Bielorrusia. 

Las razones de Moscú

Lo que hoy denominamos Ucrania formó parte de la “Rus de Kiev”, federación de tribus eslavas que ocupaba la región que iba desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro. Será Vladimiro I de Kiev el responsable de la cristianización  de la región, a partir del 988, año de su conversión al cristianismo ortodoxo. Para Rusia, Ucrania y Bielorrusia forman parte de la misma civilización.

En 2019 se produce la separación de las iglesias ortodoxas. La política suele desestimar estos movimientos, restarles importancia. Sin embargo, la Ucrania proeuropea necesitaba romper con su pasado. El Patriarcado de Moscú pierde a Kiev por intermedio del Patriarcado de Constantinopla. Después de más de 300 años llegaba la “autocefalia” de la iglesia ucraniana. La unidad ortodoxa, a la historia.

Así, el sector que empuja hacia Occidente a Ucrania decide desentenderse de su historia cristiana y del proyecto ruso de unidad territorial geopolítica en base a raíces eslavas, iglesia cristiana ortodoxa e idioma ruso.

Repasemos. En 2012 se había declarado un acuerdo de asociación entre Ucrania y la Unión Europea. Al año siguiente Yanukovich suspende el acuerdo. En 2014 Yanukovich es derrocado, con el apoyo de sectores “europeístas” en las calles: Euromaidán fue en nombre elegido –quedaba mal ponerle revolución de otro color-.

Rusia devuelve el golpe con la ¿anexión-recuperación? de Crimea, que cuenta con referéndum de sus habitantes. Vale la pena recordar que en 1954 Nikita Kruschev había traspasado su soberanía a Ucrania, país que recién se declara independiente en 1991 con la derrota del bloque soviético. Putin públicamente considera que Crimea retornaba a su verdadero lugar de origen. Además, Crimea tiene la principal base naval rusa, con su flota del Mar Negro. La respuesta de Occidente no se hace esperar, Rusia es expulsada del G-8 y la Unión Europea se suma a sanciones contra Moscú.

Desde los sucesos de Crimea hasta la actual intervención militar, la población históricamente vinculada a Rusia sufre la guerra del Donbás (este de Ucrania), la cual provocó 14.000 muertos y más de 1,5 millones de desplazados. Como sabemos, y como reacción a la ofensiva de la OTAN, Rusia reconoce, finalmente, a las repúblicas de Donetsk y Luhansk.

Rusia había declarado que el ingreso de Ucrania a la OTAN no podía permitirse. Las líneas rojas estaban marcadas para Occidente. Ya en 1999 ingresaron a la OTAN la República Checa, Polonia y Hungría. En 2004 se suman a la Alianza Trasatlántica Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia, Eslovenia, Bulgaria y Rumania. 

La amenaza de seguridad que Moscú denuncia es real y seria. EE.UU. se retiró el 1/2/2019 del Tratado sobre la eliminación de Misiles Nucleares –INF- y actualmente hay lanzadores MK-41 en Polonia y Rumania –como recién mencionábamos, países de la OTAN-. Putin considera que podrían utilizar los MK-41 con misiles Tomahawk, con capacidad nuclear. Recientemente la cancillería rusa solicitó a EE.UU. que retire su armamento nuclear de Europa.  

Una Ucrania europea, en alianza con la OTAN, es inaceptable para Rusia. Primero por cuestiones históricas, luego por seguridad. Putin, con la guerra en Ucrania, resiste el avance de la OTAN hacia el este, exigiendo en las negociaciones el reconocimiento de Crimea a Rusia, la desmilitarización de todo el país y la eliminación de mercenarios neonazis. La neutralidad de Ucrania es fundamental para la seguridad de la Federación Rusa.

Sin embargo, es innegable que Rusia se juega mucho. Acaso si el reto público de Putin a su jefe de inteligencia quizás tenga que ver con ciertas diferencias de estrategia. Los costos de la guerra son elevados: políticos, económicos, financieros, el sector energético, gran parte de la opinión publica occidental en contra de la guerra, etc. El rublo ha caído un 30% y las tasas de interés han subido del 9,5 al 30% para evitar el retiro masivo de dinero de los bancos. El golpe a la economía rusa con una batería de sanciones intenta provocar un frente interno al Gobierno de Putin, que necesitará más de China para su comercio exterior. De ahí la importancia de las negociaciones entre Rusia y Ucrania para finalizar los combates y las operaciones militares a la brevedad.  

Lo cierto es que Europa se torna más agresiva contra Rusia (incluso con la promesa de envíos de armamentos a Ucrania) de la misma manera que es más sumisa a los intereses de EE.UU. y la OTAN.

Alemania y la sumisión de Europa

Alemania extraña a Angela Merkel. EE.UU. ha logrado romper una incipiente alianza económica entre Rusia y Alemania. La geopolítica del NordStream II, gasoducto submarino con repercusiones globales, ha sido sepultada –por el momento- por la guerra de Ucrania.

Es que Alemania acaba de bloquear el acceso de gas a 26 millones de hogares. Un dato de pasada que merece nuestra atención: el partido “verde” alemán lo rechaza por razones “ambientales”. El gasoducto de 1.200 km tuvo un costo de 1.1350 millones de dólares (en euros 9.500 millones) y fue financiado en dos mitades, una  por Rusia y la otra por Alemania, Austria, Francia y… la Shell de Reino Unido.

Alemania depende en un 35% del gas ruso. Lo mismo Europa, en un 40%. Si el Nord Stream II se sumara al Nord Stream I (ambos tienen casi el mismo recorrido) Europa recibiría 110.000 millones de metros cúbicos de gas desde Rusia, es decir, un cuarto del gas que consume Europa.

La apertura del Nord Stream II provocaría la pérdida de 2.000 millones de dólares anuales a Ucrania, actual proveedor del gas ruso a Europa. Ya en el año 2006 la empresa estatal rusa Gazprom había cortado el gas a Ucrania, por diferencias de tarifa. El costo del gas ruso que pasaba por Ucrania para llegar a Europa ya molestaba a Moscú, que tenía planeado el fin del tránsito del gas por Ucrania. Solamente en 2020 Naftogas, la empresa estatal ucraniana, perdería 616 millones de euros por menos envío de gas ruso por su territorio. De hecho, los rusos públicamente anunciaban que en el año 2024 se daría por finalizado el acuerdo, lo cual era rechazado por Ucrania. 

El fin del pase del gas ruso por territorio ucraniano –GTS- tenía que impedirse. Por eso en mayo 2019 el presidente de la junta de Naftogas, Yuriy Vitrenko, ya afirmaba que el Nord Stream II era “antiestadounidense”. En noviembre de 2021 Yuriy declaraba que «si no hay necesidad de transportar gas a través de Ucrania, será más fácil para Rusia lanzar una operación militar a gran escala contra Ucrania». Error de cálculo. A los rusos les importa el gas, pero más su seguridad.

Alemania, la gran derrotada, se humilla aún más, anuncia el envío de 400 lanzacohetes antitanques a Ucrania, dejando atrás su política pública de no enviar armamentos a países en conflicto. Hay que reconocer que EE.UU. logra una victoria política que mantiene el statu quo en Europa. Al parecer, la poca dignidad de Alemania se fue con Merkel.  

Zelensky y la oligarquía ucraniana

La prensa occidental ha inventado un nuevo héroe, Zelensky. Las imágenes del presidente de Ucrania con vestimenta militar dan más para su viejo programa de comedia que para la realidad de su país. Es que, justamente, Zelensky hizo su carrera política gracias a la comedia –como todos informan- y también gracias a los multimedios de un oligarca ucraniano –acá los medios cuentan menos-. Hablamos de Ihor Kolomoisky (o Kolomyskyy).

En 2017 un tribunal superior de Londres congeló 2.500 millones de dólares de activos de Kolomoisky. En marzo de 2021 fue el Departamento de Estado de EE.UU. quien le anunciaría sanciones. Las razones, Ihor, desde 1990 hasta 2016, era dueño del banco PrivatBank. Fue acusado de lavado de dinero por 5.500 millos de dólares. Ucrania tuvo que nacionalizar el banco. Quizás sea digno de mencionar que el 9/12/2019 el FMI otorgaría a Ucrania un préstamo por… 5.500 millones de dólares. 

Zelensky, quien hizo campaña en 2019 afirmando que iba a erradicar la corrupción de su país, permitió que Kolomoisky pudiera retornar a Ucrania y, además, ubicó en lugares estratégicos de su Gobierno a miembros que respondían directamente a Kolomoisky.  Es decir, antes de ser inventado por la OTAN, Zelensky ya era una invención de este oligarca con su imperio mediático.

Kolomoisky ya había sido gobernador de Dnipropetrovsk, haciéndose conocido de los rusos muy rápidamente, financió un ejército privado contra Rusia. Vetado en EE.UU., en 2019 se reunió en Israel con Rudy Giuliani (quien fuera alcalde de Nueva York). Giuliani iba de parte de Donald Trump para obtener información del hijo de Biden, Hunter. Quería conocer los negocios de los Biden en Ucrania, siendo el hoy actual presidente de EE.UU., antes vicepresidente con Obama. Los Biden estuvieron muy vinculados a otro oligarca, Mikola Zlochevski, quien fuera exministro de Recursos Naturales. Mikola, propietario de Burisma, la mayor compañía de gas privada de Ucrania, sentó en la directiva de la empresa a Hunter Biden. Adivinanza: ¿Qué banco usaban para sus transacciones?

La presencia de Kolomoisky en Israel no es casual. Tanto Zelensky como Kolomoisky son de origen judío de hecho, según The Times of Israel (7/3/2021), Kolomoisky fue un representante de alto nivel, siendo presidente de la Comunidad Judía Unida de Ucrania. No deja de ser paradójico que Vladimir Putin denuncie que lucha en Ucrania contra bandas neonazis, y que Israel apoye a Ucrania.

Antes de seguir, una breve referencia a Trump. Vergonzosa defensa de su política exterior aparece hoy en varios portales. Incluso de argentinos, que debemos 50.000 millones de dólares al FMI gracias a que el presunto peronista (¿?) nos dio su apoyo. Con lo mencionado, pensamos que en la Argentina no merece más análisis de nuestra parte cualquier intento de justificación de su política exterior. Ni Palestina, ni Yemen, ni Siria, ni Irak, ni Irán, ni incluso Afganistán, van a afirmar que el periodo de Trump en la Casa Blanca fue menos guerrerista que el de su sucesor Biden. Tampoco recordamos sanciones contra EE.UU. y sus aliados por alguna de esas guerras.  Algunos se tragan cualquier sapo que sea antiglobalización. Nosotros no. Ni Biden progresista, ni Trump peronista. 

De Ucrania a Malvinas

La gran mayoría de los medios de comunicación occidentales nos tienen acostumbrados. Ahora importa la “comunidad internacional”, pertenecer al “mundo civilizado”, al “orden financiero internacional”, formar parte de los “países democráticos y desarrollados”. La hipocresía de tales medios se suma a un amor pacifista de muchos analistas, quizás temerosos de ser catalogados de rusófilos. De repente se toma nota de la “violación sistemática de los derechos humanos”. Todos contra Rusia y su “expansionismo”, o contra la guerra y su “irracionalidad”,  que es lo mismo en este caso. Putin sería el nuevo Hitler. De causas y consecuencias, solo si es para hablar de un cohete palestino que “explica” los indiscriminados bombardeos de Israel a la población palestina. ¿Las sanciones a Israel? Bien, gracias.

Después, aparecen los que defienden el derecho internacional, es decir, vienen con “posiciones objetivas” que siempre, dicen, respetan. Pero que solo mencionan por estos días. Claro, ahora es más fácil, justo coinciden tales posturas con EE.UU. y Gran Bretaña. En fin, el derecho internacional, otra vez y como siempre, en silencio cuando los fierros hablan. Tomemos nota, el mundo ya, y el que se nos viene más, no va a tener nada de pacifico. 

Lo mejor que hemos visto han sido las reacciones que –por supuesto, en la posición occidental de condenar a Rusia- han recordado a Malvinas. Quizás empecemos a repensar nuestras fuerzas armadas. No vamos a recuperar nuestras islas y luego la tercera parte de nuestro territorio nacional con comunicados, ni mucho menos por redes sociales.

Si hay sanciones para Rusia, ¿dónde están las sanciones para el Reino Unido? Y si, obviamente, Occidente no va a afectar a su aliado, entonces, ¿cuáles son las sanciones que Argentina establece ante la ocupación ilegal de las Islas Malvinas? Por ejemplo, romper relaciones diplomáticas, cortar vínculos comerciales y culturales. Suponemos que de ahora en más no tendrán acceso a nuestros recursos naturales: petróleo, minería, pesca, etc.     

Pero, pasa con el FMI, pasa con Malvinas. Otra vez van a hablar de diálogo y derecho internacional. Seamos sinceros, una verdadera posición nacional también incluye el análisis de nuestra soberanía. Necesitamos empezar a mostrar nuestros músculos –por eso equipar a nuestras fuerzas armadas- y ser agresivos con sanciones –al mejor estilo occidental- demostrando que, a 40 años de nuestra batalla por Malvinas, nosotros, como Rusia, también tenemos nuestras líneas rojas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.