A los tradicionales desfiles sindicales y a la también tradicional manifestación de la extrema derecha se sumó otro invitado: Nicolas Sarkozy. Marine Le Pen dijo que votaría en blanco el próximo domingo.
El liberalismo contra los sindicatos. La extrema derecha contra el mundo y los sindicatos contra Sarkozy. Esas tres visiones de un país y de un modelo se cruzaron en las calles de París. El 1º de Mayo francés llevó hasta el paroxismo la confrontación electoral de cara a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del próximo 6 de mayo. A los tradicionales desfiles sindicales del Día del Trabajo, y a la también tradicional manifestación que la extrema derecha del Frente Nacional celebra cada año delante de la estatua de Juana de Arco en el centro de París, se le sumó un invitado nuevo: el presidente candidato Nicolas Sarkozy convocó a sus partidarios al Trocadero a fin de participar en la «fiesta del verdadero trabajo». Dirigiéndose a los sindicatos, Sarkozy les dijo: «Dejen las banderas rojas y sirvan a Francia». La primera en hablar fue la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen. Sus simpatizantes dieron sobradas muestras de lo que tienen en el corazón y la cabeza: «Extranjeros afuera», «Francia para los franceses», coreaban en un ambiente de algarabía hostil a todo lo que no era francés. Marine Le Pen no dio consignas de voto, pero dijo que ella votaría en blanco. Para Le Pen, Sarkozy sería «una nueva decepción», mientras que Hollande fue presentado como «una falsa esperanza». Sin embargo, a pesar de un extenso argumento a favor del voto en blanco, la líder de la ultraderecha dejó flotando una ambigüedad: «Cada cual hará su elección. Yo haré la mía. Son ciudadanos libres y votarán según vuestra conciencia, libremente».
Marine Le Pen convocó a sus seguidores para las legislativas de junio, que serán «una tercera vuelta». El Frente Nacional es «el centro de gravedad y la brújula de la política francesa», dijo la líder frentista. Dado el auge espectacular de la ultraderecha y la validación de su discurso, sus ideas y sus argumentos por la derecha gobernante, no es un desacierto pensar que los sueños de Marine Le Pen se vuelvan realidad: «Hemos sentado las bases para nuestra llegada al poder. Nuestra victoria es ineluctable». Nicolas Sarkozy siguió la puesta en escena con una espectacular manifestación en la que reunió a 200 mil personas y durante la cual lanzó un ataque acerbo contra los sindicatos. El presidente candidato invocó los valores de la Francia eterna, elogió la cultura francesa, su idioma, sus iglesias y catedrales, su literatura, su arte, reivindicó la «herencia cristiana de Francia» y, de la misma manera que lo había hecho en 2007, se paseó por siglos de historia: de Juana de Arco a Napoleón, pasando por el dramaturgo Molière, el filósofo Voltaire o el general De Gaulle. El presente presidencial es una Francia con fronteras cerradas, valor supremo de la ultraderecha y de la estrategia sarkozysta para la segunda vuelta y, como propuesta, un «nuevo modelo social».
La nueva derecha apareció bajo el sol sin máscaras: los planteos de Sarkozy parecen venir de un hombre sin pasado y sin balance cuyos principales enemigos son el mundo, es decir, los extranjeros, y las conquistas sociales arrancadas con varios siglos de lucha. En ese contexto, el jefe del Estado acusó a los sindicatos de desfilar en el 1º de Mayo con «banderas rojas» mientras que él y sus partidarios lo hacían con «la bandera de Francia». El «nuevo modelo social» planteado por Sarkozy se basa en el eterno precepto liberal de la desregulación. Violento y acusatorio contra los sindicatos, Sarkozy les dijo: «Dejen los partidos porque el papel de ustedes no consiste en hacer política. Su papel no consiste en defender una ideología, su papel consiste en defender a los trabajadores». No hay dudas de que el jefe del Estado tiene ideas muy creativas, sobre todo por la confusión que siembran entre quienes son capaces de creer que un sindicalista puede defender una ideología antes que los intereses de los trabajadores que representa. Las aguas revueltas son siempre muy fructíferas para atrapar pescados distraídos. En esa misma línea, Sarkozy sacó una nueva paloma de la galera: «El capitalismo de los emprendedores debe reemplazar al capitalismo financiero». En suma, en el pensamiento expuesto en este 1º de Mayo, el sindicalismo es la piedra de la discordia, el valor que descompone la sociedad y las relaciones en el ámbito profesional. Cuando se dirigió frontalmente a la izquierda y a los socialdemócratas, Sarkozy les dijo: «Ustedes no han abandonado esa vieja luna de la lucha de clases que levanta a los unos contra los otros, los obreros contra los patrones».
Lejos de esas delicadezas, su rival socialista para la segunda vuelta, François Hollande, no se sumó a los desfiles sindicales. Hollande participó en la localidad de Nevers en una ceremonia en memoria del ex primer ministro socialista Pierre Bérégovoy, que se suicidó el 1º de mayo de 1993. «La fiesta del trabajo es la fiesta de los sindicalistas y yo no puedo aceptar que pueda haber en Francia una batalla contra el sindicalismo el 1º de Mayo», dijo Hollande. Hasta ahora, el único sindicato que llamó a votar por el candidato socialista fue la CGT. La marcha sindical organizada en París contrastó, por su calma, con los enardecidos ataques de Sarkozy y Marine Le Pen. Los sindicados marcharon contra las medidas de austeridad y repudiaron la inédita recuperación que hizo Nicolas Sarkozy del 1º de Mayo, un día casi universal que encontró en la capital francesa su más virulento paladín enemigo. Los dos escollos de Francia son, para Sarkozy, los extranjeros y los sindicatos. La violencia verbal antiextranjeros ha llegado a grados volcánicos. Bajo el influjo de una disputa política por el poder, el eje de la rotación de Francia, del igualitarismo, de la «tierra de asilo», ahora da vueltas en torno de lo extranjero como si fuera un animal dañino al que es preciso llevar al otro lado de la frontera.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-193064-2012-05-02.html