El tradicional Consejo Europeo de marzo ha demostrado, una vez más, que sirve para muy poco. Los líderes de la UE se han limitado a comprar tiempo, han escenificado una cumbre tranquila y se han ido a casa con los mismos problemas con los que viajaron a Bruselas. Por no haber, ni tan siquiera ha habido debate.
El pliego de conclusiones de uno de los consejos europeos más rápidos que se recuerdan recoge 24 menciones al término «crecimiento». La palabra «crisis» solo aparece mencionada una vez. Barroso, el presidente de la Comisión Europea, lanzó el bien ensayado mantra nada más llegar a la sede del Consejo Europeo: «Es hora de movernos del modo crisis al modo crecimiento». Poco después, Angela Merkel reiteraba la idea y la hacía oficial, aunque con mayor precaución, y reconocía que los dos próximos años serán decisivos. Aunque no dijo para qué, o para quién. La cumbre menos emocionante y más prescindible de las celebradas en mucho tiempo, el Consejo Europeo «fugaz», confirmaba el escenario previsto para la cumbre: cero emoción, cero resultados, y tres copas de champán: dos en honor a Herman Van Rompuy (reelegido como presidente del Consejo Europeo para otros 30 meses y, en un acto paralelo, nombrado presidente de las cumbres del euro) y una más para celebrar la firma a 25 del pacto fiscal internacional (no comunitario, tras el rechazo de Londres y Praga a suscribirlo). Esta última celebración, con un perfil realmente bajo. Se abre ahora el proceso de ratificación del llamado Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria. Con nubes de tormenta acechando ya desde Irlanda, cuyo anunciado referéndum, aunque ganara el «no», no impediría la entrada en vigor de este pacto fiscal, pero sí arrojaría nuevas sombras sobre el funcionamiento y la gestión de la maltrecha zona euro.
La Unión Europea ha comprado tiempo en este tradicional Consejo Europeo de marzo y ha celebrado una cumbre tranquila porque los 27 han aparcado las cuestiones espinosas, toda vez que la inyección masiva de liquidez a los bancos europeos por parte del Banco Central Europeo (por segunda vez en dos meses, aunque quizás por última tras el aviso de Draghi) parece haber relajado la presión sobre España e Italia, que están pagando menos para colocar bonos; pero esto realmente no tiene ningún reflejo en la situación real que padecen ambos países, mucho menos en Grecia. La cumbre de Bruselas ha sido tan light que ninguno de estos tres socios en graves apuros aparece siquiera mencionado en las conclusiones. Hasta la redacción de los puntos que aluden a los deberes que los estados deberían hacer fueron suavizadas para que cada jefe de Estado o de Gobierno tuviera una regreso tranquilo a casa.
El documento de conclusiones «anima», «espera», dice que los estados «deberían»… en otro excelente ejemplo de retórica comunitaria, quizás más hueca que nunca, que no ha convencido a nadie.
Escasa cobertura. Acorde a su bajo perfil, esta cumbre ha sido objeto de una cobertura informativa menor; y casi siempre en clave estatal, no europea.
En Madrid, la prensa coincidía en titular que Rajoy había «desafiado» a la UE al fijar el objetivo de déficit para este año en un 5,8%. No estuvo el presidente español muy acertado cuando dijo que no lo había consultado ni con los líderes europeos ni con la Comisión, alegando que no tenía obligación de hacerlo. Ni Durao Barroso ni Angela Merkel reaccionaron muy bien y, en principio, descartaron cualquier flexibilización.
La cobertura mediática era muy diferente en París. La figura era Sarkozy, aunque no se cebaban en el hecho de que, tras su «ajetreada» visita a Baiona, el presidente hubiera llegado tan tarde a todo un Consejo Europeo (se perdió la cita de las 18:00 horas con el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, y tuvieron que retrasar la foto de familia y la primera sesión de trabajo para no dejarle fuera). El enfoque era, más bien, de despedida, porque muchos creen que este ha sido el último Consejo Europeo para Nicolas Sarkozy, quien, consciente de ello, no tuvo problemas en responder a la pregunta de si se veía como presidente del Consejo o de la Comisión en un futuro próximo. Respondió, muy categórico, que «no», porque no cree tener cualidades para ello (sería incapaz de ceder a la tentación de hacer sombra a los jefes de Estado y de Gobierno).
En Alemania y en Gran Bretaña la cumbre pasó sin pena ni gloria. Desde Berlín, algunos medios criticaron la euforia que casi desprendían algunas declaraciones y en Londres optaron por una información más aséptica, aunque, al parecer, Cameron, cada vez más aislado, mostró su frustración en la cena del jueves porque la Carta de los Doce no fue apenas tomada en cuenta en las conclusiones.
Esta cumbre no sirve. El Consejo Europeo de primavera no tiene ningún sentido si ni tan siquiera sirve como foro de un buen debate político. Temas tan importantes como el crecimiento o el desempleo pasan sin pena ni gloria porque nadie quiere molestar a nadie en esta cita, no sea que se abra la veda y también le toque recibir al que se atreva a hablar. La Comisión ha preparado un informe bastante contundente, pero este Consejo solo ha servido para presentarlo en sociedad, sin debate. Los 27 lo acogieron con satisfacción, pero luego se limitaron a decir que era «digno de estudio». Todo muy pobre y prescindible. Con la que está cayendo…
Fuente: http://www.gara.net/paperezkoa/20120304/326231/es/Un-Consejo-Europeo-prescindible