El crecimiento de una extrema derecha con fuertes sentimientos racistas contra la etnia romaní muestra en Hungría las profundas fracturas del sistema político y de la sociedad civil.
Este país todavía no se recupera del impacto de las elecciones al Parlamento Europeo, celebradas en junio, en las que el extremista Movimiento por una Hungría Mejor (Jobbik) recibió 15 por ciento de los sufragios. El opositor y derechista partido Fidesz fue el más votado.
Analistas atribuyen la situación a la incapacidad de la izquierda en lidiar con la cuestión romaní, pues decidió barrerla debajo de la alfombra o concentrarse en la «amenaza fascista» que, según dice, sufre la nación.
Los romaníes (gitanos) llegaron a Europa procedentes de India en el siglo XIV.
Otros observadores acusan a la oposición de derecha de minimizar las amenazas que se ciernen sobre esta comunidad marginada.
Pero numerosos analistas opinan que el apoyo dado a Jobbik expresa la protesta de parte de la población, profundamente descontenta con la política y sus líderes. Además, la concurrencia de apenas 36 por ciento de los ciudadanos habilitados maximizó el resultado derechista.
Jobbik, movimiento de universitarios de ultraderecha devenido en partido en 2003, se concentró en la cuestión romaní y evitó otras, como el antisemitismo.
A diferencia de otros partidos de similar orientación con simpatizantes en las grandes ciudades húngaras, la retórica antiromaní de Jobbik le deparó votos en zonas rurales, en especial en las más pobres y con grandes comunidades gitanas.
Además de conglomerar el movimiento de extrema derecha, Jobbik atrajo votantes mostrándose por encima de las divisiones de derecha e izquierda y haciendo campaña contra la «delincuencia romaní», asunto ausente de la agenda política hace apenas 18 meses.
«La cuestión romaní no es un tema popular, por lo que para obtener más votos, liberales y socialistas pensaron que la mejor estrategia era excluirlo de la campaña electoral», dijo a IPS el antropólogo húngaro Gergo Pulay.
Jobbik también fue muy hábil en el uso de los medios de comunicación para ganar visibilidad, en especial mediante la creación de la Guardia Húngara, organización cuasi paramilitar de «ciudadanos preocupados» en proteger a la ciudadanía de la «delincuencia romaní».
Europa quedó impactada con la noticia, pero las últimas encuestas muestran que los húngaros les temen más a los gitanos que a la Guardia Húngara. Las autoridades la prohibieron, decisión que promete dar pie a una gran controversia y a intervenciones de tribunales europeos.
Otro factor que favoreció a Jobbik fue la presencia de la abogada Krisztina Morvai al frente de su lista al Parlamento Europeo.
Morvai, ex integrante de la Comisión contra la Discriminación de las Mujeres de las Naciones Unidas, concitó la simpatía de la derecha al dirigir investigaciones sobre la represión a las protestas de 2006 contra el gobierno socialista.
Las manifestaciones, convocadas por la derecha, se desataron luego de que el primer ministro socialista Ferenc Gyurcsány admitiera haberle mentido a la ciudadanía sobre la situación económica para ganar la reelección.
Desde entonces, la extrema derecha considera ilegítimo el gobierno socialista y reclama elecciones anticipadas. En ese proceso, además, la ciudadanía se radicalizó.
La izquierda atribuye esa radicalización a la demora del Fidezs, principal partido de la oposición, en condenar a Jobbik y a la Guardia Húngara. Finalmente, el presidente del directorio del Fidezs, Laszlo Kover, calificó esa organización de «guardia de payasos».
Sin embargo, hay cierta simpatía entre dirigentes locales de ambos partidos que cooperan en varias municipalidades. Además, el líder de Jobbik, Gabor Vona, fue dirigente de Fidesz en el pasado.
El corrimiento de Fidesz hacia el centro empujó a los desilusionados votantes de derecha a Jobbik. A eso se sumó el sorpresivo apoyo de algunos bastiones socialistas.
Ante la incapacidad de los principales partidos de resolver el problema de la integración de los romaníes, Jobbik aprovechó la oportunidad para relanzar la cuestión, según Pulay.
Con muy pocas excepciones, sostuvo Pulay, «en Hungría no hay un campo fértil para que se tomen medidas contra el racismo. Lo que vemos con las campañas es que sólo llegan a quienes ya piensan de cierta forma, pero no tienen ningún impacto serio más allá».
La sociedad civil es, en cierta forma, responsable, según Pulay.
«Hay cierto culto a la ‘urgencia’ del problema romaní, lo que no da mucho tiempo para pensar, y requiere intervenciones inmediatas. Esa urgencia deriva en acciones improvisadas por autoproclamados expertos con resultados más que dudosos», sostuvo.
Además, la gente suele culpar a los romaníes de la desaparición de dinero que, en realidad, ocurre en las más altas esferas de la burocracia, dijo a IPS el antropólogo.
«Al igual que en el resto de Europa oriental, hay un rápido crecimiento de organizaciones no gubernamentales y de otros programas que logran desarrollar su propia burocracia explotadora desde hace 10 a 15 años», acusó.
Varios analistas atribuyen buena parte de la hostilidad hacia la minoría romaní a la crisis económica mundial, que afectó más a Hungría que al grueso de los países europeos.
Diversos partidos políticos de derecha medraron en las urnas con una retórica antiromaní en Bulgaria, República Checa y Eslovaquia.
Al igual que Hungría, partidos búlgaros y checos crearon escuadrones de tipo paramilitar.