Una pelea callejera fue el banal motivo que desencadenó el estallido de la olla a presión que era la localidad calabresa de Rosarno, donde la multitud arremetió contra los temporeros inmigrantes, que terminaron siendo expulsados por la Policía.
«Ku Klux Klan», titulaba uno de los periódicos de izquierda italianos. No es para menos, ya que los acontecimientos de los últimos días en Rosarno, una pequeña ciudad de la región sureña de Calabria, guardan una gran similitud con los hechos narrados en las películas estadounidenses sobre la segregación racial.
Decenas de personas resultaron heridas en los incidentes, entre ellas un extranjero que quedó en coma a causa de los golpes recibidos y otras dos que sufrieron heridas de bala. Además, más de un millar de inmigrantes fueron expulsados de la ciudad hacia otros puntos del país, y muchos han tenido como destino un centro de identifi- cación que, a la postre, es la antesala de la expulsión definitiva de Italia.
El casus belli de los incidentes fue banal: una pelea callejera que desencadenó el odio racista hacia los temporeros africanos. Son entre 3.000 y 5.000 personas que trabajan en las haciendas agrícolas a cambio de 20 ó 30 euros al día, y ni siquiera tienen donde dormir, por lo que acampan en lugares abandonados en el campo.
Hartos de la explotación y de las agresiones de las «rondas» (grupos de voluntarios que protegen la ciudad, reconocidos por el Gobierno), los extranjeros -en su mayoría centroafricanos- salieron a la calle quemando coches y contenedores, a lo que los ciudadanos de Rosarno respondieron con disparos de armas de fuego y de aire comprimido.
Esa circunstancia, la de tantas armas, sugiere la posible implicación de la `Ndrangheta, la mafia calabresa, en los enfrentamientos. ¿El objetivo? Impedir a los inmigrantes aspirar a los derechos básicos e inherentes a cualquier ciudadano, porque queda claro que, obtenidos éstos, las posibilidades de ejercer la explotación y el chantaje se reducirían de forma importante.
La alianza entre la mafia y los latifundistas en el sur de Italia no es algo nuevo. Según el alcalde de Riace, un pueblo a pocos kilómetros de Rosarno, detrás de los incidentes se esconde un evidente plan desestabilizador de la `Ndrangheta. No es casualidad que Rosarno esté sometida a una Prefectura (impuesta por el Ministerio de Interior) en lugar de a los habituales gobiernos locales; el último que hubo fue disuelto por los magistrados debido a las infiltraciones mafiosas.
«Es una ausencia total de gobiernos, tanto local, como regional o central», se desespera el cura local Pino Demasi. La Iglesia ha sido una de las únicas voces que se han alzado en defensa de los inmigrantes.
En el ámbito público, hacía ya tiempo que la prensa y Médicos Sin Fronteras (la única organización humanitaria que asistía a dichos trabajadores) habían advertido de que Rosarno era una olla a presión a punto de estallar. Incluso la CGIL, el mayor sindicato italiano, organizó en marzo de 2009 una asamblea pública en la que los inmigrantes denunciaron las miserables condiciones de explotación a las que eran sometidos. A pesar del riesgo que corrieron al hacerlo, nada cambió bajo el sol calabrés.
Este invierno, cuando la falta de empleo ha golpeado a más italianos, se ha acrecentado el enfado por la llegada de inmigrantes extranjeros para la recolecta de naranjas. Una bronca que, al final, encontró lo que buscaba: miles de africanos que tuvieron que buscar refugio de las balas en una fábrica abandonada, donde cientos de italianos se apostaron para continuar con las agresiones, portando incluso bidones de gasolina. En consecuencia, la Policía estuvo vigilando el lugar toda la noche para, a la mañana siguiente, ejecutar la orden del ministro de Interior, Roberto Maroni, de deportar a los inmigrantes, aquellos de los que la `Ndrangheta quería librarse.
Tras los enfrentamientos se ha dado a conocer que en Rosarno existía un juego llamado «ir a por marroquíes» que consistía en ir a amenazar a los inmigrantes, escupirles y escapar. Ahora el riesgo es que el caso de Rosarno despierte un «efecto simpatía» y dé paso a una imitación en cadena: puede pasar lo mismo en cualquier lugar donde la mafia sople sobre el fogón del racismo para librarse de los trabajadores de más.
Puede haber muchos más Rosarnos, sobre todo después de que aquellos que han disparado contra los inmigrantes se hayan salido con la suya.
El ministro de Interior de Italia, Roberto Maroni, calificó ayer las detenciones de presuntos miembros del grupo mafioso `Ndrangheta, efectuadas la noche del lunes en Rosarno, como la «mejor respuesta» que se podría dar a los «gravísimos» altercados entre inmigrantes y vecinos de dicha localidad italiana.
Maroni compareció ante el Senado para dar cuenta de la violencia desatada desde el pasado jueves en la localidad sureña tras la agresión a dos inmigrantes que derivó en un clima de enfrentamiento, que terminó con una cincuentena de heridos.
Pese a que la Policía italiana desvinculó expresamente esas detenciones con los altercados producidos en Rosarno, el titular de Interior lo trajo a colación como muestra de que el Estado no cederá ante el grupo mafioso.