Los alemanes votarán el próximo 27 de septiembre por el sucesor de la actual canciller Angela Merkel. Su gobierno, en alianza con los socialdemócratas, se caracteriza por ser de un conservadurismo blando.
En cualquier país latinoamericano, a poco más de un mes de las elecciones generales, lo previsible sería una ciudad empapelada, combies merodeando con altoparlantes a toda voz, jóvenes repartiendo mecánicamente propaganda. Pero no, en Alemania no. Hay carteles esporádicos y quizá algún partido aprovecha algún show para montar un pequeño puesto propio y hacer presencia. Pero poco más. Berlín espera en calma el próximo 27 de septiembre, fecha en la que se renovará por completo el Parlamento alemán que elegirá al sucesor de la actual canciller Angela Merkel.
Proveniente del viejo este socialista, Merkel gobierna el país desde 2005 con un estilo casi antagónico a los tipos de liderazgos sudamericanos. Como afirma el profesor de historia contemporánea de la Universidad de Postdam, Manfred Görtemaker, Merkel «realmente representa a los alemanes. Es que ella es en muchos sentidos muy alemana: está siempre preparada, llega siempre temprano a su oficina, su mesa está siempre repleta de documentos, sabe lo que quiere de modo muy pragmático y no es ideológica en lo más mínimo». Para Eberhard Dieppgen, quien fuera alcalde de Berlín por la CDU en los períodos 1984-1989 y 1991-2001, a «la muchacha» (como la bautizó el canciller de la reunificación, Helmut Kohl) se le puede creer que no va a impulsar ningún sobresalto, «el problema -agrega- es que no se sabe cuál es su sentimiento, su emoción».
Y ése sea quizá el principal capital político. Un conservadurismo blando, que se opone hoy al ingreso de Turquía a la Comunidad Europea y que luego de la oposición a la guerra de Irak del ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder (1998-2005), estrechó vínculos con los Estados Unidos, fortaleció su rol en la OTAN y envió más y más soldados a Afganistán, convirtiendo a Alemania en la tercera mayor fuerza ocupante.
Sucede que el sistema alemán, después de casi dos agitados siglos, apuesta a la estabilidad y el orden. Está pensado para que sea realmente difícil que una fuerza pueda acumular la fuerza suficiente como para imponer voluntades por sí sola. Así fue como el anterior canciller socialdemócrata Gerhard Schröder (1998-2005) gobernó en un frente con los verdes. Y así es como hoy Merkel gobierna con los socialdemócratas en lo que ha dado en conocerse como «Gran Coalición».
Los partidos políticos nodales del sistema alemán son cinco. Los democristianos de la CDU, la socialdemocracia del SPD, los liberales del FDP, los verdes y la izquierda que en alemán se llama así: la izquierda. La gran puja fue siempre entre los dos primeros. El juego de verdes y liberales (neoliberales) fue siempre tranzar alianzas con uno y otro en el Parlamento para aumentar sus cuotas de poder. La izquierda nació en 2007 y es la gran sorpresa.
Para el 27 de septiembre las encuestas auguran un triunfo relativamente holgado de los democristianos con cifras que rodean el 35 por ciento. Por debajo, con menos de 25, se ubica el SPD. Luego un bloque sólido en el que ninguno logra sacar cabeza. Verdes, liberales e izquierda miden entre 9 y 13 por ciento cada uno, dependiendo de la encuesta. La expectativa de amplios sectores dentro de la CDU es que la coalición se quiebre. La idea es hacer uso de la diferencia con el SPD para despegarse de ese sesgo progresista que su aliado le imprime a la gestión, para volcarse a un tipo de administración más tecnocrático junto a los liberales. Ahí habrá una puja, porque históricamente el postulado democristiano en lo que a la a economía responde es el de «economía social de mercado». Y es sabido, todo lo que huela a social a un liberal lo asquea. Sin embargo, ambos partidos son conscientes de que la coyuntura global los favorece. El temor por la crisis global hizo crecer la estima de la sociedad para con los conservadores. Habrá que ver si llegan.
El SPD quedó entrampado en su propia lógica timorata. Fue en la segunda gestión de Schröder que luego de aciertos como la oposición a la guerra de Irak, avanzó en un plan de reformas al robusto sistema de seguridad social. La ofensiva se llamó «Agenda 2010» y motivó resistencias tanto de las bases como de los sindicatos, históricos aliados de la socialdemocracia alemana. De esa tensión surgió una fractura llamada Partido del Trabajo y la Justicia SocialAlternativa (WASG) que en el 2007 se unió a la vieja izquierda del este nucleada en el Partido por el Socialismo democrático. Así nació «Die Linke».
Las elecciones pasarán y a pesar de sus problemas económicos, Berlín seguirá intentando posicionarse como una gran capital europea. Las migraciones del este europeo seguirán desfilando por aquí, y el vínculo con la enorme población turca seguirá siendo una de las obsesiones. Pero hoy, los esfuerzos están concentrados más en el 9 de noviembre cuando cayó el muro. Los alemanes prefieren festejar los 20 años de ese día en que cambió todo.
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