Una cuestión de piel En su ensayo Critique de la raison nègre («Crítica de la razón negra»), el historiador y filósofo camerunés Achille Mbembe aborda el racismo actual como un fenómeno que trasciende una cuestión de razas, y lo define como un proceso en que las personas son transformadas en objetos y mercancías. Si bien […]
Una cuestión de piel
En su ensayo Critique de la raison nègre («Crítica de la razón negra»), el historiador y filósofo camerunés Achille Mbembe aborda el racismo actual como un fenómeno que trasciende una cuestión de razas, y lo define como un proceso en que las personas son transformadas en objetos y mercancías. Si bien la diferencia es atendible, el viejo racismo tiene la piel dura en Francia.
La actual ministra de Justicia, Christiane Taubira, ha sido objeto recientemente de dos ataques abyectos, cuya concomitancia es el signo de pulsiones que cierta parte de la sociedad francesa ya no consigue canalizar de otra manera. El primero de ellos provino de Anne-Sophie Leclere, candidata por el partido de extrema derecha Frente Nacional (FN) a las elecciones municipales en Rethel, una comuna de 8.000 habitantes al noroeste del país. Durante un reportaje del programa Envoyé spécial, del canal France 2, la candidata defendió un montaje fotográfico que había publicado en su página Facebook. En él, la foto de un simio cachorro con la inscripción «A los 18 meses» iba acompañada de una foto de Taubira, cuya inscripción decía «Ahora». Profundamente convencida de la validez del montaje, Leclere declaró a la periodista de France 2: «Francamente, [Christiane Taubira] es una salvaje. Cuando se le habla de algo grave en la tele, responde con una sonrisa diabólica». La periodista preguntó si la comparación de un simio con un negro no le parecía una forma de racismo primario. La respuesta de la candidata fue contundente: «No, esto no tiene nada que ver con el racismo. Un simio sigue siendo un animal. Un negro es un ser humano. (…) La comparación es porque es una salvaje. A lo sumo prefiero verla colgada de las ramas de un árbol que en el gobierno».
Desafortunadamente, la periodista no le preguntó a Leclere que entendía exactamente por racismo. Las declaraciones fueron denunciadas públicamente por distintas asociaciones, pero no faltó, sin embargo, quien opinara en esos mostradores modernos que son también Twitter y Facebook que, en definitiva, Leclere tuvo el coraje de decir en voz alta lo que muchos franceses piensan en voz baja, en especial la extrema derecha y una franja de la derecha, hostiles a la ministra. La reacción del FN fue otra, al menos en el plano oficial. Como su estrategia clave para acceder al poder es renovar su imagen (al punto en que su presidenta, Marine Le Pen, ha amenazado con llevar a juicio a quien diga que el FN es de extrema derecha), el partido suspendió de inmediato a Anne-Sophie Leclere y la citó al Consejo de disciplina. Se ignora de momento la suerte de la ex candidata, pero incluso el fundador del FN, Jean-Marie Le Pen, un ferviente defensor del colonialismo que repite a quien quiera oírlo que él cree en la desigualdad de las razas, llegó a admitir, acorralado por un periodista, que las declaraciones de la candidata habían sido «de muy mal gusto». Esta tibia apreciación no impidió que el FN presentase una denuncia por injuria pública ante la justicia. Fiel a su historia de partido pleitista, el FN no presentó una denuncia contra su candidata sino contra la ministra Taubira, en razón de su reacción al reportaje: «Esta persona [Anne-Sophie Leclere] conoce, como todos nosotros, el modo de pensar mortífero y asesino del FN (…) Simplemente no comprendió que su dirección dijo que hay que disimular (…) Este modo de pensar es: los negros en las ramas de los árboles, los árabes al mar, los homosexuales al Sena, los judíos al horno…».
Es claro que el clima pre electoral de cara a las elecciones municipales de 2014 propicia los excesos, la demagogia, las apuestas arriesgadas de políticos con una visión por lo menos discutible del espíritu republicano, una violencia verbal que va filtrando de a poco en la sociedad y genera un correlato en los hechos cotidianos. Pero el segundo ataque no provino de responsables políticos sino de militantes, si es que a niños en edad escolar se les puede considerar como tales.
El 25 de octubre pasado, una visita de la ministra a la ciudad de Angers fue recibida por manifestantes del movimiento Manif pour tous («Manifestación para todos»), un colectivo que se opone con virulencia a la ley que, en mayo de este año, legalizó en Francia el matrimonio entre personas del mismo sexo. El movimiento es un mix de homófobos, ultra católicos, racistas, personas convencidas de que el matrimonio es y debe ser un derecho exclusivo para las parejas heterosexuales, sostén indiscutible del entramado social. La recepción fue tensa. La escena de los niños, muy triste. En medio de un centenar de manifestantes, varios niños de unos diez años juegan con una cáscara de banana. Cuando llega la ministra, uno de ellos la agita en lo alto mientras una niña grita repetidamente en dirección de Taubira: «¡La mona come la banana!», ante la indiferencia de los adultos que los rodean.
La instrumentalización de niños por parte de miembros de este movimiento fue moneda corriente durante los meses en que duró el debate sobre la ley del matrimonio igualitario. La escena de la banana recuerda a otra escena de esos meses, triste también, en que un padre, sin saber que está siendo filmado, sube a su hijo en sus hombros mientras les explica a sus compañeros que va a ir a desafiar así al cordón policial, a ver si se animan a hacerle algo, acto que ejecuta a continuación. A nadie le extraña que esos mismos niños, al ser interrogados por los periodistas, hablen de los homosexuales como de gente enferma a la que debe curarse. Lo que golpea, por nuevo, es que padres impulsen a sus niños a brindar un espectáculo público que constituye un delito, un gesto hasta ahora reservado a las declaraciones ocurrentes de Alain Delon o a la barra brava del Paris Saint Germain, especialista en emular chillidos de mono cuando un jugador negro o árabe entra a la cancha o se hace de la pelota.
Un periodista del magazine regional Angers Mag cubrió el evento y relató lo sucedido en un artículo que incendió las redes sociales. El intento del secretario departamental del FN y candidato al municipio de Angers, Gaétan Dirand, por desacreditar al periodista tuvo vida corta. Dirand declaró: «Yo no oí otros eslóganes que los que oímos desde hace un año en las diferentes manifestaciones contra la desnaturalización del matrimonio. Sería bueno entonces que este periodista, aparentemente comprometido con la izquierda, aporte las pruebas de lo que dice en el artículo». Poco después, un video amateur filmado con un teléfono fue puesto en línea. Actualmente albergado en el sitio Web de Angers Mag, el video confirma el artículo del periodista y permite ver a los niños ejecutando algo que, probablemente, habrán imaginado un juego divertido.
De todos los puntos en común que pueden encontrarse en los dos ataques, hay uno que es el más preocupante de todos: ambos se llevaron a cabo con la ligereza rotunda que da la fuerza del convencimiento, con el sentimiento de impunidad que surge de saberse en su pleno derecho, aun cuando se esté incurriendo en un delito penal pasible de un año de prisión y 45.000 euros de multa.
Estos ataques recuerdan episodios recientes similares en Italia, cuya víctima fue la ministra de Integración, Cécile Kyenge, de origen congoleño. Porque al igual que la ministra italiana, Christiane Taubira es el símbolo de demasiados tabúes en el panorama político francés. Como analiza el historiador Pascal Blanchard (Libération, 29-X-13), cuatro elementos explican el ensañamiento del que es objeto la ministra: es mujer, nació en la Guyana Francesa, es negra, impulsó dos leyes emblemáticas: el matrimonio igualitario en 2013 y, en 2001, como diputada, una ley sobre la memoria de la esclavitud, pecado capital para los racistas y neocolonialistas. ¿Desde cuándo alguien así es capaz de representar la Justicia?
Las declaraciones de Taubira tras el episodio de Angers subrayan el peligro latente: «Francamente, sobre mi persona, no tiene importancia. Lo que me parece extremadamente grave es que hay personas que, cada vez más, se liberan de las obligaciones de un Estado de derecho, es decir de respetar la ley, y profieren insultos, injurias, amenazas. (…) Eso me parece extremadamente inquietante para la sociedad, para las personas que son vulnerables, que corren el riesgo de ser expuestas a estos comportamientos y a veces a su cristalización en actos de agresión».
Es muy probable que la ministra continúe siendo el objeto de ataques. Y lo que subyace a ellos poco tiene que ver con la transformación en objeto o mercancía de la que habla Achille Mbembe: se trata de un racismo de vieja escuela que, cobardemente escudado tras problemas reales como el desempleo y la crisis económica, sale cada vez más a la superficie en Francia y el resto de Europa.
Javier Couto @jahey00000
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