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Una Europa alemana: Vichy para todos

Fuentes: Cuarto Poder

Leyendo el último libro de Rafael Poch –La quinta Alemania (Icaria, 2013), escrito junto con Ángel Ferrero y Carmela Negrete– las cosas se entienden mejor y podemos verlas con perspectiva. El dato central: la reunificación alemana, en el contexto de la disolución del Pacto de Varsovia y de la desintegración de la URRS, cambió la […]

Leyendo el último libro de Rafael PochLa quinta Alemania (Icaria, 2013), escrito junto con Ángel Ferrero y Carmela Negrete– las cosas se entienden mejor y podemos verlas con perspectiva. El dato central: la reunificación alemana, en el contexto de la disolución del Pacto de Varsovia y de la desintegración de la URRS, cambió la naturaleza de la Unión Europea. Al principio, no se notó demasiado: había que pagar la enorme factura de la anexión de la RDA y hacerlo en condiciones que no pusieran en peligro lo delicados equilibrios de poder en una Europa y un mundo que cambiaba aceleradamente. Lo que vino después es conocido: la Agenda 2010 del gobierno socialdemócrata-verde (lo de rojo-verde me parece excesivo) presidido por Schröder.

Los autores lo analizan detalladamente: un gobierno teóricamente de izquierdas realiza un sistemático desmontaje del Estado social alemán con el objetivo explícito de devaluar los salarios y debilitar el poder de los sindicatos. Una vez más, haciendo lo que la derecha no se atrevería a realizar y practicando eso que los medios suelen denominar el «coraje reformista» de los políticos que responsablemente gobiernan más allá de las ideologías de derecha e izquierda. Estos son los famosos «deberes» que ya hicieron los alemanes y que ahora nos toca realizar a nosotros, los holgazanes del sur de la UE. Se suele olvidar que el ajuste en estos países ha sido mucho más duro y en menos tiempo y, lo fundamental, que las respectivas bases de partida eran muy diferentes, es decir, que los derechos sociales eran mucho más significativos en el centro que en la periferia.

Lo que la llamada Agenda 2010 ponía de manifiesto era claro y preciso. El Estado alemán (es decir, la alianza entre la patronal, el gobierno, la clase política, con la complicidad de una parte de la dirección sindical) diseñó una estrategia de desarrollo nacional neo-mercantilista con el objetivo de ganar mercados de los demás países de la Unión en base a su superioridad tecnológica, a una brutal devaluación salarial y a las nuevas reglas del «sistema euro». Al final, lo que se ha ido consolidando es un «núcleo» exportador-acreedor en torno a Alemania y una periferia subalterna importadora-deudora, condenada a transitar rápidamente hacia el subdesarrollo. Como Anguita dijo en los noventa, la Unión Europea en gestación liquidaría el Estado social, los derechos laborales y sindicales y terminaría por dividir duraderamente a Europa, a la de verdad, que es mucho más que la UE.

Situadas así las cosas, se podrá entender sin demasiadas dificultades que estamos ante un cambio de naturaleza de la integración europea que, más temprano que tarde, la hará inviable en el futuro. ¿Por qué? Porque la integración es incompatible con estrategias estatales basadas en disputar mercados, empleos y beneficios a costa de los demás países, sobre todo cuando estos son más débiles. Las políticas de «arruinar al vecino» son siempre inaceptables, mucho más cuando, teóricamente, se está en proceso de integración europea en base a una moneda única que impide, entre otras cosas, devaluar y controlar la política monetaria. Este es el verdadero problema del euro: una moneda extranjera para todos los Estados miembros al servicio de la estrategia nacional de Alemania.

Si esto es así ¿por qué los demás gobiernos, sobre todo del sur, lo aceptan? Una primera respuesta parece evidente: los fundamentos jurídico-políticos de la UE constitucionalizan el ordoliberalismo alemán convirtiendo en obligatorias las políticas que sirven a los intereses de los poderes económicos dominantes. Toda la llamada construcción europea es un perfecto «sistemas de cierres» que la convierten en (casi) irreversible, no dejando otro resquicio que acatarla (aceptar las políticas neoliberales como las únicas posibles) o romper abiertamente con ella. Una ratonera, como diría Martín Seco.

Sin embargo, creo que hay otra razón más de peso, más de clase, con un carácter «fundador de un Nuevo Orden Europeo». Una metáfora podría explicarlo mejor. Me refiero a la Francia de Vichy y es debida (ampliada y redefinida) a Miguel Herrero. Como es sabido, Vichy hace referencia a la ciudad-balneario donde residía el gobierno títere impuesto por las tropas alemanas tras la derrota de Francia en la Segunda Guerra Mundial. Lo característico de dicho gobierno fue una tercera entidad (la Alemania hitleriana) vino a resolver el conflicto existente en la república francesa entre el movimiento popular democrático y de izquierdas y las clases conservadoras y de derechas. Los tanques alemanes dieron la victoria a las clases dominantes y condenaron a la cárcel, a la tortura, al exilio y a la muerte a los patriotas republicanos que unieron rápidamente liberación nacional con emancipación social.

Las clases dominantes de la zona sur del euro están resolviendo sus problemas al modo francés de Vichy: aprovechar el poder de las fuerzas económicas-financieras alemanas (las finanzas siempre han sido la continuación de la guerra por otros medios) para liquidar los derechos sociales y laborales, cambiar, en sentido reaccionario, el modelo social y convertir nuestro débil sistema político en una democracia «limitada y oligárquica». Hay una alianza entre las clases dominantes de los países del sur en torno a la burguesía alemana, para legitimar el Estado de excepción global e imponer un nuevo orden social y económico europeo.

El problema es que a los españolitos y españolitas nos toca la periferia, es decir, una estructura productiva débil y dependiente, con una industria poco significativa y controlada por las trasnacionales, mucho turismo de masas y una agricultura y pesca residual. En un espacio económico así configurado no caben derechos sociales y sindicales, trabajo decente y pensiones dignas. Será el Reino de la desigualdad y se provocará una enorme concentración de renta, riqueza y poder en manos de una restringida y maciza oligarquía y una clase política subalterna y corrupta.

¿Pesimismo? Para nada: realismo bien informado. Miremos a nuestro alrededor y reflexionemos ¿Alguien nos hubiera dicho hace apenas cuatro años que nos encontraríamos ante esta involución que solo cabe calificar de civilizatoria? ¿Alguien cree que esta deriva no va a continuar para peor? Lo que se está produciendo es la crisis del Régimen constitucional del 78 y la transición hacia otra cosa que está recién comenzando. Las clases dominantes españolas (incluidas las burguesías vasca y catalana, siempre ha sido así) a lo suyo y a lo de siempre: aliados subalternos de los que mandan y dispuestos a vender, una vez más, a las gentes de este país. Su único proyecto: mandar, repartirse las migajas de la explotación y poner fin a esa fechoría histórica de una democracia basada en la igualdad, la justicia y la emancipación social.

¿Qué hará la plebe y que harán las izquierdas después de tantos desengaños y estúpidas ilusiones?