El 23 de marzo de 2002, la CGIL (Confederación General Italiana de Trabajadores) sacaba a la calle a tres millones de personas en defensa del artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores /1 y contra la reforma laboral de enconces, es decir, la tristemente famosa ley nº 30, que de promulgarse habría introducido los co.co.pro […]
El 23 de marzo de 2002, la CGIL (Confederación General Italiana de Trabajadores) sacaba a la calle a tres millones de personas en defensa del artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores /1 y contra la reforma laboral de enconces, es decir, la tristemente famosa ley nº 30, que de promulgarse habría introducido los co.co.pro (contratos de colaboración por obra) y las agencias de empleo temporal y habría empujado a la precariedad a muchísimos trabajadores y trabajadoras. Doce años y medio después, la CGIL y la FIOM (Federación de Empleados y Obreros Metalúrgicos) han sacado a la calle, en Roma, a un millón de personas en defensa del artículo 18 y contra la reforma laboral en curso de Matteo Renzi y Giuliano Poletti. En todos estos años, el artículo 18 ha sido modificado y debilitado por la ley Fornero (aceptada por la CGIL), la precariedad se ha convertido en «normalidad» para los nuevos contratados (e incluso para los antiguos), el paro ha ascendido a casi el 13% y el paro juvenil al 44%.
Antes de proceder a un análisis de lo que ocurrió el pasado 25 de octubre, es necesario recordar ese amargo proceso en que la CGIL ha desempeñado un papel indudablemente subordinado y condescendiente con las sucesivas políticas laborales, buscando siempre una estéril concertación, bien a escala general, bien en los distintos centros de trabajo. La «Jobs Act»/2 también es fruto de esta política miope y contraproducente.
Dicho esto, la imagen que ofrecía la plaza San Giovanni fue sin duda impresionante, aunque no se hubiera congregado un millón, como se ha dicho; en todo caso, hacía mucho tiempo que no se veía una manifestación tan masiva. La impresión es que la composición de la manifestación fue mixta: por un lado fue sin duda una especie de «marcha del orgullo» de la CGIL, en la que el sindicato quiso demostrar todo su potencial organizativo y simbólico al gobierno Renzi, que estaba reunido en la estación Leopolda para discutir con banqueros y empresarios; por otro, participaron muchas personas simplemente con la idea de encontrar por fin un lugar en el que expresar su desacuerdo y su desconfianza con respecto al gobierno. Las especulaciones políticas de la «izquierda» del Partido Demócrata (PD) apenas influyeron, pues nadie ha acudido a la plaza a instancias de Civati y Cuperlo (dirigentes de la llamada «izquierda» del PD). Lo más probable es que los verdaderos motivos de los participantes en la manifestación fueran la pertenencia a un sindicato «domesticado» o un rechazo general de la precariedad y del «renzismo».
Sin embargo, pese a esta capacidad de movilización parcial, la secretaria general de la CGIL, Susanna Camusso, ha optado una vez más por tender una mano al gobierno, como ya hizo con Berlusconi al día siguiente de la manifestación radical del 14 de diciembre de 2010, que concluyó con un verdadero sitio del parlamento, en el que el secretario recién elegido declaró que «no hay condiciones para ir a la huelga general«, e incluso buscó el acuerdo con la ministra Elsa Fornero y su lacrimógena reforma. Ahora, en una plaza atestada de gente que no esperaba más que el anuncio de la huelga, ha optado por mencionarla de pasada, como una posible opción, manteniendo de fachada una actitud agresiva frente al gobierno, pero sin presentar ninguna propuesta concreta sobre las perspectivas de un posible conflicto. Renzi ha podido así mover sus pìezas con facilidad, sin atacar directamente a los manifestantes, pero señalando la diferencia entre lo «nuevo» y lo «viejo», entre el «proyector digital» y el «carrete», en su discurso de clausura en la estación Leopolda.
Profundizando más en el análisis, creemos que el meollo de la cuestión va más allá de la convocatoria o no de la huelga general (otras veces la han proclamado, pero sin apenas resultados), y que el punto crucial es saber si el sindicato mayoritario quiere pasar a la ofensiva o no, si desea oponerse a las políticas de la patronal no solo en el estrado de la plaza, sino también en cada centro de trabajo donde imperan la precariedad y la explotación; si quiere intervenir o no en los conflictos actuales en torno a la perpetuación de los precarios y contra los despidos previstos en las fábricas en crisis; si desea implicarse realmente en movilizaciones que tratan de reorientar y reunificar el fragmentado mundo del trabajo, como la que promueve la «huelga social» del 14 de noviembre. Nos parece, sin embargo, que no van por ahí los tiros, sino que la CGIL ha querido hacer una demostración de fuerza simbólica y, pese a que una plaza tan concurrida es sin duda una buena noticia, no podemos decir que Camusso haya cambiado realmente de política. En efecto, cabe preguntarse cómo es posible que la CGIL pretenda erigirse en principal opositora de las políticas laborales de Renzi cuando sigue firmando convenios suicidas en muchos centros de trabajo a partir, por ejemplo, del protocolo firmado para la Expo 2015, emblema del trabajo gratuito, mal pagado y precario.
Más allá de lo que pretendan la CGIL y la FIOM, seguiremos construyendo, paso a paso, una respuesta alternativa a este modelo laboral que pretende imponer el gobierno, a partir de la huelga social del 14 de noviembre, a sabiendas de que este proceso pasa también y sobre todo por una labor de reconstrucción de un horizonte alternativo y de lucha en todos y cada uno de los centros de trabajo.
Traducción: VIENTO SUR
Notas:
1/ El artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores regula el despido en las empresas italianas.
2/ Así se denomina en Italia la reforma laboral impulsada por el gobierno de Renzi.
Fuente original: http://vientosur.info/spip.php?article9535