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Una izquierda que milita por el cierre de las fronteras en nombre de las clases populares

Fuentes: Le Monde

La izquierda antimigrantes, en Alemania o en Francia, estima que las personas inmigrantes amenazan nuestro modelo social. Una afirmación desmentida por la realidad. Son de izquierdas, pero sueñan con cerrar un día las fronteras europeas a las personas migrantes que arriesgan su vida atravesando el Mediterráneo. Se presenten como socialdemócratas o marxistas, las y los […]

La izquierda antimigrantes, en Alemania o en Francia, estima que las personas inmigrantes amenazan nuestro modelo social. Una afirmación desmentida por la realidad.

Son de izquierdas, pero sueñan con cerrar un día las fronteras europeas a las personas migrantes que arriesgan su vida atravesando el Mediterráneo. Se presenten como socialdemócratas o marxistas, las y los militantes alemanes, franceses o daneses abogan con convicción por el «cada cual en su casa»: la libre circulación de las personas les parece una peligrosa quimera. El objetivo de esta nueva fiscalía de la inmigración es siempre el mismo: el «buenismo» de la izquierda que celebraría con una ingenuidad desorientadora las virtudes de la apertura de las fronteras.

En Alemania, Sahra Wagenknecht, la figura de Die Linke que acaba de lanzar el movimiento Aufstehen («En pie»), lamenta así que en 2015, Angela Merkel abriera de par en par las puertas de su país a las personas migrantes que se agolpaban en las fronteras. Sobre todo, no hay que reeditar la «pérdida de control», advierte esta diputada que se define como marxista, pues este brusco aflujo de extranjeros ha «cambiado este país, y no para mejor». «No hacemos el mundo más justo promocionando la migración», concluye la antigua presidenta de Die Linke.

Si La France Insoumise se abstiene de mantener discursos abiertamente hostiles a las personas migrantes, no puede ocultar, una cierta ambigüedad. Uno de sus oradores, Djordje Kuzmanovic, ha declarado que el discurso de Aufstehen sobre la cuestión migratoria era de «salud pública». Jean Luc Mélenchon le ha llamado al orden pero el líder de La France Insoumise se ha negado a poner su firma al pie del Manifiesto por la acogida de migrantes de Mediapart, Regards y Politis (ver https://vientosur.info/spip.php?article14221. Ndt). «No estoy de acuerdo en hacer como si la inmigración fuera algo natural, atractivo, deseable», ha declarado.

La socialdemocracia de Dinamarca no se queda atrás: desde los éxitos electorales del Partido Popular Danés, denuncian vigorosamente los problemas de la inmigración. «Nuestra economía y nuestra cohesión están amenazadas por el número de personas refugiadas», explicaba su portavoz en 2016, cuando el partido se disponía a votar una ley que preveía la confiscación de los bienes de las personas demandantes de asilo. Una firmeza que se inscribiría naturalmente, según el diputado Mattias Tesfaye, en la historia del partido: hasta los años 1980, subrayaba en su libro Welcome Mustafa (Gyldendal, 2017), la socialdemocracia defendía una política migratoria restrictiva.

«Falsedades»

Esta actitud reservada, e incluso hostil, hacia la tradición de acogida que la izquierda ha encarnado a menudo, inquieta a toda la gente que sigue defendiendo su herencia humanista, incluso internacionalista. El secretario general de la CGT, una central que sin embargo ha adoptado, en el pasado, acentos nacionalistas, ha denunciado así las «falsedades» que oponen «de forma caricaturesca «mano de obra extranjera» y «mano de obra nacional». «El discurso nacionalista que tiene por objetivo oponer a las y los trabajadores franceses y los inmigrados es una vieja receta de extrema derecha», estima Philippe Martinez.

¿Se acercaría a la extrema derecha la «izquierda antiinmigrantes»? «Los discursos nacionalistas se parecen a menudo al de Rassemblement nacional» constata Patrick Simon, investigador en el Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED). «Empujan a la exclusión justificando preferencias por las y los trabajadores nacionales. Poniendo en competencia a las y los trabajadores en función de su nacionalidad, la izquierda antiinmigrantes estigmatiza al conjunto de las poblaciones provenientes de la inmigración -las y los recién llegados pero también quienes han llegado hace mucho, incluso sus hijos e hijas, que sin embargo no son inmigrantes. Se quiera o no, esta lógica produce jerarquías etnoraciales».

Para descartar las acusaciones de nacionalismo, la izquierda antimigrantes enarbola con facilidad un argumentario progresista: si combate la apertura de las fronteras, no es en nombre de las raíces cristianas de Europa, sino por la defensa de las conquistas sociales. La socialdemocracia danesa afirma, así, querer preservar un «alto nivel de medidas sociales» mientras que Sahra Wagenknecht insiste en los riesgos de una «competencia por los empleos, en particular en el sector de los bajos salarios». Charlotte Girard, una de las responsables de La France Insoumise, pone, también, por delante la defensa de las clases populares. «Decir que [las olas de inmigración] pueden influir en la bajada de los salarios y beneficiar a la patronal no es un razonamiento completamente absurdo. No es una tontería».

«Ejército de reserva»

A guisa de prueba, incluso de diploma ideológico, la izquierda antimigrantes invoca con ganas los supuestos principios de Karl Marx. Afirman que la idea de que la presencia de trabajadoras y trabajadores extranjeros debilita al proletariado nacional es tan vieja como el marxismo: ¿no dejó escrito el filósofo alemán que el capitalismo, para hacer bajar los salarios, tenía necesidad de un «ejército de reserva»? Citada por Karl Marx en 1847 en Bruselas, la expresión figura en efecto, veinte años más tarde, en El Capital. Escribe que «Tomado como un todo, los movimientos generales de los salarios están exclusivamente regulados por la dilatación y la contracción del ejército industrial de reserva».

Este concepto que seduce hoy a una cierta izquierda europea es retomado, en el siglo XIX, por el socialismo francés. Entonces, la patronal llamaba masivamente a la mano de obra extranjera: centenares de miles de personas italianas, belgas y polacas se amontonan en las minas y las fábricas del hexágono, que contaba con un millón de extranjeros en 1880. Redactado con Karl Marx y Friedrich Engels, el programa del Partido Obrero de Jules Guesde y Paul Lafargue vilipendia el comportamiento de la patronal, que saca «de la reserva de las y los muertos de hambre de Bélgica, Italia, Alemania -y de China si es preciso- los brazos que necesita para bajar el precio de la mano de obra y hacer pasar hambre a sus compatriotas».

Jean Jaurès, también, estima que las personas extranjeras, reforzando el «ejército de reserva», pueden constituir una amenaza para las y los obreros franceses. En 1894, lamenta así que el capitalismo internacional busque su mano de obra «en los mercados en que está más degradada, humillada, depreciada, para echarla sin control y sin reglamentación en el mercado francés y para llevar en todo el mundo los salarios al nivel de los países en que son más bajos». «Jean Jaurès se ‘adhiere’ a los análisis de sus amigos del Partido Obrero, del que en enero de 1893, aceptó el programa como plataforma electoral de su candidatura», constata el historiador Gilles Candar en Socialistes et migrations (1880-1914), en la web de la Fondation Jean-Jaurès, en 2016 (https://jean-jaures.org/nos-productions/jaures-et-les-migrations) (ver también, para estos debates, Acoger y con derechos iguales. El presente y los debates pasados de Samy Johsua en https://vientosur.info/spip.php?article14203. Ndt)

Idea marxista

Si el socialismo francés de fines del siglo XIX suscribe esta idea marxista del «ejército de reserva», no saca de ello como hace hoy la izquierda antiinmigrantes la conclusión de que haya que cerrar las fronteras para proteger al proletariado nacional. La conclusión, en 1848, del Manifiesto del Partido Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels -«¡Proletarios de todos los países, uníos!»- sigue siendo su brújula: las y los socialistas franceses prefieren reforzar la protección de todos y todas más que denunciar algunas competencias desleales. Hay que «sustituir la internacional de la miseria por la internacional del bienestar», resume Jean Jaurès.

El programa del Partido obrero adoptado en los años 1880 estima así que la ley debe prohibir «a la patronal emplear obreros y obreras extranjeras a un salario inferior al de las obreras y obreros franceses». «Las personas socialistas se distinguen radicalmente de las nacionalistas pues se niegan a condenar a las y los trabajadores extranjeros, en cualquier caso a las y los europeos», analiza Gilles Candar. «Los guesdistas llevan a cabo regularmente una campaña contra todos los proyectos de tasación, y a fortiori de expulsión de trabajadoras y trabajadores extranjeros. La solución sería en cambio establecer un salario mínimo en los centros de trabajo y a partir de ahí en las diversas ramas industriales concernidas».

Esta posición de principio no impide los deslizamientos -Jules Guesde denuncia el «hambreamiento» de las y los obreros franceses por la mano de obra extranjera, y Edouard Vaillant demanda una quota del 10% de extranjeros en los centros de trabajo del Estado y de la ciudad de París -pero el socialismo mantiene como guía el internacionalismo. «[En 1910, en el Congreso Internacional de Copenhague] no se contemplan en ningún caso medidas proteccionistas», subraya el historiador Laurent Dornel en La France hostile (Hachette, 2004).»El Congreso recuerda una reivindicación regularmente afirmada: el trato igual a personas extranjeras y nacionales. Es la posición central del socialismo francés».

Estamos lejos, muy lejos de los discursos de la izquierda antimigrantes, que acusa a las y los extranjeros de hacer bajar los salarios, aumentar el paro y amenazar el equilibrio de la protección social. Por más que este discurso catastrófico intente adornarse con la apariencia del sentido común, tiene dificultades para reflejar la realidad. «El estudio de impacto de la inmigración en el mercado de trabajo del país de acogida ha dado lugar a una amplia literatura y parece ya algo definitivamente aclarado que los ajustes locales de los trabajadores y de las empresas conducen a una casi ausencia de impacto visible a escala del país que acoge los flujos», según resumen, en 2010, Hillel Rapoport, Xavier Chojnicki, Cécily Defoort, Carine Drapier et Lionel Ragot en un informe de la Dirección de la Investigación, Estudios, Evaluación y Estadísticas (http://droit.univ-lille2.fr/uploads/media/Rapport_Drees_EQUIPPE_V3_02.pdf).

Tras haber descuidado este campo de investigación durante mucho tiempo, las y los economistas se han interesado por el impacto económico de las migraciones de comienzos de los años 1960. Desde esta fecha, los estudios realizados en Europa y los Estados Unidos han desmentido a los profetas de la desgracia. ¿La bajada de los salarios ligada a la llegada de una mano de obra poco exigente? No se ha demostrado. ¿La progresión del paro provocada por la presencia de nuevos brazos? Está desmentida. ¿El equilibrio de las cuentas sociales inducido por la multiplicación de las prestaciones? Es más bien un fantasma.

«Una oportunidad económica»

El último estudio sobre las consecuencias macroeconómicas de las migraciones data del mes de junio. En un trabajo publicado en la revista Science Advances (http://advances.sciencemag.org/content/4/6/eaaq0883) , los economistas Hippolyte d’Albis, Ekrame Boubtane et Dramane Coulibaly analizan el impacto del aumento de los flujos migratorios y de los flujos de demandantes de asilo de 1985 a 2015, en quince países de Europa del Oeste -Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Irlanda, Islandia, Italia, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino Unido y Suecia. Su conclusión es clara: no solo la inmigración no tiene nada de una «carga» sino que podría constituir claramente una «oportunidad económica».

Durante los treinta años que abarca el estudio, el aumento de los flujos migratorios ha tenido, en efecto, consecuencias «positivas» sobre las economías de Europa Occidental. Este «choque» ha aumentado de forma significativa la renta por habitante, reducido el paro y mejorado el equilibrio de las finanzas públicas. En cuanto a los flujos de demandantes de asilo, «no deterioran la situación macroeconómica o el equilibrio fiscal de los países huéspedes porque el aumento de los gastos públicos inducidos por las personas demandantes es más que compensado por el aumento de los ingresos fiscales», resumen los autores.

A Hippolyte D´Albis no le ha sorprendido demasiado. «Sabíamos que la acogida de demandantes de asilo no tiene efecto sobre los salarios: la mayor parte de los estudios microeconómicos lo muestran, en particular el de Jennifer Hunt y Michael Clemens publicado en 2017 por el Centro de investigaciones sobre las políticas económicas de Londres (http://www.nber.org/papers/w23433). En cambio, no pensábamos que los efectos sobre el equilibrio de las finanzas públicas fueran indoloros. Tras algunos años, las personas demandantes de asilo tienen una contribución positiva a la economía, igual que otros flujos migratorios como la migración laboral o familiar».

Si la inmigración tiene efectos tan positivos sobre el empleo es porque la ecuación mágica del Frente Nacional -un millón de parados, un millón de inmigrantes- es absurda desde el punto de vista económico, prosigue M. Albis, profesor en la Paris School of Economics (SE). «Esta imagen es poderosa pues se basa en una lógica contable simple que puede parecer intuitivamente justa a un neófito. La economía, en esta lógica, se parece a un campo de manzanos en el que hay trabajadores y trabajadoras encargadas de recoger los frutos: si vienen refuerzos, los salarios, es cierto, bajan y el paro aumenta pues hay un número fijo de manzanas que recoger».

La realidad de la economía francesa es muy diferente. «Las personas migrantes nos hacen colectivamente más ricos pues trabajan, consumen, crean empresas y pagan impuestos así como cotizaciones sociales» prosigue Hipplyte d´Albis. «Y, de todas formas, no quitan los empleos a las y los franceses: a pesar del paro masivo, en la construcción, la restauración o los cuidados, hay decenas de miles de puestos que son dejados de lado por la gente nativa porque son duros y mal remunerados. Son las personas migrantes recientemente llegadas quienes los ocupan».

La historia no es ciertamente nueva: en 1887, Paul Lafargue contaba ya, en el periódico Le Socialiste, el duro trabajo al que las y los trabajadores venidos de fuera estaban sometidos. «Son los obreros extranjeros quienes se encargan de las tareas más repugnantes y más peligrosas. Cuando los obreros de Marsella y de Arles podían hacer los trabajos delicados, eran campesinos de Cévennes quienes, tras la cosecha, venían a hacer una campaña en las empresas de aceite y de jabón. El duro trabajo de excavación y de las refinerías no era realizado por obreros u obreras de París u otras ciudades, sino por italianos y campesinos bretones».

Desprecio por el equilibrio de las cuentas públicas

Lejos de acaparar los empleos, las personas inmigrantes, como ha mostrado el economista Gregory Verdugo, permiten incluso a las y los franceses especializarse en las tareas mejor remuneradas. «Ocupando los puestos penosos, mal pagados, mal considerados pero indispensables, las personas migrantes hacen funcionar la bomba de la movilidad», observa el investigador Patrick Simon. «En los años 1960-1970, los obreros argelinos de Renault trabajaban en las cadenas de montaje, lo que permitía a los franceses, españoles, italianos y portugueses subir en la escala social convirtiéndose por ejemplo, en contramaestres o responsables de equipo. Las discriminaciones en las carreras han reforzado este papel de la inmigración no europea: permaneciendo en la parte baja de la escala, han permitido la progresión de los otros».

Las ideas de la izquierda antiinmigrantes sobre la protección social son igual de frágiles que sus convicciones sobre los salarios o el empleo. Cuando Sahra Wagenknecht afirma que las personas extranjeras son un peso para la «infraestructura social», cuando la socialdemocracia danesa teme por la supervivencia de su Estado-providencia, se equivocan sobre el equilibrio de las cuentas públicas.

Coordinado por Hillel Rapoport, el informe de 2010 de la Drees, que compara los beneficios que las personas inmigrantes retiran del sistema público (gastos sociales, educación, salud, jubilación) con la financiación que aportan a él (impuesto sobre la renta, IVA, CSG y cotizaciones sociales), evalúa su contribución neta global en cerca de 4.000 millones de euros para el año 2005. La inmigración, concluye el texto, tiene efectos «globalmente positivos» sobre las finanzas de la protección social.

Virtudes económicas y sociales de la inmigración

Para Hippolyte d´Albis, las virtudes económicas y sociales de la inmigración se explican sin dificultad. «Las y los trabajadores inmigrados llegan a Francia con una edad de entre 20 y 30 años. Los gastos de subsidios familiares o de subsidios de paro aumentan un poco pues tienen tasas de natalidad y de paro ligeramente superiores a las del resto de la población. En cambio, reciben pocas prestaciones provenientes de los dos terrenos de la protección social que son más caros -las jubilaciones y la salud. Envejecerán, por supuesto, pero Francia no ha financiado los gastos correspondientes a su juventud: es un beneficio colosal pues la escuela y la formación constituyen inversiones enormes. Las personas inmmigrantes son por tanto contribuyentes netos del sistema social».

No resulta sorprendente, en esta lógica, que un estudio publicado en 2011 por el Centre d’études prospectives et d’informations internationales (Cépii) (http://www.cepii.fr/PDF_PUB/lettre/2011/let311.pdf) llegue a la conclusión de que el cierre de las fronteras debilitaría nuestro sistema de protección social: según Xavier Chjnicki y Lionel Ragot, la detención, en 2010, de los flujos migratorios habría degradado los equilibrios de la protección social en el horizonte de 2050. Retrospectivamente, el título de este estudio del Cépii aparece por otra parte como un guiño un poco provocador hacia la izquierda antiinmmigrantes: «¿Puede salvar la inmigración», se preguntaban los autores, «a nuestro sistema de protección social»?

Fuente: https://www.lemonde.fr/long-format/article/2018/10/04/ouvriers-etrangers-solidarite_5364606_5345421.html

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur