Hace algunos días tuvo lugar en Lima una nutrida marcha universitaria. Autoridades, docentes y estudiantes de instituciones estatales y privadas, se movilizaron como parte de una lucha que han adjudicado a la defensa de la autonomía universitaria, presuntamente amenazada por el proyecto de ley que busca abrirse paso en el Congreso de la República. Al […]
Hace algunos días tuvo lugar en Lima una nutrida marcha universitaria. Autoridades, docentes y estudiantes de instituciones estatales y privadas, se movilizaron como parte de una lucha que han adjudicado a la defensa de la autonomía universitaria, presuntamente amenazada por el proyecto de ley que busca abrirse paso en el Congreso de la República.
Al día siguiente de la manifestación se conocieron algunos de los turbios procedimientos usados por los impulsores de esa jornada: bonificación en notas a los estudiantes que concurran, polos para el reparto, y refrigerios para los manifestantes; además de un estricto control de asistencia a fin de asegurar el éxito de lo que un periodista local llamara con certeza «Una marcha poco académica».
Si bien, en efecto, fue la «defensa de la autonomía universitaria» la bandera que congregó a los asistentes, hay que reconocer que la razón real fue más prosaica: la oposición categórica a la integración de una suerte de Superintendencia Universitaria que controle y vigile el funcionamiento autónomo de las Universidades tanto nacionales como particulares, y el manejo que de ellas hacen sus autoridades.
El organismo propuesto para tal efecto, no cayó del cielo. Fue concebido como resultado de algunos fenómenos que han hecho «historia» en nuestros días. Se ha descubierto, por ejemplo, que el Rector de una Universidad Privada gana mensualmente una suma equivalente a los 800,000 dólares, es decir, más de dos millones y medio de soles; sin contar siquiera que sus familiares más cercanos y otros allegados, perciben ingresos similares en el mismo centro «académico».
En otras Universidades -varias, por cierto- ha ocurrido que determinadas autoridades académicas -Rectores o Decanos de algunas Facultades- no tuvieron idea más efectiva para eternizarse en las funciones de mando, que sobornar a los integrantes del «tercio estudiantil» comprando desvergonzadamente sus votos. Pequeñas prebendas, invitaciones y lisonjas; habían resultado armas letales destinadas a violentar la voluntad estudiantil a la hora de elegir altos funcionarios en los claustros.
Como si prácticas de ese tipo fueran normales, y respondieran a los intereses de instituciones marcadas por un ostensible afán de lucro; hoy distintos estamentos de las Universidades se movilizan y exigen ellas sean «respetadas».
En ese marco, bien vale recordar algunos pasajes de la historia del movimiento estudiantil peruano.
Recordemos, entonces, que en 1960 tuvo lugar la primera gran huelga nacional universitaria del siglo XX. Antes, en 1930, e incluso en 1945, hubo expresiones aguerridas de protesta en la Universidad de San Marcos o en el antiguo Instituto Pedagógico; y otras, puntualmente, en Universidades del interior del país, como Cusco o Arequipa. Pero una Huelga Nacional Universitaria, es decir una acción coordinada y concertada que movilizara a todos los estudiantes universitarios del país, sólo ocurrió a partir del 11 de abril de 1960, cuando entró en vigencia la Ley Universitaria 13417.
Dicha norma bien pudo pasar a la historia como una disposición positiva, e incluso progresista. Trajo, sin embargo, dos disposiciones que la descalificaron por completo: el artículo 34, que creaba un «Estatuto Privativo» para los estudiantes de Medicina, a los que no reconocía -a diferencia de todos los demás- el derecho a participar en el gobierno de las Universidades; y el artículo 87, en cuya segunda parte se desconocía la categoría universitaria y la autonomía a la Escuela Normal Superior «Enrique Guzmán y Valle» de La Cantuta disponiendo que ella volviera a depender -como cualquier escuelita de barrio- de las autoridades del sector educación.
Ambas decisiones -aprobadas contra la expresa voluntad ciudadana- por el parlamento de entonces- soliviantaron legítimamente a los jóvenes que emprendieron un camino de lucha en el que encontraron un masivo respaldo ciudadano. Eso hizo que la huelga, se extendiera por todo el país a partir del 3 de mayo de ese año, y se ampliara hasta los primeros días de junio, recogiendo episodios de dura confrontación y heroica resistencia.
El «cerco» tendido contra los 800 estudiantes y profesores de la Escuela Normal, y que se orientaba a rendirlos por hambre; la marcha de 42 kilómetros emprendida por ellos desde la sede institucional hasta la capital; las manifestaciones estudiantiles de aquellos años -la más importante, la del 25 de mayo de 1960- y la solidaridad que concitó la defensa de esa causa en amplios sectores de la sociedad; hizo que, finalmente, los estudiantes no perdieran esa batalla. Esta culminó solamente en julio del mismo año en un virtual empate, cuando el gobierno de entonces se vio forzado a dictar un Decreto -el 256- que reemplazó temporalmente a la cuestionada ley y se eliminó en los hechos el cuestionado «estatuto privativo» para las Facultades de Medicina.
La huelga del 60 conoció distintos avatares. Generó turbulentas y activas movilizaciones, choques cotidianos con la policía, detenciones masivas de estudiantes violentamente agredidos después en los Penales; y otras expresiones de delirante desenfreno oficial. Pero sirvió para cimentar una experiencia de combate que vivió muchos años en el recuerdo de distintas generaciones, y se reavivó cuatro años más tarde, entre el 11 y el 21 de mayo de 1964, fechas entre las que tuvo lugar la segunda, y última, Huelga Nacional Universitaria del siglo XX en el Perú. Después de ella, nunca pudo apreciarse en el país un fenómeno similar. Fue ésta, una Jornada que hizo historia.
Esta segunda jornada de lucha, de la cual se cumplen hoy cincuenta años, fue conducida por la Federación de Estudiantes del Perú cuando ésta era una estructura vigente, vigorosa y activa. Y enarboló banderas que bien vale recordar.
La validez permanente y estable del Pasaje Universitario, fue una de ellas. Obtenido en 1960, este pasaje era sistemáticamente burlado y escamoteado por las empresas de transporte. En 1964, luego de combativas acciones, los estudiantes lograron quebrar la resistencia de los transportistas, que suscribieron un acta de compromiso, la misma que nunca más fue ni desconocida, ni alterada.
La restitución de la Categoría Universitaria y la autonomía en beneficio de la Escuela Normal Superior y su ulterior conversión en Universidad Nacional de Educación -como existe actualmente-; fue quizá la bandera más preciada, pero a ella se sumaron otras reclamaciones, como la reorganización de la Universidad Nacional del Centro del País. En todas se marcó como un gesto indeleble, la acerada voluntad de lucha de los jóvenes de entonces que arriesgaron su libertad y hasta su vida, en cada una de las contingencias entonces vigentes.
Es bueno que se recuerden hoy estas jornadas. No solamente porque nos traen reminiscencias y episodios altamente significativos; sino también porque nos ponen delante tareas que tendrían que darse desde el movimiento estudiantil de hoy para garantizar nuevos episodios de victoria más adelante. Pero además, nos muestran un modelo de lucha que no conoció corruptelas, prebendas ni pequeños beneficios, sino sólo valentía y esfuerzo.
Hoy no existen, en efecto, las Federaciones Universitarias en cada centro de Estudios ¿Por qué? No porque hayan sido ilegalizadas, ni reprimidas. No porque hayan caído heroicamente luego de una dura resistencia. No. Simplemente no existen porque los propios estudiantes no han hecho esfuerzo alguno para se integren. Y las fuerzas políticas de izquierda, existentes en las Universidades, han optado complacientemente, por plegarse pasivamente a la «representación de los tercios» como un modo de sobrevivir a la sombra de autoridades inescrupulosas que les han hecho «caer» con alguna frecuencia, tentadoras dádivas y ofertas. Sin Centros Federados en las Facultades y sin Federaciones Universitarias, sin estructuras representativas que jueguen el papel de Frentes Unicos de Estudiantes; y sin que ellos luchen activamente por banderas reales y no por beneficios personales ni prebendas; la Universidad Peruana marchará al garete y será factible que a ellas les ocurra lo mismo que a ciertas mujeres que no respetan su condición de tales y permiten que cualquier aventurero se aproveche de ellas. La historia enseña.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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