Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano
Hasta ahora Moldavia era junto con Kaliningrado (que forma parte de Rusia) y Serbia (que espera aún a las puertas de la UE y firmó recientemente un acuerdo gasístico con Moscú) uno de los tres enclaves con los que Rusia podía contar para presionar a los occidentales en Europa. Es también el más frágil: se trata de un pequeño país pobre, rural, cuya identidad cultural no está muy marcada (hay muchos rusohablantes, incluso fuera de Transnistria, y el rumano allí no es muy «académico»).
El presidente comunista Voronin (en el poder desde 2001) , tras haber jugado durante un tiempo la baza de la adhesión a la Unión Europea, se había acercado a Moscú, renunciado a la perspectiva de unirse a Rumania, como deseaban los nacionalistas de este país. Pero ese sueño de unificación (que en 1991 provocó la secesión de Transnistria, hoy en proceso de reconciliación con Voronin), un sueño que mezcla el deseo de incorporarse a la Unión Europea con viejos tufillos rusófobos (cuyos peores efectos se manifestaron en los años cuarenta del siglo pasado) permanece todavía vivo, tanto en Chisinau como en Bucarest y así, desde 2002, muchos moldavos han adquirido la doble nacionalidad moldavo-rumana, con el beneplácito del gobierno (sobre todo para facilitar las perspectivas de migración hacia la Unión Europea).
El domingo pas ado se produjo la victoria del Partido Comunista (en el poder) en unas elecciones legitimadas por la OSCE. Tras el anuncio de los resultados, manifestantes que protestaban contra la victoria del Partido Comunista en las legislativas del domingo penetraron por la fuerza en los despachos de la Presidencia y en el recinto del Parlamento. De repente, la idea de que podía tratarse de una «revolución de colores» manipulada desde el exterior, como en Ucrania o en Georgia, tomó forma en la mente de los observadores. Un diputado ruso, Vladímir Pekhtin, propuso llamarla la «revolución de las lilas». Reuters informaba ayer de la llegada masiva, en autobuses repletos, de gente de Rumania para apoyar a los manifestantes en Chisinau, una forma de organizar manifestaciones «espontáneas» similares a las de Belgrado, Kiev o Tiflis.
El Presidente moldavo Vladímir Voronin acusó a Rumania de estar implicada en los violentos disturbios. Expulsó al embajador de Rumania y, acto seguido, aprobó la implantación de un régimen de visados con este país (Rumania introdujo un régimen de visados para los moldavos tras su adhesión a la Unión Europea en 2007). Además, declaró que los «responsables de los disturbios» de Chisinau habían abandonado el país y que se había arrestado a 118 instigadores de los altercados al tiempo que se evitaba reprimir de forma violenta a los estudiantes de colegios e institutos movilizados por los opositores. Los medios de comunicación atlantistas franceses, empezando por Le Monde, han dado la palabra a los partidarios de los insurgentes. La BBC, que transmite las declaraciones del responsable de su servicio Russie Mark Grigoryan, sin embargo considera que el PC moldavo cuenta con el apoyo popular y que los agitadores tienen pocas posibilidades de salir victoriosos.
Fuente en francés: http://atlasalternatif.over-blog.com/article-30022500.html