Los relatos van tejiendo la historia. Enunciados que van prevaleciendo e imponiéndose unos sobre otros, que cuentan con la complicidad de los medios de comunicación y con las sentencias de los formadores de opinión. Generan un clima social y un sentir ciudadano. A veces se sostienen sobre bases reales, pero en muchas oportunidades terminan siendo ficticios, meras pompas de jabón que explotan antes o después, solo les hace falta tiempo para su disolución.
El domingo 7 de febrero Ecuador fue a las urnas. Las encuestas preveían que solo existían tres candidatos con chances de alcanzar la Presidencia: Andrés Arauz (Unión por la Esperanza), Yaku Pérez (Pachakutik) y Guillermo Lasso (CREO).
Arauz (36 años), es economista y fue ministro en el gobierno del expresidente Rafael Correa, es el delfín político del líder ecuatoriano. Pérez (51 años), pertenece al movimiento indígena Pachakutik, es doctor en Jurisprudencia y expresidente de la Confederación de los Pueblos de la Nacionalidad Kichwa. Lasso (65 años), es banquero, exministro durante la presidencia de Jamil Mahuad, ex gobernador y candidato a presidente por tercera vez.
Al momento de escribir estas líneas –martes 9 de febrero– aún no está el resultado definitivo de las elecciones, pero sí pueden hacerse algunas lecturas, que atañen al proceso eleccionario, a Ecuador y a nuestra América Latina.
Habrá segunda vuelta en Ecuador. Será entre Arauz (32%) y quien logre imponerse en las urnas entre Pérez y Lasso (alrededor del 20% ambos) que, según el escrutinio, están peleando voto a voto el pasaje al balotaje con una leve ventaja para el líder de Pachakutik, que no es definitiva, y que podría demorar hasta diez días en confirmarse.
En el escenario Arauz – Lasso es claramente favorito el representante de la Revolución Ciudadana, ya que los votos de los progresistas difícilmente apoyen al candidato de la derecha; en cambio, una segunda vuelta entre Arauz y Pérez, dos candidatos progresistas se prevé que sería mucho más disputada, ya que pesaría el voto del segmento anticorreísta, más allá del clivaje izquierda – derecha, y eso beneficiaría al líder indígena. Claro está que en ambos escenarios el favorito continúa siendo el referente de la Unión por la Esperanza, más allá de que falta una nueva campaña electoral y redefinir cómo se pronuncian el resto de los líderes ecuatorianos.
Si bien no se puede vender la piel del oso antes de cazarlo, lo que sí parece casi sentenciado, es que Ecuador volverá a la senda progresista, posiblemente con Arauz, que presentó en su campaña el mensaje de “Vamos a recuperar el futuro”, en alusión a la Revolución Ciudadana de Correa, e incluso se apoyó en las pautas publicitarias en el expresidente, más allá de censuras que impuso el órgano electoral a todos los spots en los que apareciera el antiguo mandatario.
Lo curioso del anunciado regreso al camino de la Revolución Ciudadana es que la ciudadanía, en las elecciones de 2017 ya lo había definido, cuando votó como presidente al candidato de Alianza País, Lenín Moreno, que paradójicamente se enfrentó en un balotaje al mismo Guillermo Lasso, que hoy pugna por llegar a segunda vuelta. Sorprendentemente, al poco tiempo de asumir como jefe de Estado, Moreno, viró su gobierno hacia la derecha y se constituyó en enemigo de Correa y de quienes lo habían llevado hasta la presidencia. Los ecuatorianos tuvieron durante cuatro años un gobierno con un programa que no habían elegido.
Esta situación no parece nueva en América Latina. En la primera década del siglo nos encontramos con lo que muchos analistas políticos denominaron la ola progresista, era el auge de los gobiernos de Lula en Brasil, Kirchner en Argentina, Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Fernando Lugo en Paraguay, Bachelet en Chile, Correa en Ecuador y Tabaré Vázquez o Mujica en Uruguay.
Pocos años después se instaló el relato del fin de esa era, y del comienzo de un ciclo en donde los conservadores gobernaban la región. Tiempos de Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina, Piñera en Chile, Moreno en Ecuador, Santos o Duque en Colombia, Abdo en Paraguay, Añez en Bolivia, Kuczynski en Perú y Lacalle Pou en Uruguay.
El tiempo –o la ciudadanía– se encargó de poner en su lugar a dos países: Bolivia y Ecuador, ya que Moreno había sido electo para continuar con la Revolución Ciudadana y tomó el camino inverso, mientras que Áñez fue presidenta de facto, cuando se derrocó al gobierno de Evo Morales por presuntas irregularidades –con una devaluada OEA como testigo– en las elecciones presidenciales. Los nuevos comicios llevaron a Luis Arce, candidato del MAS y delfín político de Evo Morales a continuar la senda trazada por el líder indígena. También el triunfo de Bolsonaro en Brasil estuvo teñido de irregularidades, cuando se le negó a Lula –que encabezaba ampliamente todas las encuestas– participar de las elecciones al ser encarcelado en un proceso judicial irregular.
Renovados liderazgos surgen en América Latina, para el debate quedará si se trata de una segunda ola progresista o si aún es la primera, que estaba siendo ahogada con un relato hegemónico que anunciaba la instauración de la neoderecha continental.
Marcel Lhermitte es consultor en comunicación política y campañas electorales. Periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación y magíster en Comunicación Política y gestión de Campañas Electorales. Ha asesorado a candidatos y colectivos progresistas en Uruguay, Chile, República Dominicana, Francia y España fundamentalmente.