En un artículo anterior (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=204755) nos propusimos apoyar la tesis (poco difundida) de que la reunificación alemana (o «anexión» de la República Democrática Alemana en 1990) acabaría por ser un hecho determinante en la evolución política y económica posterior de Europa, con consecuencias que se dejarían sentir de una manera «privilegiada» en los países del […]
En un artículo anterior (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=204755) nos propusimos apoyar la tesis (poco difundida) de que la reunificación alemana (o «anexión» de la República Democrática Alemana en 1990) acabaría por ser un hecho determinante en la evolución política y económica posterior de Europa, con consecuencias que se dejarían sentir de una manera «privilegiada» en los países del sur, entre los que se encuentra el nuestro, en un proceso larvado que llega hasta nuestros días. Jóvenes que apenas eran parvulitos cuando ocurrió la reunificación alemana buscan hoy una salida laboral a través del aeropuerto, quizá en la misma Alemania, y…¿quién diría que un fenómeno y el otro pudieran estar ciertamente relacionados?
Lo que escribimos anteriormente se apoyaba casi en exclusiva sobre el trabajo realizado por Vladimiro Giacché acerca del proceso al que no sin rigor se refiere como «anexión». Podemos retomarlo como punto de partida para la siguiente exposición, en tanto que en la misma obra se avanza una tesis sobre las consecuencias para el proceso de construcción europea al que merece la pena prestarle atención. Luego, en lugar de en Italia, intentaremos centrarnos en la realidad específica española.
Decíamos que había una doble relación, causal y de semejanza, dos aspectos que sólo pueden ser separados con una finalidad analítica. En cuanto a lo primero, el aspecto fundamental es el de la reconquista, por parte de Alemania, de la centralidad geopolítica (y geoeconómica) perdida por Alemania, en el continente europeo, en 1945, una reconquista que alteró profundamente los equilibrios en Europa. Hablar del «antes de 1945» es, por otra parte, curiosamente pertinente, además, si se atiende a otro trabajo traducido por Konkreto para Jaén Ciudad Habitable, «Nacional-socialismo y Nuevo Orden Europeo (http://jaenciudadhabitable.org/nacional-socialismo-y-nuevo-orden-europeo/), en el que otro italiano, Paolo Fonzi, estudia las elaboraciones de las teorías económicas nazis, en cuanto a la planificación de un «gran espacio económico» para la Europa de posguerra, un área de intercambio para la organización de economías formalmente independiente en función de las necesidades alemanas y que garantizara su hegemonía. Para nosotros no se trata, por supuesto, de sostener ideas de las que se expresan en caracterizaciones de frau Merkel brazo en alto y con un bigotito recortado, ni de que la actual UE sea la plasmación de un sueño nacionalsocialista que, por otra parte, estaba muy lejos de tener una única concreción posible. Se trata simplemente de poner de relieve la escasa juventud de un impulso hegemónico alemán cuya liberación de ataduras se ve enormemente facilitada con el desmantelamiento de la RDA en 1990, cuyas consecuencias expusimos someramente en el anterior artículo.
En cuanto al carácter de semejanza, hay una doble enseñanza fundamental que el investigador italiano extrae del proceso estudiado, algo que ayuda a atisbar una analogía: una economía estructuralmente dependiente en términos de balanza comercial necesita estructuralmente de transferencias, las cuales, por sí mismas, no pueden resolver los problemas estructurales del sistema industrial. En el caso alemán, las transferencias lo eran entre sectores del Estado con recursos provenientes del presupuesto público (para financiar, como vimos, la capacidad adquisitiva de los productos del Oeste); en el de los países europeos deficitarios, en vísperas de la crisis actual, a través de créditos bancarios (como veremos más adelante). Y todo ello con la desindustrialización como base de un orden de dependencia que consigue en la evolución de la balanza de pagos una de sus más gráficas representaciones.
La unión monetaria europea y la crisis del euro
Habitualmente se hace referencia a la actual, a pesar de la repetida cantinela de la «recuperación», situación de crisis de la economía española, y de los países periféricos de la Unión Europea en general, como consecuencia de la crisis financiera mundial que, surgiendo a partir de la crisis de las hipotecas subprime en EEUU, se extendió a Europa y al conjunto de la economía mundial. Desde posiciones críticas, no obstante, se alude a la particularidad de esta crisis en la zona euro, al añadírsele la crisis específica del euro y de la Unión Económica y Monetaria europea (UEM), debido a la propia estructura y características de la moneda única. Así es como, cuando hablamos de la crisis, y parafraseando a un genio político español, nos tenemos que preguntar: «¿y la europea?»
La decisión política de la creación del euro implicaba, desde un punto de vista económico, una serie de inconvenientes de difícil resolución y consecuencias nada beneficiosas (las dificultades de una unión monetaria que ni tenía en cuenta las grandes diferencias en las estructuras económicas de los países que la componían y sin la unión política de los países que participasen en la misma, etc.) que tuvieron un escaso eco dentro de la irracional y generalizada alabanza a la esperada prosperidad económica y al refuerzo de los valores europeos más preciados que suponía la implantación del euro.
En medio de esa espiral propagandística, unas pocas voces advirtieron de las consecuencias de tendría la aceptación, por imposición fundamentalmente de Alemania, de una separación entre la política fiscal y la moneda soberana, separación determinada por un Banco Central Europeo (BCE) que se había configurado como reflejo del Bundesbank. El hecho de que los Estados europeos se convirtieran en usuarios de la moneda sin ser los emisores de la misma, a la manera de la Alemania del Este tras la «Anexión», ha conducido a la dependencia de los estados de la zona euro respecto del BCE y de los mercados financieros privados para financiar los déficits y la deuda públicos de estos países, especialmente de los periféricos. ¿En qué sentido? Ante una situación de recesión económica en los países periféricos, se producirá un círculo vicioso que conocemos bien y que tiene difícil salida: habrá un déficit público y una deuda pública cada vez mayor, por lo que deberán buscar financiación a través del BCE y los mercados financieros, lo que aumentará los tipos de interés y las primas de riesgo, y esto significará, a su vez, más déficit público y más deuda pública.
Siguiendo el modelo impuesto a la RDA, la aceptación de una moneda demasiado fuerte, como lo fue el euro para los países periféricos a partir de 1999, dio lugar a los déficits de la balanza por cuenta corriente y a los correspondientes préstamos del exterior para financiarlos. Estos déficits estructurales de los países periféricos fueron financiados por los países centrales que tenían excedentes, especialmente Alemania, que gracias al tipo de cambio fijo que significa la existencia del euro podía tener un mercado, el de los países europeos, para vender allí la mayor parte de sus productos. ¿Nos suena de algo?
Por su parte, las sucesivas reformas laborales en Alemania (reformas Hartz), fruto de gobiernos socialdemócratas, con la correspondiente disminución de los salarios reales y los costes laborales unitarios, permitió un menor aumento de los precios relativos y un tipo de cambio real favorable con respecto a los países periféricos, a costa, eso sí, de precarizar hasta el extremo la vida de millones de alemanes, víctimas también de la política neomercantilista de su Estado, dicho sea a modo de un reconocimiento que nos evite acusaciones de una germanofobia que no puede estar más lejos de lo que está de nuestras motivaciones.
Mientras esto ocurría, los países periféricos aumentaron su déficit externo y la deuda externa, que fueron financiados por préstamos fáciles y a buen precio que venían de los países centrales. Sin embargo, este aumento de déficit hizo aumentar posteriormente, también, los tipos de interés y las primas de riesgo de la deuda de los países periféricos. Finalmente, en un sistema de tipos de cambio fijos como el euro, los ajustes se acabaron produciendo donde siempre, en el mercado de trabajo, aumentando el desempleo: la «devaluación interna» que hemos venido sufriendo en los últimos años a través de recortes y reformas laborales.
La aparición del euro, y su tipo de cambio fijo, se vino a sumar a la desregulación y liberalización financiera que impera desde los años 80, provocando que los países de la zona euro no fueran capaces de controlar la moneda en la que pedían prestado, especialmente por parte del sector privado. En los países periféricos, la deuda externa privada se vio incrementada con la llegada de flujos de capital extranjero que aumentaron la liquidez interna y el crédito al sector privado. Así se empezó a inflar una burbuja que en ese momento solo dejaba ver las luces brillantes de «los beneficios del euro», ya que se redujeron los tipos de interés, aumentó el PIB y el empleo y mejoró el saldo fiscal. Las consecuencias sólo se apreciaron más tarde, cuando esta situación se hizo insostenible, hubo una disminución de los flujos de capital hacia los países periféricos, las burbujas estallaron y la deuda privada se convirtió en deuda pública, debido a la fuerte disminución de los ingresos públicos y a la gran cantidad de recursos dedicados a rescatar instituciones financieras.
La integración europea de España y las consecuencias sobre su economía
Haciendo un repaso de la evolución del sistema productivo español se puede observar el papel jugado por la integración europea. A partir de la década de los sesenta se inició un proceso de modernización de la economía española que supuso la disminución del peso de la agricultura, una incipiente industrialización (basada en un modelo orientado a la demanda interna, en el que las exportaciones eran residuales) y la urbanización del país. Este proceso de industrialización no fue equilibrado, ni sectorial ni territorialmente, resultando un modelo industrial frágil que no fue capaz de arraigarse ni consolidarse plenamente. En 1970 se produjo la firma de un acuerdo preferencial con la CEE, que permitía acceder a los mercados europeos mientras se mantenía un elevado nivel de protección sobre el mercado interior, lo que posibilitó un aumento de las exportaciones y la reducción significativa de los déficits comerciales. Pero el lado negativo del acuerdo fue el acentuado proceso de reconversión industrial de finales de los setenta y principios de los ochenta, que llevó al desmantelamiento de algunos sectores que habían sido la punta de lanza del desarrollo industrial de los años sesenta, como la minería, la siderurgia o la construcción naval. Entre 1975 y 1985, con la reconversión industrial, se destruyó casi un millón de empleos en un proceso que, como en el caso alemán, tuvo en la socialdemocracia (PSOE) al alumno más aventajado y que se justificó por la voluntad de «prepararse para entrar en la CEE o Mercado Común».
El gran perjudicado por el proceso de adhesión fue el sector industrial. La eliminación de trabas a las importaciones, que era un requisito ineludible de la integración, en un período relativamente corto de tiempo, implicaba exponer a la atrasada, ineficiente y frágil industria española a la competencia de la dinámica y fuerte industria europea (con Alemania y Francia a la cabeza). El resultado fue pasar de un superávit comercial del 1,4% del PIB en 1985 a un déficit del 11,2% PIB en 19891, debido al crecimiento exponencial de las importaciones. Obviamente, esto supuso el cierre de numerosas pequeñas y medianas empresas, que no fueron capaces de competir con los productos europeos de mayor calidad, y la consiguiente destrucción de empleo. El déficit comercial y las elevadas tasas de desempleo pasaron a convertirse en elementos estructurales de la periférica economía española.
En 1986, el Acta Única supuso un nuevo paso liberalizador en el proceso de integración (mercado único con libre movimiento de mercancías, capitales y personas) y en el de armonización de las políticas económicas de los países miembros. Ambos aspectos contribuyeron a acentuar las debilidades del modelo productivo español. La política industrial, ya muy escasa en el período anterior, prácticamente se abandonó, mermada por la ideología neoliberal incorporada en las limitaciones que imponían las directivas europea, configurando un modelo productivo basado en los bajos costes salariales, niveles tecnológicos medio-bajos y mano de obra poco cualificada. A partir de 1993 se produjo una fuerte recesión (300.000 empresas cerradas, una tasa de desempleo cercana al 25%, y serias dificultades para frenar el crecimiento del déficit comercial español) que sólo remitió gracias a las cuatro devaluaciones consecutivas de la peseta por un total del 25% entre 1992 y 19952.
El año 1999 supuso el establecimiento no tan solo de una mayor integración económica sino también monetaria, lo que llevaría a la creación de la eurozona. En esta etapa se acentuó el proceso de desindustrialización que se había iniciado con la integración y se exacerbaron los desequilibrios económicos.
La producción industrial en España, tomando como nivel de referencia el que tenía antes del estallido de la crisis, ha caído a niveles aterradores. El Índice de Producción Industrial (IPI) sin energía pasó de 106,2 en 2007 a 74,6 en el primer trimestre del 2013. Para encontrar un nivel similar, nos tenemos que remontar al primer semestre de 1994, cuando el IPI era de 76.93. Las producciones de bienes de consumo duradero y de bienes intermedios son los que presentan unas mayores caídas. Estos datos parecen indicar que prácticamente nos hemos quedado sin producción de línea blanca y de electrodomésticos (bienes de consumo duraderos) y que la industria está estancada, pues la producción de bienes intermedios se ha reducido prácticamente a la mitad. La competencia no sólo se centraba en los sectores más tradicionales, sino también en sectores de tecnología intermedia en los que el Estado español estaba bien posicionad (como el automóvil). Este es un factor clave en el proceso de desindustrialización y degradación de las cuentas externas de nuestra economía.
Si se mide cuánto significaba el valor añadido de la producción industrial en el PIB antes de la crisis y se compara con la situación actual, se observa que ha disminuido casi un 15%4. A modo de comparación, entre 1989 y 1993, la caída del peso del sector industrial en el PIB en los Países de Este en los años posteriores a la caída del Muro fue similar, a excepción, claro, del caso de la RDA que, como hemos visto anteriormente, no tiene parangón.
Mientras la especialización productiva basada en productos de bajo valor añadido se encontraba con crecientes dificultades en los países de la periferia Sur, los países centrales de la UE, como Alemania, los Países Bajos y los países nórdicos, experimentaban un proceso inverso: su especialización industrial en altas tecnologías, su privilegiada situación en el espacio europeo y su política económica de austeridad les conducía a ser altamente competitivos.
Antes del euro, esta diferencia entre exportaciones e importaciones se podía compensar a través de devaluaciones monetarias, como de hecho se hizo en numerosas ocasiones. Pero desde el año 1999 la ausencia de esta posibilidad convirtió el desequilibrio comercial de una economía comparativamente débil y retrasada como la española en un problema de difícil solución.
Además, mientras la burbuja inmobiliaria y financiera estaban en su máximo esplendor, la financiación del déficit se afrontaba sin problemas a través de la financiación exterior. En efecto, ante esos déficit crecientes la única posibilidad de una economía dependiente como la española era el aumento del endeudamiento exterior. Ante esta problemática, la única solución contemplada por la ortodoxia neoliberal, toda vez que la salida del euro es una cuestión que ni siquiera puede ser planteada ante la todopoderosa Alemania, al ser su herramienta de dominación, es el ajuste interno, posibilitando una depresión económica que disminuya el déficit exterior.
Al mismo tiempo, es necesario aumentar la competitividad de los productos españoles del único modo posible dentro del euro: disminuyendo los costes de producción, es decir, los salarios de los trabajadores. Teniendo en cuenta el tamaño del déficit comercial español, esta reducción no puede ser más que desproporcionada en los términos en los que realmente lo está siendo: en los últimos 8 años, la disminución ha sido cercana al 15% y el proceso sigue aún en marcha.
El problema es que, una vez empobrecido y precarizado el conjunto de la clase trabajadora, se deja sin solución la deuda externa acumulada. ¿Cuál es la «audaz» solución (presentada además como la única posible)? Ni más ni menos que mantener el empobrecimiento social a través de la parte indirecta de los salarios, es decir, todo el sistema de prestaciones públicas, con la educación y la sanidad en primer lugar.
Llegamos así a la situación actual de una país dependiente, intervenido y en proceso de absorción de todos sus recursos económicos para satisfacer las necesidades de los países centroeuropeos, especialmente Alemania. Antes la RDA; ahora España y el resto de países periféricos europeos. Mención aparte merecería el caso de Grecia, con el papel reforzado que, después de la firma del tercer memorándum el pasado agosto, ha adquirido el Fondo de Desarrollo de Activos de la República Helena, el fondo de privatizaciones tasado en 50.000 millones de euros que, a semejanza de la Treuhand (mencionada en nuestro anterior artículo) está llamado a ser el mecanismo para la venta a plazos del vecino país mediterráneo (aeropuertos, autoridades portuarias, acciones en empresas de suministro de gas o de agua, etc.). El fondo funciona desde 2011 (si bien ahora ha asumido una importancia renovada) y llama la atención el hecho de que entre las ventas realizadas figuren algunas como la de la compañía estatal de telecomunicaciones o catorce aeropuertos cuyos compradores, respectivamente, son (¿sorpresa?) Deutsche Telekom y Fraport (empresa ubicada en Fráncfort del Meno). No es de extrañar que el término «colonización» aparezca también, de vez en cuando, para referirse al tipo de relaciones establecidas entre centro y periferia de la Unión Europea.
A cuento de todo esto, conviene recordar que nuestro país tampoco es ajeno a la dinámica mencionada de rapiña sobre los restos que aún no han sido sacrificados. De ninguna otra manera se puede entender, por ejemplo, la venta, por parte de la Junta de Andalucía, de setenta inmuebles por valor de 300 millones de euros al fondo de inversión norteamericano WP Carey en 2014, esto es, en la última fase del gobierno de PSOE e IU en Andalucía. Se trataba de locales, todos ellos situados en zonas céntricas de las capitales andaluzas, que podrían seguir siendo usados por la Junta a cambio del pago de 23,6 millones de euros en concepto de alquiler. Sin duda, un negocio redondo para el fondo de inversión. A cambio, la Junta de Andalucía, sometida a la Ley de Estabilidad Presupuestaria, impuesta por Bruselas, podría obtener liquidez inmediata. Este es el «espíritu» que alimenta también, ayudando a entenderla, la «Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local», aprobada por el gobierno en 2013 a la medida del apetito privado por los recursos y servicios públicos municipales.
¿Conclusión?
Aunque esa recuperación tan cacareada alcanzara de verdad a la economía española, quedarían por resolver los problemas estructurales de un país que ha sufrido la transformación productiva acorde al papel asignado en el diseño del sistema euro: paro estructural, desindustrialización, falta de competitividad comercial, etc. Es por ello que la recuperación solo podría llegar, dentro del euro y la dictadura del BCE, a través de una nueva burbuja que aumentara la financiación externa y el endeudamiento generalizado (el eterno retorno de nuestra realidad económica). Otro tipo de «recuperación» posible, que sería más bien una «re-creación» (dado que de lo que se trataría es, en buena parte, de desandar un camino andado a lo largo de los últimos treinta años en forma de reformas laborales, privatizaciones y cesión de soberanía y de plantear un modelo de desarrollo propio), implica, aquí y ahora, plantearse muy en serio sus límites en un marco como el actual.
La experiencia traumática de Grecia nos enseña el recorrido de un europeísmo cándido basado en especulaciones y sin relación con la base de realidad material existente. Curioso es que quienes suelen protagonizar restauraciones «transformistas» apelando al realismo (frente a los utópicos) son quienes menos atención dispensan a dicha realidad («sin Plan B») y se acicalan con ideas que poco significan y conducen, en cambio, a la frustración popular. Pero el trauma vivido en agosto nos brinda también la oportunidad de abrir una reflexión que evite la repetición de procesos sin horizonte. Desde luego que el contexto pre-electoral no parece presentarse, paradójicamente, como el más indicado para tal tipo de reflexiones en el seno de la izquierda. Pero esta Historia no termina cuando se celebren las próximas elecciones generales. Si no se quiere o no se puede antes, el día después de las mismas puede representar el momento en el que mayor vigencia adquiera el debate sobre el euro. Cada día un poco menos, pero claro que aún tenemos tiempo.
Notas
1 Buisán, A; Gordo, E. El saldo comercial no energético español: determinantes y análisis de simulación (1964-1992) https://www.bde.es/f/webbde/SES/Secciones/Publicaciones/PublicacionesSeriadas/DocumentosTrabajo/93/Fich/dt9329.pdf
2 Plaza, B; Velasco, R. La industria española en democracia, 1978-2003.
https://www.minetur.gob.es/Publicaciones/Publicacionesperiodicas/EconomiaIndustrial/RevistaEconomiaIndustrial/349/14%2520ROBERTO%2520VELASCO.pdf
3 Ibíd.
4 Contabilidad Nacional Trimestral – Instituto Nacional de Estadística. Serie histórica. w ww.ine.es/prensa/cntr0314.pdf
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