Hoy se cumplen cuarenta y siete años del inicio de la Revolución peruana que condujera el general Velasco y corones progresistas del Ejército peruano. Siete años después, otro general, del mismo ejército, pondría a éste, y a toda la institucionalidad castrense, al servicio de la Seguridad Nacional estadounidense. Un primer hecho fue la integración en […]
Hoy se cumplen cuarenta y siete años del inicio de la Revolución peruana que condujera el general Velasco y corones progresistas del Ejército peruano. Siete años después, otro general, del mismo ejército, pondría a éste, y a toda la institucionalidad castrense, al servicio de la Seguridad Nacional estadounidense.
Un primer hecho fue la integración en la «Operación Cóndor» junto a las demás cúpulas de las dictaduras militares de América del sur. Su objetivo: asesinar y desaparecer dirigentes y militantes de la lucha popular. El entreguismo significó, igualmente, la reversión de las conquistas progresistas y revolucionarias de orden económico, social, ideológico, cultural y político, y su entrega al manejo y las decisiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial (BM), del Banco Inter Americano (BID) y de la Agencia para el desarrollo internacional de Estados Unidos (USAID).
Hoy, quiero recordar lo que el Presidente Velasco dijera respecto de nuestros recursos naturales, de la lucha de nuestros pueblos, del poder extranjero (FMI, BM, BID, USAID), de la soberanía, de la unión e integración latinoamericana, de la minería. Precisamente cuando coinciden en el Perú las protestas de los pueblos originarios de sus regiones Apurímac y Arequipa contra la voracidad extranjera de los socios inversionistas mineros de esas instituciones, con la «reunión otoñal» y decadente de la dupla financiera de la ONU (FMI-BM).
Dice Velasco [i]
«Los pueblos del Tercer Mundo luchan por superar definitivamente las condiciones generales del subdesarrollo que secularmente han hecho de ellos pueblos explotados. Aquí se encierra una causa de justicia que no puede ser ignorada y menos desdeñada. Tenemos plenitud de derecho para construir la realidad de un futuro mejor, más justo y más libre.
En esta lucha gigantesca nuestros recursos naturales tienen una importancia decisiva. Ceder en ella equivaldría a renunciar a la posibilidad de cancelar definitivamente un pasado ominoso que nos hundió en la miseria y el atraso. Nadie puede pedirnos que actuemos de este modo. Se han abierto ya, definitivamente, las puertas de una nueva era. En ella no pueden tener cabida las prácticas expoliadoras del pasado. Ser poderoso ya no puede significar impunidad para oprimir a los demás, ni para basar su grandeza en la miseria de los otros.
Hay un mundo insurgente en nuestra época que ya no puede ser detenido en su camino. Es el mundo que constituyen los pueblos hasta ayer oprimidos de la tierra. Es nuestro mundo. El mundo de las naciones que han empezado a transformarse para ser libres. Ese es el mundo al cual el Perú pertenece y al cual habrá de pertenecer en el futuro.
Para nosotros no existe posibilidad alguna de construir una sociedad de justicia si mantenemos la realidad y las normas del pasado. Su transformación inexorablemente significa romper las ataduras que hasta ayer nos supeditaron a los centros de poder extranjero.
La lucha por la soberanía nacional está en el corazón mismo de todo esfuerzo revolucionario. Y esa lucha necesariamente entraña restituir a los Estados soberanos el poder de decisión sobre todos sus recursos naturales. Tal restitución decreta el inevitable enfrentamiento con los intereses de la dominación económica extranjera, parte esencial de la realidad que toda revolución nacionalista tiene que cambiar de raíz. Por todo ello el nacionalismo militante que defiende nuestra soberanía tiene que ser de clara e inabdicable naturaleza anti-imperialista. Sólo comprendiendo la absoluta justificación histórica y la plena razón de justicia de una posición así, podrán los países poderosos del mundo estar dispuestos a encontrar formas de solución real que garanticen un nuevo trato equilibrado, económico, político y moralmente viable.
Tal es a nuestro juicio el pre-requisito de cualquier solución perdurable a los innegables problemas que hoy existen entre nuestros países y aquellos que hoy detentan el poder en el mundo. Nadie crea que somos naciones desvalidas. En nuestra riqueza radica potencialmente nuestra fuerza. Pero nuestra unión es el camino para actualizar esa extraordinaria potencialidad. En la medida en que seamos capaces de implementar políticas unitarias, podremos alcanzar relaciones verdaderamente justas y durables.
Una visión realista y generosa del futuro demanda el reconocimiento de que estamos proponiendo un enfoque sensato a los problemas que encierra nuestra relación con los países que necesitan las materias primas que nosotros producimos. El afán de justicia de los pueblos del Tercer Mundo no podrá ser en adelante sofocado. No se trata, por cierto, de plantear políticas imposibles. Se trata solamente de reconocer necesidades e intereses plurales y distintos. Ello exige redefinir de manera profunda las relaciones desequilibradas e injustas que hasta hoy han prevalecido entre el sector desarrollado del mundo y los pueblos emergentes que estamos luchando por nuestra independencia verdadera. Nadie puede desconocer el legítimo derecho que tenemos a defender lo nuestro.
Y en cuanto al problema energético-minero, precisa:
«El Perú entiende que el problema energético-minero en el mundo de hoy se sitúa en el área central de las relaciones entre los países que luchan por su desarrollo auténtico y autónomo. Nadie debe ignorar la realidad esencialmente conflictiva de tales relaciones. Porque nadie puede ignorar que ellas ponen de relieve una profunda disparidad de intereses económicos en torno a este problema. Será preciso una nueva visión, alta y esclarecedora, para que todos podamos comprender que sólo criterios de auténtica justicia pueden proporcionar el cuadro normativo que permita dar solución integral y duradera a esa compleja problemática que afecta de manera directa o indirecta a virtualmente todos los países de la tierra.
En nuestro caso, la minería reviste un enorme interés para el país, porque el desarrollo nacional está íntimamente ligado al desarrollo de la minería. El sector externo de nuestra economía dependerá fundamentalmente de la exportación de metales con el mayor grado de procesamiento que permita nuestro desarrollo industrial.
Es indispensable apoyar de manera decidida a la pequeña y mediana minería, sin descuidar las actividades de la gran minería que constituye factor de primordial importancia en la vida económica nacional. Pero es preciso plantear la problemática minera dentro de una perspectiva histórica y global que permita encararla en términos de hoy, no del pasado. Esto implica sentar las bases para una política minera nacionalista, reemplazando el sistema de concesiones por el de contratos. Estableciendo que la refinación y la comercialización de nuestros minerales y de sus derivados son de responsabilidad del Estado. Debemos procurar nuevas legislaciones con dispositivos destinados a estimular la concurrencia del capital privado en las etapas de exploración y explotación. La nueva orientación de la política minera peruana debe asegurar que las ganancias de la industria de la minería sean para el país».
[i] Rubén Ramos, Velasco: El pensamiento vivo de la Revolución. ISBN 978-980-12-3923-9
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