Traducido para Rebelión por Sebastian Risau.
El viernes 8 de febrero*, en un encuentro con un grupo de estudiantes alemanes y turcos en la cancillería alemana, el primer ministro turco propuso: «En Alemania deberían crearse escuelas en los que las clases sean dictadas en turco.» Para ello, Turquía enviaría con gusto maestros turcos a Alemania. Y también podría haber aquí en Alemania universidades turcofonas.
Esto provocó inmediatamente airadas protestas. Semejante idea es veneno para la integración, dijo Erwin Huber, presidente de la Unión Social Cristiana (CSU), quien agregó que esto llevaría a la creación de «ghettos» y de una «pequeña Turquía». El ministro del Interior, Wolfgang Schäuble (Democracia Cristiana), pidió a quienes tienen ascendencia turca, que «no se replieguen en su mundo turco». Su correligionario Wolfgang Bosbach insistió en que el idioma alemán es, y sigue siendo, la clave de la integración.
¿Por qué esta excitación?
Ahora bien, el problema es que Erdogan nunca puso esto en duda. Más bien todo lo contrario. Además, él no exigió nada, sino que sólo hizo una propuesta. Entonces, ¿por que tanta excitación? Y sobre todo, ¿cual es su causa?
Alemania mantiene actualmente 117 establecimientos educativos en otros países, uno de ellos en Estambul. En esa ciudad hay incluso otra escuela germano-turca, que ofrece un bachillerato alemán. Y dentro de poco tiempo abrirá en Estambul una universidad germanófona. La administración alemana envía anualmente al extranjero más de 1700 docentes. El ministerio de Relaciones Exteriores utiliza casi la mitad de su presupuesto cultural, más de 200 millones de euros, para la promoción de la lengua alemana en el extranjero.
Existe toda una serie de universidades alemanas en las que se puede cursar toda la carrera en inglés, sin pasar por un examen de alemán, y a nadie sorprende que para entrar al Liceo Francés en Berlín (donde a partir del octavo curso sólo se habla francés), haya una larga lista de espera. Se supone que estas instituciones fomentan el entendimiento internacional, y se las considera un éxito del dialogo entre culturas. Pero cuando se trata de Turquía y los turcos, estas reglas ya no son válidas.
Toda esta excitación suena aún más absurda si se considera que parte de la propuesta de Erdogan hace tiempo que se ha hecho realidad. Por más que la canciller Angela Merkel considere «difícil» el envío a Alemania de profesores turcos, de hecho ya trabajan aquí más de 500 de ellos, principalmente como profesores de su lengua materna. Y también hay escuelas germano-turcas en Berlín, en Hannover y en Colonia. Solamente se diferencian, y con buena razón, de otras escuelas privadas en que en ellas el turco es la lengua extranjera obligatoria.
Según Tayyip Erdogan, para hablar bien el alemán los hijos de inmigrantes deberían dominar primero su lengua materna. Puede que sea una exageración, relacionada con la oposición entre «integración» y «asimilación», oposición motivada por el nacionalismo político e insostenible en la practica.
Y sin embargo hay algo de cierto en ello: cuando el premio Nobel Orhan Pamuk da una conferencia en Alemania, decenas de miles de personas, tanto alemanes como turcos, asisten a escucharlo. Lo hacen también porque reconocen en este escritor un gran saber sobre Turquía, su historia y su cultura.
Lo que falta en la relación de los alemanes con la minoría de origen turco son personas que se encuentren a gusto en ambos mundos, y que sean respetados en ambos mundos; interpretes «hacia afuera», ya que podrían conectar a los inmigrantes turcos y a sus hijos con su propia cultura.
De hecho, la «pequeña Turquía» que teme Erwin Huber existe desde hace tiempo en Alemania, aunque tiene poco que ver con la «gran Turquía». Es consecuencia sobre todo de una gran inmadurez política, que se resiste a morir, y de la arrogante negativa a reconocer que en el país hay más de dos millones de inmigrantes.
Durante décadas, estos turcos, sus hijos, e incluso los hijos de sus hijos, fueron mantenidos en una situación jurídica incierta. No se les puede reprochar entonces que hayan sacado la conclusión de que sus vidas no están afianzadas aquí, de que las reservas hacia ellos siempre se transforman rápidamente en abierto racismo, y de que podrían enviarlos «de vuelta a sus casas», ni que traten de protegerse de todo esto.
Pero este aislamiento no se rompe privándolos deliberadamente de su lengua y de su cultura. Al contrario: eso seria percibido como una nueva humillación.
Además, el debate sobre los inmigrantes turcos lleva ya varios meses y no se vislumbra siquiera la posibilidad de llegar a un acuerdo. Pero cuando el ministro Erdogan propone que en Alemania haya escuelas turcas y clases en turco, eso es considerado una provocación.
¿Quién le explicará que en nuestro territorio las escuelas francesas o inglesas son bienvenidas, pero no así las turcas? ¿Y quien le dirá la verdad: que aquí no se trata de lengua o de cultura sino del rechazo a las clases bajas?
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*El 3 de febrero, en Ludwigshafen (suroeste de Alemania), un incendio destruyó un edificio en el que vivían varias familias de inmigrantes turcos. Murieron nueve personas, cinco de ellas niños. Si bien se desconocen las causas del incendio, se estudia la posibilidad de un atentado, por haberse encontrado diversas pintadas xenófobas en las paredes del edificio.
El primer ministro turco viajó a Alemania para estar presente en el entierro de las víctimas.
Fuente: http://www.sueddeutsche.de