El 2017 fue un año electoral crucial para la Unión Europea (UE), marcado por el miedo, aún no superado, a la consagración a través de las urnas de una nueva extrema derecha neofascista en el continente. En 17 países distintas fuerzas políticas con estas características y una clara impronta xenófoba cuentan con representación parlamentaria. En […]
El 2017 fue un año electoral crucial para la Unión Europea (UE), marcado por el miedo, aún no superado, a la consagración a través de las urnas de una nueva extrema derecha neofascista en el continente. En 17 países distintas fuerzas políticas con estas características y una clara impronta xenófoba cuentan con representación parlamentaria. En dos gobierna en solitario (Polonia y Hungría), y en siete son parte del Poder Ejecutivo o lo apoyan desde afuera.
Se trata de organizaciones con características comunes: el rechazo a la inmigración y a la creación de sociedades multiculturales -de las cuales la UE liberal sería ejemplo-; el reclamo por una mayor autonomía nacional, en detrimento de las políticas comunitarias europeas; el sostenimiento de medidas de protección de las economías locales y en contra del liberalismo; el rechazo a la «casta», «establishment» o dirigencia política tradicional, culpable de la crisis económica y la debacle social de sus países.
De cara a las elecciones generales en Italia, previstas para el próximo 4 de marzo, todas estas características se pueden encontrar diseminadas en distintos partidos políticos. El que reanimó muy recientemente la discusión sobre el racismo fue el candidato de la coalición de centro derecha a la gobernación de la poderosísima región de Lombardia, Attilio Fontana. Durante una entrevista radiofónica, sostuvo en referencia a inmigrantes y refugiados: «Si los aceptáramos a todos significaría que ya no existiríamos nosotros como realidad social, como realidad étnica». «Tenemos que elegir: decidir si nuestra etnia, nuestra raza blanca, nuestra sociedad debe seguir existiendo o si nuestra sociedad debe ser eliminada: es una elección», remató en alusión a la votación de marzo.
Fontana, quien lidera todas las encuestas en su región, es militante de La Liga, otrora Liga Norte, partido que en el pasado promovía la secesión del norte rico del sur de Italia por razones económicas y racistas, y llegó a pedir el bombardeo de las barcazas cargadas de inmigrantes por parte de la marina italiana en el Mediterráneo.
En el volátil panorama político de Italia, La Liga, fundado en 1991, es el partido más antiguo que competirá en las próximas elecciones. A finales de 2017 su nuevo líder, Matteo Salvini, completó la renovación de la organización con el cambio de nombre y logo. Un proceso que había comenzado con la renuncia a la secesión -se presentó a elecciones en el sur cosechando inesperados éxitos- y centrando su discurso en tres ejes: el xenófobo -fin de la inmigración-, el antieuropeo -referéndum sobre la continuidad del Euro- y el anti-establishment -reducción de los impuestos-. Un programa que lo posicionó como la cuarta fuerza de Italia con una intención de voto del 13% y un capital político suficiente como para pelear la conducción de la coalición de derecha que anunció hace pocas semanas junto con Forza Italia -del eterno Silvio Berlusconi que mide 16%- y los post-fascistas de Fratelli d’Italia con un nada despreciable 5% en los principales sondeos.
Resulta llamativo que, ante la preocupación europea por el crecimiento de la derecha xenófoba y antieuro, haya sido el condenado e inhabilitado a ejercer cargos públicos Berlusconi, el que aseguró a las autoridades de Bruselas que él se encargaría de mantener bajo su ala a Salvini. La alianza de derecha, que aún no tiene un nombre oficial, sumaría alrededor del 36% de los sufragios, no suficientes para formar gobierno, pero si para llegar primeros.
El otro gran partido que preocupa en Bruselas es el Movimiento 5 Estrellas (M5E). Fundado en 2007 por un comediante, Beppe Grillo, en medio de la crisis económica, y la pérdida de legitimidad de sindicatos e izquierda anticapitalista, el M5E se convirtió en el polo de atracción de jóvenes, trabajadores precarios y quienes quieran rebelarse contra «el sistema». Hoy es el partido político con la mayor intención de voto del país -35% aproximadamente-.
Tildado por la prensa y los políticos europeos de populista, jamás fue claro en ciertas definiciones políticas por fuera de los problemas de corrupción y mal gobierno. Rechaza las categorías de derecha e izquierda por considerarlas anacrónicas; en medio del resurgimiento de la extrema derecha y sus violentos ataques xenófobos, desestimó a «la categoría fascismo», también por anacrónica; jamás tomó una posición partidaria sobre inmigración. Si bien no contemplan un claro eje xenófobo, son el gran partido anti-establishment, y profundamente crítico de la integración europea, mientras aún parecen dejar a conciencia de sus dirigentes la línea política sobre todo el resto.
Un capítulo a parte merece el movimiento abiertamente fascista CasaPund, que se plantea llegar al 1% en las próximas elecciones. Cierre de las fronteras, salida de la UE, rédito de nacimiento por cada hijo de italianos, son los ejes de esta organización que cobija entre sus filas buena parte de los responsables de golpizas, ataques y cuchillazos contra migrantes y militantes de izquierda. Hacia mitad de 2017 fue duramente criticado por la prensa por los continuos ataques y amenazas a periodistas. Pero Salvini, Berlusconi y parte de la dirigencia nacional defendieron su derecho a organizarse.
Cierta cuota de racismo serpentea también en la centro-izquierda. En tema de inmigración, el Partido Democratico (PD) que gobernó hasta ahora tras el pacto parlamentario de 2013 con Berlusconi, tomó decisiones más similares a las de sus colegas de derecha en el resto de Europa que a un programa socialdemócrata.
El pacto con el gobierno libio para que retenga a los migrantes en sus costas a cambio de cooperación económica y militar fue un duro fracaso para el ministro del Interior Marco Minniti. Especialmente luego de que se conociera que los migrantes bloqueados eran vendidos como esclavos con la complicidad de las autoridades locales. Y la discusión sobre la concesión de la ciudadanía a los hijos de extranjeros nacidos en Italia, el Ius Soli, terminó de abrir la crisis en el PD. Veintinueve de sus senadores se ausentaron para que no haya quórum y la ley cayó.
Mientras en Bruselas esperan que los resultados electorales permitan recrear la gran coalición entre centro-izquierda (PD) y parte del centro-derecha (Forza Italia sin La Liga) siguiendo el ejemplo alemán, la mayoría de los italianos votará en marzo por alguno de los partidos que enarbola los ejes de la derecha antieuropea. Un dato que, de confirmarse, podría consolidar el corrimiento hacia lado del espectro ideológico del bloque entero, para garantizar su continuidad.
@larsenfede
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