El resultado de las presidenciales en Francia y de la primera vuelta de la elección legislativa la semana pasada – con cien diputados a la derecha y uno sólo para el Partido Socialista – anunciaban una segunda ronda muy favorable a la UMP de Nicolás Sarkozy. No pocos soñaban con un auténtico tsunami azul, que […]
El resultado de las presidenciales en Francia y de la primera vuelta de la elección legislativa la semana pasada – con cien diputados a la derecha y uno sólo para el Partido Socialista – anunciaban una segunda ronda muy favorable a la UMP de Nicolás Sarkozy. No pocos soñaban con un auténtico tsunami azul, que según las proyecciones de los institutos de opinión, podía dar a la derecha entre 450 y 500 escaños, dejando al PSF con apenas 70 diputados y al Partido Comunista con muy pocos representantes. Los Verdes también parecían condenados a una desaparición rotunda, barridos sin pena ni gloria por el tornado ultraliberal que, con semejante ventaja, pretendía asentar definitivamente su supremacía política y cultural sobre los discursos antiliberales, verdadero objetivo, al fin y al cabo, de este enésimo escrutinio de desenlace aparentemente programado.
Esos pronósticos se veían confortados por la altísima tasa de abstención – el 40%- que había afectado sobre todo al electorado de izquierda en la primera ronda legislativa. Profundamente desanimados por la actitud de unos representantes socialistas perdidos en un no man’s land neoliberal aderezado a la salsa social demócrata, los electores de izquierda se quedaron mayoritariamente en casa. También influyeron mucho en la abstención, los ajustes de cuenta y cálculos personales destinados a tomar el poder dentro del PSF – con mayor facilidad cuanto más importante fuera la derrota – que protagonizaron los elefantes socialistas nada más conocer la derrota de Sego.
La inversión del calendario electoral que en su día decidiera Jospin, o sea la contraproducente decisión de anteponer las presidenciales a las generales – a escasas semanas las unas de las otras – que refuerza el carácter presidencialista del sistema francés a expensas del poder legislativo para así evitar todo tipo de cohabitación entre fuerzas políticas antagónicas, lejos de incrementar el interés por esta consulta primordial – al fin y al cabo, es la que decide de la mayoría que apoya al gobierno en el sistema de la V República – contribuyó también en un primer tiempo a restarle importancia a este escrutinio.
Todo parecía por tanto estar escrito de antemano y los resultados barajados, hacían prever una durísima y agresiva política de normalización liberal del estado francés. Los llamamientos del Primer Ministro Fillon, repetidos una y otra vez a lo largo de la semana pasada, para que los electores dieran sin miedo alguno, una mayoría aplastante al gobierno, desentendiéndose de toda cuestión de equilibrios de poderes, tenía un objetivo sin ambigüedad: reducir al máximo toda veleidad de oposición, consiguiendo una legitimidad incuestionable, ya no sólo en la asamblea (los puntos de convergencia entre el neoliberal PSF y la UMP son numerosos y poco hay que esperar de este tipo de oposición) sino en las cabezas y en las calles sobre todo, que es donde estos últimos años se han librado las luchas más férreas frente a la política neo conservadora y retrógrada de la derecha francesa, especialmente en el ámbito social. Se trataba ni más ni menos que acabar con toda esta cultura de la resistencia, desacreditando de antemano con una victoria tan enorme como imparable, todo pensamiento alternativo al dominante.
Pero la sorpresa de la noche electoral ha sido en cambio un reequilibrio del voto, que ofrece una Asamblea Nacional eso sí, con mayoría absoluta para la UMP (349 diputados, de los cuales 327 UMP, 20 del Nuevo Centro aliados a Sarkozy, y 2 del partido derechista de Philippe de Villiers), pero con una «izquierda» reforzada con respecto a la anterior legislatura, pues el PS y sus aliados de izquierdas obtienen 228 escaños (206 socialistas, 18 comunistas y 4 verdes). El centro de Francois Bayrou sólo salva cuatro escaños, siendo el principal perdedor de la contienda junto con el Frente Nacional que no obtiene ninguno a pesar de los millones de votos que unos y otros tuvieron en la elección presidencial.
La catástrofe anunciada del Partido Comunista Francés ha sido menos importante de lo previsto pues mantendrá 18 diputados (frente a los 22 de la anterior legislatura) en la futura asamblea, casi los veinte necesarios para tener un grupo parlamentario propio. Los ecologistas obtienen 4 escaños (+1).
Aunque la nueva Asamblea Nacional presente una mayoría absoluta que sostendrá de todos modos las «reformas» anunciadas por Sarkozy, el ritmo, la dureza y el contenido de estas reformas han sufrido, con esta sorprendente segunda ronda electoral, su primer golpe y un primer frenazo, que va a influir indudablemente en el modo de gobierno de la Presidencia de Sarkozy. Por mucho que los líderes de la derecha insistan en su victoria (efectiva a pesar de los pesares), las cifras sacadas de las urnas ilustran una evolución rápida y radical del voto de los franceses entre las dos rondas que no puede ser más que motivo de preocupación y una seria advertencia para el proyecto político de la mayoría neo-conservadora.
Entre los dos factores que han permitido a la izquierda impedir una victoria aplastante de la UMP, hay que señalar un primer aspecto fundamental: El incremento del IVA social (impuesto sobre el valor añadido) para todos los consumidores -impuesto particularmente antipopular que afecta por igual a ricos y pobres- anunciado entre las dos vueltas de esta elección por el gobierno de Francois Fillon, no ha jugado a favor del voto UMP. Todo lo contrario, la subida anunciada de un 5% del IVA, al ser presentada como una contrapartida necesaria destinada a recuperar los fondos públicos perdidos por la política de reducción de impuestos, únicamente orientada hacia las categorías de la población más favorecidas, ha demostrado a las claras – para los que todavía no lo habían percibido – la naturaleza anti-social de este gobierno, profundamente hostil a las categorías más desfavorecidas.
La vuelta al primer plano de la temática social ha sido por tanto el elemento desencadenante del regreso a las urnas de los electores de izquierda pero también, en paralelo, de la deserción súbita del electorado derechista, un segundo factor que permite a la izquierda cosechar la mayoría de los votos de esta segunda ronda (una victoria matemática en porcentaje de votos con el 51% frente al 49% para la derecha). La crisis en la que estaba y sigue sumida la izquierda francesa es lo bastante profunda como para que se señale este cambio radical de actitud de los votantes. Esta renovada participación de las izquierdas en el proceso electoral reintroduce en efecto la cuestión social en el debate político – parasitado por las cuestiones identitarias y de seguridad durante la campaña presidencial – y obliga a todas las tendencias políticas, sobre todo a las de izquierda, a tomarla en cuenta, más allá del aparente consenso neo-liberal que caracteriza a los partidos mayoritarios de cada bando.
Por otro lado, las cifras de la abstención, al ser tan altas como las de la semana pasada, también arrojan otra enseñanza más que interesante. Revelan, en efecto, que los electores de la primera ronda no fueron los mismos que en la segunda. Los de derecha, mayoritariamente movilizados en la primera ronda, no se desplazaron en la segunda. ¿Por creer que la victoria estaba asegurada como lo quieren hacer creer algunos? Nada menos claro, ya que la abstención en las filas de la derecha francesa es un fenómeno bastante inusual, sobre todo cuando hay un llamamiento desde el gobierno a dar la puntilla definitiva al bando de en frente. La abstención masiva del bando derechista en esta segunda ronda no puede ser interpretada por los líderes gubernamentales más que como lo que es: una seria primera manifestación de recelo cuando no de decepción y de condena del gobierno Sarkozy.
Es pues un resultado más que paradójico, ya que la victoria de Sarkozy se ve claramente empañada por este primer retroceso electoral (la izquierda gana 50 diputados que pierde la derecha respecto a la legislatura anterior): el estado de gracia y la euforia de la victoria post-presidencial parecen haberse acabado y ello sin que antes se haya impulsado cualquier medida. Sarkozy y su gobierno salen por tanto debilitados (las derrotas de Alain Juppé en Burdeos, Ministro de medio ambiente, número dos del gobierno así como del abogado Arno Klarsfeld en París, amigo próximo de N. Sarkozy acentúan la sensación de resaca para el nuevo Presidente), al no conseguir imponer con este escrutinio la hegemonía cultural del pensamiento liberal único, lo cual – pese a la victoria de la derecha- abre un verdadero espacio de esperanza para la izquierda antiliberal (más bien inesperado a la luz de los resultados de la semana anterior), en las luchas que indudablemente mañana, la verán oponerse a los dictados del gobierno en la calle.