El 15 de septiembre 2012 tomaron las calles de Portugal las mayores manifestaciones después de la época revolucionaria de Abril de 1974. Entre 750.000 y un millón de personas en un país con aproximadamente once millones de habitantes, respondió con firmeza al anuncio de la transferencia directa de las contribuciones de los trabajadores a la Seguridad Social para los bolsillos de los empresarios, al aumento del desempleo, a los recortes presupuestarios que están destruyendo servicios públicos, a la espiral creciente de la política de austeridad. Aquí está una reflexión sobre el significado de este evento y el significado de las manifestaciones como forma de lucha social.
Fuimos un abril de gente.
Y quizás no hubiera puesto la cuestión si no me tuviera sido forzado, a mí entre muchos otros, el papel de manifestantes atrapado en la entrevista de televisión en vivo. Me preguntaran algo así como ¿Qué puede cambiar por una manifestación? No me recuerdo de lo que dije en ese instante y poco interesa. Pero creo que vale la pena volver a la pregunta porque esta vuelve a nosotros.
En primer lugar, por lo programa implícito de resignación que contiene: nada cambia cuando hay una manifestación por tanto es mejor quedarse en su casa. Después de la manifestación, la Troika seguirá troikando, el Primer Ministro Passos Coelho e su compañero de coalición Paulo Portas seguirán con la transferencia de dinero de los trabajadores hacia los grandes grupos económicos, la crisis seguirá su camino y los trabajadores, parados y jubilados quedarán todavía más pobres.
¿Nada de esto ha cambiado? Uno puede aprender la lección de la impotencia de imponer cambios protestando o puede aprender la lección lúcida de la necesidad de continuar y hacer mucho más para cambiar. No voy a ir por ese camino. Porque siento que todo cambió. Después de haber sido tantas y tantos en las calles, un Abril de gente, el «país político» sabe que el gobierno se ha quedado sin tiempo y va a vivir su rápida o lenta descomposición.
Cambió, más allá de lo «país político», que quienes vivió la manifestación estuvo seguro de que esta pregunta y su programa implícito estaban desplazados por completo de lo que estaba sucediendo. Cambió que quienes vivió la manifestación estuvo seguro de que «el país político» ya no tenía el exclusivo de la política, que los extras de la película estaban ahora en el papel principal.
Una pancarta citaba en escritor mozambiqueño Mia Couto: «hay aquellos que temen que el miedo desaparezca.» Nos hacia recordar el país del miedo autoritario construido pacientemente por Salazar. Nos advertía para el nuevo país del miedo «austeritario» tecnocráticamente por los epígonos de la troika. Si lo primero se derrumbó en un abril de gente este nuevo abril de gente quizás comience a desmoronarse el segundo. Porque aquellos que creen que pueden hacer todo contra quien tiene poco, aquellos que temen que el miedo desaparezca, pueden haber sentido miedo. Porque nuestro miedo puede haber sido reducido a la pequeñez ridícula a que pretende reducirnos cuando nos dejamos llevar por ello.
Cambió que, hombro con hombro, aquellos que vivieron la manifestación se sintieron y sintieron sus fuerzas. Cambió que estuvimos seguros que no estábamos solos, que cuando volveremos a Escuela, a la fábrica, a la clínica miraremos al redor e reconoceremos eses hombros. Y se no estamos solos, se no tenemos miedo, todo cambió.
Todo esto no significa que cuando no somos tantos no vale la pena. Si lo creyéramos, irónicamente, a pesar de la excepción de la mayor manifestación después de 25 de abril, acabábamos por concordar con aquellos que nos quieren atrapar con la pregunta inicial y condenar las manifestaciones como forma de hacer política.
Una manifestación no es una simple procesión de descontentos que se mide con el número de almas en penitencia. Una manifestación tiene valor, además, porque no tiene deidades ni espera que alguien traiga la salvación. Uno manifestación (nos) cambia por las fuerzas inmanentes que agencia. Por la creatividad multiforme expresa en sus pancartas, en sus palabras y gestos. Por el encuentro espontáneo con las rencillas o las sonrisas que son comunes. Por la participación en su potencia colectiva. Porque una manifestación siempre es sólo un comienzo. Es una avenida de voces abierta a varios futuros posibles donde antes había un muro de silencios respetosos de la inevitabilidad de este presente.
En el día 15 de Setiembre de 2012 abrimos avenidas cuando la memoria colectiva nos arrancó de la garganta el grito de que el pueblo unido jamás será vencido. Ese grito cambió todo. Fue la fiesta de la certidumbre de que seguiremos siendo un abril de gente.
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