Los despachos de agencia daban ayer esta noticia: Entre 200 y 270 personas que buscaban alcanzar las costas de Italia desaparecieron en el mar cuando su embarcación, que partió de Libia, tuvo fallas en aguas tunecinas. La guardia costera y la marina tunecina recibieron la llamada de alerta este miércoles y lograron rescatar a 570 […]
Los despachos de agencia daban ayer esta noticia:
Entre 200 y 270 personas que buscaban alcanzar las costas de Italia desaparecieron en el mar cuando su embarcación, que partió de Libia, tuvo fallas en aguas tunecinas. La guardia costera y la marina tunecina recibieron la llamada de alerta este miércoles y lograron rescatar a 570 personas con vida, entre ellas al menos dos mujeres embarazadas que están siendo atendidas en la ciudad de Sfax. Todos los pasajeros eran originarios de países del África subsahariana. Al mal tiempo en la zona se sumó el pánico de los ocupantes, muchos de los cuales se lanzaron al agua en cuanto avistaron a los equipos de rescate.
Con esta tragedia el número de muertos este año en el Mediterráneo alcanza ya la cifra de 1.780 muertos. Esta ha sido una de las mayores masacres de este año, después de la del naufragio fantasma de Zuwara, pero hoy ya no ocupa espacio en la página en inglés de la agencia de noticias tunecina TAP. Será porque las frías cifras no conmueven.
Esta otra noticia tampoco ha alcanzado las primeras páginas en Italia, menos aún en el resto de países. Decía ayer La Repubblica:
Diez inmigrantes tunecinos alojados en el centro de acogida de Lampedusa fueron ingresados ayer en el poliambulatorio de la isla tras haber ingerido cuchillas de afeitar y trozos de vidrio. En las últimas 24 horas son ya unos veinte los magrebíes que han debido recibir cuidados médicos por episodios de autolesionismo.
Ambas noticias tienen elementos en común. Por un lado, su sujeto son cifras apoyadas en un perfil étnico (270 migrantes, 10 tunecinos) de las que desaparece todo rasgo humano: nombre, edad, sexo, ciudad natal, formación. Por otro lado, ocurren en espacios militarizados: en el primer caso, el puerto libio desde donde zarpó la embarcación, los medios de socorro tunecinos; en el segundo caso, los centros de «acogida» de Italia.
Un grupo de periodistas italiano se ha rebelado contra la censura en los llamados CIE (Centros de Identificación y Expulsión) y ha solicitado permiso para entrar porque el gobierno italiano sólo deja que entren miembros de ACNUR, Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Cruz Roja Italiana, Amnistía Internacional, Médicos sin fronteras, Save The Children, Caritas y otras organizaciones que ya se dedicaban a gestionar estos centros. No debe haber periodistas que «obstaculicen» (sic) la gestión del flujo de migrantes, según el ministro del Interior.
La razón es obvia: apenas uno husmea dentro de esas estructuras militarizadas, salta la noticia y se despierta peligrosa la conciencia. Gabriele del Grande, de Fortress Europe, es uno de los periodistas incómodos que llevan desde 2009 dando voz a los que no la tienen por estar recluidos en esas estructuras. Acaba de contar varias historias de reclusos en estas estructuras.
En esta titulada Papá, ¿cuándo vuelves? Un italiano en el CIE de Santa Maria, nos cuenta la historia de T. Casado con una italiana, padre de un hijo, vivió en Italia durante años hasta que perdió los documentos y fue expulsado en 2008. Lleva encerrado en el CIE de Santa Maria en una celda como esta de la foto desde hace dos meses.
En esta otra, titulada Lampedusa: el marido de Winnie maltratado por los carabinieri, nos cuenta una historia que conmocionó a Italia: Winnie es una chica holandesa de 23 años, encinta, que llega a Lampedusa para rescatar a su marido, Nizar, tunecino, de 23 años, encerrado en el centro de acogida. Pues bien: la situación en el centro de acogida de Lampedusa, que se ha convertido desde el 2 de mayo en un centro de detención, se deteriora día a día. Los tunecinos comienzan una huelga de hambre. Hasta que un día estalla en su interior una revuelta anunciada: 200 jóvenes que no han cometido ningún delito llevan 25 días encerrados. La chispa que hace estallar todo es que los reclusos ven que los militares alejan a periodistas que quieren informar. En los enfrentamientos, a Nizar, el único recluso con nombre en Lampedusa gracias a su matrimonio con Winnie, los carabinieri le dan una paliza.
La última entrada en el Observatorio de Fortaleza Europa nos enlaza a La machine à expulser, documental que habla de los centres de rétention administrative de Francia.
Mientras la oleada desinformativa nos machaca con unas pocas decenas de muertos por la bacteria E.coli, y estrenuos periodistas se molestan en escribir sobre los irrespetuosos «tocamientos» de Berlusconi al brazo de Su Majestad Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, hay periodistas que siguen haciendo su trabajo donde el mundo se agrieta: en los campos de concentración de ambas riberas del Mediterráneo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.