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¿Hace falta un partido comunista en el siglo XXI?

Fuentes: Rebelión

La necesidad de mantener o consolidar los partidos comunistas que todavía existen en el mundo, especialmente en el caso de Europa, no parece hoy en día una prioridad ni un objetivo para diferentes sectores abiertamente críticos con el capitalismo, en su versión neoliberal actual. Es cierto que, al menos, una parte de lo que tradicionalmente se conoce como «comunismo» tiene más que ver con el socialismo burocrático que conocimos durante décadas en la Unión Soviética y en la Europa del Este, que con las teorías revolucionarias de Marx, Engels, Rosa Luxemburgo o el propio Lenin. Aquí nos referiremos tanto a los aspectos más criticables de una cierta tradición comunista, como a los elementos que podemos considerar más positivos.

La independencia política respecto a cualquier estado o partido «protector» no fue precisamente una de las virtudes a destacar en la tradición de los partidos comunistas. El Partido Comunista de la Unión Soviética (KPSS, mas conocido como PCUS), intervino demasiado a menudo en la política de diferentes «partidos hermanos», especialmente desde el inicio del periodo estalinista hasta la década de 1970, imponiendo criterios que no siempre estaban de acuerdo con la realidad de cada país. En algunos casos se llegó a crear una relación de abierta dependencia, ignorando que cualquier relación de tutela material, ideológica o política, no lleva más que al empobrecimiento de la capacidad revolucionaria. En congruencia con lo anterior, la falta de una verdadera democracia interna fue evidente durante esa misma época. A menudo se confundieron la disciplina con el seguidismo ciego, llegando a emplear métodos de dirección impositivos o directamente represivos para resolver contradicciones políticas e ideológicas internas, especialmente contra las corrientes trotsquistas o más críticas con la línea oficial, sin que se pueda poner como excusa la inevitable jerarquización a la que obligó la clandestinidad en algunos países y épocas.

Con dependencia del exterior y sin una verdadera democracia interna, algunas tendencias al dogmatismo fueron también habituales, a través de manuales o recetarios utilizados como si fueran una especie de biblia. Así se sustituiría el análisis de las propias condiciones y el desarrollo de una teoría marxista propia, por imitaciones simplistas de procesos ajenos, que ni Marx ni sus continuadores hubieran aplicado en países en diferentes condiciones y con tradiciones culturales muy diversas, especialmente fuera del continente europeo. El sectarismo respecto a otras organizaciones políticas, tanto de la socialdemocracia como de la izquierda más radical, también fue evidente, en una época en la que a menudo se intentaban confundir los intereses del pueblo con los de mismo partido, donde las autoproclamaciones triunfalistas substituían la necesaria política de unidad con el resto de la izquierda y del movimiento popular, en un plano de igualdad que podía ser perfectamente compatible con la crítica leal y constructiva. Por último, la falta de respeto por las soberanías nacionales y por las reivindicaciones nacionalistas de muchos pueblos sin estado, fue igualmente habitual durante décadas. Indudablemente, también aquella «tradición» tenía mucho más que ver con la ortodoxia soviética que con los textos de Lenin por la autodeterminación de las naciones.

Sin embargo, culpabilizar a los comunistas, de todos los países y generaciones, de los errores, carencias, falta de democracia, o incluso de la represión en los regímenes de socialismo burocrático, como desde posiciones interesadas se hace menudo, no es más que una simplificación comparable a la de condenar a los cristianos de todo el mundo por los crímenes de la inquisición, o bien responsabilizar a los demócratas de cualquier país y época por los episodios de terror durante la revolución francesa. Porque una cosa son las críticas rigurosas  pero honestas que pueden hacer algunos historiadores, y otra muy diferente aprobar una resolución absolutamente vergonzosa, como la que obtuvo una mayoría de votos hace unos meses en el Parlamento Europeo (1). Una especie de “sentencia” en la que se pone al nazismo y al comunismo prácticamente al mismo nivel, olvidando dictaduras fascistas como las de Mussolini o Franco pero intentando, sin embargo, equiparar el estalinismo con cualquier corriente o partido comunista, muchos de ellos con una larga tradición democrática. Un acuerdo del euro-parlamento que tuvo los únicos votos en contra desde las filas de la Izquierda Unitaria Europea, algunos diputados socialistas o verdes y pocos más

No se puede ignorar que los comunistas fueron fundamentales, precisamente, para lograr la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial en buena parte de Europa, incluso mucho más allá de donde llegó el Ejército Rojo. También lo fueron en Francia, Italia, Yugoslavia u otros países, con su participación mayoritaria en las guerrillas partisanas. Los partidos comunistas tuvieron igualmente un papel muy importante durante los años de la posguerra, en buena parte por su implicación en los movimientos de resistencia, ampliando su apoyo mucho más allá del movimiento obrero. Así, en las primeras elecciones de la posguerra, los comunistas obtuvieron excelentes resultados en algunos países, siendo especialmente significativo el caso de Checoslovaquia, con el 38% de los votos. En este país centroeuropeo se juntaron la enorme decepción con los gobiernos de Francia y el Reino Unido por su participación en los Acuerdos de Múnich, que permitieron la anexión del territorio checo de los Sudetes por parte de Alemania, con el entusiasmo popular por la ayuda de las tropas soviéticas en la liberación. Los partidos comunistas consiguieron excelentes resultados también en las primeras elecciones de la posguerra en Francia (28% de los votos), Finlandia (23%), Italia (19%), Islandia (19%) o Hungría (17%) (2). Un papel fundamental de los comunistas fue igualmente, pocas décadas más tarde, su enorme aportación en la lucha contra las dictaduras en Portugal, España o Grecia, sin olvidar, fuera de Europa, sus grandes victorias contra el imperialismo en Vietnam y Cuba.

Durante las décadas siguientes hubo también aportaciones muy positivas de los comunistas en Europa occidental, destacando su implicación en los movimientos populares que obligaron a los gobiernos del capitalismo avanzado a desarrollar políticas reformistas para defenderse de la amenaza potencial de la revolución, favoreciendo la implantación del llamado «estado de bienestar», básicamente por parte de los partidos socialdemócratas que llegaron al gobierno. La prueba más clara es que, muchos años más tarde, cuando desapareció el «miedo al comunismo», comenzó también el desmantelamiento del estado de bienestar, volviendo a niveles de desigualdad nunca vistos en décadas (3).

La destacada implicación de los comunistas en los movimientos populares y en la lucha contra aquellas desigualdades explica también los buenos resultados electorales que mantuvieron en diferentes países al menos hasta la década de 1980, e incluso la entrada en algunos gobiernos de coalición, como fue el caso de Francia (1981-1984). Así, el Partido Comunista Italiano (PCI), que contó entre sus fundadores a políticos de la talla de Antonio Gramsci, llegó al 34,3% de votos en 1976, el PC Francés (PCF) se mantuvo entre el 20 y el 22% entre 1962 y 1978 y el Partido Comunista Portugués (PCP) superó el 18% de los votos entre los años 1979 y 1983. Resultados más modestos, pero en ningún caso insignificantes, fueron los del PC Griego (KKE), tradicionalmente más ortodoxo, que superaría el 13% en 1989, o el Partido Comunista de España (PCE-PSUC) que obtendría un 10,7% en 1979. Fueron los años, también, en que algunos partidos, principalmente el italiano y el español, apostaron por lo que se vino en llamar el «eurocomunismo».

Si bien ya en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1956) se había iniciado una crítica contundente hacia el periodo estalinista, no sería hasta la elección de Mijail Gorbachov como nuevo secretario general del PCUS (1985) que se empezaría avanzar realmente hacia un nivel de tolerancia y de libertad hasta entonces nunca visto en la URSS, mediante los procesos de renovación o reestructuración (perestroika) y de apertura o transparencia (glasnost). Eso implicó también el inicio de un periodo democratizador en los países del Este de Europa que, sin embargo, supuso la caída, entre 1989 y 1990, y en la mayoría de los casos pacífica, tanto de los regímenes pro-soviéticos de Polonia, Hungría, Checoslovaquia, la República Democrática Alemana o Bulgaria, como de los sistemas comunistas más alejados políticamente de la URSS, como Rumanía, Albania o Yugoslavia (4).

Lamentablemente, el fracaso de las reformas económicas en la URSS y, muy especialmente, el golpe de estado del sector más conservador del PCUS, acabaron mermando significativamente la legitimidad de Gorbachov y del propio partido, haciendo imposible la transición hacia un hipotético socialismo democrático y hasta el punto de llevar a la disolución de la Unión Soviética (1991). A pesar de que la mayoría de procesos de transición fueron, como decíamos, pacíficos, no faltaron algunas graves revueltas, como fue el caso de Rumania. También los diferentes conflictos nacionalistas y las posteriores guerras abiertas que fueron su dramática consecuencia (1991-2001) terminaron, en parte por la intervención militar de la OTAN, llevando a la desintegración de Yugoslavia (5), en una sucesión de  acontecimientos históricos que nadie podía esperar apenas unos años antes.

Sin embargo, apenas un lustro después de la disolución de la Unión Soviética, el nuevo PC de la Federación Rusa (KPRF) obtenía aún más del 40% de votos en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 1996 y el 24% en las legislativas de 1999, mientras el Partido Comunista de Bohemia y Moravia, es decir de la República Checa (KSČM), alcanzaba un 18% de votos en las elecciones legislativas de 2002. En todo caso es un hecho que, durante las últimas décadas, ha habido un claro descenso electoral de la práctica totalidad de los partidos comunistas europeos, tanto del Este como del Oeste. Hacemos referencia a resultados electorales como criterio más objetivo porque ya hace muchos años que el número de militantes difícilmente puede considerarse un elemento significativo, mientras que la influencia en los movimientos sindicales y sociales en general no es fácil de cuantificar.

Algunos de estos partidos optaron por abandonar las ideas marxistas y pasarse a la socialdemocracia, como fue el caso de la mayoría de los partidos del Este de Europa, pero también, y de manera lamentablemente destacada, de una amplia mayoría del Partido Comunista Italiano en 1991, que se convertiría en el Partido Democrático de la Izquierda (PDS) y unos años después en el Partido Democrático (PD), una organización política que alguno de sus principales líderes acabaría definiendo simplemente como «reformista, no de izquierdas» (6). Por su parte, el sector del PCI que continuó defendiendo una política más crítica con el sistema, fundó el Partido de la Refundación Comunista, que mantuvo la representación parlamentaria hasta el año 2006, desapareciendo prácticamente de las instituciones a partir de ese momento, a pesar de sus diversas alianzas con otros grupos cercanos.

En todo caso, solos o en coaliciones mas amplias, también una parte importante del movimiento comunista europeo ha continuado apostando por políticas muy críticas con el neoliberalismo, defendiendo posturas claramente a la izquierda de la socialdemocracia o de los verdes. Eso sí, con estrategias diferentes, como se puede visualizar de una manera bastante gráfica alrededor del Partido de la Izquierda Europea (European Left) y del Grupo Parlamentario de la Izquierda Unitaria Europea – Izquierda Verde Nórdica (GUE-NGL) en el Parlamento Europeo, donde podemos ver al menos tres maneras de entender lo que, según el criterio de cada fuerza política, debe ser una izquierda transformadora capaz de afrontar los nuevos retos del siglo XXI.

En primer lugar, podemos mencionar a los partidos que se siguen presentando directamente a las elecciones con sus tradicionales siglas comunistas. Hablamos del ortodoxo Partido Comunista Griego, el único de los que ahora mencionaremos que no forma parte ni del Partido de la Izquierda Europea ni del grupo parlamentario de la Izquierda Unitaria Europea, el PC de Bohemia y Moravia (República Checa), el PC de Portugal (en coalición con el Verdes), y también, en algunos comicios, el PC Francés. En segundo lugar, partidos y organizaciones de la izquierda más plural, comunista, socialista o anti-capitalista, como es el caso de Izquierda Unida (IU) y, con algunos matices, también de Podemos en España, del Partido de la Izquierda alemán (Die Linke), de la Coalición de la Izquierda Radical griega (Syriza) o del Bloque de izquierda portugués (Bloco de Esquerda). Y aún podemos hacer referencia a un último grupo, formado por las organizaciones que han apostado por una tercera vía más equidistante entre sus orígenes comunistas, la socialdemocracia y el ecologismo, principalmente el Partido Socialista de los Países Bajos (Socialistische Partij, que no debe confundirse con el Partido Laborista neerlandés), o el Partido de la Izquierda sueco (Vänsterpartiet).

En todo caso, hoy en día, una buena parte de la izquierda transformadora europea no apuesta tanto por estructuras clásicas de partido sino por organizaciones más abiertas y flexibles, poniendo al mismo nivel las propuestas de la izquierda sindical y de los movimientos feministas, ecologistas, antirracistas o pacifistas. Y realmente, si tuviéramos que sacar una conclusión es que, en estos momentos del siglo XXI, el anti-capitalismo mantiene su plena vigencia, más allá del discurso y la simbología comunista tradicional aunque, dicho sea de paso, puedan ser en buena parte coincidentes.

Notas

1. Resolución del Parlamento Europeo, de 19 de septiembre de 2019, sobre la importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa

2. Josep Fontana – La crisis como triunfo del capitalismo – 3 y 4 Ediciones – Valencia 2018

3. Josep Fontana – La Revolución que reinventó el mundo – Público – 07/07/2017

4. Rafael Poch – La apertura del muro fue Resultado de Gorbachov – Rebelión – 2019

5. Carlos Taibo – La desintegración de Yugoslavia – Los libros de la catarata – Madrid 2018

6. Walter Veltroni – Somos reformistas, no de izquierdas – Entrevista – El País – 01/03/2008