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Durante décadas he seguido con atención el desarrollo de las cumbres de cambio climático, realizadas en distintos países del mundo, al principio con mucha expectativa y esperanza, de que por fin los intereses de los seres humanos y el ambiente se pusieran por encima de los negocios y la rentabilidad sin límite.
En la semana de los derechos humanos trataré de precisar algunas cuestiones, señalando que la lucha por alcanzarlos es tan vieja como la humanidad y se ha dado en toda circunstancia en que existieron sectores de poder con capacidad de oprimir a otros más débiles.
El Día Mundial del Medio Ambiente fue establecido por la ONU por el inicio de la Conferencia de Estocolmo en 1972 sobre Ambiente, que creó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio ambiente (PNUMA). Desde entonces todos los indicadores ambientales han empeorado.
A 18 años de la mayor calamidad sufrida por la ciudad de Santa Fe, es necesario evocar lo ocurrido, no para alimentar odios, rencores o venganzas, sino como medio para la toma de conciencia, de darse cuenta, de saber, en definitiva como actitud de vida y proyección hacia el futuro.
Los jóvenes que tienen genuina preocupación por los temas políticos y sociales no deben ignorar algunas cuestiones que en materia ambiental se vienen produciendo y que se constituirán en una gravosa hipoteca para las generaciones venideras en los países empobrecidos.
Decía Miguel de Unamuno, “hay veces en que callar es mentir” y yo no quiero callar, a riesgo sin dudas, de no ser políticamente correcto, premisa que hoy rige casi todas las ideas y por ello no hay fructificación de las mismas.