Pareciera que, en definitiva, el gobierno de los Estados Unidos se ha propuesto convertir al Perú en Nave Insignia de su estrategia continental de dominación, orientada a aplastar la lucha de los pueblos de América Latina. Siempre la administración yanqui tuvo esa obsesión. Pero antes, actores de otros países, con escenarios más claros y horizontes […]
Pareciera que, en definitiva, el gobierno de los Estados Unidos se ha propuesto convertir al Perú en Nave Insignia de su estrategia continental de dominación, orientada a aplastar la lucha de los pueblos de América Latina.
Siempre la administración yanqui tuvo esa obsesión. Pero antes, actores de otros países, con escenarios más claros y horizontes más despejados, jugaron ese rol; y el aporte peruano, no fue tan requerido. Ahora, la situación es otra.
Por la costa atlántica los yanquis no tienen nada. Perdieron Venezuela. No cuentan con Brasil. Uruguay, está fuera de su influencia; y Argentina -aunque débil y precaria- tampoco se aviene a su política.
En el área del Pacífico, la causa está perdida para su alfil más preciado: Alvaro Uribe. Afronta procesos judiciales por narcotráfico y delitos de lesa humanidad, que van desde el homicidio, hasta el uso de bandas paramilitares, pasando por la desaparición forzada de personas, el sicariato y la tortura institucionalizada. En ese marco, y en víspera de los acuerdos de paz, Colombia diseña su propio perfil, que tiene poco en común con los intereses de la Casa Blanca.
Ecuador afirma su rumbo ciudadano bajo la diligente conducción de Rafael Correa. Y en Chile, tampoco les va mejor a los estrategas del Imperio. El descalabro de Piñera y los manejos turbios puestos en evidencia por los órganos de control del Estado Chileno y que involucran en deplorables desaguisados a los abanderados de los partidos derechistas, auguran malos tiempos para «los Momios», como aún se les dice a a los representantes de la más alta burguesía mapochina.
Los países considerados secularmente «mediterráneos», como Bolivia y Paraguay se sienten lejos de Washington; y aunque los yanquis pudieron hacer lo suyo antes, contra el gobierno de Lugo en Asunción, no están en disposición de confiar solo en el pasado: necesitan una proyección que no les asoma como quisieran. Y Evo, pese a todo, brilla bien.
En Centroamérica las cosas no les van mejor. Perdieron Nicaragua y El Salvador. Y pese a sus esfuerzos, no pudieron tampoco controlar efectivamente a Honduras, ni tener garantía de sujeción en Costa Rica. Méjico es otro cantar, pero sus relaciones con su vecino del Norte no son tan efusivas como antes.
En suma, los estrategas yanquis saben que tienen ante si una región arisca, crecientemente hostil, que no secundará sus planes de guerra en el Medio Oriente, pero que aquí, tampoco cederá terreno. Para revertir la cosa, necesitan cambiar la correlación de fuerzas en el escenario continental. Y para ese efecto requieren de alguien que asuma un liderazgo más alto, y más seguro para sus intereses.
En ese contexto, el Perú es clave por su ubicación geográfica, ingentes riquezas, y su penta frontera. Pero también por su bio-diversidad y hasta por su historia. Los 300 años de vida bajo el dominio hispánico se afirmaron en América a partir del virreinato del Perú; y Lima, fue la referencia más clara para la corona ibérica.
Tener al Perú bajo sujeción absoluta no es solo un sueño de la Casa Blanca. Es una necesidad vital para el Imperio en las condiciones de hoy; y un desafío, en primer lugar, para los propios peruanos.
En beneficio del Imperio, hay aquí una oligarquía envilecida, la más conservadora, mezquina, egoísta y reaccionaria de todo el continente. Y al lado de ella, una Mafia operadora con larga experiencia en el control del Estado.
Al frente está un pueblo valiente y heroico, pero dividido, desorganizado, sin conciencia política y una débil capacidad de confrontación y de lucha. En buena medida escéptico, confundido, y neutralizado.
Esto se acredita claramente con lo que ocurre hoy. La reciente crisis de Gabinete derivada de la censura al equipo liderado por Ana Jara constituye una radiografía completa de lo que sucede.
La censura no se ha fundamentado en el rechazo a la represión policial contra las jornadas populares en Cajamarca, Cusco o Arequipa; ni en la entrega de los recursos naturales a los consorcios imperiales; ni a la presencia de tropas norteamericanas en nuestro suelo, hollando el territorio nacional y haciendo miasma y escarnio de nuestra Soberanía. Nada de eso.
Se fundamentó en las investigaciones seguidas contra Keiko Fujimori y Alan García, y en «rechazo democrático» al supuesto «seguimiento» operado por los servicios de inteligencia, contra ellos y otros.
Este «ejercicio» policiaco tiene en el Perú vieja data. En los últimos años fue practicado aviesamente por los gobiernos de Fujimori, Toledo y García. Y eso, todos lo admiten. Pero sus voceros -imbuidos por una desopilante dosis de cinismo- admiten que fue malo cuando ellos lo hicieron, y sigue siendo malo y censurable hoy. Y lo dicen, hoy.
Quizá pensando en la posibilidad de «salvarse» de las banderillas mafiosas, Ana Jara recibió a las «viudas de la contra revolución venezolana», invitadas por Vargas Llosa. Pero ni eso le sirvió. Hasta el «chavismo» adjudicado a Humala, fue usado para justificar la censura.
Por eso Martha Chávez, en representación del fujimrorismo, habla de «una decisión histórica» la del Parlamento Nacional. Y Mauricio Mulder, del APRA asegura que fue «una gran victoria democrática«; al tiempo que el PPC, sostiene que es «una advertencia» a Humala. Si no hace lo que ellos quieren, «vendrá la vacancia presidencial». Y tienen los votos.
La «Prensa Grande», consciente que, como «práctica parlamentaria» no se usó en el Perú desde hace casi medio siglo, repite lo mismo en todas sus ediciones escritas, radiales y televisadas. Todos los locutores de los programas políticos y de los noticieros -virtualmente sin excepción- repiten como papagayos, lo mismo.
Los pocos y precarios «medios» que no forman parte de ese coro, no se atreven a disentir. Y aportan su cuota, con fuego graneado contra Ollanta y/o Nadine. Y es que eso, «está de moda».
¿Cómo se justifica en este cuadro real, el que los «congresistas de izquierda» o «progresistas» -salvo Sergio Tejada- hayan votado así por la censura?
Un sólo congresista, de los 72 que votaron la censura -Manuel Dammert– aseguró que lo hizo porque el gobierno no apoyaba a Petro Perú para la explotación del Petróleo. Pero nadie secundó este noble propósito. Ninguno de los otros 71 dijo algo siquiera parecido.
Los «disidentes» del nacionalismo, que se fueron de allá en protesta porque el gobierno «se había derechizado«, se aglutinaron en la bancada «Democracia y Dignidad». En la circunstancia, se sumaron todos a la censura. Y es que, quien los orienta -la congresista Esther Saavedra- pocos días antes había votado por «blindar» a Keiko, denegando la investigación a ella por prácticas mafiosas. Cómo dijera don Ramón Castilla: finalmente disparó el cañoncito.
Bien se ha dicho que podrían estos congresistas, por lo menos, cambiar de nombre. De «Democracia» tiene muy poco: y de «Dignidad», ni una pizca.
No se trata, por cierto, de «respaldar al gobierno», como algunos dicen. Sólo de tener conciencia de lo que está en juego en el país. El Imperio puede «usar» a Humala para sus propósitos, pero Humala no le sirve como instrumento para su política continental. Para ella, García -o Keiko- serían mucho más útiles. Y eso, tanto el Imperio como la Mafia apro-fujimorista, lo saben perfectamente.
Ollanta tiene ante si una grave responsabilidad. Aislado de la «clase política», pudo anudar una sólida alianza con el pueblo. No tuvo el coraje de hacerlo. Si el Perú se convierte en el buque insignia del Imperio, él no logrará lavar su cuota de culpa.
El nuevo Gabinete dará que hablar. Pedro Cateriano es garantía de lucha contra el APRA y el Fujimorismo, pero -quizá- viva más a la sombra de Vargas Llosa que de Humala. Lo veremos.
Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. http://nuestrabandera.lamula.
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