Amenazas solapadas, mensajes apocalípticos, augurios oscuros y hasta una comparación con Hitler. Alexis Tsipras y Syriza han tenido que soportar una verdadera avalancha mediática de agresiones y aberraciones dirigidas a empantanar el camino, a ensuciar la cancha; una campaña destinada a evitar que Grecia se recupere por caminos no ortodoxos (o no neoconservadores). A veces, […]
Amenazas solapadas, mensajes apocalípticos, augurios oscuros y hasta una comparación con Hitler. Alexis Tsipras y Syriza han tenido que soportar una verdadera avalancha mediática de agresiones y aberraciones dirigidas a empantanar el camino, a ensuciar la cancha; una campaña destinada a evitar que Grecia se recupere por caminos no ortodoxos (o no neoconservadores).
A veces, las estampidas eran torpes, como la nota Harakiri, en la que el escritor Mario Vargas Llosa comparaba a Tsipras con Hitler. Otras veces el ataque fue mucho más sutil, un prejuicio solapado en una nota disfrazada de objetividad, quizás una estrategia mucho más efectiva que la torpeza, porque la estigmatización se generalizó y avanzó como una mancha de aceite en el agua.
De pronto, y con un nombre propio como único argumento, Tsipras y Syriza eran de extrema izquierda. La izquierda de la izquierda ganó en Grecia. La máxima expresión de una ideología, el extremo, se impuso en un país que pertenece a una unión de países.
El arbitrario rótulo abrió caminos presuntamente justificados para defender el status quo en la Unión Europea (UE), como si la crisis fuera menos grave que el ascenso de la extrema izquierda.
El primer peligro, entonces, fue el contagio. Antes de las elecciones griegas, ya cuando el triunfo de Tsipras era un hecho, las advertencias sobre la epidemia de la extrema izquierda era la comidilla del momento, con el español Podemos en el ojo de la tormenta.
Los movimientos de izquierda eran identificados como agentes de destrucción, llamados a derribar lo construido por la Europa unida. El apocalipsis estaba en marcha.
Por otro lado, la estigmatización discursiva sirvió para situar al movimiento griego en la misma mesa que los movimientos armados comunistas del siglo XX, en el extremo izquierdo de la mesa. Esta equiparación sirvió para detonar una anacrónica discusión ideológica, identificando a las partes como capitalismo y comunismo.
Si de algo está lejos Syriza, es del comunismo.
Pero la estigmatización no sólo sirvió para que al partido griego le quedara impregnado el apellido de extrema izquierda (o izquierda radical, que para el caso es lo mismo), sino que demostró que los centros de las ideologías están situados bastante a la derecha, y que hay una distinción entre lo económico y lo político y social, a la hora de etiquetar a una fuerza política.
Cobertura de los medios
Una búsqueda rudimentaria, que ciertamente puede ser acusada de poco rigurosa, bastó para probar que los diarios más importantes de Occidente fueron partícipes de la estigmatización de Syriza y Tsipras.
La búsqueda se realizó sólo el 26 de enero, al día siguiente de los comicios, mediante un buscador online, y abarcó a los diarios El Mundo y El País (España); La Nación (Argentina); O Globo y Jornal do Brasil (Brasil); New York Times (Estados Unidos); Bild (Alemania); Le Monde y Le Figaró (Francia); Reppubblica y Corriere Della Sera (Italia); y The Times y The Daily Telegraph (Reino Unido).
En todos los diarios analizados se introdujeron al menos una vez las expresiones «extrema izquierda», «izquierda radical» o «izquierdista», para acompañar a los nombres de Tsipras y Syriza, o para referirse a ellos. Y en casi todos los casos, fue en el primer párrafo de la nota.
La inclusión de las expresiones extremas al principio de la nota no fue destacada por capricho, sino que tiene un significado importante.
Usualmente, en las primeras líneas se realiza la presentación del tema, de los protagonistas y se describe lo más importante del hecho. Como se trata de la primera aproximación al lector, en el caso de los protagonistas el nombre va completo, y se le suele añadir ocupación o cargo, para orientar a los lectores.
Si es una nota deportiva, que habla sobre Messi, la nota podría decir: «El astro argentino de Barcelona FC, Lionel Messi, convirtió ayer dos tantos…». Aunque todo el mundo sepa quién es Messi, al principio de la nota se realiza una descripción lo más abarcativa posible.
Si los medios analizados incluyeron la expresión extrema o radical junto a Tsipras o Syriza en el primer párrafo, quiere decir asociaron la expresión al nombre propio, como si ambos fueran parte de la misma idea.
Entonces, Tsipras y Syriza «son» izquierda radical, izquierdistas o extrema izquierda. No es una opinión, no es un punto de vista, es fáctico y debe ser informado al lector para su orientación, tanto como el hecho de que Messi sea argentino o juegue en Barcelona.
Otro aspecto interesante de las notas analizadas fue la falta de fundamento alrededor de la expresión extrema. En ningún momento se explicó por qué se consideraba al primer ministro griego o a su partido como integrantes del espectro de la extrema izquierda, ni siquiera se recurrió al hecho de que Syriza quiere decir Coalición de la izquierda radical. A lo sumo, se los describió como anti-Unión Europea o como un partido anti-austeridad.
Si a ello le añadimos que en la mayoría de los casos eran notas informativas, supuestamente desprovistas de opinión, entonces la estigmatización fue completa. La expresión extrema que estaba junto a los nombres propios perdió su carácter adjetivante y se transformó en parte del nombre.
No es una opinión, no es una idea, no es una noción surgida de un análisis político, ideológico o doctrinario, integra el nombre, forma parte de él. Syriza «es» un partido de extrema izquierda y Tsipras «es» un líder de extrema izquierda. No es un debate, no es una discusión, no es una idea que espera una respuesta, es una certeza, un hecho.
La repetición masificada y uniforme del mismo mecanismo termina favoreciendo el matrimonio entre lo extremo y la fuerza griega, aunque en rigor de verdad no exista tal relación.
Extremos
La noción de extremo en política tiene una connotación negativa. Cualquier expresión asociada a las palabra extremo o radical está casada con la violencia, con lo antidemocrático o con el terrorismo.
Las FARC, ETA, Tupamaros, el Ejército Rojo, las Brigadas Rojas, Al Fatah y Sendero Luminoso son sólo algunos de los movimientos políticos que escogieron la vía de la violencia para llegar al poder y transformar las sociedades. Y todos ellos fueron y son considerados de extrema izquierda.
Entonces, desde el punto de vista político, un movimiento de extrema izquierda desconfía de las instituciones, de los canales habituales para llegar al poder, y por ello suele optar por la violencia para lograr sus objetivos.
Desde lo doctrinario, lo radical o lo extremo plantea un cambio profundo y total de las sociedades; lleva la doctrina hacia su expresión más pura.
Tradicionalmente, un extremo a la izquierda estaría más a la izquierda que el socialismo clásico.
En cuanto a lo económico, la extrema izquierda vendría a suponer la supresión total de la propiedad privada y la participación omnipresente del Estado en todos los factores de la producción.
En el otro costado, la extrema derecha implicaría la ausencia del Estado en los asuntos económicos, y como consecuencia de ello la competencia entre los individuos de una sociedad sin intromisiones ni reglas. El célebre laissez faire.
En el aspecto político, los movimientos conocidos de extrema derecha se sustentaron en bases racistas y discriminadoras, planteando la superioridad natural de un grupo social sobre los demás, contradiciendo el principio de libertad económica (no habrá libertad económica, ni de ningún tipo, sin igualdad de oportunidades).
Sus expresiones más puras fueron el nazismo o las dictaduras latinoamericanas de los 60, 70 y 80.
En cuanto a la izquierda, después de la caída de la Unión Soviética, y como respuesta al liberalismo puro proyectado en los 90, surgió el Socialismo del Siglo XXI.
El Socialismo del Siglo XXI se transformó en un movimiento que buscó eliminar las inequidades provocadas por el mal llamado neoliberalismo (neoconservadurismo sería más adecuado) mediante una fuerte participación del Estado en la vida social y económica.
Sin embargo, esta nueva doctrina no eliminó la propiedad privada, ni cambió por completo las reglas del capitalismo. El Socialismo del Siglo XXI contempla el individualismo, no busca eliminarlo, sino controlarlo, para promover la igualdad de oportunidades. Su expresión más pura, Venezuela, distingue constitucionalmente tres tipos de propiedades, entre ellas la privada.
Por lo tanto, el SSXXI está bastante más al centro que la izquierda tradicional, y mucho más que la extrema izquierda o la izquierda radical. Su finalidad surge de la utopía (ojo, las utopías son positivas y toda doctrina al fin y al cabo es una utopía) de humanizar al capitalismo.
Centro, a la derecha.
Al analizar las propuestas de gobierno de Syriza y Tsipras, resulta insólito que pueda calificarse a esa fuerza y a ese líder como de extrema izquierda, salvo por el nombre del partido, que a estas alturas no quiere decir nada. No hay ninguna base doctrinaria ni teórica que pueda ubicar al movimiento griego en un extremo.
Al contrario, es un capitalismo no ortodoxo (desde el punto de vista neoconservador), que plantea la independencia política y rechaza el ajuste como método para salir de la crisis, sino que considera que hay que fortalecer el aparato productivo. De ningún modo aboga por la supresión de la propiedad privada, ni siquiera intenta eliminar la estratificación social, sino que busca reducir las diferencias e equiparar las oportunidades. Es más, para la izquierda, se podría decir que es una tibieza, en especial porque una de sus prioridades fue renegociar la deuda, sin transitar antes por un proceso de revisión.
Pese a ello, el establishment mediático lo consideró de extrema izquierda.
Los movimientos considerados de extrema derecha sí están más cerca de la definición clásica de extrema derecha. El Tea Party estadounidense, el Frente Nacional Francés, el Pégida alemán, el Partido de la Libertad austríaco y la Liga del Norte italiana, entre otros, plantean el capitalismo más puro y sostienen una doctrina de superioridad étnica, social o religiosa como una cosa natural. Y la solución para instalar esta idea, es inevitablemente violenta.
Aplicar el principio de inferioridad musulmana que aboga Pégida, por ejemplo, implicará echar o subyugar por la fuerza a los musulmanes en Alemania. Puede ser mediante una violencia explícita, o implícita, pero la aplicación de una idea de este tipo es intrínsecamente violenta.
La extrema derecha aboga entonces por la recuperación del capitalismo del Siglo XIX, plantea la eliminación del Estado en la economía, respalda la libre competencia entre individuos, considera que el destino de una nación debe ser dirigido por una elite supuestamente apta para hacerlo, sostiene que existen diferencias naturales entre grupos sociales que hace que unos se sitúen por encima de otros, y está integrada por movimientos con fuertes tendencias religiosas. ¿Hay muchas diferencias entre estos movimientos y el nazismo, por ejemplo?
La contradicción entre las nociones extremas de la izquierda y la derecha demuestra que el debate ideológico se corrió hacia la derecha y evidencia los esfuerzos por estigmatizar movimientos que no son funcionales al establishment, mediante una etiqueta ideologizada e infundada. Pero además demuestra que la pureza económica no califica como extremo, en el caso de la derecha, mientras que una propuesta apenas moderada es empujada hacia la otra esquina.
Mientras fuerzas neoconservadoras que proponen el liberalismo económico más puro, como el Partido Republicano estadounidense, son consideradas de centro derecha, movimientos cercanos al neokeynesianismo son ubicados en el extremo de la izquierda.
El hecho de que, efectivamente, Syriza signifique Coalición de la Izquierda Radical no significa nada, por cuanto la verdadera doctrina está detrás de las propuestas y los programas de gobierno y no del nombre que en algún momento se eligió para un partido. En la Argentina, nadie llama extremista a la Unión Cívica Radical, ni hubo relación alguna entre el significado de Justicialismo y del gobierno menemista. El Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) es neoconservador, y el PRI mexicano no es una partido revolucionario, sino que ahora es conservador.
En definitiva, utilizar el nombre propio de un partido para definirlo ideológicamente, en épocas tan dinámicas y cambiantes, es un sinsentido. Por lo tanto, el hecho de que Syriza signifique Extrema Izquierda, no habilita para calificarlo en ese sector ideológico (que, como tal, en rigor de verdad, no existe).
Pero lo más importante es la utilización del impacto que tiene en las sociedades la noción de extremo para reducir la discusión ideológica, o al menos para eliminara el debate de posiciones no ortodoxas, como la de Syriza o la izquierda latinoamericana.
Lo radical o lo extremo expulsa a una fuerza del debate político, puesto que son conceptos que se asumen como irracionales. Syriza es considerado entonces como una fuerza peligrosa, integrada por lunáticos que quieren destruir el ideal democrático europeo con un programa de extrema izquierda.
Así se evita un análisis más pormenorizado de los principios de Syriza, cuyo programa es completamente capitalista, sólo plantea modificar la relación de fuerzas en la Unión Europea, entre los países más poderosos y los más débiles, y en Grecia, entre los más ricos y los más pobres.
Syriza sería algo así como un capitalismo moderado que busca la redistribución a partir de la reactivación del aparato productivo, el fortalecimiento del Estado y la reducción del poder del sector financiero. Motivos suficientes para ser expulsado hacia un extremo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.