Cualquiera que haya vivido, o simplemente seguido los acontecimientos en Grecia sabe muy bien lo que significan expresiones como «momentos críticos», «clima de tensión», «giro drámatico» y «apurar los límites». Con lo sucedido desde el lunes, hay que añadir nuevo vocabulario a la lista: el «absurdo». La palabra puede parece extraña o una exageración ¿Pero […]
Cualquiera que haya vivido, o simplemente seguido los acontecimientos en Grecia sabe muy bien lo que significan expresiones como «momentos críticos», «clima de tensión», «giro drámatico» y «apurar los límites». Con lo sucedido desde el lunes, hay que añadir nuevo vocabulario a la lista: el «absurdo». La palabra puede parece extraña o una exageración ¿Pero de qué otra manera se podría caracterizar, para empezar, la inversión del significado de un acontecimiento tan asombroso como el referéndum del 5 de julo, solo horas después de su conclusión, por aquellos que pidieron el «No»?
¿Cómo explicar que Vangelis Meimarakis de Nueva Democracia y el líder de To Potami Stavros Theodorakis -jefes del campo derrotado tan contundentemente el domingo- se hayan convertido en los portavoces oficiales de la línea seguida por el gobierno griego? ¿Cómo es posible que un «no» devastador a las políticas de austeridad de los memoranda se interprete como una luz verde para un nuevo memorándum? Y para decirlo en términos de sentido común: si estaban dispuestos a firmar algo peor e incluso más vinculante que las propuestas del presidente de la Comisión Europea, ¿qué sentido tuvo el referéndum y la lucha para conseguir una victoria en él?
La sensación de absurdo no es solo un producto de este giro inesperado. Viene sobre todo del hecho de que todo esto se está desarrollando ante nuestros ojos como si nada hubiera pasado, como si el referéndum fuese algo así como una alucinación colectiva que termina de repente, dejándonos seguir libremente con lo que estábamos haciendo antes. Pero como no todos nos hemos vuelto comedores de loto, hagamos al menos un breve resumen de lo que ha tenido lugar en los últimos días.
El pasado domingo, el pueblo griego asombró a Europa y al mundo respondiendo en masa al llamamiento del gobierno y, en condiciones sin precedentes para los estándares postbélicos de cualquier país europeo, votó abrumadoramente «no» a las propuestas abusivas y humillantes de los acreedores. Tanto la extensión del voto del no como su composición cualitativa, con su enorme ventaja entre trabajadores y juventud, atestiguan la profundidad de las transformaciones que se han producido, o más bien que han cristalizado en un periodo de tiempo tan corto, en la sociedad griega.
Las movilizaciones masivas del viernes, el clima «desde abajo» que se ha impuesto la pasada semana, por no mencionar la entusiasta ola de solidaridad internacional, atestiguan el enorme potencial que se ha abierto por la elección de un conflicto popular político en lugar de una retirada.
Pero desde el lunes por la mañana, antes de que los gritos de victoria en las plazas del país se apagasen completamente, empezó el teatro del absurdo. Bajo la tutela del activamente pro-Sí presidente griego Prokopis Pavlopoulos, el gobierno citó a los líderes de los partidos derrotados para elaborar un marco de negociación que pone al euro como un límite que no se puede atravesar y declarando específicamente que no tiene un mandato para abandonar la unión monetaria.
El público, todavía con la alegre confusión del domingo, ve como el representante del 62 por ciento se subordina al 38 por ciento inmediatamente después de una resonante victoria para la democracia y la soberanía popular.
El martes, el gobierno, sin ninguna «propuesta» nueva que hacer, transfiere sus operaciones a Bruselas para la reunión extraordinaria del Eurogrupo y, como es completamente lógico, se encuentra enfrentado a un nuevo y aún más duro ultimátum. Al día siguiente Euclid Tsakalotos inaugura sus tareas como ministro de finanzas (por brevedad pasaremos de largo el factor de la dimisión de Yanis Varufakis, haciendo notar simplemente que era una demanda de los acreedores) enviando al Mecanismo de Estabilidad Europea (MEE), la organización que gestiona la mayor parte de la deuda griega, una carta pidiendo un nuevo préstamo de 50 mil millones de euros, que sería acompañada por supuesto por un tercer memorándum. Se prevé, de hecho, que el parlamento empezará el lunes a votar la relevante legislación que lo ponga en marcha.
La carta de Tsakalotos continua con referencias a la garantía de Grecia «de honrar sus obligaciones financieras a todos sus acreedores de manera completa y a tiempo». Es obvio que a pesar de las promesas que se oyeron tras la proclamación del referéndum de «reiniciar la discusión desde el principio» las «negociaciones» siguen exactamente donde se abandonaron, con los griegos bajando la barrera para sus oponentes en cada paso del camino.
Ese mismo día, pendientes las nuevas «propuestas» griegas, que iban a ser «fiables» y «detalladas», el primer ministro Alexis Tsipras se dirige al Parlamento Europeo y declara que «si mi objetivo hubiese sido sacar a Grecia del euro, no hubiera hecho inmediatamente después de cerrar los colegios electorales las declaraciones que hice e interpreto el resultado del referéndum no como un mandato para romper con Europa sino como un mandato para reforzar nuestros esfuerzos negociadores para llegar a un mejor acuerdo».
Esto equivale a reconocer más o menos abiertamente que el resultado del referéndum estaba siendo interpretado con un fin específico en mente, el de las negociaciones a toda costa y el evitar una brecha.
En la misma declaración, el primer ministro subraya bastante sucintamente la filosofía que durante muchas semanas había estado dando forma a toda la postura del lado griego y a la que el paréntesis del referéndum no había provocado el menor cambio:
En estas propuestas evidentemente nos hemos comprometido con fuerza a conseguir los objetivos fiscales requeridos según las reglas, porque reconocemos, y respetamos, el hecho de que la eurozona tenga reglas. Pero nos reservamos el derecho a elegir, el derecho de ser capaces, como gobierno soberano, de escoger dónde pondremos y añadiremos la carga de los impuestos, para estar en posición de conseguir los objetivos fiscales requeridos.
Así que el marco está dado: es el de las medidas restrictivas que aseguren plusvalías fiscales y tengan como objetivo el pago de la deuda. Es incontestablemente el marco de los memoranda. El desacuerdo está en la «distribución de la carga». Supone una variante de la austeridad (supuestamente) «socialmente más justa», que será presentada como «redistribución» al mismo tiempo que perpetua la recesión (cualquier referencia a un compromiso no recesionario ha sido eliminada) y el empobrecimiento de la mayoría. Mientras tanto, y mientras se proponen estos reconfortantes consuelos que demuelen lo que queda de los compromisos programáticos de Syriza, se produce un aumento del estado de sitio que sufre el país, con el Banco Central Europeo manteniendo cerrado el grifo de la liquidez y recortando aún más el valor de los bonos bancarios, lo que lleva inevitablemente al colapso.
Y sin embargo, a pesar de la gravedad de la situación y a pesar del hecho de que mediante la imposición de controles de capital parte del camino ya ha sido cubierto, nadie, aparte de Costas Lapavitsas y algunos cuadros de la Plataforma de Izquierda, habla de las medidas básicas y evidentes de autoprotección necesarias en circunstancias de este tipo, empezando por el control público y la nacionalización del sistema bancario.
La explicación para este derrotero es muy simple: cualquier cosa de este tipo pondría a Grecia con un pie fuera del euro, lo que el gobierno es completamente contrario a hacer, a pesar del hecho de que hasta los economistas mainstream como Paul Krugman afirman que «la mayor parte de los costes ya se han pagado» y ha llegado el momento de que Grecia «recoja los beneficios».
De todo esto surge una conclusión sencilla: con los movimientos que ha hecho la pasada semana, el gobierno no ha conseguido otra cosa que un completo retorno a caer en la trampa anterior, en una posición mucho más desfavorable, bajo la presión de una asfixia económica aún más implacable. Ha conseguido despilfarrar la poderosa inyección de capital político del referéndum en un tiempo récord, siguiendo en todos los puntos la línea de aquellos que se habían opuesto a él y que tienen todos los motivos para sentirse reivindicados, a pesar de haber sido aplastados en las urnas.
Pero el referéndum pasó. No fue una alucinación de la que todo el mundo ya se ha recuperado. Al contrario, la alucinación es el intento de minimizarlo a una «liberación de vapor» temporal antes de volver a la cuesta abajo hacia un tercer memorándum.
Y parece que el gobierno está siguiendo precisamente este camino suicida. Ayer tarde, envió a todos los miembros del Parlamento un texto de doce páginas, escrito apresuradamente, escrito en inglés por expertos enviados por el gobierno francés y basado en la petición de Tsakalotos de un préstamo de 50 mil millones al MEE.
No es nada más que un nuevo paquete de austeridad -en realidad, un «copia y pega» del plan de Juncker rechazado por el electorado hace unos días-. Su núcleo es completamente familiar: plusvalías primarias, recortes en pensiones, aumento del IVA y otros impuestos, y un puñado de medidas para darle un ligero aroma de «justicia social» (por ejemplo, un aumento de los impuestos a las empresas de dos puntos). El documento fue aprobado por todos los ministros importantes excepto Panos Kammenos, jefe del partido de los Griegos Independientes (ANEL), y Panagiotis Lafazanis, el líder de la Plataforma de Izquierda.
Se ha convocado al parlamento a votar este texto hoy, bajo los mismos procedimientos de emergencia que fueron anteriormente denunciados enérgicamente por Syriza. En muchos aspectos este proceso puede ser considerado un «golpe parlamentario» puesto que se le ha pedido al parlamento que vote un texto que no es ni un proyecto de ley, ni un acuerdo internacional, dando una especie de carta blanca al gobierno para firmar cualquier acuerdo de préstamo. Pero esta aprobación parlamentaria ha sido explícitamente planteada como una condición por el ministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble.
Como era predecible, y probablemente incluso planeado, este acuerdo propuesto ha provocado un clamor dentro de Syriza. Por el momento, la mayor parte de las reacciones fuertes vienen de la Plataforma de Izquierda y otras corrientes del ala izquierda de Syriza como KOE, la organización maoísta que tiene cuatro parlamentarios. En la dramática reunión de hoy del grupo parlamentario de Syriza, Lafazanis, ministro de energía y líder de la Plataforma de Izquierda, dijo que el acuerdo es «incompatible con el programa de Syriza» y «no ofrece una perspectiva positiva para el país». Los ministros de la Plataforma de Izquierda se espera que dimitan hoy.
Thanassis Petrakos, uno de los tres portavoces del grupo parlamentario de Syriza y miembro destacado de la Plataforma de Izquierda ha declarado:
El «no» del referéndum fue un «no» radical y de clase. Algunos camaradas de alto rango insisten en la lógica del «no hay otro camino». Deberíamos prepararnos para salir de la eurozona y decir eso claramente a la gente. La izquierda tiene un futuro cuando abre sus alas a lo desconocido, no a la nada. Quienes insisten en la opción de permanecer en el euro cualquiera que sea el coste podrían saber que eso es un desastre. Necesitamos una salida preparada para abrir un nuevo camino. Los primeros pasos son el control público de los bancos y del banco central griego y medidas enérgicas con la oligarquía.
Se dice que Varufakis también se opone al acuerdo, así como algunos parlamentarios del grupo de los «cincuenta y tres» (el ala izquierda de la mayoría), aunque en un encuentro interno celebrado ayer apareció una brecha significativa entre los cuadros intermedios y de base, que se oponen con fuerza al acuerdo, y los parlamentarios, mucho más inclinados a aceptarlo. El voto que tendrá lugar esta noche será ciertamente de crucial importancia para los futuros desarrollos, pero también para el futuro de Syriza. Pase lo que pase en las próximas horas y días, una cosa debería estar clara: cualquier intento de anular la voluntad popular para derrocar la austeridad y los memoranda equivale a la hubris en el antiguo sentido griego del término. Quien se atreva a dirigir al país, y a la izquierda, a la rendición y el deshonor debería estar preparado para enfrentarse con la correspondiente Némesis.
Fuente original: https://www.jacobinmag.com/