«Burro, tienes derecho a guardar silencio. Lo que no tienes es la capacidad.» Shrek Junio de 2015. Apurando la negociación, Alexis Tsipras se niega a aceptar el ultimátum de la troika si no incluye una quita de la deuda griega. Una deuda impagable creada principalmente para engordar los beneficios de la industria alemana, corromper al […]
«Burro, tienes derecho a guardar silencio.
Lo que no tienes es la capacidad.»
Shrek
Junio de 2015. Apurando la negociación, Alexis Tsipras se niega a aceptar el ultimátum de la troika si no incluye una quita de la deuda griega.
Una deuda impagable creada principalmente para engordar los beneficios de la industria alemana, corromper al bipartidismo griego y, finalmente, parasitar financieramente el país hasta la ruina. Después de semanas la negociación ha llegado a un punto sin retorno: Tsipras se muestra dispuesto a aceptar cualquier acuerdo… pero éste debe incluir necesariamente una quita de la deuda griega.
El momento es óptimo para forzar la quita: La posición de las «Instituciones» se debilita. Una quiebra griega supone el pago de los CDSs, ese negocio redondo y opaco de «asegurar» la deuda -la famosa prima de riesgo- cuyos tenedores son mayoritariamente estadounidenses. Obama maniobra contra la postura rígida de Lagarde hasta el punto de que durante la negociación el servicio de informes del FMI desautoriza a su presidenta, afirmando taxativamente lo que todos saben: que la deuda griega es impagable y la quita inevitable. El informe se une al coro de todos los economistas independientes que desde los medios estadounidenses manifiestan su perplejidad ante las condiciones del rescate: colonialistas, ineficientes y antieconómicas.
Pero el Eurogrupo -los ministros de economía de la UE- tienen sus propios problemas: las concesiones a Grecia suponen un grave problema político en sus países: los gobiernos de Italia, Portugal y muy especialmente los de Irlanda y España, ven en la quita de la deuda griega un mensaje político letal para sus próximas aspiraciones electorales. El gobierno francés entra en erupción emparedado entre su papel de embajador de Obama en Europa y su propio proceso de recortes, un proceso que pende del hilo de los propios diputados del Parti Socialiste en el parlamento galo. Los parlamentarios alemanes de la CDU amenazan con no ratificar un acuerdo de quita.
Julio de 2015. Tsipras acelera la situación política: la quita es inevitable, si no hay quita no hay acuerdo, si no hay acuerdo hay referéndum… y si en el referéndum gana el NO, la troika tendrá que hacer frente a sus propias amenazas: o hay quita o hay quiebra. Y mientras el Eurogrupo no quiere ni hablar de quita, Estados Unidos no quiere ni hablar de quiebra.
Alemania intenta otra vez la campaña del miedo: pone a los medios y sus «encuestas» en pie de guerra, amenaza con no volver a negociar, fuerza al Banco Central a crear un corralito en los días previos… pero esta vez ya no da resultado: Tsipras y el NO reciben un contundente apoyo.
Y ahí empieza la ceremonia de la confusión. En realidad bastante grosera para cualquiera que analice mínimamente los hechos, pero no hay falsedad por grosera que sea que no se atrevan a aventar los grandes medios de comunicación al más preciso unísono cuando la situación lo requiere.
Se supone que debemos creernos que justo al día siguiente de la victoria del NO, Alexis Tsipras, en el máximo de su poder negociador, decide de pronto aceptar no solo las condiciones del ultimátum sino unas incluso peores, con aspectos verdaderamente humillantes y todo sin pedir nada a cambio.
¿Por qué? No importa el porqué. Se trata de demostrar al mundo que los referéndums no sirven de nada, que la democracia es inútil. Tsipras aparece como un traidor descarado que monta referéndums para luego hacer lo contrario de lo que pedía ¿Por qué? A los medios no les importan los porqués. Si es estúpido, masoca, cobarde, corrupto, odia a los griegos. Si le tiemblan las piernas.
Los medios no necesitan explicaciones, les valen las conclusiones: el «no» es un «sí» y la banca otra vez gana, Tsipras es tan inútil como toda resistencia política ante la realidad económica.
Sorprendentemente Syriza calla, nadie se defiende, Varoufakis dimite para facilitar las negociaciones… con Alemania -que pese a las amenazas las reanuda de inmediato- y el acuerdo se firma en tiempo record…
¿De verdad a nadie se le ocurre preguntar por qué, proponer una explicación?
Imaginemos -sólo imaginemos- una hipótesis: Imaginemos que Alemania -acorralada por los acontecimientos- propone el acuerdo más simple: aceptar la inevitable quita a cambio simplemente de evitar las consecuencias políticas de la misma. O lo que es lo mismo. Grecia gana -y capitaliza su NO en el referéndum- si y solo si el gobierno griego se presta a aparecer groseramente como perdedor ante las opiniones públicas mundiales, empezando por la alemana y acabando por la irlandesa.
Un acuerdo de este tipo satisfaría a todas las partes -Grecia no quiebra, asegura su futuro, los parlamentos del norte ratifican, los votantes del sur se desencantan, EEUU no paga los swaps del impago, etc.- pero tendría también tres problemas para Tsipras: en primer lugar el de la ruptura del discurso de solidaridad con las fuerzas europeas que le apoyaron y que se ven perjudicadas por la letal imagen de la impotencia de la política para enfrentarse a los poderes que no se presentan a las elecciones. Un problema quizá menor desde un punto de vista de lo que está en juego: la supervivencia económica del país que gobiernas.
El segundo -no tan menor- serían las necesarias garantías sobre dicho acuerdo: es verdad que la Administración Obama se habría prestado a actuar como garante, pero no es menos cierto que pactar con el enemigo -y el FMI y los bancos alemanes son mucho enemigo- depende fundamentalmente de tu capacidad de actuar hasta que la quita entre en la agenda política, es decir, de permanecer en el gobierno griego hasta el 2016.
Y ahí viene tu tercer problema: Syriza es una coalición heterogénea de partidos de izquierdas, unidos no por su programa sino por su rechazo a la troika y a la traición del bipartidismo griego ¿podría entender, aceptar, amparar este tipo de acuerdo? ¿Un acuerdo que no se podría «defender»?
Y la respuesta es claramente no. Como era de esperar -desde luego por parte del FMI, aunque también por el Eurogrupo y sus medios de comunicación- a pesar de que la indisciplina de los propios diputados de Syriza les podría costar el escaño, muchos de ellos no podían evitar votar en contra, manifestar su rebeldía contra el acuerdo oficial y proclamar la traición de Tsipras. Y, claro, nunca los «radicales» se han encontrado con tanta cobertura mediática internacional dispuesta a entender y compartir su indignación con el capitalismo.
Hay que reconocer, cómo no, el comportamiento profundamente «moral» de estos «rebeldes»: ¿qué es eso de salvar al país clandestinamente en un acuerdo de rendición? ¡Hasta ahí podíamos llegar! De hecho ya amenazan con confluir con las huestes del KKE, los inmaculados viejos estalinistas que prefieren el gobierno de la derecha para «agudizar las contradicciones del capitalismo». Unidad popular, confluencia…
Pero no es broma. Como decía el viejo Macchiavello, no son pocos aquí y allí los que confunden la política con la moral. Es decir, los que no pueden negociar porque ¿acaso se puede negociar con la moral? Lástima que tampoco se pueda convencer a nadie, pero es lo que hay: la moral es la identidad, es decir, el mercado político más pobre, disfuncional y fraccionado que hay.
No se debe ganar hasta que los demás sean como yo. Y por supuesto no se puede.
La cuestión -si por casualidad nuestra hipótesis fuera cierta- es que, si Tsipras pierde el gobierno, ni que decir tiene que la quita de la deuda no tendrá lugar, el Memorándum se aplicará sin más y Syriza será una fugaz pesadilla que no volverá a ocurrir: los griegos dedicarán año tras año su decreciente PIB a pagar una creciente deuda -otorgada para pagar los intereses de la anterior- hasta la quiebra final, cuando el país sea un Estado fallido, cuando todo lo que tenga algún valor esté -a precio de saldo- en manos de los bancos extranjeros y la expulsión del Euro sea «inevitable».
Sería vital por tanto para Tsipras -y para los griegos – conservar el gobierno al menos media legislatura más. Porque si nuestra hipótesis es acertada la quita no aparecerá en la agenda -milagrosamente y quién sabe con qué «nombre técnico»- hasta después de las elecciones en España y en Irlanda. Es decir, hasta la primavera del 2016.
Hay que dar tiempo a los medios para que echen el resto en ambos países… porque la situación dista mucho de estar controlada: en Irlanda no se consigue hacer remitir al Sinn Fein que logró -como Podemos en España- una importante presencia en los principales ayuntamientos y todo apunta a que condicionará el próximo gobierno irlandés con un discurso contario a la deudocracia alemana. Y en España la cosa no está mucho mejor: a medida que se acercan las elecciones crece el temor de que al final por culpa de Podemos -que se desinfla, se desinfla… y no se da desinflado- al PSOE no le alcance -pese a la intensa campaña- para gobernar con Ciudadanos -la solución arbitrada para encubrir la Gran Coalición- y el PSOE tenga que mojarse con el PP para obedecer la nueva oleada de ajustes ya acordados. Todo está en juego.
Agosto de 2015. Tsipras necesita asegurar un gobierno estable al menos hasta abril del 2016 si quiere poder ejecutar las condiciones del hipotético acuerdo. Y, como ya hemos visto en España, los moralistas de la izquierda griega seguirán recibiendo el inopinado patrocinio de los grandes medios juzgando imprescindibles sus airadas proclamas de confluencia y frentismo.
No debería por tanto extrañarnos la dimisión y convocatoria electoral de Tsipras. Ni las críticas que ha recibido por ello. Los bancos también saben jugar a las izquierdas… Ni tampoco que el líder griego tenga tan claro que cualquier confluencia debe hacerse fuera de Syriza, hacia la izquierda… y más allá.
Pensándolo bien, si algo de lo que hemos supuesto aquí es finalmente cierto, el hecho de que los profesionales de la división esencialista, mil veces escindidos de todas las escisiones, confluyan -mientras su identidad moral se lo permita- a la izquierda de Syriza y presenten por fin su propia candidatura no sería una mala noticia para Grecia.
Y lo mismo tampoco para España.
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