A pesar de todos los pesares que quiera poner por delante la derecha latinoamericana, las alternativas políticas populares que propugnan por el cambio social y la izquierda tienen futuro en este continente. A pesar de las relativas victorias de frentes electorales de derecha en Argentina y Venezuela, las elecciones mostraron que casi la mitad de […]
A pesar de todos los pesares que quiera poner por delante la derecha latinoamericana, las alternativas políticas populares que propugnan por el cambio social y la izquierda tienen futuro en este continente. A pesar de las relativas victorias de frentes electorales de derecha en Argentina y Venezuela, las elecciones mostraron que casi la mitad de los electores siguen votando a propuestas progresistas o de izquierda.
En Venezuela, que hace más de 15 años es la vanguardia de los procesos políticos del continente donde la lucha es más álgida; pese a que Estados Unidos le ha puesto la proa en contra, decreto de por medio de Obama declarándola como peligro a su seguridad nacional; pese a la campaña mediática mundial de difamaciones permanentes; pese al desplome abrupto de los precios del petróleo que hizo trizas los ingresos nacionales; pese al sabotaje y la guerra económica interna; pese a una buena dosis de corrupción e ineptitud de sus funcionarios (que ni Maduro puede negar); pese a todo, el Polo Patriótico obtuvo una alta proporcionalidad de votos que no se ve reflejada en la composición del Congreso.
¿Por qué un sector del electorado le da la espalda a los «progresistas» en este momento? En esencia porque se acabó la bonanza de los altos precios de las materias primas que Latinoamérica exporta. Desde 2014-15, la economía capitalista mundial se está estancando, principalmente porque su motor, China, llegó a su tope de crecimiento y empieza a caer. Hay quienes especulan que estamos ante una crisis como la de 2008.
El problema es que los gobiernos «progresistas» no rompieron el ciclo de la dependencia económica hacia la monoexportación de materias primas y las importaciones de productos manufacturados. Tampoco nacionalizaron la banca, ni controlaron las importaciones. El socialismo se quedó más en las consignas que en los hechos. Es decir, dejaron el grueso de la economía en manos de los capitalistas.
Con la exportación petrolera en Venezuela, por ejemplo, durante los años buenos hubo para pagar los planes sociales, las «misiones», como las llamó Hugo Chávez y fue la manera de drenar hacia abajo, de repartir un poco de la renta petrolera que antes se quedaba en manos de un puñado de empresarios y políticos. En la abundancia se cumplían los planes sociales, se le aseguraba su parte a la burguesía y no se notaban los errores de gestión, el burocratismo y la corrupción.
Con la crisis llegó la disyuntiva, habiendo menos para repartir, ¿dónde se corta para equilibrar los presupuestos? ¿Se cortan los planes sociales o se corta la tajada que se embolsa la burguesía con la especulación cambiaria y otras formas de acumulación?
La derecha tiene clara su elección: cortar lo poco que le llega al pueblo. Es lo que siempre ha hecho y vuelve a hacer donde gana, miren a Macri. Si en esta coyuntura crítica, los procesos electorales devienen en más victorias para gobiernos de derecha, ya veremos a la vuelta de pocos años a los pueblos en las calles luchando para sacárselos de encima. Así fue como empezó el «ciclo progresista», desde los años 80.
Sólo la izquierda, si corrige y aprende de los errores recientes, puede ofrecer una alternativa de cambios reales basados en la justicia social. Por eso tiene futuro a pesar de todo. ¿Pero qué hay que corregir?
Romper con el capitalismo dependiente latinoamericano requiere como primer requisitos, la movilización popular, con organismos de poder popular de tipo asambleario y verdadero control obrero de la industria y control comunal de la democracia verdaderamente incluyente. En segundo lugar, no se puede dejar la economía en manos de los capitalistas quienes a través los bancos pueden ahogar la industria nacionalizada. Se requiere nacionalización de la gran industria (para su diversificación) y nacionalización de la banca.
Es obligante la nacionalización del comercio exterior, incluyendo las importaciones, si no se quiere sufrir la estafa que ha sucedido en Venezuela, donde el estado entrega las divisas (dólares) a importadores privados, que luego no las usan para comprar lo que dijeron, falsifican las facturas y usan los dólares para especular en el mercado negro contra la moneda nacional.
Para enfrentar los embates económicos del imperialismo yanqui, hay que continuar promoviendo y desarrollando mecanismos de integración autóctonos e independientes de la tutela imperialista, basados en la solidaridad y complementariedad entre nuestras naciones, no en la expoliación económica, como las instituciones fundadas por Hugo Chávez: ALBA, Petrocaribe, CELAC, etc.
Lo último, pero no menos importante, es el combate a la corrupción y los empresarios «progresistas» que le chupan la sangre al estado para enriquecerse y que al final son peores que los opositores de derecha, porque solo sirven para el sabotaje desde adentro y para desprestigiar pues, las masas populares, que no son pendejas, son movidas a la desconfianza y la incertidumbre.
Aquí es donde se escinde la izquierda: entre el reformismo que teme romper con la burguesía, frena las medidas necesarias y acaba por confrontar a su propia base social con lo cual ayuda a la derrota; y el sector dispuesto a avanzar hacia medidas realmente socialistas, los revolucionarios. La disyuntiva es la misma de hace 50 años, reforma o revolución, no entre participación electoral y lucha armada (como se malentendió entonces), sino entre capitular al capitalismo o tomar verdaderas medidas de poder popular y socialistas.
El dilema sigue puesto en el sentido que el Che Guevara dio en su Mensaje a la Tricontinental (abril de 1967): «Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer: o revolución socialista o caricatura de revolución.»
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