Sentimientos encontrados nos invaden cuando asesinan a nuestras profetisas y defensoras de derechos. Pero también esas acciones cobardes son siembras fecundas que fertilizan no sólo al legendario panteón creciente de nuestros ancestros protectores, sino también nuestro coraje y gallardía permanente como pueblos en la medida que intentan «acorralarnos» más. Nuestra hermana y compañera indígena lenca, […]
Sentimientos encontrados nos invaden cuando asesinan a nuestras profetisas y defensoras de derechos. Pero también esas acciones cobardes son siembras fecundas que fertilizan no sólo al legendario panteón creciente de nuestros ancestros protectores, sino también nuestro coraje y gallardía permanente como pueblos en la medida que intentan «acorralarnos» más.
Nuestra hermana y compañera indígena lenca, Berta Cáceres, vivió para sembrar ideas/sueños en las empobrecidas y despojadas comunidades indígenas de Honduras. Nos inyectó esperanza y dignidad hasta coronar su lucha, nuestra lucha, con su propia sangre y vida.
En mi paso y estadía por las montañas profundas de Honduras encontré muchas mujeres pertrechadas de gallardía y conciencia de dignidad. Pero, Berta era y es única. Ella, no sólo materializaba y materializa la sencillez, dignidad y rebeldía, sino que su opción por la defensa de la vida y el bienestar de su pueblo lenca era su único proyecto de vida.
En asambleas populares ampliadas, en reuniones de debate de ideas, en las veredas y riveras de los ríos, Ella estaba y está presente. Unas veces organizando, otras veces reflexionando en voz alta y digna. Su presencia sencilla, sobria, sonriente y sabia siempre estaba y estará allí.
Ella jamás rentabilizó, ni su discurso, ni su identidad indígena. Mucho menos escatimó los instantes de su vida para acompañar y/o dar luces en las lúgubres veredas de las historias inconclusas de los empobrecidos pueblos de Honduras.
Siempre con la misma mochila en la espalda y las mismas prendas de vestir acudía pronta y alegre a los requerimientos. Jamás la oí quejarse. Jamás se la escuchó exigir confort. Vivió en el camino, para el camino de la liberación integral de su pueblo, como una mística desprendida, desafiando las murallas del patriarcado, colonialismo e imperialismo.
Fue y es una verdadera caracol lenca. Vivió bajo su mochila. Siempre nómada y firme en sus convicciones. Consciente que no hay arribo sin partida, ni partida sin legado de huellas en los corazones.
Defendió los derechos y la dignidad de nuestra Madre Tierra como una auténtica hija de la Pachamama. Oí decir que Ella conversaba con Yacumama (Madre Agua), Sach’amama (Madre Árbol), Phaqchamama (Madre Catarata). Que jugaba con Wayramama (Madre Viento)… Por eso su feliz retorno al vientre fecundo y tierno de la Pachachama no fue ningún pesar. Más por el contrario la comunidad de la vida la recibió al son de una danza cósmica ritual, como a toda autentica y triunfante guerrera del arco iris
Ella era y es consciente no sólo de su identidad tierra, sino también de su misión en safe bipedal. Sabía quién era, para qué vino y que se iba. Eh allí la razón de su espiritualidad profunda y sin límites, y de la sobriedad de su vida.
Las lenguas insensatas dicen que Berta Cáceres murió. Falso. Las y los indígenas conscientes de nuestra identidad y razón de ser jamás morimos. Nos reincorporamos al vientre fecundo y fresco de nuestra Pachamama. Y eso ocurrió con nuestra hermana Berta. Ahora, convertida en una legendaria protectora de nuestras luchas y esperanzas desde el más allá y el más aquí. Feliz culpa de quien al intentar matarla la trascendió, la sembró en el corazón del cielo y en el corazón de la tierra para resucitarla en los pueblos insumisos de Abya Yala rebelde.
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