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Entrevista a Laszlo, antifascista húngaro

La xenofobia en Hungría

Fuentes: Rebelión

En el verano de 2015, en medio de lo que se llamó la crisis de los refugiados en Europa, muchos de ellos, procedentes principalmente de Siria, llegaron a las fronteras de Hungría. Desde allí fueron trasladados a las afueras de la capital, en centros donde apenas recibían una atención básica. El gobierno húngaro no tenía […]

En el verano de 2015, en medio de lo que se llamó la crisis de los refugiados en Europa, muchos de ellos, procedentes principalmente de Siria, llegaron a las fronteras de Hungría. Desde allí fueron trasladados a las afueras de la capital, en centros donde apenas recibían una atención básica. El gobierno húngaro no tenía intención de acogerlos. Tampoco la mayoría de ellos quería permanecer en el país, su intención era la de llegar a Austria o Alemania. En ese trásito por Hungría, fue la solidaridad ciudadana de colectivos como Food not Booms, la que trató de ayudarlos llevando comida y otros bienes de primera necesidad. Estos colectivos ciudadanos fueron amenazados por grupos fascistas que intentaron impedir la ayuda.

Entrevistamos al compañero antifascista Laszlo, presente aquellos días de solidaridad con los refugiados, para que nos hable de su país y del auge de la xenofobia en los últimos tiempos.

Pasado reciente y contexto actual

Tras el final de la II Guerra Mundial, Hungría cae bajo la influencia soviética y se convierte en un país comunista. Esto supone en la práctica un capitalismo de Estado, una situación no muy diferente a la dictadura de Franco. Los medios de producción y las fábricas pertenecen al Estado, no existen medios de comunicación independientes ni libertad individual.

En 1989 con la caída del Muro de Berlín y el colapso del comunismo, llega la democracia a Hungría. «A pesar del cambio, los funcionarios de segundo nivel se mantienen en los puestos de poder, al igual que durante la Transición española, las élites se mantienen. Las privatizaciones fueron rápidas y los recortes sociales no tardaron en llegar. Sin embargo en la sociedad permanecieron las inercias del pasado comunista. La gente no está acostumbrada a manifestarse, a la protesta y las movilizaciones, no tiene esa cultura. Hay una desconfianza y una incapacidad para organizarse herencia del régimen anterior. El miedo a la represión y la costumbre a esperar las decisiones que proponga el gobierno se mantienen en la sociedad actual.»

El nacionalismo es otra de las claves que Laszlo destaca para entender mejor la situación en Hungría. «Hablamos de un nacionalismo de derechas, orgulloso de su historia que siempre ha buscado responsabilidades en el exterior cuando han existido problemas en el país. Son excusas para no asumir las decisiones equivocadas que hemos tomado como nación.» Durante el comunismo de Estado se quiso acabar con el sentimiento nacionalista pero no se consiguió y tras el cambio de sistema el nacionalismo resurgió con fuerza. «Hay un orgullo por el pasado idealizado, una intención de reinstituir la visión del mundo que se tenía antes de la II Guerra Mundial. Esto ha sucedido también en muchos países después del sistema comunista como en Eslovaquia, Serbia, Polonia. El sentimiento nacionalista surge como rechazo a las dictaduras comunistas.»

De este modo la izquierda del país ha quedado sin referentes frente al nacionalismo. «Ante el fracaso del pasado comunista, la izquierda es ahora neoliberal, asumiendo sin crítica el sistema capitalista. Tal vez el partido ecologista de fundación reciente es la única excepción en este contexto.»

Tras el desastre que supuso el cambio de régimen, la sociedad quedó desilusionada. «Hungría es un país pobre que depende de las ayudas de la UE para mantener su economía.» Con una población cercana a los 10 millones de personas, es un país fundamentalmente agrícola con grandes diferencias entre el medio rural y el urbano, donde se concentran los servicios y la tecnología. «El país resulta muy barato para las multinacionales que vienen a instalar sus negocios en las ciudades. Dan empleo y por eso la gente joven no ha tenido que migrar.»

El gobierno de Víctor Orban

Tras una anterior etapa en el gobierno a finales de los noventa, en 2010 Víktor Orban, dirigente del partido conservador Fidesz, gana las elecciones. Desde entonces se mantiene en el poder. Con un discurso populista y de caracter nacionalista, ganó las elecciones obteniendo una mayoría de dos tercios en el parlamento. «Esto le ha permitido modificar la constitución en varias ocasiones y moldear el país a su gusto, tratando de construir una nueva élite afín a él, para sustituir al antiguo funcionariado que todavía conserva mucho poder. Esta nueva élite formada por sus amigos, es la que se lleva todas las concesiones y las grandes ayudas que llegan de la Unión Europea.» Para desviar la atención sobre las corruptelas y la disfunción del Estado, Orban se asegura de que la sociedad tenga siempre un enemigo, la UE, las ONGs, los refugiados… «Es importante que la gente sienta que la lucha continúa siempre y que la próxima batalla llegará pronto. Así trata de mantener fiel a la población. Son medidas destinadas a mantener un sistema de lealtad hacia el líder, tomando como modelo la Rusia de Putin.»

La estrategia de buscar siempre un enemigo varía según los intereses del momento. «Por ejemplo, nuestro enemigo es la UE porque quiere que acojamos refugiados en nuestro territorio. Sin embargo, el discurso de Orban cambia cuando va a Europa, siendo más moderado. Tiene un discurso para el país y otro para el exterior, según pretenda conseguir votos o ayudas económicas.»

Desde hace dos años los refugiados son el nuevo enemigo del país. Proliferan los discursos racistas y llenos de estereotipos como el que identifica el Islam con el terrorismo. El pasado mes de octubre (2016), el presidente Orban convocó un referendum para que la población votara si aceptaba o no las cuotas de asilo a refugiados que proponía la UE. «El referendum fue en realidad la excusa para lanzar una campaña populista y xenófoba, creando una alarma social para beneficiarse políticamente.» Por un lado la pregunta en cuestión que proponía el referendum era: «¿Quiere que la UE pueda determinar el asentamiento obligatorio de ciudadanos no húngaros a Hungría incluso sin la aprobación del Parlamento?» «La misma UE siempre ha determinado que la acogida a sus propuestas deben ser ratificadas en cada país, por lo que en sí, la cuestión carece de sentido. Por otro lado el porcentaje propuesto, en torrno a mil trescientas personas acogidas, a penas representa un 1% de la población total de Hungría.»

Con todo después de gastar hasta 40 millones euros de fondos públicos para promocionar el referendum, el resultado final fue invalidado ya que la participación fue inferior al 40%, de la cual eso sí, más del 90% votó en clave pro-Orban.

La extrema derecha

Antes de hablarnos de la extrema derecha húngara, tanto la institucional representada por el partdio Jobbik, como la que representan grupos de paramilitares irregulares como la Guardia Húngara, el compañero Laszlo quiere ponernos en contexto para que entendemos cómo se ha desarrollado este fenómeno xenófobo.

«Con la globalización y el mercado libre, los trabajos de cualificación baja fueron desapareciendo por lo que mucha gente quedó sin empleo. El gobierno no invirtió en educación, ni formación para que estas personas pudieran optar a un nuevo empleo. Como consecuencia el nivel de pobreza subió. Los jóvenes no veían en el sistema educativo un medio para obtener empleo ya que sus padres estaban en paro. Es la tercera o cuarta generación que crece sin modelos de referencia en este sentido. Así que la gente joven se marchó a la capital en busca del trabajo que pudieran ofrecer las multinacionales de las que hablábamos al principio y en el medio rural quedaron jubilados y gente sin estudios.» La población gitana(en torno a un 10% del país, alrededor de un millón de personas) tradicionalmente vinculada al ambito rural, quedó fuera. «Sin acceso a formas de educación no reglada, tampoco hicieron por escolarizar a sus niños, prevaleciendo entre ellos el vínculo familiar para la subsistencia. Con toda esta situación los crímenes de odio comenzaron a aumentar.»

En el año 2007 se funda la Magyar Gárda(Guardia Húngara) el grupo paramilitar más grande del país. Su fundador, Gabor Vora, es hoy el líder del partido de extrema derecha Jobbik, actualmente la segunda fuerza política en Hungría. «La Guardia Húngara se hizo muy popular porque visibilizaba problemas reales que hay que admitir. Creaban eventos públicos, tratando de reforzar una identidad y desde el punto de vista de la cohesión de la comunidad principalmente en las zonas rurales, fue un éxito.» Abiertamente racistas y violentos, desfilaban en poblaciones gitanas insultando y amenzando con la escusa de mantener y mejorar la seguridad pública. En el año 2009 la justicia ordenó su disolución por considerarlos un movimiento neo-fascista. Durante su funcionamiento hubo ataques contra la población gitana y varias muertes. «Hoy todavía existe con nombres diferentes. Allí donde hay un mayor abandono por parte del Estado, ellos mantienen un fuerte vínculo con la gente del campo. Cuando en 2015 la llegada de refugiados a Hungría fue masiva, varios grupos de jóvenes actuaban por cuenta propia patrullando las fronteras de Serbia y Rumanía con violencia e impunidad.»

Poco después el presidente Orban mandó levantar una valla de cuatro metros de alto durante 175 kilómetros en la frontera con Serbia. Como ya hemos visto, los dos partidos más grandes de Hungría son el Fidesz, de derechas y su gran rival, el Jobbik, de extrema derecha. «Por ello Orban con decisiones como ésta, se acerca a posicionamientos más radicales para no perder votos y mantener su posición de poder.»

Ante esta situación, Laszlo reconoce que a penas hay movimientos sociales cohesionados en Hungría. Normalmente la gente se organiza puntualmente según surgen los temas o las reivindicaciones. No obstante y antes de despedirse, el compañero quiere mostrar un ejemplo de gente que ha decidido tratar de construir su futuro con sus propias manos.

«Se trata de Cserdi, un pequeño pueblo de mayoría gitana cerca de la frontera con Croacia. El alcalde del municipio, de etnia gitana, organiza visitas a las prisiones para que los más jóvenes conozcan cuál es allí la situación real y desparezca entre ellos esa mitificación sobre el haber sido preso. En el pueblo también han construido su propia cooperativa de comida tradicional gitana. Tienen el lema de no ser dependientes. No quieren recibir subsidios porque según explican eso te hace dependiente, te hace débil y acabas perdiéndo el respeto por ti mismo.»


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.